El Club de las Malas Madres, antes de las Malas Madres. Al César lo que es del César. Te puede caer mejor o peor Lucía Etxebarria. Puedes saber más o menos de su vida y andanzas, si entró en un reality para pagar a Hacienda o si está tan envuelta de polémica que cada vez que abre la boca, sube el pan (como diría mi madre).
El caso es que en 2009, cinco años antes de la exitosa fundación del Club de Malas Madres de Laura Baena, Goyo Bustos y Lucía Etxebarria ya pusieron nombre a este concepto/movimiento/sentimiento. Parece ser que estamos llegando a una edad (quién nos lo iba a decir) en la que quien no se ha casado, está a punto; quien no, divorciado y, entre casorio y división, nuestro instinto e inconsciencia nos juega una buena o mala pasada, según se mire, y hace que nos reproduzcamos. Así, sin pensarlo. O pensándolo mucho, qué más da. El resultado es el mismo: una criatura en este mundo que depende de nosotros… ¡que depende de nosotros!, cuando nosotros todavía no tenemos claro si hemos dejado de depender de nuestros padres.
Estoy a punto de entrar en la treintena y aunque mis ganas de ser madre nunca han formado parte (al menos, visible) de mi persona, ya me he quitado esa preocupación de encima. Ya soy madre. Aunque suene mal, mi problema cuando llegue a los 40 no será que se me está pasando el arroz. Serán otros, pero no ése. No hay mal que por bien no venga.
Quiero compartir contigo la introducción que hizo Lucía Etxebarria a su libro El club de las malas madres. Para ser más exacta, el por qué decidió en su momento escribir este libro desde su experiencia como madre (al igual que lo hace su compañero en esta aventura literaria, Goyo Bustos, desde su experiencia como docente). Aquí os dejo un fragmento. Y os recomiendo, sobre todo a las madres futuras o presentes la lectura de este libro que, como casi todo lo que escribe Lucía, es algo que me hubiese gustado escribir a mí.
“POR QUÉ HE ESCRITO ESTO: LA MADRE.
Yo no soy una buena madre. Y probablemente usted, que me lee, tampoco. Si usted ha decidido quedarse en casa y consagrarse al cuidado de sus hijos, es usted una madre hiperprotectora, amén de un parásito, un ser que vive a expensas de otro y a espaldas de las verdaderas preocupaciones y dificultades de la vida. Si usted trabaja fuera de casa entonces desatiende a sus hijos, y nadie valorará el hecho de que tenga usted que hacer verdaderos malabarismos para conciliar la vida familiar y la laboral. Lo peor de todo es que unas madres y otras van acusándose mutuamente: la que se queda en casa arremete contra la que trabaja y viceversa, como si no fuera suficiente con recibir los ataques de los pediatras, los psicólogos, los especialistas en sueño, los periodistas, las madres, las suegras y las cuñadas.
Nosotras, las madres de hoy, aseguran ciertos psicoanalistas, somos la fuente de todos los problemas de nuestros hijos, porque tenemos demasiada fuerza y les hemos robado autoridad a los padres. Si su hijo es hiperactivo, si tiene rabietas, si insulta a otros niños en el colegio, la culpa será siempre de usted porque, o bien le consiente, o bien no le atiende lo suficiente. ¿Y dónde están esos padres a los que les hemos robado la autoridad? (…) Nadie culpará al padre, nadie cuestionará nunca que el padre trabaje fuera de casa o viaje. Pero ¡ay de usted si lo hace! No sólo tendrá que enfrentarse al goteo constante de comentarios más o menos directos o indirectos por parte de su madre, de su suegra… sino, sobre todo, tendrá que lidiar con su propio sentimiento de culpa, que no la dejará vivir.
Yo no soy una buena madre. Trabajo fuera de casa y además viajo. Dejo a mi hija con canguros. Tengo novios y vida social. No le he proporcionado a mi hija ese entorno familiar estable que entronizan los manuales de pediatría, las revistas de papel couché. No soy una buena madre pero pago las facturas de mi hija (…), apenas duermo para poder llevarla al colegio todos los días, dedico la mayor parte de mi tiempo libre a su cuidado y todo mi espacio mental a pensar en ella. No soy una buena madre, como no lo somos ninguna. Es lo más parecido a lo que vivíamos en la primera adolescencia. La que intimaba con chicos era una puta, la que se resistía era una estrecha: no había término medio. El caso es que nunca llueve a gusto de todos y una mujer nunca hace las cosas bien.
Nuestra sociedad es perfeccionista y quiere individuos perfectos. Superhombres que se afeiten con acabado impecable, (…) que vayan al gimnasio tres veces por semana. Supermadres de brillante sonrisa y silueta juncal, triunfadoras en todos los hábitos, adoradas por sus maridos y respetadas por sus jefes, y criadoras de niños sanos y emocionalmente estables (…).
Usted que me lee, ¿está con los nervios de punta porque no le da tiempo a hacer todo lo que debería? ¿tiene diez kilos de más? ¿no tiene tiempo para ir al gimnasio y, si lo tuviera, lo emplearía en dormir? ¿desearía que a veces fuera él el que se ocupara de la compra, de la colada, de los biberones y de la visita al pediatra? ¿a veces se enfada, a veces está harta, a veces llora y a veces, muchas veces, no está en condiciones de dar lo mejor de sí misma? Estupendo. Bienvenida al Club de las Malas Madres. Recuerde: no somos las mejores pero somos mayoría”.
Una vez más, no puedo estar más de acuerdo con Lucía. Mientras tanto, me esforzaré en ser la mejor/peor madre posible para mis hijos. Porque mientras Amazon no venda madres, no van a tener otra diferente. Y al que no le guste, que no mire”.