Vaya por delante que la historia de hoy es una historia de admiración hacia las mujeres sobre las que escribo. Pero también de indignación y cabreo profundo ante las injusticias varias que aquí se revelan. Hablamos hoy con la periodista y escritora Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968), que hace pocas semanas parió uno de esos libros que se escriben con las entrañas para prestar su mirada y su voz a María la de Magdala. La Magdalena, la única que no se separó del lado del Nazareno, la silenciada por la curia, la borrada por los hombres que escribieron la historia que les convino para conservar el poder que, pensaban y siguen pensando, deben ostentar por el hecho casual y fortuito de tener un pene entre las piernas en vez de un útero de esos, capaces de gestar y de dar vida.
Cuando supe que se iba a editar un libro que ofrecía la versión de la historia según María Magdalena, me puse hasta nerviosa. Nada me apetecía más que conocer la historia a través de sus palabras. Y la realidad superó todas mis expectativas: El Evangelio según María Magdalena, escrito por Cristina Fallarás tras años de investigación, es una obra de arte, un libro bellísimo con una construcción literaria perfecta. Su belleza es luminosa e irradiadora, no sobra ni falta palabra alguna. Este libro es una obra maestra: maestra porque nos enseña, porque nos muestra otra manera de acontecer los hechos, a mi entender, mucho más factible y amable que la versión oficial, impuesta por los hombres. Cuando lo leí, cada palabra me supo a gloria y no lo leí como una obra de ficción, porque tengo el convencimiento de que no lo es.
Lo devoré con fruición en cuanto cayó en mis manos, al calor del fuego de la chimenea. Y no dejé de pensar cuán distintas hubieran sido las cosas si nos las hubieran contado como Cristina Fallarás, como La Magdalena, hacen en este libro. En este evangelio, la Magdalena aparece como patrocinadora de la obra mesiánica del Nazareno. Aparece como su compañera, como su amante. Es la más cercana a él y este hecho es algo que no pudieron soportar muchos de los hombres que acompañaban al Nazareno, tremendamente enfadados al atestiguar que una mujer tenía más poder que ellos. Una buena excusa para llamarla “puta”. La mejor.
“¿Debería suponer que los hombres siembran muerte de la misma forma que las mujeres siembran vida? ¿Debería suponer que se trata de un reverso digamos que natural? Porque de la misma forma que las mujeres nacen ya obligadas a engendrar y parir, los hombres vienen al mundo ungidos con la fatalidad de matar”.
María Magdalena se revela, a través de la extensa investigación y la pulcra y valiente escritura de Cristina Fallarás, como una mujer culta, de familia rica y partícipe, como muchas otras mujeres, de la campaña del Nazareno a través de los cuidados y de la disposición de sus bienes para la causa (o sea, de su dinero y trabajo). Esto no es nada nuevo: lo podemos encontrar en los evangelios canónicos, pero no deja de llamar la atención que el papel de las mujeres, aunque escrito, siga sin ser destacado y no solo eso: silenciado a base de mentiras.
Otra cosa que me llamó la atención en el texto es que la Magdalena no deja de repetir “yo no he gestado” o “yo no he engendrado”. Cristina sí lo ha hecho: por partida doble. Es madre de una niña de 12 años y de un chico de 18. A la Magdalena no le pasó por encima como un camión la maternidad: le pasaron por encima la envidia y el patriarcado. Cristina fue atropellada por las mismas ruedas: “El Periodismo y la Literatura siempre fueron mis trabajos. A raíz de mis maternidades, mis trabajos sufrieron cambios radicales: con el primer embarazo tuve que bajar el ritmo, dejar algunos trabajos y, además, me despidieron de Radio Nacional. Era subdirectora del periódico ADN cuando me quedé embarazada por segunda vez: me despidieron a los 8 meses de mi embarazo y esa situación acabó en un desahucio. Lo mejor de la maternidad es que me ha salvado la vida. Lo peor, es que ya no depende todo de mí. Mis hijos han dejado una impronta clarísima en todas las facetas de mi vida. Es posible que haya hijos o hijas que no dejen una impronta en sus padres, porque la carga de su crianza reside normalmente en las madres. Pero en las madres esa huella es inevitable, para bien y para mal”.
Una de las tres Marías.
“Pero no escribiré desde la furia, porque así lo he decidido. Me he propuesto hacerlo como el ave que teje un nido, minuciosamente, con amor y hacia el futuro. El nido que yo no he de ocupar, sino quienes requieran abrigo”.
No sabría decir de dónde viene mi fascinación por la figura de María Magdalena, pero la educación en el colegio de monjas me obligó a la lectura de los evangelios y mi curiosidad hizo que reparase en las figuras femeninas. Cristina Fallarás y yo estudiamos en el mismo colegio: el Sagrado Corazón de Jesús, en Zaragoza. Cuando reflexiono sobre mi educación allí, siento que nos educaban en la fe cristiana, pero también en el fomento del espíritu crítico. Nos enseñaban cómo creer, pero también nos enseñaban a cuestionarnos. Nos enseñaron tanto a tener fe como a poner en duda la base de nuestras creencias, cimentadas en la injusticia y en el borrado sistemático del papel de las mujeres en ella. Y nunca entendí muy bien ese papel que adjudicaron a una de las mujeres más importantes y definitivas en la vida del Nazareno. ¿Por qué pasó a ser, de repente, una prostituta? Por desgracia, ahora lo entiendo todo perfectamente: se llama envidia, se llama machismo, se llama violencia.
Cuenta Cristina que “tenía más o menos controladas la iconografía, la sexualización y el modelo de Eva y la Virgen y me quedaba la tercera mujer que aparece como referencia bíblica para la construcción del cristianismo, que es María Magdalena. Cuando el Papa Francisco la bendijo como Apostol entre Apóstoles, la reconoció como la jefa de los Apóstoles (eso fue en el año 2016). Entonces pensé que existiría una construcción económica. Pensé: vamos a mirar el personaje de la Magdalena desde otro punto de vista. Revisé los papeles del Mar Muerto, en los que se descubrió un evangelio apócrifo escrito por María Magdalena. Eso demostraba que la Magdalena era una mujer, además de rica, culta, que sabía leer y escribir. Y entonces, todo cambió: el hecho de que una mujer pueda relatar es una excepción en la historia de la humanidad”.
A través de la voz de la Magdalena se da visibilidad, también, a otras mujeres a las que la historia contada únicamente por los hombres ha dotado de cualidades entre imposibles e insultantes. Hablamos de María, la madre del Nazareno y las doctoras que vivían y ejercían su trabajo en la casa de la Magdalena. Le pregunté a Cristina: “¿Qué ganamos con que la Virgen sea virgen?”. Y contestó ella: “Eso es muy posterior al evangelio. El Evangelio, cuando dice “virgen” no quiere decir una mujer que no haya tenido relaciones sexuales. Quiere decir que es una niña, que no ha tenido su primera regla. Las casaban antes de tener su primera regla. Ahí entra en juego el papel de las doctoras (que provenían de las parteras, se remontaban a la Antigua Grecia, pero eso no nos lo han contado). Al quinto mes de embarazo, o se les rompía el útero o se les abría la pelvis, ya que las dejaban embarazadas con 11 o 12 años”.
Por eso, muchas de nosotras, educadas en la fe cristiana, no podemos entender por qué se ha negado el papel de la mujer en la Iglesia y que, cuando se ha asignado un papel, haya sido el de puta/pecadora, el de virgen o el de servidora. ¿El pecado original? La culpa es de Eva y su manzana. ¿La Virgen dando a luz al salvador? Sí, pero un salvador concebido sin pecado. Sin sexo, vamos. ¡Basta ya!, gritamos. ¿Tan difícil hubiera sido aceptar que una mujer llamada María tuvo un hijo nacido de su vientre y fruto de una relación sexual, como todo el resto de la humanidad? ¿Y que ese niño hubiese sido un adulto carismático, capaz de atraer a las masas con un mensaje de amor? Trump lo hace también, aunque su mensaje sea el del odio. Y a él también le siguen millones de personas, unas cuantas de ellas dispuestas a asolar el Capitolio. ¿Y que ese Nazareno predicador hubiera estado acompañado sentimentalmente por una mujer culta y rica que patrocinaba sus causas? ¿Tan difícil es creerse la normalidad del asunto?
La piedra de la Iglesia.
La piedra de la Iglesia tiene nombre propio: se llama Pedro. Ese mismo hombre es el que negó tres veces su relación con el Nazareno. Más que pilar fundador, para mí fue piedra en el zapato. En el zapato de la Magdalena, esa apóstola de apóstoles con reconocimiento tardío, y en el de las mujeres: el liderazgo de María Magdalena era innegable y esto es algo que Pedro no supo encajar. Y esta herencia continúa hasta nuestros días.
Pregunté a Cristina si pensaba que la mujer podía tener algún papel en la Iglesia, porque creo que la Iglesia se hubiese parecido más a lo que el Nazareno pretendía, pero su respuesta es tajante: “No es posible una Iglesia que contenga justamente a las mujeres. Para ser Iglesia, tiene que poner unas normas y toda norma se basa en el control del cuerpo de la mujer. No solo la Iglesia católica: hablo de todas las construcciones místicas.
No puede haber un papel de la mujer en la Iglesia. En una institución donde solo hay hombres que han inventado el celibato para no tener que tocar el cuerpo de las mujeres, cuya base es Eva, con la cual elaboran que todo sufrimiento en esta tierra deriva del deseo sexual de una mujer. La otra base es la Virgen, que elabora que el mayor modelo de mujer es la que no folla. Las mujeres deberíamos huir de la Iglesia.
En los evangelios lo que queda en evidencia es que la Iglesia actual no tiene nada que ver con lo que se contiene en ellos, no tiene nada que ver con la narración del Nazareno, de la vida de Cristo… si tú coges un evangelio —yo me he basado en el de Marcos porque era el que mejor conocía—, si lo lees ahora, nada, ni una sola cosa de lo que dice tiene que ver con la Iglesia actual. Ni una sola. Ni con la actual ni con ninguna”.
El mundo de las mujeres.
“El arte de escribir, oh, sí, necesita del arte de leer. Y este necesita a su vez del arte de vivir. Y este… Fin”.
Cuenta Cristina: “escribiendo este libro he descubierto el mundo de las mujeres. Yo soy feminista y hace mucho tiempo que pienso en cuestiones relacionadas con la violencia contra las mujeres. De ahí pasé a interesarme por la idea de los cuidados. ¿Recuerdas la huelga feminista internacional de 2018 en contra de la violencia y por los cuidados? Decía “si nosotras paramos, se para el mundo”. La Magdalena es fruto de eso.
Mi siguiente paso en el feminismo procede de la Magdalena, que es darme cuenta de por qué nos han impedido relatar a las mujeres. Nos han prohibido estudiar para que no sepamos leer y no podamos contar nuestro punto de vista. De ahí el odio que hay ahora contra el feminismo”.
Habitar en los aromas.
“Habitar en los aromas. Es la infancia”.
Cuenta la Magdalena que el aroma de su infancia es el del olor de las conservas, las cubas de sal y las tripas del pescado puestas a secar. Un hedor insoportable para algunos, el olor de su infancia para ella. También Cristina Fallarás habita en los aromas: “El otro día me acordaba de unas Navidades. Recordé que mis padres, con sus amigos, nos cogían a todos los niños —debían ser 5 o 6 parejas más los hijos— y nos llevaban cada navidad a un sitio distinto. Pensé que el olor de las chimeneas, con el frío en Madrid, me generó una sensación de bienestar en la no pertenencia, es decir, estar muy cómoda en un lugar que cada año era uno distinto (ahora, por ejemplo, estoy hablando de una vez que nos llevaron a Albarracín). El año anterior o al siguiente, en otras casas, el olor era muy parecido: era leña, era bosque, era campo. Y, sobre todo, era un lugar que no era “casa”, algo salvaje.
Luego está el aroma de la cera de las velas en Misa. Ahora entro poco a las Iglesias, si puedo evitarlo, lo evito. Pero también ahí hay obras de arte que quiero ver y están ahí. Cuando entro, el olor de la cera quemada de las velas, por más que me moleste, me devuelve a un lugar al que pertenezco”.
A día de hoy, la mayoría las lecturas que hago, mucha de la música que escucho, el arte que me emociona y las películas que veo están escritas, compuestas o creadas por mujeres. Llevo demasiado tiempo escuchando la versión única de la historia que me he tragado, durante años y años, sin cuestionarme nada, y que está escrita exclusivamente por y para los hombres. Ya me sobra esa parte de la historia. Ahora solo quiero conocer nuestra parte de la misma. Me parece muchísimo más interesante, además.
Cristina Fallarás ha escrito un libro que muchos quemarían en la hoguera. Yo, sin embargo, prefiero elevarlo a los altares. El Evangelio según María Magdalena ya es, para mí, un libro de Historia.