La lectura del libro de Daiana Líber “¡Hacé vida normal! Reflexiones sobre una (ovo)donación” ha provocado una cascada de reflexiones y pensamientos en mí. El primero de todos: que existen pocos testimonios como éste y que son muy necesarios. No solamente porque la posibilidad de que una mujer pueda desahogarse y compartir sus incertidumbres y quejas: también porque de esta manera son partícipes de la visibilización de estos asuntos que tan escondidos han permanecido hasta este momento.
La infertilidad femenina parecía ser la única opción en cuanto a infertilidad se trababa. Ahora, por fin, se ha descubierto que, de las alrededor de 800.000 parejas en nuestro país que sufren problemas de infertilidad, el 30% de las causas pueden radicar en el hombre, porcentaje que comparten con la mujer. El 20% es causa de ambos y el otro 20% pueden ser causas sin explicación aparente. Esto significa que, una vez más, las mujeres hemos cargado con esa culpa sin compartirla, por imposibilidad, por ignorancia o por miedo.
En mi entorno, solo he conocido de cerca un caso de ovodonación, el de la decoradora y artesana Belén Lafuente. Ella es madre de Roque y Diego, que cuentan ahora con cuatro años y medio de vida, y vio en la ovodonación la única forma posible de poder hacer realidad su deseo de ser madre. Charlamos con ella para saber cómo fue ese proceso, conocer sus miedos y cómo se siente en la actualidad.
¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
Lo mejor, sin duda son mis hijos, que existan tal y como son. Lo peor, en mi caso, fue la NO maternidad, los años que pasé deseando ser madre y no pudiéndolo ser. Una vez conseguí quedarme embarazada, lo peor ha sido el cansancio y la soledad, las toneladas de cansancio físico y mental que me han impedido disfrutar de ellos durante un año y medio.
¿Cuándo deseaste ser madre por primera vez y cómo ha sido el camino hasta conseguirlo?
¿Cuánto espacio hay disponible en esta revista? Quise ser madre desde niña, pero la primera vez que lo intenté tenía 27 años. A partir de ahí y hasta los 44, momento en que por fin lo conseguí, he pasado años de ilusión y frustración intermitente, sobre todo los 10 años que estuve en tratamiento. Ha sido pesadilla con final feliz. Estuve a punto de tirar la toalla muchas veces. He sentido mucho dolor, soledad, impotencia, varias pérdidas y un deseo tan grande que podía más que yo y que hizo que lo intentara una vez más.
¿Por qué decidiste someterte a una ovodonación?
No fue fácil la decisión. En esta carrera de obstáculos, que no sabes por qué te ha tocado a ti, tienes que ir subiendo peldaños con cada nueva decisión que la realidad te obliga a tomar. La primera es asumir que algo no funciona: en mi caso no sabían qué era, pero estaba claro que, sin tratamiento, no llegaba.
Después de 5 tratamientos con mis óvulos, siempre con embriones para transferirme pero ningún embarazo, me dijeron que mis óvulos eran “de mala calidad” y que con una ovodonación tenía muchas más opciones de quedarme embarazada. En principio, lo que más me asustó era la parte económica. Si ya eran caras las inseminaciones, la ovodonación era el doble: mi tratamiento y el de la donante.
Pero lo tenía claro y familiares que me ayudaron económicamente, así que firmé. Después, vinieron los miedos y la pena. Cuando pensaba en que tendría unos embriones sanos, gordos y potentes (así los visualizaba yo) me venía la pena de que cuando crecieran no se iban a parecer a mí, no iba a ver los ojos de mi madre o las manos de mi padre en ellos. No tenía ni idea de cómo sería esa donante, su genética, su salud, sus inquietudes. ¿Qué tipo de chica vende óvulos? ¿sería por generosidad? ¿para hacerse un viaje? ¿para irse de fiesta? ¿por necesidad? Pero el deseo seguía siendo más fuerte que todas las preguntas y yo sólo podía estar agradecida a esa chica y a la ciencia si entre las dos conseguían algo que yo ya vivía como imposible y que seguía doliendo físicamente, como si me clavasen un cuchillo.
¿Qué ha sido lo más duro y qué lo más gratificante en este proceso?
Creo que lo más duro ha sido no poder vivir la maternidad como algo feliz desde el principio. Siempre que pienso en mi maternidad, tiene un gusto agridulce porque ha habido tanto dolor en el proceso que no lo puedo olvidar ni consigo separarlo de la felicidad que sentí al haberlo conseguirlo. También me sigue produciendo mucha rabia el tiempo perdido por no haber dado con la Doctora Juana Crespo antes y haber perdido años con otro doctor que no supo ver mi problema. Perdí mucho dinero, pero sobretodo unos años valiosísimos que no recuperaré nunca.
Lo más gratificante, sin duda, son ellos: por las noches, cuando me acerco a su cama y les veo dormir, pienso que son MIS hijos y me parecen un milagro, dos milagros maravillosos. Otra cosa que me produce mucha satisfacción es haber peleado como una loca por ellos: no haberme rendido, a pesar de todo, me hace sentir poderosa. También es una gran alegría haber descubierto a un grupo de amigas y familia que, de manera incondicional, han estado ayudándome de la mejor manera posible.
¿Qué te ha supuesto física y mentalmente, someterte a este proceso?
Físicamente es muy duro estar sometida a controles, a pinchazos diarios durante meses, a una operación para cauterizar una de las trompas… Aunque el tratamiento de ovodonación es el menos traumático de los que he hecho, porque la parte más dura es a la que está sometida la donante. La verdad es que esta parte física sí se ha “borrado” con el tiempo: lo recuerdo sin emoción, como una incomodidad, pero no con dolor.
Las consecuencias mentales forman ya parte de mí, han moldeado mi forma de ser para bien y para mal. Como cualquier experiencia importante en la vida, deja sus marcas en quien eres.
¿Qué pensamientos provocó en ti respecto a la identidad? ¿Supuso algún freno a tu deseo de ser madre que los óvulos fecundados no fueran los tuyos?
Creo que ha quedado más o menos ya explicado con anterioridad pero sí, tuve que superar esos pensamientos y dudas. Surgen e incluso te da miedo reconocerlos, pero una vez me permití tenerlos y ponerlos en voz alta, la conclusión era siempre la misma: si quieres ser madre, esto esta es la oportunidad. Y nunca más lo dudé.
Cuando intentabas quedarte embaraza y no lo conseguías, ¿qué frases escuchaste que te dolieron y cuáles te ayudaron?
Hay muy pocas que te ayuden. Muchas veces me ayudaron más los silencios y los gestos que las palabras bienintencionadas. De los que duelen hay más: “no te preocupes”, “la próxima seguro que será”, “también se puede ser muy feliz sin hijos”, “tú disfruta con tu pareja y ya llegarán”… En fin, estoy segura que todas estas frases se dicen con la mejor intención pero, en realidad, tú no quieres escuchar nada. Lo único que te consuela algo es que te acompañen en tu dolor, sin tratar de camuflarlo con consuelos falsos.
¿Sentiste alguna vez la carga de la culpa?
Sí, claro. Desde el primer momento. La primera y, en nuestro caso, única prueba que le hicieron a mi pareja fue un seminograma y salió normal. Ahí lo dejo. A partir de ahí, todo lo que no salía bien, era “por mi culpa”.
¿Cómo te sientes ahora?
Feliz. Me siento feliz.
Solamente me gustaría decirle a las mujeres que estén dudando si someterse o no a este tratamiento, que no piensen en los demás, que conecten con ellas mismas y se olviden de familiares, amigos, sociedad y de todo lo que no sea suyo, porque al final se trata de su vida, sus deseos, sueños y miedos y sólo una misma puede saber qué quiere hacer, y lo que haga será para toda la vida.
Me he encontrado con personas a que les daba miedo pensar que sus padres, futuros abuelos de los niños, no les fuera a querer igual que al resto de sus nietos. A mí esto me parece increíble porque tengo una familia que me ha apoyado desde el minuto cero en todos los sentidos, y que ha sufrido y llorado de alegría conmigo en cada tratamiento. Pero existen tantas circunstancias como personas y la decisión es suficientemente importante como para tomarla tú sola.