DAR AMOR A LAS HERIDAS

Escrito por:

Cuando empecé a escribir sobre maternidad y envié el primer borrador de un texto en el que contaba mi experiencia de embarazo y parto a una amiga, me contestó que era necesario que se publicase algo así. También añadió “aunque yo ahora no sé qué hacer con la herida que a mí se me ha abierto al leerlo”. Ahí empecé a intuir cómo de grande era el asunto que me traía entre manos. Varios años han pasado desde entonces y a mí todavía se me sigue encogiendo el corazón cuando, después de una presentación del libro, alguna mujer se me acerca y me confiesa que he puesto palabras a emociones que sentía, pero no sabía qué hacer con ello. Así es como he ido aprendiendo que algo más tenemos que ofrecer. Porque si en los últimos años se ha hecho un tremendo esfuerzo para que se reconozca y se visibilice la violencia obstétrica, ahora que estamos tantas mujeres cayéndonos de un guindo, algo habrá que hacer para cuidar este proceso. Por suerte, como decía, ya no se me sigue encogiendo el corazón porque ahora sé todos los recursos que se pueden ofrecer.

La imagen que me viene con algo tan delicado es cuando mi hijo se cae y se hace una herida que yo sé que tengo que curar. Él no quiere que se la toque y a mí me da mucha pena hacerlo sabiendo que le va a doler. Pero también sé con absoluta certeza que, si no lo hago, la herida irá a peor y si me atrevo a cuidarla, mejorará. Por eso me siento con paciencia a su lado. Reconozco su miedo y le digo que entiendo que no quiera. Le hablo bajito y con todo el cariño que puedo y espero, con toda la paciencia del mundo, a que él esté preparado. Le suelo decir algo así como: “Amor, puede que te duela, pero mamá está aquí para hacerlo con el mayor cuidado posible y sé que te va a hacer bien. Avísame cuando estés preparado porque solo cuando tú me des permiso, yo te toco la herida para curarla”. Esto también es lo que me gustaría decir a todas las mujeres que aún tienen heridas —aunque no quieran profundizar en el tema, se emocionen mucho cuando lo hagan o inconscientemente se queden en lo superficial—: “Queridas: si no os sentís preparadas, no dejéis que nadie os la toque, pero cuando sí lo estéis, abríos a ello y confiad en que será para estar mejor. Y, sobre todo, buscad a alguien que lo haga con la misma delicadeza con la que vosotras tocáis las heridas de vuestras criaturas”.

Tengo conocidas que todavía se ríen cuando cuentan los chascarrillos que escuchaban de los profesionales que estaban acompañando su parto, su momento más vulnerable. Tengo mujeres muy cercanas que todavía creen que cuando el profesional las amenazó lo hacía por su bien, porque necesitaban un apoyo enérgico para motivarlas. Hasta tengo cerca el caso de una mujer que sufrió una pérdida perinatal, tremendamente descuidado a nivel psicológico que, cincuenta años después, todavía se emociona al recordarlo. Hay quienes están aún agradecidas por el trato recibido en una habitación llena de gente que no sabían ni quiénes eran, ni por qué estaban ahí, ni para qué les hacían todo lo que les hacían. Otras saben que algo no estuvo bien porque todo acabó en cesárea inesperadamente, pero como quien la acompañó lo hizo de manera cariñosa, ¿qué le va a recriminar? También hay quienes reconocen que hubo algo, pero no acaban de ver toda la magnitud. Y así, un largo etcétera. Cuando se atreven a hablar de ello, cuando simplemente contestan un “todo fue bien”, ya sabes que les robaron lo que debería haber sido la experiencia más extraordinaria de su vida y aún no se han dado cuenta.

A veces he sentido desesperación, ganas de agitarlas y gritar “¿realmente no veis lo que está pasando?”. E incluso debo reconocer que he hecho más preguntas de las necesarias, cuando la otra persona miraba para otro lado, de lo cual me arrepiento enormemente —al igual que no siempre he podido esperar a mi hijo con paciencia y a veces le metí prisa: “Venga, amor, le echamos agüita rápido, que tenemos que volver pronto a casa”—. Por suerte, ahora estoy en una etapa de mayor comprensión y compasión. A mujeres que aún están ahí sin poder ver o intuyendo, pero sintiéndose desbordadas, ahora les sonrío, aceptando de dónde viene ese no poder abordarlo todavía. Yo también he tardado en poner nombre a muchas de las cosas que he vivido en estos años como madre porque solo reconocerlo escuece. Pero como también sé lo que a mí me ha ayudado recibir apoyo psicológico para poder sanar, así que no puedo evitar seguir diciendo con paciencia que aquí estamos, esperando a que quieras dar amor a tu herida. Eso sí, insisto: Cuando vayas a buscar apoyo, recuerda que quien te toque debe hacerlo con mucho respeto y consideración. Si abrimos las heridas —las nuestras, las de nuestras antepasadas, las colectivas—, que solo sea para recibir en ellas el cuidado que nos merecemos, ese que ya va siendo hora de que nos demos.

Escrito por:

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Relacionados

VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Es psicóloga, docente, escritora y madre. Ha publicado PARtIR y Mamas.

Revista en papel