Pasa Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 1960) por Madrid y es imposible no intentar conversar con ella sobre la escritura y la vida, que se entretejen en su último libro Escribir un silencio (Alfaguara, 2024), un recopilatorio de artículos, discursos y pensamientos que, a estas alturas del partido, y sin pretender ser una suerte de autobiografía, dan muchas pistas sobre la vida personal y profesional de la escritora. Este libro es muy suyo, pero también muy de todos los lectores: abundan las experiencias personales y las referencias a otras autoras —qué gusto encontrar a tantas escritoras leídas entre sus páginas— que forman la base del suelo que pisamos: Tillie Olsen, Rosa Montero, Dolores Reyes oIrene Vallejo, entre muchas otras.
Habitaba un momento privilegiado de la vida, un martes cualquiera, leyendo este Escribir un silencio frente a mar turquesa de la isla de Menorca. Me encontraba leyendo uno de los primeros textos, Límites (presentado en 2019 en el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires) frente al mar, después de tomar un café rico, descubrir un nuevo territorio. Cuando el relato llegaba a su fin —«La finitud de la vida es un límite. Escribir es apostar a la fantasía de que, muertos, seguiremos vivos»— no pude dejar de intervenir en él y continuar escribiendo. Entre otras frases, escribí que había descubierto quién era Claudia Piñeiro y que, después del azul del mar, el café y la buena compañía, si me moría, no iba a morir en un mal día. Viví, obviamente, para charlar con Claudia y contarlo.
También se paga un precio por el silencio. Lo que no se debe, no se puede o no se quiere decir, se esconde en una zona oscura, indeterminada, donde poco a poco se hace callo. Y el callo crece hasta convertirse en un volcán que un día, irremediablemente, entra en erupción. Escribo para encontrar palabras que cuenten esos silencios, silencios anteriores, los que duelen, los que pueden convertirse en volcán. Escribo las historias que se esconden debajo de él.
¿Cuántos hijos tienes y de qué edades?
Tengo tres: dos varones de 30 y 28, y una mujer de 26.
¿Cómo era tu trabajo antes de ser madre? ¿Y después? ¿Sufrió cambios significativos?
Tuve siempre trabajos de muchísimas horas fuera de mi casa, hasta mi maternidad. Incluso recuerdo una época en la que la mayoría de mis amigas de esa época se casaban a los 24 años, tenían hijos y después terminaban de completar su tarea profesional, si es que la tenían. En mi caso fue al revés: recién empecé a tener hijos a los 33 años y, entre que me recibí en la facultad a los 23 y hasta los 33, trabajé muy intensamente. Al ser madre, busqué otros tipos de trabajo que me permitieran trabajar desde casa o manejar los horarios de otra manera. Estudiaba guion y a mi maestro de guion —no había escuelas de guion o cine— siempre le pedía gente para trabajar. Yo nunca podía porque siempre estaba embarazada o acababa de tener un hijo. Cuando nació mi última hija me propusieron ir a ver a un guionista. Yo contesté que mi hija tenía un mes y que iba a darle el pecho por un año, que no creía que me eligieran. Pero me dejaron traerla al trabajo, algo que no era muy común hace 26 años.
¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
Hay una cuestión de que el mundo ya no pasa por vos, ya no eres el centro del mundo, y eso es bueno porque te hace ver el mundo de otra manera. Probablemente, eso sea el amor: un amor incondicional como ningún otro amor de la vida, un amor de otro estilo. En ese vínculo hay algo muy especial que para mí es lo mejor de la maternidad. También tiene momentos difíciles, que son los que menos se cuentan. Muchas veces una tiene una imagen de lo que van a ser sus hijos, pero sus hijos son personas totalmente distintas a una misma. El primer golpe es con la escolaridad, porque hasta ese momento no hay comparación con otros niños: tus niños son los mejores, los más inteligentes… cuando comienzan a ir al colegio y todos los padres compiten por quién es el niño mejor en cualquier cosa, entran en un mundo muy competitivo y vos misma tienes que bajar la intensidad. Los hijos no tienen que ser los mejores, por supuesto.
Realmente es importante darse cuenta de que nuestros hijos e hijas no van a ser como tú quieres, sino como realmente son.
Yo escribo libros de ficción. Y lo que mis hijos leen ahí es muy distinto a lo que saben de mí. Por un lado, hay una cosa bastante particular, algo que yo siempre pensé: ellos ven la cabeza abierta de la madre. Las madres tienen ideas y no todas las cuentas a tus hijos. Pero cuando mis hijos ven en una novela escenas de sexo o personajes que se drogan, quizá para ellos debe ser impactante y se preguntarán de dónde sabe esas cosas su mamá. Muchas pueden ser imaginación, pero no importa, no dejarán de preguntarse cómo su mamá se mete en esos temas. Me causó gracia uno de mis hijos que, cuando tenía 15 años, se llevó de viaje mi novela Betibú. Cuando volvió me dijo «yo no sabía que vos tenías tan buen humor». Será que con ellos no muestro tanto este aspecto en el día a día.
Tras publicar muchas novelas, llega este libro de no ficción que es, a la vez, un retrato del mundo y una especie de autobiografía. Hay gente que escribe en orden cronológico, pero tú has ordenado tus escritos en siete capítulos temáticos, entre ellos, “De lo que soy”, “De la escritura” o “De lo dicho”. Son una buena manera de conocerte a través de tu escritura. Hay un relato muy personal, “El cuerpo”, que apela a cómo la falta de estudio sobre lo que sucede en el cuerpo de una mujer puede provocar severos problemas de salud. En este caso, una trombosis cerebral por tomar anticonceptivos.
No llegó a ser un derrame lo que tuve, pero la trombosis me hizo desmayar, no poder manejar mi cuerpo, no poder hablar ni hacer un montón de cosas en el momento en el que la estaba transitando. Cuando me hicieron los estudios, me dijeron que fue consecuencia de la ingesta de anticonceptivos con estrógenos. En la clínica que dijeron que el 90% de las mujeres que entraban allí con trombosis o ictus era por tomar anticonceptivos con estrógenos. Está claro que no a todas las mujeres les va a pasar esto, no hacen estudios porque es muy caro, te dan los anticonceptivos y ya si empiezas a tener síntomas o antecedentes, es cuando te estudian. A mi hija le hicieron estos estudios después de lo que me pasó, y también podía ser proclive a que le pasase. Pero ya antes le habían recomendado esos anticonceptivos que, al saber que tenía antecedentes, le retiraron. Hablando con el médico que me los había recetado, me respondió al contarle que debía leer el prospecto decía que podía pasar. Pero es que en el prospecto dice demasiadas cosas: prefieren no vender remedios a determinadas personas que tener que hacer las comprobaciones precisas. Nunca lees las contraindicaciones porque si tu médico, que sabe tu historia clínica y te lo recomienda, confías en él. Me puse muy triste: sentí que era casi un conejillo de indias para ciertos lugares de la medicina.
¿Cómo ha sido volver a leerte?
La idea fue de mi editora, que pensaba que sería interesante revisar mis textos. Pensé que como eran de tantos años distintos, quizá no tenía sentido. Sin embargo, encontré muchas cosas que seguían hablando al presente y creí que valía la pena traerlo. Me llamó mucho la atención que ya varios periodistas han hablado de autobiografía, aunque no había voluntad. Pero es cierto que cada vez que alguien me pidió un artículo, siempre colé cosas que tenían que ver con mi vida personal, con cosas que no hago en la ficción. Por eso aparecen mis hijos, mis amigos o mi familia, porque cuando quiero contar algo que me están pidiendo acudo a esos recursos. Terminó siendo, involuntariamente, un libro con cierto tinte autobiográfico. Terminamos ordenándolo, como hablábamos antes, de esa manera: quién soy, de dónde vengo, cuáles son mis amores… todo eso va armando una suerte de quién soy yo.
Algunos textos no los recordaba y me sorprendió leerlos. Corregí mucho estos textos porque fueron escritos para salir en periódicos o revistas, pero con muy poca anticipación. En esa voluntad salen apurados los textos. Releídos, para formar parte de un libro, me di cuenta de que más allá de los errores que pudieran tener, había ideas que podía expandir un poco más sin tantas limitaciones de tiempo o caracteres.
Decías antes que muchos de tus textos hablan con el presente. Has escrito sobre el aborto, un tema que sigue vigente porque, aunque conquistados los derechos, parecen estar siempre en peligro. De hecho, ahora estamos inmersas en una campaña a nivel europeo, Mi voz, mi decisión, que busca blindar el derecho al aborto libro y gratuito a través de una iniciativa de participación ciudadana.
Escribí mucho en el momento en que la Ley se empezó a discutir en Argentina. El tema del aborto aparece en mi primera novela, Tuya, es un tema que me interesa desde hace mucho tiempo. Pero el debate todavía no estaba en la sociedad. Cuando se abrió el debate y los intentos de que la Ley se aprobase —no salió en 2018, pero sí en 2020—. Justo en 2020, en mi novela Catedrales, se leía desde el contexto religioso en España y desde otro punto en Argentina —en España ya existía una ley para proteger el aborto—. Siempre aparecen peligros inminentes, siempre está en tela de juicio. Aunque no den de baja la Ley, es posible que saquen el presupuesto de esos programas, que la Ley exista, pero que no puedas acceder a ella. Hay que estar muy atentas.
Otro tema de rabiosa y desgraciada actualidad, que también abordas en tu libro, es la censura.
Sí: adquirió otras formas. Cuando escribí El reino, una serie que hablaba de un pastor evangelista que hablaba de pedofilia y otros temas, me denunciaron algunas asociaciones evangelistas cuando, en realidad, había un coguionista varón, un director… había un montón de varones entre medio, pero la denuncia fue hacia mí en una carta pública que comenzaba diciendo «Sin ánimo de censurar». Todo lo que se escribía atrás eran cosas terribles que me hicieron pensar que quizá esa gente vendría hacia mí. Ataques en las redes, prohibición de libros… en algunos lugares, como en Miami, hay padres que pueden elegir una lista de libros prohibidos.
“La maternidad contra la escritura” es otra de tus ponencias. ¿Crees que es más fácil ahora escribir siendo madres?
Por supuesto que es posible, lo hacemos y lo seguimos haciendo, pero sería bueno que hubiera algunas leyes que apoyaran a las mujeres en los cuidados. En Argentina, el 21% del PIB era trabajo gratuito de las mujeres hace pocos años. Ahí hay algo que está mal. Gran parte de ese trabajo gratuito, además, está puesto en sus hijos. Es mucho más difícil para las mujeres, desde luego. Que lo puedas hacer, además, no significa que todas lo puedan hacer. Y lo que hay que propiciar es que todas las mujeres lo puedan hacer. Eso solo se consigue con políticas de estado.
En la Feria del Libro de Guadalajara, estando con Dolores Reyes —que tiene seis hijos— en un lugar donde estaban todos los escritores con el tequila, nosotras estábamos con el teléfono pululando por ahí. Yo estaba ayudando a mi hija con una tarea que tenía que presentar en el colegio. Ella estaba mandando una pizza a los suyos. Estábamos ahí, pero a la vez estábamos asistiendo a nuestros hijos.
«Muchos de los personajes de mis novelas son madres. Me interesan más las madres que se equivocan que las que aciertan. Las que dudan. Las wue se enojan con la maternidad. Las que se cansan. Incluso las que se hartan. Las que se atreven a decirlo». ¿Cómo podemos acabar con el mito de la mujer-madre perfecta que nunca se equivoca?
Nos equivocamos todo el tiempo, no vas a una facultad y te recibís de madre. Es ensayo error: hay cosas que te salen bien y otras te salen mal. A veces, son las circunstancias las que hacen que te salgan mal las cosas, no es que siempre te equivoques. La carga sobre las madres sigue siendo enorme.
En “Mujer a los sesenta”, escribes: «Sé que habrá diversos deseos para otras de mi generación, pero la mujer que soy, a los sesenta, tiene una obsesión bastante clara frente a la finitud de la vida: multiplicar los mundos y vidas posibles. Si no puedo sumar más años en sentido vertical, quiero ensanchar horizontalmente».
Tenía un texto sobre los 50 años y pensé que, en vez de cambiarlo, haría uno diez años después. hasta los 50 multiplicaba por dos y pensaba que todavía podía vivir la mitad de mi vida. Pero ahora ya no. Hay que aumentar la vida en capas, no en años: viajar más, leer más, conocer nuevas cosas… sentir que la vida se sigue llenando de otras novedades que quizá no las vas a buscar en el futuro, sino en el tiempo en el que estás viviendo, agrandando sus espacios. Ahí tengo ganado mucho viaje y mucho libro.
«Sospecho que lo que escribo nace del silencio. Porque así fue desde mi niñez, del silencio a la escritura. De la resistencia a hablar, al placer de construir un texto».
Admirada por miles de lectores en todo el mundo, Claudia Piñeiro es, además de una prolífica y premiada escritora de ficciones (novelas, cuentos, guiones de series y de películas, obras de teatro), una delicada observadora de la realidad. Este libro reúne por primera vez los numerosos textos publicados a lo largo de los años en distintos medios: escritos personales y autobiográficos que hablan de la infancia, la familia, las amigas, los maestros o la maternidad, así como aquellas intervenciones más políticas —como el ya célebre discurso en la Cámara de Diputados de la Nación Argentina a favor de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo— o los textos de apertura de ferias del libro como las de Buenos Aires o Rosario, reflexiones acerca de la propia escritura, sobre escritores y escritoras que la marcaron o los viajes a festivales literarios.
Escribir un silencio es un libro generoso y único en la trayectoria de esta autora tan emblemática que nos permite un acercamiento distinto, íntimo, a una de las escritoras más queridas del ámbito del español, una referente en temas como el feminismo, los derechos de los escritores y la desobediencia como postura ética y vital.