LA “SANGRE DE HORCHATA” DE LUISA CASTRO

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Una de las sorpresas literarias de este año, para mí, fue Sangre de horchata (Alfaguara, 2023), de la escritora y directora de Instituto Cervantes en Nápoles Luisa Castro (Foz, 1966). Belén, de dieciséis años, es la narradora de la historia de su familia, perteneciente a la alta sociedad catalana. Todos los personajes que pibotan alrededor de Belén son una incógnita para ella: su padre, en silla de ruedas, que salta de un secretario personal a otro buscando dejar atada, de una manera personalísima, su herencia. Ricardo, su hermano mayor, es otro misterio que sabe más de lo que cuenta. Su madre, de la que vive alejada y recibe, de vez en cuando, alguna llamada de rigor. Todo cambia para Belén el día en que su madre se presenta en la puerta de su casa, dispuesta a ayudar a Belén a desentramar el drama vital —en formato tragicomedia— en la que todos están inmersos. Todo lo que se diga de este libro será poco: lo mejor es invitar a una lectura que, a lo largo de sus páginas, incita a imaginar a una familia totalmente disfuncional y a posicionarse entre sus roles. Entonces, la lectura se torna en una experiencia a medio camino entre lo desternillante y la reflexión íntima y profunda. Abandonos, accidentes, separaciones, amores clandestinos y algún escándalo de corrupción entre miembros de la alta burguesía abren el camino hacia el desenlace de una historia donde proliferan los secretos y las dobles versiones de los hechos. El personaje de Belén procura mantener su sangre fría frente a caos, la incomprensión, los malentendidos y los sentimientos.

Luisa, que tiene un hijo de 27 años y otra hija de 26, ha publicado numerosas obras literarias —novela, ensayos y poesía— y conseguido hacerse con un buen puñado de galardones por ello. Algunas de sus obras más conocidas son La segunda mujer (Seix Barral, 2006), La fiebre amarilla (Anagrama 1994) y El secreto de la lejía (Planeta, 2001).

¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?

Lo mejor y lo peor a veces van juntos. Cuando cometes errores con ellos y ellos a cambio te devuelven una enseñanza. Lo mejor es siempre la pureza que nace de un corazón que se abre camino. Lo peor, no estar a la altura de esa pureza.

¿Cómo era tu trabajo antes de ser madre?

Esencialmente mi trabajo antes de ser madre y después de tener hijos no ha sufrido cambios significativos. He tenido la suerte de poder ver crecer a mis hijos en casa, de cuidarlos yo misma, y hacer esto compatible con una actividad creativa como la literaria, que no exige unos horarios y espacios determinados, y que es una actividad autogestionada, y que ejercí hasta que ellos empezaron a autogestionarse y no me necesitaron tanto.

¿Cuál es el germen de esta novelesca trama?

El germen de esta novela fue la angustia y el miedo persistente de sentir algo parecido a que mis hijos estaban solos o en peligro durante los años en los que no estuvieron conmigo. Mi miedo de haberles abandonado. Esa fue la primera pulsión, la de deshacerme de esos fantasmas, y la primera imagen se materializó como la de una niña en apariencia muy afortunada, pero que busca desesperadamente en su entorno alguien a quien querer, alguien en quien depositar la confianza y el amor que solo te pueden dar un padre o una madre. Belén es una niña que lo tiene todo en apariencia, pero que le falta lo esencial.

 

Vivíamos en un palacio. Aunque nuestra casa se había incendiado varias veces, todavía conservaba su fisonomía modernista. Algunos aseguraban que la causante de los incendios podría haber sido, en tiempos no tan remotos, aquella mujer de la que teníamos tan buena opinión ahora que estaba lejos, pero que, al parecer, en una época que yo identificaba con mi fecha de nacimiento, sufría severos ataques de histeria. La humareda de los incendios había llegado, según las sirvientas, a nuestras cunitas. Nadie me confirmó tal cosa, pero yo suponía que a mi madre la habían encerrado en un sanatorio para enfermos mentales.

 

Es maravilloso el juego de los tiempos, del pasado de Belén a su voz en el presente. ¿Es la Belén adulta la que abraza a la Belén niña en la portada?

Me encanta la portada, tiene algo almodovariano. Me gustan los colores y la luz que desprende. Y no lo había pensado, pero sí, efectivamente, esa interpretación de la cubierta es muy acertada. Con su escritura de adulta Belén acoge y protege a la Belén niña, la abraza. Puede que en eso se cifre toda su necesidad de amor. Quererse a sí misma por encima de todo.

También me encanta la comicidad de esta situación, que roza la tragedia cada dos por tres. ¿Es el humor lo que nos salva la vida?

El humor nace casi siempre del dolor, del daño, de lo feo y lo imprevisto. Nos hacen reír las personas que caminan al borde de un precipicio leyendo el periódico. Nos hace reír todo lo que es riesgo e ignorancia del riesgo. La risa de Belén es también esa risa nerviosa, la de alguien habituado a la soledad y a los peligros que encierra una familia y un entorno del que no te puedes fiar, pero que es el que es, y es el tuyo. Y el humor, como la escritura, oponen un escudo y una resistencia a esa realidad.

¿Qué importancia tienen en esta historia objetos tan banales como una sandwichera o unas mancuernas? Me gusta mucho el simbolismo de la sandwichera pues, aunque chamuscada, sigue cumpliendo su función. Y que lo único que se rescate de la deriva sean las mancuernas, también.

Sí, los objetos son importantes porque son trasuntos de sentimientos, de recuerdos, de evocaciones, y tienen un gran simbolismo. Pero además en este caso la familia de la novela, como todos los personajes que pululan por ella, tienen todos algo de discapacitados emocionales, y sus deficiencias o faltas acaban depositándose en pequeños objetos cargados de gran simbolismo. El fetichismo es una de las características de estos personajes inválidos emocionalmente y con tendencia a objetualizar a las personas. Es un mecanismo de compensación de ciertas psicosis. Puedo odiarte locamente, sin embargo, me quedo con tu sandwichera y la venero. Ambas cosas representan lo mismo: incapacidad para lidiar con los sentimientos. Los objetos son trasuntos de ese amor y de esa violencia.

 

Víctor, el abogado de papá, vivía en la ciudad, y pasaba a visitarnos los viernes por la tarde. Yo lo veía llegar con su moto, que dejaba aparcada en la acera de enfrente —jamás la metía en nuestro recinto—, y corría a abrirle. Mi padre me había enseñado a agradar a los extraños, y más aún a los próximos. Nuestro plan era dejarlos con la boca abierta, extasiados ante el espectáculo de mi belleza y virtud. Tal vez este autorretrato sea poco verosímil, y un tanto decimonónico, pero había esa complicidad entre nosotros. ¿Cuándo aprendí a complacerlo? No me acuerdo. Desde siempre me veo representando ante él el papel de un ángel de la Renaixença. Tenía dos buenos ejemplos en los que mirarme, el uno, mi madre la incendiaria, y el otro, mi abuela y su retrato al óleo que colgaba de la pared. 

 

Hay mil cosas que decir de todos los personajes, pero voy a poner el foco en la relación entre Belén y Valeria, su madre. Tengo una persona cercana, en mi entorno, que me ha ayudado mucho a entender el personaje de Valeria. Es una persona que sufrió un ictus y tiene daño cerebral, por eso me recuerda, en sus comportamientos inesperados, a Valeria. No sé si hubiera podido entenderla de no ser por tener este caso tan cerca. Parece egoísta al limitar su contacto con su hija a contadas llamadas telefónicas, pero, en el fondo, quizá está lejos, precisamente, para salvarla. ¿Es entonces, tremendamente generosa? Tiene otro brillante detalle de generosidad cuando pide a Belén que nunca se aleje de su padre.

El personaje de Valeria es complejo y no está desplegado del todo. Se esconde y se muestra a la vez. No sabemos si está loca, si se hace, si es bondad lo que la mueve o, por el contrario, es resentimiento fruto del abandono. Lo que está claro, para mí al menos, es que es un personaje en manos de otros. Alguien que se ha entregado, o a quien quizás el entorno ha enloquecido y que no se vale por sí misma. Me da mucha pena Valeria. Creo que tengo que rescatarla de ahí. Y creo que eso es lo que piensa Belén. La novela en ese sentido queda abierta, y no acabamos de saber cuáles son sus verdaderos móviles.

Del repertorio de “Valerias”, ¿cuál es tu favorita?

El de esa mujer que anda merodeando el colegio de su hija a la caza de una oportunidad. La loca que, bajo su locura, necesita el amor y la empatía de su hija. La prófuga. La que se escapa del hospital. La que sigue amando al hombre que la tortura. La que no tiene remedio.

 

 

Belén tiene dieciséis años y vive en una casa de locos. Su padre, ya muy mayor y en silla de ruedas, insiste en empezar a organizar la enorme herencia que le corresponde. Su hermano parece saber cosas que a ella le oculta todo el mundo. De su madre ni hablamos: apenas alguna llamada telefónica con mala cobertura y ni una visita desde que, cuando los hermanos eran pequeños, sufrió un episodio que acabó en internamiento. Y Belén quiere que todo sea normal y seguir el consejo que oye desde niña: «Sangre de horchata, cariño. Pase lo que pase, hay que tener sangre fría».

Con ritmo de comedia y aliento de drama, Luisa Castro teje una gran novela sobre la ruptura de una familia y sobre eso que nunca sabremos de los demás: qué sucede tras la puerta cerrada.

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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