Por distintas razones, incluida la maternidad, he tenido unos años de cierto parón en mi ritmo de vida lectora. Afortunadamente, desde hace unos meses, estoy recuperando ese ritmo a marchas forzadas, quizás incluso con cierta voracidad. En éstas andaba cuando, paseando por una librería en busca de nuevas lecturas, se cruzó en mi camino No estoy aquí/No soc aquí de Anna Ballbona (Premio Llibres Anagrama de Novel.la). Al leer su contraportada no pude evitar sentirme en cierta forma identificada con su protagonista, Mila. Primero, porque también creció en los años setenta; segundo, porque lo hizo en la periferia de una gran ciudad como Barcelona; tercero, porque está a punto de ser madre; y por último, y no menos importante, las palabras kennebec o portland no me resultan desconocidas.
Si bien mi periferia no tiene tanto que ver con ese barrio mal urbanizado donde Mila pasa su infancia (encajonado entre la autopista, un cementerio y un polígono industrial), lo cierto es que yo también crecí en un lugar donde el centro es visto como algo un tanto lejano (aunque se encuentre a menos de 100 kilómetros de distancia), donde todo sucede, y en mi caso particular, también fue mi destino soñado, porque es un lugar donde el anonimato te acompaña. Como asegura Mila en un momento de la novela, “la distancia física no guarda una equivalencia perfecta con la distancia de imaginarios y contextos”.
De una manera u otra, al ser madres, todas nos hemos visto reflejadas en nuestras propias madres. Y sus frases, sus consejos, sus formas… acaban por apoderarse de nosotras aun sin quererlo. Como le sucede a Mila, el embarazo nos hace revisitar nuestra infancia, nuestro pasado, a pesar de haber querido en algún momento renegar de él. Porque no podemos huir de él, sino aceptarlo y aprender a caminar con nuestros miedos.
Con esta novela, Anna Ballbona (Montmeló, 1980) nos habla de fronteras, tanto las físicas que delimitan nuestros barrios, pueblos o ciudades, como aquellas otras, imperceptibles, que nos marcan las circunstancias y situaciones vividas. Éstas últimas, unas fronteras difíciles a veces de comprender y que pueden costarnos una vida entera cruzar.
Para aquellas que podáis, os invito a leer esta novela en su versión original en catalán, para así poder apreciar mejor todos sus matices y también, porque no, la ristra de insultos que aparecen en uno de sus capítulos (carallot, talòs, curt de gambals, babau…) Porque siempre se ha dicho que para regañar e insultar nada mejor que nuestra lengua materna.
En esta entrevista para MaMagazine, Anna Ballbona nos habla un poco más de Mila, la protagonista embarazada de No estoy aquí, y de los centros y periferias que nos habitan a todas.
¿Cómo crees que nos puede llegar a marcar nuestro pasado en un determinado entorno a la hora de afrontar la maternidad? ¿Podemos huir de él?
Creo mucho en la idea de que en nosotros resuenan miedos e historias lejanas que han ido pasando de generación en generación. Y nos pueden marcar para la maternidad o, sencillamente, para sobrellevar la vida. Seguramente no hay que intentar huir de ellas, sino reconocerlas, aceptarlas y aprender a andar con ellas. En la novela, la tentativa de huida va acompañada después de una comprensión.
En la novela se plantea qué se puede considerar una familia normal. Y es que, para cada una de nosotras, esta normalidad quizás es la que hayamos vivido en nuestras familias, por muy particular que ésta sea, como en el caso de Mila, ¿crees que es así?
Sí, de hecho, en los últimos meses hemos visto cómo esto de la normalidad ya no es lo que era. Y en algún momento de la novela Mila reflexiona sobre qué es normal y qué no. Viene de un mundo de códigos especiales, entre ancestrales y entrañables, diferente del resto de su generación: un mundo en el que no se andan con rodeos para ciertas cosas, en el que lo políticamente correcto no existe… Entonces, para Mila, cuando sale al mundo exterior, es el resto del mundo lo que no le parece muy normal.
Mila ha crecido rodeada de un mundo, en cierta manera, mágico. Hay figuras como el curandero (el Hombre de Allí Arriba), a quien su familia le confía sus dudas y penas. ¿Piensas que, en el fondo, todos necesitamos a alguien en la vida que nos oriente o nos guíe, ya sea un curandero, una terapeuta o una amiga?
Seguramente todos necesitamos una red, alguien con quien confrontar ideas, miradas, miedos. A veces, las mejores ideas o empujes vienen de otras personas, que nos las han dado sin apenas darse cuenta. La imaginación se pone en marcha en relación con el entorno, no como un fenómeno aislado. Y en el caso de la novela, el Hombre de Allí Arriba rescata a Mila de su aislamiento y de su miedo, de su remota frontera.
¿Qué pasa con la periferia? ¿Por qué tanto miedo, por qué tanto cliché?
Seguramente porque se mira desde el centro y porque vivimos en un torpedeo continuo del cliché. Porque es más fácil evitar profundizar en las cosas o esquivar el lado menos apetecible de las mismas.
¿Se valora más lo periférico desde lo central o viceversa?
Es muy posible que haya siempre esta tensión. En Mila está la idea de querer ir a las ciudades donde nunca la han llevado. Y después puede haber la decepción o lo que sea, pero siempre necesitamos descubrir nuevos lugares. Y lo periférico, lo que se describe a media voz, lo medio desconocido, lo feo o lo que no sigue el canon central del paisaje de encanto, es especialmente atractivo.
¿Crees que, en cierta manera, renegamos de la familia durante la juventud para volver a ella, más tarde, de una forma que quizá nunca hubiéramos imaginado?
Por suerte, nos transformamos y no somos los mismos ni miramos de la misma manera. Si no, ¡es que sería un aburrimiento terrible! Y entonces la familia también cambia de signo. A veces se necesitan años para cambiar roles, visiones y puestos a los que nos aferramos sin razón.