Despiertas con un aturdimiento que no te deja pensar, cierta pesadez en el estómago, el deseo adormecido y la angustia apretando los dientes. Consultas el horóscopo, la previsión meteorológica, el último post de esa mujer que nos inspira, te centras en el trabajo, pero la silla resulta molesta, abres la ventana o una botella de vino, te masturbas y sales a la calle, buscando en la oscuridad del cine, en una charla entre amigas, en los escaparates donde cuelga todo aquello que nos falta y vuelves a casa, a tu cuerpo, quizá sobre otro cuerpo, incapaz de agotarse del todo, reconociendo otra vez las mismas sábanas de esa cama que podría, tal vez, ser un hogar. ¿Y si fuera la maternidad la que rellene ese hueco, la que calme el ruido, la que justifique estos órganos, esta piel, este levantarse cada día sin un propósito?
Es la misma sociedad que nos aturde la que nos brinda la opción de ser madres a toda costa, puedas o no, quieras o no, esa maternidad, está también en el escaparate y promete, no deja de prometer. Pasas el embarazo preguntando, muerta de miedo, entre ecografías, pensando que quizás te has equivocado, que tú no sabes parir, pierdes el paso entre libros que te incitan a cuestionarte cómo deberías dar a luz, donde deberías hacerlo, la lista de factores que has de tener en cuenta: parto medicalizado, parto en casa, en el agua, en una clínica privada, en la seguridad social, en movimiento, anestesiada, abrazada, a oscuras, junto al fuego, sola, entre mujeres, entre matronas, con placer, con dolor. Tomas nota de la eterna lista de objetos imprescindibles: la cuna, el carro, el calienta biberones, la topa de algodón, la mochila, la bañera, el sujetador de lactancia, las bragas desechables, la crema antiestrías, la crema de pañal. Nace tu bebé y aún sabes menos, aún sientes más. Escuchas al pediatra y te ahogas entre libros sobre alimentación, ritmos de sueño, movimiento libre, etapas del crecimiento, apego seguro y desarrollo psicomotor que devoras durante las noches en vela, como países enormes que se alejan unos de otros, hasta que una madrugada de diciembre sientes claramente un rayo que recorre tu cuerpo y atraviesa las paredes, un rayo que te dice que tú sabes, que hay otra forma, que no tienes nada que enseñar, solo dejar que esa criatura te des-aprenda en cada paso y lo vuelva por fin todo al revés.
Pero escuchas comentarios en el parque, en las revisiones médicas, en las visitas de familiares y amigxs, comentarios que pesan, que anulan, que frustran y ves cómo el rayo se apaga poco a poco, cómo vuelve ese vacío, ese tedio. Papá Estado dice que te ha ofrecido la oportunidad de ser madre, aún cuando no podías, aún cuando no querías y que le debes algo, que hay que encauzar esta locura, que las criaturas deben estar en los parques, no en la calle sucia, ni en un museo silencioso, ni en un restaurante o en un autobús, ni en ninguno de esos lugares que frecuentabas antes. Que debes volver a producir, tu hijx necesita demasiadas cosas que tú probablemente no sabes darle, así que confía en la guardería, en el colegio, en el instituto, ellos saben cómo hacer. ¿Qué son esas ganas de caminar por lo salvaje, de molestar a todxs, de forzar los límites, de andar a cuatro patas, de no creerte las normas, de empezar los cuentos por el final y jugar con la comida como le has visto hacer a él? Tienes que dejar esa droga a la que te has enganchado, dejar de pensar que es posible buscar una opción laboral ajustada a tu salvajismo, optar por más tiempo libre y de calidad y menos dinero para consumir, cambiar los cimientos sobre los que se sustenta esta sociedad enferma y ser, a mucha honra, una niña desobediente.
Pero Mamá Institución susurra al oído: Tienes que tener los pies en la tierra, necesitas tiempo para ti, para tu propio consumo, necesitas producir y tu hijo necesita una educación, estímulos y heredar ese perfecto hueco que sentías hasta que él devuelva al estado lo que debes y se cierre el círculo perfecto. Y si es una niña, ese hueco aún será más grande, casi casi como el tuyo, así que hace falta aún más dinero para colmar su eterno estado de carencia. Entiendes que debes buscar una salida; o rompes las paredes con un mazo de la mano de tu criatura y decides que no le debes nada a papá Estado ni a mamá Institución y aceptas que no te inviten más a las fiestas y te den la espalda en las reuniones, o volvéis las dos al lugar seguro donde sabéis quien sois, con ese ruido de fondo tan familiar, tan molesto, amparadas por cada oficina, cada salario, cada pupitre, cada noticia, cada cambio de gobierno, por el calor del grupo y el brillo de los supermercados.
Resulta que esta vez, si decides volver, te sentirás aún más hueca, porque si no te dejas atravesar, en la maternidad puedes encontrar el mayor de los vacíos, el nudo más apretado, tu imagen retorcida en el espejo, la culpa encorvándote la espalda. Si no le abres la puerta al torrente de lo materno y le dejas pasar para que se cargue todo lo que está en la casa cogiendo polvo, para que rompa las estructuras que creías que te sostenían, para que prenda fuego a cada una de tus antiguas creencias, la maternidad puede ser un auténtico calvario donde no ves la salida; algo que viene a encerrarte, a cortarte la alas, nublarte la mente y asfixiar el corazón, a descubrir en ti un poder que asusta, que quizá es mejor ceder a los médicos e instituciones para que lo manejen como hicieron contigo y así poder seguir girando la rueda del confort con horarios infernales, relaciones precarias, hogares-cárcel y deseos ahogados por la falta, que mantienen el camino iluminado y limpio hacia un consumismo que te consume, pero que al fin y al cabo resulta extrañamente familiar.
Así que mejor no ver lo maternal como una posible vía de escape, o como un logro o un objetivo o un lugar de redención, si no estás dispuesta a que arrase con todo sin preguntar, a que la ola te arrastre y te escupa a una orilla nueva donde solo se puede vivir en el cambio, lo diferente, donde los referentes no salen en las revistas de moda y no hay pastillas que anestesien la inquietud de estar, al fin, COMENZANDO.
Un comentario