Titula Susana Chillida Una vida para el arte (Galaxia Gutenberg, 2024) a la biografía que inmortaliza la vida de sus padres, Eduardo Chillida y Pilar Belzunce, y razón no le falta: ciertamente, no se puede entender la obra de uno de los escultores y grabadores más reconocidos de la historia del arte sin su alma y sus manos; tampoco sin el apoyo de su mujer. Pareciera que son una trinidad, un conjunto, un todo. Es importante entenderlo, pues la obra de Eduardo Chillida no hubiera podido ser la misma sin que Pilar Belzunce se hubiera unido a su camino en un pacto tácito: «Si tú me sigues…». Esas cuatro palabras lo desataron todo. Pilar, que en ese momento iba a tener un novio arquitecto, apoyó su decisión de dejar la carrera para ser escultor y marchar a París. Después: el arte y la vida.
Pilar y Eduardo tuvieron ocho hijos y una de ellas, Susana, se ha hecho con el título de garante de sus memorias: ha realizado dos documentales sobre él, De Chillida a Hokusai: Creación de una Obra (1994) y Chillida, el Arte y los Sueños (1999) , y diseñado programas educativos como Miro y comprendo para el museo Chillida Leku (2001) o Paseo por las artes para la cárcel de Navalcarnero (2010). Además, ha publicado Chillida, el Arte y los Sueños: Memoria de las filmaciones con mi padre (2003) y editado Elogio del Horizonte: Conversaciones con Eduardo Chillida (2003), Cien palabras para Chillida. Homenaje X aniversario (2013), Eduardo Chillida. Conversaciones (2021) y El gato y el pájaro: José Ángel Valente y Gonzalo Suárez con Eduardo Chillida de fondo (2023). «Desde muy joven la vida me hizo entender que mi padre era “alguien” especial para mucha gente. Lo curioso es que poco a poco fui entendiendo que su importancia venía por las esculturas que hacía; del hombre sabían poco. Por eso, aunque en mi primer trabajo se trataba de documentar con la cámara el proceso de realización de una obra suya, yo incluí entonces sus pensamientos sobre el arte y su trabajo. Los aspectos personales me atraían cada vez más y decidí hacer un segundo documental. Después vinieron los libros», explica Susana.
Este último libro, Una vida para el arte. Eduardo Chillida y Pilar Belzunce, mis padres, es el resultado de tres fases de escritura —tres en uno, como fueron Pilar, Eduardo y su obra— a lo largo de más de diez años: «Comencé escribiendo sobre los lugares de Chillida. Era un pequeño libro biográfico para acompañar a mis documentales centrado en los espacios que habitaron o en los que él trabajó, pero lo dejé porque murió el DVD como formato. La segunda fase coincidió con el duelo por la muerte de mi madre: lo pasé escribiendo sobre ella y me gustó que no hubiera sido publicado antes, pues pensé que el libro la estaba esperando a ella. Cuando escribo sobre mi padre siempre aparece mi madre. Ella siempre encontraba un lugar: estaba en su vida diaria y continuamente. Cuando escribía sobre mi madre, estaba mi padre y estaba su obra. La tercera fase tiene que ver con mis hijos: leyeron lo que ya había escrito y les interesó saber más sobre la obra, sobre sus abuelos. Entre una cosa y otra, no he dejado de trabajar. Hauser & Wirth estaba buscando una biografía y yo les conté que tenía una muy avanzada. Desde el presente, volví a mirar la vida de mis padres, a ordenar, a juntar lo que había escrito hasta ese momento. La parte más poética del libro, desde 2022, me ayudaba a meter una capa más de tiempo en todo lo que había mientras lo iba ordenando por décadas. Ha sido un proceso muy bonito, de entendimiento de la historia de mis padres, que es la de mi familia, la mía, la de mis hermanos. Entendí que la obra, mi madre y mi padre eran un único proyecto. Nosotros, los ocho hermanos, somos los que completamos esa flor de vida».
Esta biografía, ordenada por décadas y por títulos que aluden más a los recuerdos que a un orden temporal canónico, no escatima en intimidad. También en intimidad propia. Y es que Susana relata, entre anécdotas y memorias, sus tres abortos y lo que sintió antes de convertirse en madre, por fin, de un hijo vivo —tiene dos—: «Mi primer embarazo duró dos meses y yo me sentí madre. En mi mente, mi bebé casi estaba yendo ya al colegio. Fue muy triste y duro perderlo. Al año, volví a intentarlo. Mi mejor amiga y yo estábamos embarazadas a la vez, muy ilusionadas. Vino embarazada a verme a Nueva York y yo ya había perdido a mi segundo bebé. Siempre sentí que fui madre antes de ser madre. Es algo que no se reconoce, que es un gran dolor. Escribí una carta a todas mis amigas cuando perdí a mi tercer bebé contándoles mis sentimientos —los buenos y los malos—. Necesitaba que supieran que había sido madre, aunque no tuviera en mis brazos un niño vivo». «No hay palabras para esta pena, Susi», le dijo su padre, que le hizo una medalla a la que ella se agarraba durante su duelo por la pérdida de un tercer bebé. Cuando por fin nació su primer hijo vivo, sintió que los seres humanos, aunque con frecuencia se nos olvide, también somos animales: «Me impresionó muchísimo sentir un peso sobre mí, fuera de mi tripa, que ya notas que no es tuyo, que se apoya en ti. Lo olía, lo veía, lo tocaba, y no pude evitar pegarle un lametazo». Este delicioso pasaje está incluido, también, en este libro generoso.
Una vez recuerdo haberle comentado:
—¡Mira, qué maravilla!
Era un simple cambio de postura en los dedos de mi recién nacido dormido.
—¡Lo es! —contestó él—. Para ti, que lo sabes ver…
Siempre hubo entre nosotros algo con el ver y el no ver, con el mirar… Y también hubo siempre entre nosotros, cómo no, esculturas.
«¿Has visto qué maravilla? Sí: para ti que lo sabes ver», es un fragmento de una conversación entre Susana y su padre, a cuenta de la observación del movimiento de los deditos de su hijo. «Es la diferencia entre las personas: los que están capacitados para ver la maravilla de las pequeñas cosas y los que no se fijan», explica Susana. «Siempre supe que querría tener hijos y fui la última de mis amigas en tenerlos, porque quería haber empezado un camino antes de ser madre. Nunca vas a encontrar el momento perfecto: cualquier momento es momento, lo que hace falta es amor. Estaba filmando cuando había nacido mi primer hijo. Monté en Barcelona y Eduardo Iglesias, mi marido, me lo traía a la sala de montaje para que le diera el pecho. Vivíamos en casa del director de fotografía, Josep María Civit, y su mujer, Rosa Vergès. Fueron tiempos muy bonitos. Como contaba Margaret Mead, cuando iba lenta en la escritura de uno de sus libros: “El problema no es que el bebé llora, sino que sonríe demasiado, por eso las horas se me van”».
Las maternidades de Pilar no estuvieron exentas de dudas: la fogosidad de Eduardo también se escribe negro sobre blanco. Guiomar fue su primera hija, nacida en 1951. Cuenta Susana que, aunque infrecuente en la época, Eduardo asistió al parto de todos sus hijos. Tras Guiomar llegó Pedro, después Ignacio, más tarde Carmen… En total, ocho: cuatro hermanos y cuatro hermanas. Se dice que, en la casa, se preguntaban: «Mamá, que este ya anda… ¿Cuándo viene el próximo?». Susana habla de la lactancia materna como método contraconceptivo, y que Pilar solía alargarla tanto como le fuera posible. También del método Ogino, que comenzaron a seguir. Ella fue la quinta hija… nacida bajo este método. Al octavo hijo, Pilar comenzó a tomar la píldora anticonceptiva sin siquiera respetar los descansos, y la tomó hasta bien entrada la edad de la menopausia.
Este libro, además de como una biografía que, por fin, deja claro que eran tres: Eduardo, Pilar y la obra, y que eran indisolubles, actúa como homenaje a las mujeres que rodearon su vida y que facilitaron la crianza y el cuidado de los ocho hijos de la pareja. «Como mi madre acompañaba siempre a mi padre en sus viajes, tuvimos a varias empleadas del hogar que nos cuidaban. Mis hermanas, cuando crecimos, las contrataban y seguían ayudando a nuestra madre en todo. Las mujeres se ocuparon de las cosas cotidianas de la casa, de que el hogar funcionase, dejándole a Pilar la libertad de poder irse con Eduardo para que Eduardo tuviese la libertad de hacer su obra como el mundo vamos a agradecer. Todas esas mujeres han hecho mucho para que Eduardo pudiera hacer la obra que hizo. Este libro es un reconocimiento a ellas», sentencia Susana.
Acompañante eterna del famoso escultor, fue en la pintura, precisamente, donde Pilar encontró refugio tras la muerte de su compañero de vida en 2002. Pilar falleció en 2015 y sus cenizas reposan junto a las de su marido bajo un magnolio en el área privada del museo Chillida Leku de Hernani (Gipuzkoa). «Pili nunca tuvo tiempo libre y lo que es peor: se ahorraba la expresión de su amor por evitar el dolor ajeno. En una familia tan numerosa no tienes tiempo para querer a todos sin hacer daño a muchos», cuenta Susana refiriéndose a los consabidos celos. Uno de los empeños de la autora era saber si sus recuerdos coincidían con los de su familia. : «Una hermana y un hermano lo leyeron antes de terminarlo. Los demás han ido leyendo el libro ya publicado. Han leído, a veces, los cuñados antes que los hermanos, y todos me han dicho cosas muy bonitas. Se cierra una etapa preciosa, a ver qué más parimos en el futuro. Seguro que se van a abrir conversaciones interesantes entre nosotros, sus hijos. No hemos tenido tantas conversaciones porque no hemos sido esa clase de familia que todo lo habla. Como ellos faltaban mucho de casa, nos contaban historias y nosotros les contábamos lo que nos había pasado. Pero no entrábamos en opiniones o críticas. Seguro que ahora queremos conocernos más sutilmente, tengo esa sensación».
Sobre Chillida todavía no está todo dicho ni escrito, y todavía menos sobre Pilar Belzunce: «Este libro completa todo el trabajo previo que había hecho sobre mi padre y su obra. Es el final de un largo proceso que empezó con un encargo audiovisual en 1992. Entre los muchos descubrimientos que fui encontrando en este camino por la memoria personal, familiar, y de su entorno artístico, quizás el más importante fue la necesidad de incluir a mi madre en pleno derecho junto a él. Fueron una pareja de amantes del arte. Un verdadero tándem. Imposible concebir al uno sin el otro. No todo el mundo sabe cuánto sacrificio supone dedicar una vida a ello, incluso para aquellos artistas que han tenido suerte, apoyo, oportunidades y reconocimiento temprano de su talento, como fue el caso de Chillida. Al haberlo visto desde niña, yo lo sabía y valoraba la grandeza de mi padre, pero quizás no tanto la de mi madre, que era una gran gestora de sus sueños. Este libro me ha llevado a profundizar en su figura hasta llegar a entender su vida: él, ella y la obra de Chillida eran tres entidades unidas en una: un único proyecto vital. La dedicación de mi madre al arte era muy distinta a la de él, pero igualmente sacrificada. De hecho, renunció a muchos momentos con sus ocho hijos de niños por ser “el pilar” de Eduardo como hombre y como artista. Desde 1950, todo lo económico y social, la agenda de exposiciones, los viajes siempre junto a él, el trato con galeristas, transportistas y proveedores, los pagos, los cobros… corrían de su cuenta. Al igual que la emoción de compartir diariamente lo que de manos de su hombre iba saliendo para el mundo».
Es imposible resumir, ni falta que hace, toda la vida contenida en este libro. Con frecuencia, cuando una autora publica un libro, se abre una ventana de intimidad entre ella y la periodista —nos nombro en femenino, pero cabemos todas las personas— en la que poder preguntar lo que se quiere saber o lo que se necesita saber para escribir. Por eso escribir esta pieza es tan complicado: se queda fuera tanto,que solo se puede aludir a la lectora, interpelarla e invitarla a saber más a través de la lectura de esta vida para el arte que entregó una pareja de enamorados. «El libro es una historia de amor. Una historia de familia y una historia de amor al arte», finaliza Susana.
Antes de decidir que quería ser escultor, Eduardo Chillida empezó la carrera de Arquitectura. Cuando pensó en abandonarla y marcharse a París, le dijo a Pilar Belzunce: «Si tú me sigues…». Con ese condicional entre una pareja de enamorados quedó sellado el pacto del que nacería un tándem indestructible.
En este libro Susana Chillida, su hija, rinde a los dos un vívido homenaje en el que repasa la trayectoria profesional de su padre al tiempo que teje unas memorias de familia. Las obras públicas –como el Peine del viento o Elogio del horizonte–, las lurras, los anagramas, los aforismos, las gravitaciones, los collages…, por estas páginas desfila toda la obra de Eduardo Chillida al tiempo que la autora pone en valor la relevancia de la figura de Pilar Belzunce, una mujer adelantada a su tiempo, a lo largo de todo el itinerario del escultor. Ese recorrido se enriquece con anécdotas personales, familiares, con recuerdos alegres y otros dolorosos, con fotografías. También con reflexiones sobre qué significa ser artista y ser hija de un artista: para Susana Chillida las esculturas de su padre eran como otras hermanas.
«Hay espacios a los que la razón no llega. Estos espacios son sólo accesibles para la percepción, la intuición y la fe, esa hermosa e inexplicable locura», escribió Eduardo Chillida. Desde la nostalgia y la admiración, su hija dibuja el espacio, enorme, que siguen ocupando sus padres.
*Imágenes familiares cortesía de Susana Chillida