86 casas —entre casas, apartamentos, habitaciones de hotel, conventos y asilos— pobló, a lo largo de su vida, la escritora Elena Garro. Y es que, como señala la también escritora mexicana Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988) al inicio de su último libro, La reina de espadas (Lumen, 2024), la suya fue una vida nómada, sin raíces ni ataduras a los territorios. La mexicana Esperanza Navarro dejó Asturias cuando supo de la infidelidad de su marido, José Antonio Garro, con una prima suya. Embarazada de ocho meses, vendió sus joyas y partió a México con su hija, Devaki. Camino a Veracruz, se detuvo en Puebla, donde nació su hija Elena Delfina un 11 de diciembre de 1916. «Y así comenzó, ya desde el vientre materno, una vida en fuga». A lo largo de una vida larga, tuvo más de 30 gatos, una hija, un matrimonio, varios amantes y pasó 20 años en el exilio. Solo disfrutó —y sigue disfrutando— de un hogar sólido cuando falleció en agosto de 1998, como reza su lápida en el pequeño mausoleo donde descansan sus restos y los de su hija Helena.
Su activismo la hizo huir de México, acusada de espionaje y repudiada por los intelectuales, a principios de los años 70 y solo volvió en 1991 para ser homenajeada por su ingente obra teatral. Desde su feliz infancia en Iguala hasta su muerte por enfisema pulmonar en Cuernavaca, la vida de Elena Garro es, nunca mejor dicho, desagarradora. Una vida intensa, un compromiso político intenso, relaciones personales intensas: tanta intensidad encerrada en el cuerpo de una mujer parecía no encontrar un lugar en el mundo. De hecho, Elena Garro estuvo definida durante demasiados años, más que por su destacada producción literaria, en relación a los hombres que la rondaban: esposa de Octavio Paz, amante de Adolfo Bioy Casares, amiga incómoda de Carlos Madrazo.
La reina de espadas es como un álbum de fotos que se escribe, sin orden cronológico, tomando apuntes. Es el fruto de dos años de lectura obsesiva por parte Barrera de la obra de Garro, y no solo de eso: de sus chismes, de sus cartas, de sus entrevistas, hasta de sus cartas astrales, con la intención de completar un puzzle cuyas piezas están guardadas bajo llave, si es que pueden encontrarse: es el archivo de Octavio Paz, que no se abrirá para consulta hasta 2043. Ahí, quizá ahí, con 55 años, Jazmina vuelva a escribir algunos capítulos de la vida de Elena Garro, sobre la que conservamos un día de primavera en Madrid.
Hay una forma en la que abordas la escritura y tiene que ver con obsesionarse con algo. De repente, esta nueva obsesión tuya es Elena Garro. ¿Cómo es el momento en que te ponen delante la oportunidad de bucear en la vida de una autora como Elena Garro, que ha tenido una vida muy pública, muy publicada, pero también rodeada de una gran cantidad de silencios?
Fue una sorpresa este libro para mí, definitivamente creo que el libro me eligió a mí. Me hizo la propuesta la editora de escribir algo mucho más pequeño y yo lo pensé como un pequeño ejercicio, pero a la hora de encontrarme con el personaje, con la historia de Elena Garro, me obsesionó y fascinó, y me metí de lleno. Es un mundo del que se ha escrito y especulado mucho, pero, por otro lado, está lleno de secretos, misterios y lagunas. Esto lo hace muy rico al escribir, porque te permite echar a volar la imaginación. Cuando nos asomamos a la vida de cualquier persona, siempre hay lugares inaccesibles. En este caso, el de una mujer que se encontró a tantos hombres poderosos, al gobierno, a tantas limitaciones, es una historia difícil.
Hay dos relaciones que marcan la vida de Elena Garro. Además de la sempiterna relación tortuosa con Octavio Paz, hasta el final de sus días, cuando dice… Está la relación con su hija Helena, una relación tortuosa y de dependencia insana. ¿Cómo te ha explotado esta relación entre ambas?
Es el aspecto más triste de esta historia. Helena se vio atrapada en las circunstancias de unos padres en conflicto permanente, de vidas nómadas que le daban muy poca estabilidad, de la violencia de su padre, de la depresión de su madre, de las circunstancias históricas que influyeron tanto en sus vidas y que las orillaron a tantas cosas. La relación entre ellas era de codependencia, una relación inescapable donde se querían, se necesitaban y, al mismo tiempo, se odiaban. Eran muy violentas la una con la otra. Es un desastre por donde se vea, un manual sobre cómo no querer a una hija.
En muchos momentos te preguntas por qué no dejaron de tratarse, cómo no se distanciaron. Eran como siamesas.
Helena Paz tuvo una salud muy delicada, tanto física como mental, que hizo que su madre tuviera que cuidarla durante toda su vida. Sucede que estas relaciones de cuidado suelen convertirse en relaciones de abuso, hay un límite ahí muy sutil y peligroso.
«Yo quería ser bailarina o general», dijo Elena en una carta dirigida al crítico literario Emmanuel Carballo. Al final, ni bailarina ni general: escritora. Y sucede que su relación con Octavio Paz fue definitiva para su escritura.
Es muy paradójico y difícil de comprender. Por un lado, fue él quien la incitó a dejar la universidad, el baile, el cine o la actuación. Al principio, hay muchos indicios de que era él quien le pedía que no escribiera, quien la desalentaba de escribir, sobre todo, poesía, pues no quería esa competencia en la que debía ser su esposa, su musa, su acompañante. Luego es él mismo quien empieza a animarla a escribir, sobre todo, a hacer periodismo y ficción, puesto que ahí no se sentía amenazado. Él mismo le da un premio a su obra, encuentra la manera de que se publique. Sí fue tanto un aliento como un silenciador. Las personas cambian, claramente.
«Quiero que sepas de una vez: (…) que yo vivo contra él, (…), estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí a los indios contra él, escribí de política contra él, en fin, todo, todo, todo lo que soy es contra él», dijo Elena a Gabriela Mora. ¿Imaginas la vida de Elena Garro sin Octavio Paz?
Es cierto que su vida hubiera sido otra. Para empezar, quizá hubiera terminado su carrera o se hubiera dedicado a la actuación o al baile. Podría haber sido una gran bailarina y no una escritora, o también una escritora. Nunca lo sabremos, pero su vida estuvo marcada, desde que lo conoció, por Octavio Paz.
Fue escritora, activista hasta el exilio e incluso tarotista.
Tenía esa faceta, sobre todo en el exilio, donde yo la veo tal cual como una bruja. Con su hija, con sus gatos, encerrada, sin ver a nadie, recibe a personas para leerles el tarot o la carta astral. Creo que tiene mucho sentido, cuando una entiende de donde viene la cosmovisión de Elena Garro, que haya llegado ahí. Su relación con lo sobrenatural estaba muy normalizada desde su infancia. Tiene que ver con su idea del tiempo: tiempos paralelos, tiempos cíclicos, tiempos subjetivos, que se relaciona, también, con el tiempo de lo sagrado, del mito, de la poesía, con otras maneras de ver el tiempo, que es lo que pasa con la religión y estas otras formas de acercarse al mundo.
Y con el límite de pensar que es magia negra.
En el momento en que un cura le dice que es magia negra, decide quemar las cartas.
La parte esotérica y el contacto con los surrealistas en París tienen mucho que ver con el inicio del realismo mágico. Parecía que era cosa de otros escritores, pero lleva la firma de Garro. Ese cóctel tiene un ingrediente principal en su vida, que es su infancia. «Cuando pasan los años lo único que queda es la infancia», decía Elena. Al final de su vida, es al único lugar al que quiere volver.
Tuvo una infancia muy particular. Creció en Iguala, un pueblo donde, por un lado, estaban sus padres, que eran muy lectores, muy cultos y muy esotéricos. Sin embargo, no se ocupaban mucho de ella y quienes se ocupaban eran los indígenas de la región, que la cuidaban a ella y a sus hermanos. Disfrutó de libertad, de correr por el campo, hacía travesuras… era una niña con muchísima fuerza de voluntad y mucho ímpetu. En efecto, su infancia se volvió su refugio, su lugar de inspiración, la fuente de la que abrevaba para muchísimo de lo que escribió y de lo que hizo después. Su activismo también se entiende desde su relación tan cercana con el campo y los campesinos cuando era niña.
Otra curiosidad que arroja tu libro es la descripción de la relación de las “Elenas” con el dinero. Cada vez que tenían algo, lo gastaban, aunque después malviviesen.
Es una cosa muy peculiar que a mí, al principio, me desagradaba y después acabó generándome ternura. Es algo que tiene que ver, también, con cierta cosmovisión mesoamericana: no se entiende la riqueza sin compartirla. En casi todos los pueblos de México, las fiestas significan que vas a cocinar a un buen puñado de personas. En cuanto se te da algo, se comparte: es la ética de la reciprocidad. Es un modo de vida. Creo que es algo que siempre ha estado presente en ella: siempre estaba regalando su dinero, ayudando a otras personas, compartiendo —algo que también tiene que ver con su catolicismo—. Por otro lado, tenía esta fascinación con el glamour y el derroche, con el hedonismo. Aprecio esta relación tan hedonista con la vida: podría haber sido tacaña o ahorrativa, pero tenía esta idea que era que el verdadero lujo se aprovecha, se muestra, se goza. Relacionaba el lujo con la belleza, que era lo principal en el mundo. Una de las razones por las que no le gustaba el comunismo era por su estética austera.
Garro tejía su obra con lenguajes que se entremezclaban: en sus textos teatrales se filtra lo poético con gran maestría.
Sus obras de teatro son especialmente maravillosas. Reflejan la influencia de los surrealistas, de los siglos de Oro.
¿Qué lecturas de Elena Garro son las que te quedas ya para siempre?
Un hogar sólido, por ejemplo. La semana de colores es uno de mis libros favoritos ya en mi vida. Por supuesto, Los recuerdos del porvenir, pero muy especialmente, Memorias de España, que es un libro donde lo que más brilla es el sentido del humor de Elena, una de las cosas que más aprecio en ella.
Fue una escritora inmersa en un mundo de escritores: menudo papelón el suyo.
Así es: no era fácil. Muchas de las mujeres de la época, para lograr brillar o destacarse, necesitaban personalidades muy llamativas, muy atractivas y seductoras. Las escritoras de esa época son así: grandes personajes.
Elena Garro pagó un alto precio por su libertad. Pagó con creces y por encima de valor todo lo que le sucedió.
Muchas veces, la valentía está en el límite con la imprudencia, y Elena se arriesgó como pocas en este mundo.
Esperaremos, entonces, a que se descubran los misterios del archivo de Octavio Paz dentro de unos años para que acabes de escribir este libro.
Hay un montón de misterios que se siguen develando e información que irá saliendo. Es una historia en curso, y esto es emocionante. Agradezco que su historia siga abierta, que se siga pudiendo escribir, que haya muchas personas que la conocieron escribiendo sobre ella.
Mientras leo, tengo la sensación que me da la literatura que más me gusta: la de estar mirando a través de una ventana y ver de pronto sobre el cristal, como un espectro, mi propio reflejo.
Este libro nos presenta a una Elena Garro que quizá solo conocieron sus amigas más íntimas. Una Elena humana y, por lo tanto, falible y multifacética. Para trazar este magnífico retrato, Jazmina Barrera hila con rigor científico y sentido del humor una colección personal en torno a la escritora: fragmentos de sus obras, diarios, cartas y entrevistas se trenzan con citas de documentales, algunas carpetas de los Elena Garro Papers del archivo de Princeton, y hasta con sesiones de tarot, I Ching y astrología.
La reina de espadas resalta la peculiar forma de habitar el mundo de Elena Garro y su capacidad para dotarlo de nuevos sentidos a través de los temas que la obsesionaron: el tiempo, la catástrofe, los gatos, la lucha campesina, las puestas en escena y los viajes. Aquí no hay certezas ni juicios: solo el vaivén de una personalidad camaleónica en la mirada apasionada, feminista e inteligente de una investigadora que se transforma conforme avanzan sus pesquisas. La observación aguda que caracteriza la pluma de Jazmina Barrera se alía con su infinita curiosidad y con su prodigiosa memoria para regalarnos una serie de instantáneas de una gran escritora del siglo XX. Y, al hacerlo, demuestra pertenecer a ese mismo linaje.