Este Tiempo de cerezas, el nuevo número de MaMagazine, no iba a ser este número. O, por lo menos, no como lo ves. Este número tenía otro nombre: A la mesa. Este número tenía una portada distinta esta: un bodegón con lombarda y otros vegetales, y un cuchillo clavado en ella. Este número sigue hablando de lo mismo: lo que acontece alrededor de una mesa, entre otras cosas. Pero no es igual. Cuando Inés Garp me envió las fotos de la sesión para la portada, entre las distintas versiones de los bodegones de la lombarda —unas con lechuga, otras con melón, con o sin cuchillo, con o sin mano—, incluyó, al final, un descarte: una caja de plástico que contenía cerezas y albaricoques que refrescaba en el lavabo de su estudio, y que iba a utilizar para hacer el bodegón de cosmética.
Al ver esa foto, al final de la sesión, parada en mitad de Suecia en un tren averiado, supe que no solo había parado el tren, sino que todo había dado la vuelta en ese instante: eran cerezas y albaricoques, y no lombardas y cuchillos, los corazones de este número. La tensión crecía en el tren: no sabíamos si llegaríamos a tiempo a Copenhague para coger el vuelo de vuelta a Madrid. Eso era fatal: al día siguiente, tenía un par de compromisos en Madrid. Pero también me atraía la idea de unas horas insospechadas en una ciudad que no conocía. Flui, lejos de agobiarme. Mi corazón iba más rápido y mis ojos se empañaban, pero nada tenía que ver con el retraso del tren.
Mientras miraba la foto de portada, pensé que no había vuelta atrás. Que ya no había otra cosa sino un tiempo de las cerezas en mi mente. Un tiempo de las cerezas que me recordaba a los campos de mi abuelo materno, donde cada nieto —éramos bastantes— tenía una rama con su nombre de la que comer cerezas directamente del árbol. Las cerezas son mi fruta favorita. Las de mi madre eran los albaricoques —alberjes, en Zaragoza; cuánta Zaragoza hay en este número— y las ciruelas. Inés, sin saberlo, había elegido nuestras frutas.
A veces las cosas no son como las planeamos. La imaginación y las expectativas, los sueños y las pesadillas, las proyecciones y las casualidades. La infancia como patria y el futuro como lienzo en blanco. Ser en la vida romero, pasar por todo una vez, una vez solo y ligero, como escribió León Felipe.
Ser el descarte, a veces, es serlo todo. Y tú sin saberlo.
Hazte aquí con Tiempo de cerezas, por separado o en packs de suscripción.