Helena Eyimi es matrona y trabaja para la Organización de Naciones Unidas desarrollando un programa de formación continuada para profesionales sanitarios sobre salud y mujer. Imparte conferencias en universidades y organizaciones de prestigio a nivel global, promoviendo buenas prácticas en los cuidados a la mujer durante su etapa reproductiva y dirige la empresa Helena Eyimi con sede en Reino Unido, que tiene por misión actualizar la práctica clínica para matronas. Aunque comenzó su carrera profesional como tripulante de vuelos, el nacimiento de su primera hija, Alegría, hizo que cambiase el rumbo de los acontecimientos. Entonces, Helena se convirtió en activista contra la violencia obstétrica. Estudió Enfermería, estudió en Inglaterra la especialidad, se convirtió en la presidenta de El Parto es Nuestro y creó grupos locales con mujeres y sus familias para defender un parto respetado.
Protagonista de Demasiadas mujeres, el sexto volumen de nuestra revista en papel, en esta entrevista Helena habla de cómo su experiencia la llevó hasta su cmaino actual: trabaja para las Naciones Unidas desarrollando un programa de formación continuada para profesionales sanitarios sobre salud y mujer, dirige su propia empresa, que tiene por misión actualizar la práctica clínica para matronas a través de un equipo docente único e imparte conferencias en universidades y organizaciones de prestigio a nivel global, promoviendo buenas prácticas en los cuidados a la mujer durante su etapa reproductiva.
¿Cuántas hijas tienes y de qué edades?
Tengo dos hijas: Alegría tiene 19 años y Abril, que ahora tiene 16.
¿Cómo era tu trabajo antes de ser madre?
Antes de ser madre trabajaba literalmente entre volando entre las nubes. Desde bien pequeña tuve el sueño de ser azafata y después de aprender idiomas. Lo conseguí y trabajé como tripulante auxiliar en la época dorada de los 90 para British Airways: Nueva York, Londres, París… ¡No paraba! Tenía dinero y tiempo libre. A los 25 años me compré un pequeñísimo apartamento en el centro de Madrid, que fue mi forma de invertir y poder seguir haciendo lo que más me gustaba. Tenía una pasión especial por empezar mi vida de cero en distintos lugares. He vivido en siete países diferentes y estudiado en universidades en tres idiomas distintos. Buscar un trabajo, comenzar estudios, alquilar y decorar un apartamento nuevo, hacer amigos… No tenía miedo al cambio ni a lo desconocido.
¿Y después?
Al quedarme embarazada me quedé en España con el padre de mi criatura y cerca de mi familia. Cambié de vida y profesión completamente después del nacimiento de Alegría. Durante el trabajo de parto viví un momento de mucha tensión en el que la matrona estuvo constantemente tratándome mal, regañándome y diciéndome lo que tenía que hacer. Recuerdo que tuve una fuerte contracción y bajo el efecto de un enema, cuando estaba literalmente rodeada de mierda, decidí que yo misma me convertiría en matrona (el relato de mi parto fue publicado en el libro La Revolución del Nacimiento por Isabel Fernández del Castillo).
Regresé a la universidad para estudiar el grado de Enfermería con una hija pequeña y embarazada de la segunda. Fue un desafío tremendo para mí, ya que conducía cada día más de 200 kilómetros para ir a la universidad. Yo estaba motivada para acabar Enfermería, era mi camino para poder ser matrona. Lo conseguí gracias al apoyo necesario del padre de las niñas, de mi madre, de mi hermana y de mis comadres. Durante los primeros años de la crianza estuve cerca de la familia materna, pero como ya he dicho, no tengo miedo a los cambios: cuando la pequeña cumplió 5 años, mi marido y yo nos separamos y me trasladé con las dos niñas a vivir a Reino Unido. Primero vivimos en Holywood en Irlanda del Norte, donde trabajé como enfermera y luego nos mudamos a Norwich, Inglaterra donde comencé mi formación de matrona en la University of East Anglia. Desde que nació mi hija mayor mi trabajo ha estado enfocado completamente en temas de maternidad y en la salud de las mujeres a nivel global en diferentes ámbitos.
Pasé de vivir acompañada de familia, amigas y tribu a vivir solas las tres y ocuparme de toda la logística en un país extranjero sin ayuda física ni emocional. Fue mi elección: yo quería que las tres recibiésemos una buena educación. Las niñas han estudiado aquí en una escuela Steiner bajo la filosofía Waldorf. Quería que crecieran en rodeadas de multiculturalidad y hablar inglés era un objetivo importante. Para mí, el objetivo era estudiar matronería en línea con mis valores sobre el feminismo y el respeto a la individualidad. Creo que hice lo correcto y tenemos una vida bastante agradable aquí.
¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
Lo mejor fue experimentar la transformación de un cuerpo embarazado: Dos corazones, cuatro pulmones, estar creando a otro ser humano dentro de mí. Todo esto me sigue asombrando. La experiencia de vivir dos partos vaginales, uno en el hospital y otro en casa sin analgesia me resultó tremendamente poderoso y brutal. La entrega total al momento del parto, la rendición a la intensidad de las contracciones. Sentí que era una súper-mujer y que después de hacer lo que hice todo lo demás en la vida sería fácil. Se desarrolló en mí un respeto profundo cuando veía una mujer con un carrito y un bebé.
Lo peor fue aceptar que se necesita ayuda para la crianza: mi familia y mis comadres fueron fundamentales en esa época. También la falta de libertad cuando tengo que adaptar mi viajes a las fechas escolares, darme cuenta de que tener hijas no es simplemente alimentarlas, sino que necesitan acompañamiento emocional. Para ser capaz de sostener esto yo misma tengo que estar en el centro, acompañada y cuidada. Ahora estamos en plena adolescencia y estoy impresionada de la sacudida emocional que esto conlleva a nivel familiar en todos los aspectos. Cada día es una aventura y puede surgir, de repente, un nuevo drama en casa sin que nadie lo espere. Por otro lado, enamorarme tener una nueva pareja y adaptarla a mis necesidades familiares del día a día es otro gran tema que requiere de un cuidado constante.
De dar a luz siendo víctima de violencia obstétrica has pasado a ser una de las voces referentes sobre matronería en la ONU y un referente en formación. ¿Cómo ha sido ese camino?
La mala atención que recibí durante mi primer parto fue vergonzosa. Si en vez de estar tumbada en una cama con contracciones y desnuda hubiese estado sentada y vestida con un traje, el trato y las maneras hubiesen sido distintas. En ese momento comencé un activismo como mujer y como madre en aquella época en un grupo llamado Apoyocesáreas, que más tarde se convirtió en la asociación El Parto es Nuestro. Me reuní con las familias y las criaturas, escuché las historias de mujeres que también sufrieron violencia a diferentes niveles —infantilización, no permitir estar acompañadas o faltar al respeto en el nacimiento de sus bebés—. En 2008 presidí la asociación y, junto a otras compañeras, participamos en la Estrategia Nacional del Parto Normal. Más tarde comencé a colaborar con el Observatorio de Violencia Obstétrica en España cuidando el camino, sin perder el foco principal: la salud de la mujer —física y emocional— y la defensa sus necesidades.
¿Qué prácticas son necesarias para poder explicar con claridad qué es la violencia obstétrica, erradicarla y crear protocolos de nacimientos que puedan ser aplicados en los partos en entornos hospitalarios?
La violencia obstétrica es el maltrato físico o verbal hacia la mujer en los servicios sanitarios durante el embarazo, parto y el postparto. Por tanto, el primer paso para erradicarla es mostrar lo que está ocurriendo, dar voz a las mujeres que nos piden ayuda, sugerirles grupos de apoyo o recibir ayuda de manos de psicoterapeutas. Por otra parte, están los sanitarios y el colectivo de matronería y obstetricia. Es necesario incorporar a estos estudios temas como feminismo y compasión en la atención a las mujeres. La compasión se ha desarrollado enormemente en campos como los cuidados paliativos o la muerte, pero no el trabajo de parto o en el nacimiento.
Para erradicarla, la formación continuada obligatoria debe ser un pilar en el mundo de la obstetricia y los temas de educación, la respuesta a las necesidades de las mujeres. Por poner un ejemplo, si las mujeres se quejan de malos tratos durante la atención recibida, se hace necesario actuar sobre el código ético profesional, el consentimiento informado y las prácticas bajo evidencia científica. Si las mujeres solicitan partos domiciliarios, los profesionales deben formarse para ser competentes, saber cómo atender un parto con mínimas intervenciones y cuál es el manejo inmediato en el caso de deterioro materno o fetal. En mi opinión, esta es la estrategia: por un lado, con las madres y familias; por otro, con los sanitarios y el equipo multidisciplinar. Todo esto sostenido por políticas a nivel nacional e inspectores que realicen auditorías y regulen que se está cumpliendo lo acordado.
¿Qué opinas de la falta de matronas, una denuncia cada vez más común?
Tengo la enorme ventaja de seguir trabajando en la práctica clínica. Estoy con mis compañeras, escucho sus demandas y la principal es la falta de personal. Pero esto no es exclusivo en el mundo de la matronería: faltan profesionales sanitarios de distintas especialidades y, sin embargo, no hay una queja tan grande por el trato de las usuarias como en el campo de la obstetricia. La falta de matronas o la excesiva carga de trabajo no pueden ser una excusa. En España, los datos indican que se forman a matronas suficientes, pero las condiciones de contratación hacen que en muchos casos prefieran trabajar de enfermeras con contratos que hagan su vida familiar y laboral más llevadera.
Hay que tener en cuenta que el trabajo de matrona tiene una responsabilidad enorme relacionada con la embarazada y con otra personita que no ves. El bebé, a través de signos durante el embarazo y de su frecuencia cardíaca va a indicar su estado de salud y cómo tolera el parto en sí mismo, que a menudo está afectado por medicación e intervenciones varias. El colectivo de matronas no está pagado acorde con su carga de trabajo y la responsabilidad que ostenta.
¿Cómo describirías un buen parto?
Una cesárea programada, una epidural que funciona, un parto en el agua… Un buen parto es todo aquel que la mujer considere como tal y que esté satisfecha con el resultado. Por una parte, la evidencia demuestra que lo primero que las mujeres solicitan en la atención de los servicios de maternidad es respeto. Una y otra vez, el respeto aparece en primer lugar como una de las condiciones que las mujeres necesitan para estar satisfechas en la experiencia de parto junto a una buena comunicación y apoyo emocional. La mujer que ostenta una participación activa en este proceso refleja el respeto entre profesional y paciente. Una buena comunicación es crucial para un consentimiento informado real, donde la mujer disponga de opciones para elegir entre diferentes prácticas e intervenciones como pueden ser aceptar o no una inducción una vez pasada la fecha probable de parto, un parto instrumental con fórceps o una cesárea. Algunos de estos temas pueden ser discutidos con anterioridad y la mujer puede dejar plasmadas sus preferencias en el plan de parto teniendo siempre la libertad de cambiar de opinión en el último momento si así lo decide.
El apoyo emocional en los cuidados, uniendo la compasión y la buena práctica, es otro ingrediente fundamental. En definitiva, poner a la mujer en el centro de los cuidados es lo que describiría el ingrediente principal para que la mujer considerase tener un buen parto.
¿Qué necesitamos en España para que el parto el casa no siga siendo visto como una irresponsabilidad?
Se requiere un trabajo en varios ámbitos: concienciar a la población, mostrar los derechos de la mujer a decidir sobre su cuerpo y formar a los profesionales sanitarios. En el aspecto social, este miedo proviene de una cultura de patriarcado donde la mujer está considerada como vasija de un tesoro muy preciado —el bebé— que hay que proteger a toda costa, incluso por encima de las decisiones de la mujer.
Para concienciar a la población sería bueno una serie de Netflix que describa la parte positiva, todos los beneficios del parto en casa, contando la historia de una mujer normal que decida no parir en el hospital. Los medios ya se ocupan de decir lo peligroso que puede ser. También sería necesario mostrar el trabajo de los grupos de madres, familias, asociaciones y otras organizaciones que reclaman plena decisión en asuntos de salud reproductiva por parte de la mujer o mostrar cómo se trabaja en otros países esta opción. Los profesionales que atiendan partos domiciliarios deben estar perfectamente entrenados en el cuidado de partos de baja intervención y saber manejar una emergencia obstétrica en caso de que la salud materna o fetal se deteriore. Las matronas podemos prevenir la mortalidad materna y neonatal de más de 4.3 millones de vidas cada año. Cuando la matronería en España vea la opción del parto domiciliario simplemente como una opción más, entonces las mujeres tendrán las mejores aliadas a su lado para seguir adelante.