El principio de la vida puede no ser lo que imaginamos. Si crees que un bebé en sus primeros meses solo se dedica, grosso modo, a comer y a dormir, te equivocas: no hay periodo de mayor desarrollo que este. Vayamos más atrás, incluso: durante la gestación, los estímulos y cuidados que recibe el futuro bebé marcarán su futura personalidad y sentarán las bases de lo que será su carácter y su salud mental. Encarna Muñoz, licenciada en Medicina y Cirugía, observó, durante los años que ejerció como traumatóloga, que los aspectos psicológicos constituían la causa de muchos de los accidentes y patologías que presentaban los pacientes, encontrando en este hecho la motivación para dedicarse al psicoanálisis.
Ahora publica El principio de la vida, un libro en el que aborda la trascendencia de los primeros meses de vida con el propósito de ayudar a los futuros padres a tener una visión más completa de los cambios que ellos mismos deben experimentar para colaborar de manera positiva en el desarrollo de sus hijos desde antes de su nacimiento y, sobre todo, en los primeros compases de su vida.
Como psicoanalista, ¿cuál es la transcendencia que otorga a ese corto periodo de tiempo, algo que pasa desapercibido para la creencia general de que “los bebés solo comen y duermen” cuando son tan pequeñitos?
Realmente resulta difícil percibir el vertiginoso ritmo de crecimiento que se produce en esta etapa.
En ningún otro momento de la vida el crecimiento alcanzara tal velocidad. Pero la relevancia de este período no viene marcada tan solo por la velocidad en que se produce el desarrollo físico, especialmente en lo que concierne a la morfología del cerebro, hay algo mucho más importante y que se establece en esta temprana edad, y es que el bebé empieza a tomar conciencia de sí como individuo.
Durante el embarazo y al inicio de la vida, el recién nacido percibe a su madre como una parte de si mismo, no sabe que en realidad están separados. Es en los primeros meses durante los cuales el niño, adquiere conciencia de existencia y es en este proceso de diferenciación de su madre, donde se establecen las bases de los futuros rasgos psicológicos.
Como psicoanalista, la trascendencia de esta fase es fundamental, ya que se inicia el psiquismo y la humanización del niño, y prefijan las huellas por donde transcurrirán las emociones y los sentimientos futuros. Los bebés que de niños no tuvieron un buen comienzo, lo tendrán más complicado para desarrollarse con la confianza que necesitan. Si durante el resto de la infancia no consigue restablecerse de lo que le perturbó al inicio, la vida de adulto se verá condicionada por aquella lejana carencia.
En el embarazo, muchas madres sienten que su cerebro ya no es el mismo: sienten que pierden memoria, se confunden… ¿qué pasa en el cerebro de la madre durante el embarazo?
La madre tiene que adecuar todo su ser a la presencia del hijo, adaptarse, integrarlo en sus estructuras mentales, conseguir que se convierta en una prioridad para ella, algo que empieza a ocurrir durante la gestación misma. Es decir, se tiene que producir en ella una transformación emocional que le permita aparcar por un tiempo sus intereses personales y dedicarse a la crianza. Solo en este estado mental podrá empatizar y comprender las necesidades de su hijo.
Durante las primeras semanas, después de dar a luz, la madre cae en un estado, podríamos decir que pseudopatológico donde, hipersensibilizada, cambia sus prioridades, disminuye su interés por el mundo que la rodea y concentra toda su atención en su recién nacido. Es una época delicada, ya que su hipersensibilidad la expone a una gran vulnerabilidad. Se trata de un estado pasajero que cede a las pocas semanas y que tiene como finalidad conseguir el vínculo fusional que el recién nacido necesita.
Todos estos cambios en la personalidad de la madre, se reflejan paralelamente en la modificación anatómica del cerebro que modifica su estructura. Se ha podido comprobar mediante escaners, como la materia gris del cerebro se reduce en algunas zonas. Parece ser que el tejido neuronal de estas áreas se torna más especializado, se fortalecen unas conexiones y se reducen otras. Estas variaciones anatómicas, apuntan a que el cerebro de las gestantes se transforma en áreas que controlan los procesos mentales que están relacionados con la percepción social.
¿Cuál es el mejor papel que puede asumir el padre durante el embarazo y los primeros meses de vida de un bebé, respecto al bebé y respecto a la madre?
También durante la gestación el padre sufre su transformación personal, su percepción tiene que adecuarse a la nueva situación, admitir que su pareja durante la gestación, inicia una estrecha relación con el hijo que porta en su seno y de la que él puede sentirse excluido. En algunos hombres, esta situación reactiva reacciones ambivalentes que en general se superan sin más complicaciones. Son sentimientos que le preparan para disfrutar desde otro lugar diferente al de la madre. Al comienzo su vínculo con el niño no es el mismo que el de la madre, de hecho, a muchos hombres les llevará un tiempo conseguir vincularse, es por esta razón que el padre tiene que participar desde el inicio en la tarea, aunque sea de forma distinta a como lo hará la madre. El padre sabrá esperar, respetar el estrecho vínculo de madre e hijo y a la vez apoyar a la madre en esta tarea que requiere tanta dedicación. Se trata tan solo de unas semanas, hasta que el niño esté mejor diferenciado y ya haya percibido que él, es alguien separado de su madre. Mientras tanto, el bebé disfruta también del contacto con su padre, al que distingue desde el principio.
En el libro se habla del periodo que va de los cero a los tres meses del bebé, “la persona que crea el vínculo a partir del cual el niño consigue diferenciarse es la madre o la persona que actúa como tal. En este periodo es ella la que establece una unión exclusiva con él. El padre también interviene, naturalmente, y existe para el niño, pero no ejerce la función de madre”. ¿Qué opina de la utilidad de equiparar los permisos de maternidad y paternidad en términos de la evolución del bebé y no de la evolución de la sociedad?
Este es un punto delicado y que puede conllevar controversia, especialmente porque actualmente, tanto las mujeres como los hombres, intentan igualar sus roles.
Pero la naturaleza impone unos condicionantes irreductibles en este punto. No importa quien ejerza la función materna, en realidad puede desarrollarla cualquiera que ame incondicionalmente al bebé y que quiera ejercerla, bien sea el padre biológico o no del niño, una tía, la abuela… La única condición es que establezca un vínculo fusional con el recién nacido.
Lo natural es que sea la madre la que asuma esta tarea. No es posible que el vínculo se reparta por igual entre dos. El niño se diferencia desde un solo vínculo. Solo se encuentra fusionado con su madre o con la persona que actúe como tal, es a la única que no diferencia de si mismo. Distingue al padre y a otras personas del entorno, pero no a la madre. Es curioso que el bebé percibe la voz de ella como propia, sin embargo, distingue la voz de su padre o de otras personas como distintas.
Teniendo en cuenta esta realidad, lo prioritario es proteger el vínculo materno especialmente durante los tres primeros meses de vida y como mínimo hasta el año. Lo que quiere decir que, si todo ha transcurrido bien durante las primeras semanas, el niño puede quedar a cargo del padre, éste sabrá que su madre no se encuentra cerca y la esperará confiado. Pero por muy bien que esté con su padre, y por mucho que disfrute del vínculo con él, espera a que su mamá aparezca en un momento u otro. Y hay que tener en cuenta que a estas edades, la espera no puede ser muy larga.
Estos requisitos condicionan de entrada la forma en que al inicio se relacionan cada uno de los padres con el niño y también entre ellos.
Las bajas por maternidad tendrían que ser lo suficientemente prolongadas como para que ningún bebé fuera prematuramente separado de su madre, en un momento en que aún no se encuentra preparado. Deberían ser los padres los que decidieran cómo se reparten entre ellos los meses de baja.