El pasado domingo las musas me ofrecieron un plan irresistible, auspiciado por Circo de Circe: entrada para ver Safo en los Teatros del Canal y posterior cena-coloquio con sus directoras Marta Pazos, Christina Rosenvinge y María Folguera. Esta obra, estrenada el pasado verano en el Festival de Teatro de Mérida, tiene la intención de hacer justicia, por fin, a la poeta de Lesbos. Pero esa no es la única intención que subyace de esta arriesgada propuesta, de la vanguardia de Safo.
Las tardes del domingo son tardes tontas, muy tontas. Marcan el fin de una semana y te recuerdan que al día siguiente es lunes. Es lunes y empieza el cole, y las criaturas tienen sueño y los mayores, también. Por eso cualquier plan de domingo es buen plan. Llegamos a los Teatros del Canal Ana Oroz —Directora de arte de MaMagazine— y yo buscando a nuestras anfitrionas, Nuria Labari y Alexandra Rodríguez (ellas son Circo de Circe). A su alrededor, la escritora y directora creativa Virginia Mosquera, la gestora cultural Encina Villanueva, la psicóloga y sexóloga Paola Ruiz Huerta, la escritora Silvia Nanclares o la periodista Esther L. Calderón,entre otras.
Entramos en la sala y descubrimos el frente de la escena de un teatro romano cubierto por telas rosas. En el cielo del escenario las nubes eran rosas también. La imagen recuerda a un útero, a una víscera de la que emergen la belleza y la vida. También la muerte. Sobre el escenario comienzan a desfilar las intérpretes en una suerte de poema visual y musical, un poema interpretado cuya inspiración son un puñado de versos —los pocos versos conservados de una extensa producción que se estima superaba los 10.000—, mucha devoción y ganas de restituir la verdad de Safo, pervertida por siglos y siglos de patriarcado. Acompañan sobre las tablas a Christina Rosenvinge, en la piel de Safo, virtuosas figuras de la escena musical contemporánea como Irene Novoa, Xerach Peñate, Lucía Rey, Irene Novoa o Juliane Heinemann, y las intérpretes Lucía Bocanegra, María Pizarro y Natalia Huarte. No es mi intención contar la historia de Safo, pues eso ya lo hace magistralmente la recién nombrada Premio Nacional de Poesía Aurora Luque mejor que nadie, pero sí lo es contar que ese tarde-noche tonta de domingo un puñado de mujeres vimos dar forma a un momento histórico, que fue el devolver a Safo su historia y su esencia. Obviamente, lo hicimos como videntes y oyentes. Pero estuvimos allí mientras otra buena cantidad de mujeres ponían el cuerpo y las entrañas sobre el escenario. En un jardín de Lesbos, isla entre Oriente y Occidente, la poeta Safo ha convocado a las Musas protectoras del arte para saber qué será de su nombre. Las diosas detienen su juego para iniciar a Safo en un viaje a través del tiempo: de Ovidio al siglo XXI, de los versos perdidos a una subasta en Christie’s. Pero también nos acercaremos a la Safo humana, a la artista que tocaba en bodas y cantó al deseo por distintas mujeres. Safo inventó nuestra forma de entender el amor. Esa noche, de la mano de las Musas, intentamos entenderla a ella.
Que nadie espere ver teatro clásico, porque no lo es. De hecho, no puede ser más vanguardista. Puedo llegar a entender que haya gente que no quiera salir de su zona de confort y se escandalice al presenciar una obra que no cumple con la estructura clásica que se espera de una obra dedicada a una autora griega. Puedo llegar a entender que se abandone la sala al observar el fulgor de los cuerpos desnudos de las mujeres. Esas mujeres ponen el cuerpo para resucitar a Safo y lo hacen con amor, con pasión, incluso con violencia. Puedo llegar a entender que los amantes del teatro clásico se escandalicen al escuchar a Safo —Christina Rosenvinge— guitarra en mano entonando una canción pop. Y, entendiéndolo todo, solo puedo dar valor, un valor muy positivo, al ver a estas mujeres en escena —insisto, poniendo el cuerpo— al servicio de la restitución de la figura de Safo. No, no es teatro clásico: es justicia poética, es liberación y es avance. Hace no demasiados pocos años, de hecho, estoy convencida de que las mujeres sobre el escenario hubieran tenido cuerpos de supermodelo normativa. Pero ahora ya no hace falta. Lo que hace falta es tener un cuerpo y no tener miedo. Eso es avance. Hace no demasiados años, nadie dudaría de la versión de Ovidio y asumiría que Safo se tiró desde un acantilado, presa del desamor… por un hombre. Una mentira de la que ya nos hemos liberado. ¿Por qué da tanto miedo que Safo ame a las mujeres? En estos tiempos que corren, máxime tras ver el sangrante comportamiento de los habitantes del Colegio Mayor masculino Elías Ahuja en Madrid acosando a las habitantes del vecino Colegio Mayor femenino Santa Mónica al grito de “putas, os vamos a follar”, me parece mucho más amable amar a una mujer con pureza que desde la pretendida perversión homosexual de la cultura judeo-cristiana. Justicia poética es dar la razón a Safo, que ya pronosticaba en el siglo IV a.C. este instante: «Os aseguro que alguien se acordará de nosotras en el futuro».
Desde los “Dicen que” sobre Safo, con los que da comienzo esta restitución hasta los aplausos finales, desde el pop y el tecno, desde el magistral vestuario hasta los audaces desnudos, solo tienes que tener los ojos y la mente abiertos para ver desfilar la belleza. La obra es, en momentos, tan intensa —y en momentos, también hay que decir, se desinfla un poco—, que acabas extenuada por los impactos, por todas las sugerencias, por todos los aprendizajes. Cuando salimos del teatro casi no sabíamos qué decir. Teníamos que digerir lo que habíamos visto. Esa digestión a mí, personalmente, me ha durado cuatro días. Y me ha sentado genial. Nuestro plan incluía, al finalizar la representación, un encuentro con las directoras, enriquecido por la presencia de Aurora Luque. Es ahí, en ese encuentro, en el que brotó la magia. Ahí fuimos conscientes del contexto, de los entresijos de la producción, de la composición, de los porqués. Entendimos muchos de los detalles y fuimos, por fin, parte de esta historia que es la historia de Safo dos mil cuatrocientos años después. El valor —como valentía y como importancia— de estas mujeres es inmenso.
Así que sí, desde aquí no puedo más que recomendarte que vayas al teatro a ver Safo. Que leas a Safo. Que leas a Aurora Luque escribiendo sobre Safo. Es más: que, si tienes la oportunidad, la escuches. Es una maestra innata.
Hasta el 9 de octubre de 2022 en los Teatros del Canal (Madrid).
Ante todo, Safo era música
Los versos de Safo nacieron cantados. No se leían en la intimidad, sino que tenían melodía y ritmo y se interpretaban a viva voz -quizás amplificados por un coro- en celebraciones colectivas. Aquellos que los escuchaban, se los aprendían de memoria para reinterpretarlos a su vez, y así corrían por los salones y las sobremesas en forma oral. No se fijaron en forma escrita hasta mucho después de su muerte. Existe, pues, un vínculo natural con la canción pop contemporánea. La música de Safo se ha perdido. No se ha podido reconstruir la sonoridad original de esos hits de la antigüedad, son un misterio. Pero es posible -y muy tentador- zambullirse en el espíritu de sus textos, en ese dulce tormento de no poder agarrar lo deseado, y jugar con algunos elementos de su legado poético y musical: la estrofa sáfica, la lira, el plectro, el modo mixolidio; pero, sobre todo, con la potencia de sus imágenes, y reinterpretarlos desde el pop contemporáneo. En el fragmento 36, Safo dice: “Deseo, y después busco”. Este verso define certeramente el anhelo que nos mueve. La necesidad de escribir antecede a las palabras, el impulso de hacer vibrar la voz y el instrumento musical antecede a la canción. El deseo de amar antecede al encuentro con el objeto amoroso. En otro fragmento Safo dice: “Vamos, lira divina, hazte sonora”. Hoy su lira sería una guitarra, o tal vez un sintetizador. ¿Cómo habría sonado Safo, la cantautora primigenia, la primera de la estirpe, en el siglo XXI? Imaginemos una tarde florida, no tan remota, en una isla intemporal.
Christina Rosenvinge
El sol de Lesbos
La puesta en escena de Safo transita entre lo oculto y lo revelado. En un diálogo constante entre lo que se ha perdido y lo que ha permanecido a lo largo de los siglos, la plástica escénica gira en torno al estudio de la propia iconografía de la poeta, a través del algunas de sus representaciones pictóricas y escultóricas más icónicas a lo largo de los siglos. Safo lo inunda todo.
El sol de Lesbos desaparece y ella es una lluvia encantadora que derrite los cuerpos de mármol, que toman vida. Aparece con su lira dorada y el oro salpica las imágenes simbólicas que, a través del cuerpo palpitante de las intérpretes, forman paisajes de tiempo suspendido. El propio teatro es Safo y, como el cuerpo de la poeta en numerosas representaciones, aparece envuelto por tejidos color peonía, como flores de ramo de novia. La arquitectura está ante tus ojos, pero, como ocurre con sus versos, no se revela completa. Como en la propia historia de la poeta, siempre hay algo que no nos deja ver su genialidad de forma plena.
Marta Pazos
“Alguien se acordará de nosotras”
Al investigar a Safo, asombra la recurrencia de ciertos lugares comunes que han marcado su mito como autora: sacerdotista, regente de una escuela de jóvenes poetas, suicida por un hombre, décima musa… Nuestra mirada quiere reconocer a la Safo poeta, de la que se sabe muy poco biográficamente, pero sobre la que operan todo tipo de mitos. Traer a las Musas a escena nos permite jugar con esas dudas y proyecciones. El teatro es el lugar para el encuentro de lo irresoluble, un sitio donde por fin podemos hacer, por ejemplo, que Safo pida cuentas a Ovidio por alterar su mito con una leyenda falsamente biográfica. Mientras tanto, las Musas juegan a encarnar a distintos personajes, a esos poetas históricos posteriores, a sus discípulas coetáneas o a la mismísima diosa Afrodita. En el espacio y en el tiempo del escenario, volveremos a aquel paradisíaco jardín mediterráneo, un Lesbos más permisivo que las severas Atenas o Esparta, donde Safo se erigió como referente para los siglos venideros. Queremos traerla de nuevo a la canción popular, a la ironía y al suspense, porque encontrarse con ella es descubrir su fragilidad indestructible. Como dijo la misma Safo en un verso: “Te aseguro que alguien se acordará de nosotras”.
María Folguera