Empieza Srta. Lylo —nombre artístico de la bordadora y diseñadora gráfica argentina aficanda en Barcelona Loly Ghirardi— su Diario de una bordadora (Lumen, 2023) con una dedicatoria a su linaje femenino y una frase rotunda: «A mí, el bordado me salvó». Y es que comenzó a bordar, literalmente, para sobrevivir a la bomba que explotó entre sus manos cuando le dijeron que no podría ser madre de manera natural y abocándola a un rosario de tratamientos de fertilidad y pérdidas.
Srta. Lylo siempre lleva el pelo trenzado y siempre lleva bordados encima: en sus ropas, en una bolsa con sus bastidores, en sus cabellos. Podría decirse no se concibe sin la identidad de las trenzas y el hilo la personalidad de esta mujer creadora. Lo que hace en este Diario de una bordadora, de hecho, es trenzar su experiencia personal —escrita— con sus bordados —fotografiados— y con algunos apuntes sobre técnicas —que incluyen patrones—. Para peinar esta trenza en forma de libro, además, se acompaña de varias cómplices como May Morris, Jane Austen, Louisa Pesel o Louise Bourgeois, que le ayudan a dar pinceladas históricas sobre la historia y trascendencia del bordado.
A través del bordado, Srta. Lylo teje, con total honestidad, una historia que no siempre fue dulce y un final que no siempre es el deseado. Pero lo que no fue y tanto dolor causó dio paso a una explosión de creatividad que ahora se antoja imparable y que la ha convertido, sin duda, en referente del bordado.
Qué manera la tuya de crear belleza y contar una historia con hilos y colores. ¿Cómo has hilvanado todo esto? Para todo lo que cuentas en Diario de una bordadora hay un soporte bordado.
Todo se fue como encadenando, se fue como decantando. Primero hice una cronología de mi vida que era como para mí, para saber qué hitos había. Quise bordar sobre fotos, sobre soportes que no solamente fueran telas. No quería que solo fueran bastidores y tal, pero lo que más me ayudó a como a centrarme fue la elección de los 3 puntos de cada capítulo. Hay un inicio, un nudo y un final. El punto hilván, por ejemplo, es el punto fácil, como la vida misma, hasta que te topas con algo como lo que me pasó a mí en la búsqueda de la maternidad. El punto nudo es más complejo, vi ahí esa simbología, la analogía con todo lo que quería contar. Y el punto atrás, en el último capítulo, que es el que resuelve y conecta.
Tu testimonio es valiente y ayuda a visibilizar una realidad que se oculta, que es el deseo de ser madre y no conseguirlo.
Cuando estaba atravesando todo eso necesitaba verme reflejada en otros relatos, y sí que tuve lecturas interesantes, buenas, pero la mayoría terminaba un embarazo que se concretaba, con una búsqueda dura, pero al final siempre parecía ese “bebé milagro”. Y en ese momento yo me decía que no, que esa no era mi historia. Cuando apareció la posibilidad de hacer este libro no sabía hasta qué punto hablar, hasta qué punto exponerme; si podía escribirlo, si lo podía manifestar, pero sí sabía que todos los bordados que hacía al final me sanaban y toda la carrera que desarrollé surgió a partir de esto. Y pensé que sí, que tenemos que nombrar las diferentes maternidades, incluso la no maternidad, y las distintas formas de transitar ese periodo.
La maternidad y, en especial, la no maternidad, son temas muy potente y nos atraviesan a todas las mujeres en algún momento de nuestra vida, o en toda. ¿Y por qué no nombrarlos? Tampoco quería ser políticamente correcta, a ver si mi mamá se iba a ofender o si mis amigas iban a pensar cualquier cosa. Decidí que tenía que ser honesta.
Iba escribiendo cosas y preguntándome qué sentía mientras bordaba y qué sentía cuando dejaba de bordar. O qué sentía cuando iba a una clase y cuando acababa esa clase. Cuando iba revisando la historia, iba encontrando cosas en común. Todo mi mundo de colores refleja cómo estaba yo por dentro. Todo iba tomando sentido.
¿Cómo elegiste a las cómplices que te acompañan en esta narración?
Fui buscando historias de mujeres que bordaban. Sí es verdad que un tiempo antes me habían regalado un libro de Jane Austen sobre patrones de bordado y que cuenta un poco su historia. Como soy diseñadora gráfica, todo el movimiento Arts & Crafts de William Morris ya lo había estudiado. Me acordé de que tenía una hija que bordaba y quise incluirla también: ella es May Morris. Quise que estas mujeres me acompañaran, quería nombrarlas. Había leído un libro que hablaba de Louisa Pesel, una bordadora inglesa, y me pareció que ella fue la primera mujer que enseñó a bordar a soldados para sanar sus traumas al finalizar la Primera Guerra Mundial. Me sentí identificada con Louisa Pesel en su labor de enseñanza: para mí, enseñar también fue súper importante y mucha gente que viene a mis talleres atraviesa otros procesos y bordar les ayuda.
Jane Austen, por ejemplo, se bordaba sus propias hombreras o ropa, pero no por una cuestión de labor doméstica, sino como para embellecer lo que se hacía. A mí también me gusta bordar mis prendas y vi ese paralelismo entre nosotras. May Morris también era muy gráfica, entonces es como para tener un poquito también de eso, claro. Louise Bourgeois interviene en ropa que fue habitada, algo que a mí siempre me gustó. Me encanta usar telas que ya existen para que tengan una capa también de historia.
Hay un punto en el que creo que la escritura y el bordado son como dos expresiones de una misma necesidad.
Pues sí, totalmente. Una mano sostiene la aguja. La otra, la tela. Esa concentración, esas manos ocupadas, es como si escribieras.
¿En qué punto dejas de ser alumna para ser profesora?
Me costó un montón. No sabía cómo iba a enseñar si yo solo era una aprendiz. Al final, cualquiera puede bordar, no tienes que recibirte en ninguna academia. Obviamente hay escuelas, pero también puedes aprender de manera autodidacta. Tardé como cinco o seis años en aceptar el encargo de enseñar. Una chica desde Madrid me propuso enseñar. Me daba mucho apuro enseñar en Barcelona, que era donde yo estaba aprendiendo. Me curré un súper taller, tenía que ser especial. Ahí fue empezar y no parar: me encontré con otra cara del bordado que también me da mucho, que es la enseñanza.
Agustina Guerrero, autora de La compañera y El viaje, también juega un papel importante en tu historia como bordadora.
Ese fue el punto de inflexión en mi camino de bordadora. Hasta ese momento, todos mis bordados estaban en un cajón. A mí me gustaba mirarlos, hacer fotos y, cuando ella me dijo que quería que bordase para uno de sus libros, al principio pensé que era bordar sobre imagen un dibujo de ella. Pero me dijo que no: que quería que bordase la parte de atrás, que hiciera algo floral y colorido. Lo que hice fue un bordado de todos los puntos que había aprendido hasta ese momento. No fue nada premeditado y sí muy intuitivo. Todo lo que aprendí lo apliqué ahí. Y a raíz del éxito que tuvo el libro, hice mi web y tuve que decidir cómo nombrarme. Ahí surgió mi identidad como bordadora. Gracias a ella empecé a ser más conocida en el bordado y, por nuestra amistad y nuestra forma de compartir y apoyarnos, salió el libro El viaje en el que yo aparezco. Es un souvenir hermoso. A raíz de ese libro, su editora se interesó por hacer algo conmigo.
Es bonito definirse como bordadora, decir «yo soy bordadora».
Yo antes decía que era diseñadora gráfica y bordadora. Ahora ya digo: «soy bordadora».
En el centro del libro hablas de actividades que disfrutaste y otras que no. Paseos por la playa, pérdidas, tests de embarazo, abortos, ecografías, conciertos…
Con este libro doy un paso más: me muestro, explico mi historia, le doy voz. Todo lo del bordado es muy agradable y vistoso, claro. Pero el texto tenía que ser muy honesto, no disfrazar nada, porque al final somos las dos caras.
¿Qué es lo último que has bordado?
Ayer, a las once de la noche, terminé de bordar una mariposa que tengo en el moño que me pondré hoy para la presentación en la librería. Y tengo que bordar a Agustina, que quiere un corazoncito en su camisa, así que ahora voy a bordar eso.
«A mí, el bordado me salvó», nos dice la narradora al inicio. Hasta los treinta y cinco años, su vida discurrió como un punto hilván. Pero al decidir ser madre, comenzó un vía crucis de ilusiones, de soledad, de culpa, que transitó hasta hallar en el bastidor una inesperada salida. Hoy, con el nombre de Srta. Lylo, teje su historia de aprendizaje y búsqueda de identidad, una historia que se entremezcla con la de otras mujeres, como Jane Austen, May Morris o Louise Bourgeois, cuyas trayectorias fueron atravesadas por la aguja. Un emotivo relato lleno de delicadeza y ternura, una guía de iniciación al bordado y a la vida.
Un comentario
Preciosas e inspiradoras palabras.
El arte es clave como vía de expresión y creación en procesos complicados de nuestras vidas.
Gracias por esta belleza.