Después de escribir El sexo después del parto, me di cuenta de que había empezado la casa por el tejado. A veces me despisto: disculpas. Allí compartí cómo, después de convertirme en madre, mi vida sexual había sufrido una gran revolución, pero sin contar qué fue lo que prendió la mecha. Compartí cómo esta se ha convertido en una esfera central en la actualidad, pero sin contar como he llegado hasta ahí. Porque resulta que una experiencia tan intensa físicamente como es el parto, me llevó a un proceso muy mental sobre lo vivido, para luego volver a retomar la importancia de “acuerpar” todo ello, integrando el conocimiento con la vivencia (que es a lo que me dedico ahora). Pero bueno, empecemos por el principio o, al menos, por la mitad del camino, que veo que otra vez me pierdo.
Para el nacimiento de mi hijo, después de dar unas cuantas vueltas (descubrí que se llaman “turismo obstétrico”), acabamos en la casa de partos de Migjorn —en Cataluña— que tantos regalos me ha dado, entre ellos el que comparto a continuación. El primer día, como íbamos con retraso —porque yo ya estaba de ocho meses—, nos dieron las tareas que deberíamos haber ido realizando poco a poco durante el embarazo. No había mucho tiempo, así que tocaba ponerse al día. Entre otras cosas sobre las que reflexionar, me llevé un cuestionario de unas cinco páginas en el que más de la mitad de las preguntas eran sobre mi sexualidad. A mí esto, que soy una chica lista, me olió a chamusquina: ¿por qué, de todas las matronas y ginecólogas que me habían visto antes (como unas seis en total), ninguna me había preguntado algo así? Como poco, me inquietó.
El caso es que, también por ser una chica lista, enseguida supe que ese cuestionario no me iba a gustar y le fui dando esquinazo. ¿Cuándo tuviste tu primer orgasmo? Mi «No me acuerdo» me sonaba al «Ay, hija, que ya ha pasado mucho tiempo de eso» de mi madre cuando le preguntaba por mi nacimiento. Que no te acuerdes de experiencias tan vitalmente claves no puede ser muy buena señal, me he dicho siempre. Total, que al final me senté a rellenarlo a regañadientes, sabiendo que me estaba enfrentando al “temazo” que había ignorado desde hacía ya demasiado. Prácticamente, desde el día que tuve mi primera menstruación, y sentí que no entendía nada de nada de lo que me estaba pasando, ni de lo que mi entorno me decía, pero disimulaba mi malestar y miraba para otro lado, como siempre. Así que, para las que aún no le hayáis puesto nombre —y no os vayáis a sentir culpables, que las que se lo hemos puesto lo hemos hecho hace un par de días, como quien dice— “el temazo” se llama: habitar un cuerpo de mujer y no morir en el intento.
En mi caso, el día del parto “el temazo” simplemente me estalló en la cara. Como no me quiero extender mucho por ahí —porque la chicha de este texto va por otro lado, aunque estén estrechamente relacionados—, lo resumo. Mi cuerpo experimentaba sensaciones muy fuertes y yo intentaba frenarlo, diciéndole inconscientemente: «Ya está bien, ¿no? ¿Acaso no has tenido suficiente con tanto desfase —que es como le llamo yo a esa sensación de no poder controlar racionalmente lo que me estaba pasando—?». Era como si no mereciera sentir más, como si con un poquito bastara para estar satisfecha con mi entrega. A eso se me unió el estar muy pendiente de lo que me decían los demás, porque ellos debían saber, mucho mejor que yo, lo que me iría bien. Así me presenté yo a mi parto, como siempre digo, como si fuera a comprar una barra de pan.
Y sí: con el tiempo además he descubierto que ese podría ser el resumen de lo que para mí significaba la sexualidad en aquel entonces —aunque no me lo admitiera ni a mí misma y mucho menos fuera a reconocerlo en voz alta—: con algo de intensidad basta, pero no merezco más, y los demás saben mejor que yo misma lo que mi cuerpo necesita. Menudo panorama, ¿verdad? Y de nuevo decirte que no te vayas a sentir mal si te sientes algo identificada, porque parece ser que este es un mal de muchas. La clave está en no aceptarlo como un consuelo de tontas.
Por suerte, aquel día, ese parto tan increíblemente bien acompañado hizo que pudiera descubrir que no es solo que pueda sentir más, ¡sino que puedo sentir más multiplicado por mil! La expresión que me vino en aquel preciso instante fue la de que estaba aprendiendo a ser mujer. Es decir: no tenía ni la más remota idea de cuáles son todas las posibilidades de un cuerpo femenino, que está diseñado para llevar a cabo cosas así de increíbles. Me sentí engañada y, en paralelo, descubrí una curiosidad tremenda por seguir indagando. Como decía antes, los primeros años de búsqueda fueron muy mentales, y solo recientemente se sumó la exploración vivencial.
La primera pregunta que me rondó fue cómo podía ser que nadie jamás me hubiera dicho que el parto es un momento más en la vida sexual de la mujer. Esto apenas se lo oyes decir a nadie, y para cuando te da por juntarte con estas profesionales de la matronería tan “modernas”, que hablan de cosas tan “raras”, es como si la cabeza te fuera a estallar. ¿El parto es igual al sexo? ¿Pero me lo estás diciendo en serio? ¿Cómo se te ocurre comparar el que se supone que es el momento más doloroso de la vida de una mujer con el que es el más placentero? Pero, de nuevo, mi intuición me dijo que ahí había gato encerrado.
Como yo, hasta ahora he sido muy de hemisferio izquierdo (leer y leer para poder entender), empecé a descubrir que en un parto y en un encuentro sexual se pone en marcha la misma hormona, la oxitocina, que además se llama la hormona del amor. Pero, ¿cómo se va a llamar hormona del amor la que rige nuestros partos? ¿Qué tendrá eso que ver con la imagen de mujeres tumbadas en camillas, en habitaciones horribles, llenas de gente y chillando a pleno pulmón porque nadie les ayuda a gestionar lo que les está pasando emocionalmente?, puede que te preguntes. Efectivamente, mientras esta sea la imagen de un parto, esa que todas tenemos grabada a fuego, poco tendrá que ver con un acto de amor.
Al contrario, cuando empecé a investigar sobre qué pasa cuando un parto es adecuadamente cuidado, entonces descubrí que, si nos dejan, podemos generar chorros y chorros de esta maravilla de hormona milagrosa. Qué cuerpo más mágico parece que tenemos, cuando lo miras así, ¿verdad? Empecé a encontrar tantas fotos de partos fisiológicos increíbles, que entonces es cuando comencé a pedirle al universo que convirtiese mis encuentros sexuales en algo parecido.
La siguiente inquietante información que me llegó fue que, no solo el parto, sino también la lactancia, forman parte de nuestra vida sexual. Ostras, el parto: que el bebé al salir pasa a través de nuestros genitales, todavía, pero ¿la lactancia?, puede que te preguntes esta vez. ¿No será demasiado extravagante comparar lo que sientes con tu bebé con lo que sientes con su padre? ¿Y si esto es incesto? Si sigues informándote, entonces te enteras de que, de nuevo, se pone en marcha la misma hormona: la dichosa y maravillosa oxitocina que, seguro que alguna vez habrás podido identificar como aquella que te llena el pecho de amor, como si te fuera a estallar. Entonces, puede que te vengan otras inquietantes preguntas: ¿Puede ser que ese amor tan inmenso, ese que te atraviesa el cuerpo entero (cuando los astros se alinean y puedes vivir un parto y una lactancia tranquilas y respetadas) sea lo que se puede vivir en un encuentro sexual con un otro/a? ¿Puede ser que no estemos desarrollando todas las posibilidades que nos ofrece nuestra mejor aliada, la oxitocina, porque la mayor parte de las veces vivimos nuestra sexualidad con prisas o nos pilla pensando en otra cosa?
Todas esas preguntas, y unas cuantas más, puede que sean las que te hagas cuando empieces a entender que no solo es que tu maternidad forme parte de tu sexualidad, sino que además a esta última la hemos definido con la limitante palabra de “sexo” y, por desgracia, la hemos reducido a “encuentros peliculeros” —cuando no pornográficos—, que es lo que nos inunda por todas partes. Vamos, que se ha quedado en algo bastante pobre y ridículo —cuando no claramente dañino—, comparado con todo el inmenso potencial que traemos diseñado de serie en nuestros cuerpos.
Cuando llegué a esa conclusión, fue cuando me decidí a dejar de analizar todo esto con el lado izquierdo de mi cerebro, para dejar que el derecho y el sistema límbico, como en el parto y en la lactancia, tomaran todo el lugar que se merecen. Porque, como dice Janis Fernández —facilitadora de la maravillosa técnica de meditación en movimiento de 5 Ritmos—, la revolución solo puede llegar a través del cuerpo. Y si es con este bailando, mucho mejor, añado yo. Queridas, a bailar todas, que ya va siendo hora de dejar que esta linda y eficaz hormona corra libre y alocadamente por nuestras venas. ¡Demos rienda suelta a todas las posibilidades de nuestro cuerpo de mujer, que tanto necesitan ser exploradas con amor y cuidado!