Parir es un acto heroico y poético, muy lejanamente reconocido. Existen muchos héroes salvadores de la humanidad, pero, si no hay mujeres que engendren y den a luz, ¿qué humanidad será salvada? Parir es saber elegir qué quieres, cómo lo quieres, hasta diría cuándo lo quieres, pero las mujeres no sabemos decretar el momento del parto aunque nos proclamemos feministas: desafortunadamente, también hemos masculinizado el parto.
En diciembre de 2020, decidí parir en mi casa. Eligiendo con quién, cómo y revelaré que, intuitivamente, sabía cuándo. Elegí darle a Cora la mejor bienvenida al mundo, el mejor arrojo a la existencia. Quería darme el gusto de sentir el mayor pedo de mi vida, un colocón provocado por las hormonas que llevamos dentro las mujeres: no hay química sintética o natural externa al cuerpo femenino que alcance la transcendencia del parto, que iguale a ese coctel lisérgico que tu cuerpo te brinda durante todo el proceso del parto. Elegí ser madre por un acto de amor: porque amo a mi pareja y la intención de mi decisión sobre la maternidad se la manifesté en el primer viaje que hicimos juntos, embriagada a las 10 de la mañana en el aeropuerto de Lisboa, después de llevar dos meses de enloquecimiento emocional y pasional. Ahí comencé a verle como al padre mis hijos. En cinco años juntos todo ha sido intenso, impulsivo, arrasador, al límite de nuestra capacidad emocional y económica, pero sin privación, sin ambages y esencialmente puro. El encuentro de dos individuos y sus sí mismos. El número 11, no el número 2. ¡Y ahora somos el número 1111!
La gran letra pequeña de mi decisión es mi manera mistética de vivir. Como le dije a mi gran prima Loren, “yo he venido a vivir, no a existir”. Por eso parir tenía que surgir en mi recorrido vital. Entiendo la espiritualidad y la experiencia mística como estéticas y defino la mistética como sensaciones y percepciones de lo pequeño y cotidiano, de lo grande y sobrecogedor que me hacen comulgar con el gozo del Ser y del Vivir. La mistética es la bandera de mis acciones. Así mis embarazos han sido grandiosos y mis orgasmos en mis embarazos envidiados por mi ser no embarazada. La manera de estar, de dormir, la movilidad reducida, la voluptuosidad, la sensación de crianza en mi vientre y su crecimiento han sido dignos de repetir. Y repetí.
Ya en mi primer parto quería parir de manera natural y sin epidural, pero acabo siendo todo lo contrario: un parto medicalizado, intervenido, conducido y pensado por y para los tiempos del personal del hospital. En mi ingenuidad de primípara pensé que yo decidía, que en esos momentos de insultante ausencia de sentido común y capacidad de reacción podría pedir, sugerir y reclamar mi derecho a un parto natural. Nada más lejos de eso: parí después de 18 horas con la bolsa rota voluntariamente por una matrona (después de hacerlo me lo dijo, eso sí: todo un detalle). Inmediatamente tenía la vía puesta para la llegada de la oxitocina a mi torrente sanguíneo. Luego pedí el gas, óxido nitroso para paliar el dolor. Llevaba más de ocho horas y mi dilatación había llegado a 3 centímetros escasos. Mi rendición a la epidural estaba cerca. Dos cambios de turno, tres matronas. La última Julia, gracias al universo resonó conmigo y mis deseos. En mi agotamiento y con el cuerpo febril soportando la más alta fiebre que he tenido nunca le dije, tras la visita de los ginecólogos, que yo traía a mi hijo al mundo. Así fue: ella tampoco quería intervencionistas en su paritorio. Hago recuento: bolsa rota, oxitocina sintética, óxido nitroso, epidural, Primperan y paracetamol (todo, menos el gas, intravenoso. Con 38,8 de fiebre pujé cuatro veces y lancé a Ciro al mundo. Salió rápido como un balón de rugby y muy rojo, bastante sufrimiento, mucho tiempo en el canal de parto. Y yo me preguntaba uno y otra vez si todo lo que me habían puesto en vena no le afectaba. Ese beneficio de la duda que me ha salvado de más de una en mi vida fue el revulsivo que me removió alrededor de la semana 20 de mi segundo embarazo. No hacía más de 14 meses desde que había parido por primera vez cuando mi primer parto se me vino encima. Una sensación de desazón derrotista y hasta triste me puso en guardia. No quería pasar por lo mismo y en medio del confinamiento, con PCR de por medio, vacunas, aislamientos, mascarillas…
Ya había sufrido la violencia obstétrica una vez y esta vez no la quería ni oler. Empecé a indagar, buscar y estudiar opciones de acompañamiento por doula, parto en casa… Pregunté por primera vez a Lola, mi matrona durante el embarazo de Ciro. Ella me habló de Anabel Caravantes y su proyecto de parto en casa. Fue así llegaron a mi vida Sara y Paca, de Ancara Perinatal. Y Elisa, una mujer que se convirtió en mi amiga, vecina de mi nuevo pueblo y que, espontáneamente el día que nos conocimos, me contó su parto con Ancara. Tenía que ser así: ellas ya vinculadas y creando uno nuevo vínculo conmigo. El 1 de diciembre de 2020 tomamos la decisión —en realidad, tomé la decisión— y firmamos el contrato con este resplandeciente equipo de mujeres. Firmamos el contrato tomando un té en casa de Paca. Ese día Luis, mi compañero, escuchó por primera vez el sonido del corazón de Cora con el ecógrafo. Estaba conmocionado: recordemos que en tiempos Covid, todas las pruebas te las hacen y las vives en soledad. No olvidemos esto: tengo amigas que han parido en estos tiempos cuyos partos han sido barbaridades medievales y cuyas secuelas han determinado mucho su postparto y lactancias posteriores: parir no acaba con el parto.
A partir de la semana 37 de embarazo, el equipo de matronas estaba alerta tras hacer varias visitas previas a casa, para verme y dibujarme a mí y a mi familia en ella. Esa semana llevaron el kit de parto a mi casa. En mi caso todo iba bien: todos los controles rutinarios de un embarazo en salud sucedían sin alteraciones. Cambié de hospital en el tercer trimestre: pasé del Hospital Puerta de Hierro de Madrid donde nació Ciro al Hospital de Villalba para continuar con el seguimiento médico. El saneamiento de mi herida sanitaria empezó con ese cambio, que incluyó encuentros más humanizados, esperas más cortas y charlas de tú a tú con la matrona que probablemente me atendería. Pasé mi fecha probable de parto (FPP) y, al estar cerca de Semana Santa, me propusieron inducir el parto. Eso significa que se tiene que parir cuando el protocolo diga. ¿Estamos enfermas por asumir algo así? Desde mi experiencia consciente, sí. En mi opinión la elección de la fecha de nacimiento está velada y solo el misterio de la vida la revela cuando es pertinente. Llegó mi semana 41 y fui al hospital a continuar con el seguimiento. Me pusieron monitores, todo en orden. La placenta estaba como una rosa, nada envejecida —en mi parto, la matrona vio que mi placenta no estaba de 41 semanas, sino de 39 aproximadamente—. ¿Se equivocaron? Todo son estimaciones, teniendo en cuenta que mi FPP había sido cambiada tres veces a lo largo de mi embarazo, la duda de mi fe en su diagnóstico es entendible. Y aun así yo tenía que asumir la inducción a un parto.Cuando salí de monitores, me senté frente al ginecólogo y le dije que no iba a salir de la consulta con una fecha de inducción, que deberíamos llegar a un entendimiento mutuo”. El ginecólogo me dijo: “hagamos una cosa: si no te has puesto de parto de aquí al sábado, vente por urgencias que estaré yo”. Le pedí que me practicase la maniobra de Hamilton, un procedimiento sencillo que consiste en separar las membranas con el objetivo de incrementar la actividad de la prostaglandina endógena, hormona responsable de borrar el cuello uterino y de favorecer las contracciones de parto.
Así que me fui a casa sin fecha de inducción, con la maniobra hecha y habiendo conquistado mediante el diálogo con el ginecólogo el “no” a una fecha para la inducción con la certera intuición de que me pondría de parto en cuestión de horas. El día 30 de marzo, vino Paca, mi doula, a cuidarme. Dimos un paseo por el campo y yo, en mi meditación al sol, me despedí de la Cora intrauterina y su gestación. Por la noche tuve contracciones, pero se pararon. No era esa la noche. El día 31 de marzo de 2021 disfruté del último día de hijo único de Ciro. Por la tarde llegó Eva, una amiga a la que propuse documentar el parto. Ella es fotógrafa y videoartista. Esa tarde yo sabía que estábamos en la antesala del momento. Hablamos de cómo y hasta cuándo yo quería la presencia de la cámara. Todo fue bien: bufé en algún que otro momento durante el trabajo de parto, pero me sentía cómoda con la presencia del objetivo. El momento más íntimo de mi intimidad fue expuesto ante la cámara de una amiga, sensible y artista. Cuando llegó la noche acostamos a Ciro, Luis preparó una rica cena y después encendió el fuego de la chimenea. Hablé con mis padres por teléfono, que me llamaron con ese olfato de padres que saben que algo está pasando, pero no les dije nada. De hecho estuvieron fuera de todo el proceso de mi parto en casa porque así lo quise.
El fuego encendido hasta que nació Cora fue, además, la última chimenea que encendimos esa temporada, el 1 de abril de 2021, Jueves Santo. Me fui a la cama sabiendo que era la noche. Todas estábamos preparadas, Eva se echó en el sofá, dejó el equipo fotográfico preparado. La fiesta de mi parto empezó sobre las once de la noche. En torno a la 1 de la madrugada llegaron Sara y Paca a casa. Estábamos todas. Mi trabajo de parto fue lento, saboreé cada fase, cada ida y venida del dolor, cada pausa entre contracciones. Los cuidados que me dieron fueron la guía para encontrar mi vía, la vía de conexión con Cora. Sincronías de la naturaleza. Como dice el lema de Ancara, “Parimos como somos”. En mi parto confirmé que soy deleitosa y amante del ensimismamiento. Fue una noche donde la energía del salón se transformaba a cada contracción, a cada comienzo de una nueva fase. Una noche, de risas, bromas, masajes, abrazos, fotos, todo luminoso y de trabajo de parto. Pude dormir, descansar un rato, con contracciones muy espaciadas. Al amanecer despertó Ciro. Transformado por el evento, irradiaba luz y ternura. Yo paliaba el dolor mirándole. Me daba besos y abrazos decía “mama, pupa”, hasta que entendió que iba a ser una pupa larga. Sobre las 10.30 de la mañana el trabajo se intensificó y entré en el trance de la sumisión. Toda mi experiencia previa en la meditación se unificó para darme la solemnidad que el momento precisaba. Empezó el buceo hacia las profundidades de mis entrañas fisiológicas y emocionales. Parir es sucumbir, dejar que el origen del dolor pueda operar en ti para partirte. Parir es cruzar los misterios de tus oscuridades. Yo quería empujar pero no era el momento, la bolsa se rompió casi completamente, y eso era lo que impedía que mis esfuerzos y ganas de empujar tuviesen resultado. Al menos las aguas totalmente transparentes eran indicio del bienestar de Cora. Sin embargo, había que romper por completo la bolsa y estaba haciendo el trabajo contrario, en lugar de empujar tenía que, a 8 centímetros de dilatación, sostener y sostenerme. En pie no pude. Me llevaron a la bañera, alternando entre agua fría y caliente. En los delirios del fuera de mí instalo el gran recuerdo de mi parto. Revivo ese instante cada vez que lo rememoro. Delirante, le pedía a Luis que me llevase al hospital, que por qué no, que ya no podía más. Y estaba hecho. Aflojé el ser, cerré los ojos, era Cora quien mandaba. El fuego empezó a quemar mi vagina, ella quería salir ya. Todo se aceleró. Reaccionamos en la bañera, recuerdo preguntar a Sara “¿si me vienen ganas de empujar ya puedo empujar?” y después mirar a Luis conteniéndome y llamando a Sara. Enseguida ocurrió el arrojo al mundo. Empujé una vez y sentí como coronaba Cora; ya había sucumbido, me había rendido, había atravesado la oscuridad, el misterio obraba. En ese momento me entregué al dolor, al placer-dolor. Yo soy el dolor, fui sostenida con amor y con fuerza por mi gran amor, el padre de Ciro y Cora. Un pujo más y hubiese salido al agua. Sara llegó rápidamente y con su ayuda me coloqué en posición cuadrúpeda, frente al grifo, con las rodillas en el agua, pero con el vientre en alto. En la siguiente contracción empujé, la leona salió, gritó, chilló al cielo, invocó nombres acorde al día que era, 1 de abril de 2021; Jueves Santo. Esa quemazón era insoportable. . Un pujo, el natural reflejo de eyección fetal, instinto animal. Y Cora nació, su primer aliento, su primera inhalación, su primer llanto. Tocar su pequeño cuerpo.
Parir te pasa por encima, penetras en tu parto y aun así te pasa por encima. Tu cuerpo tiene todo preparado para ello. Un instante después encima de mi pecho, el milagro de la oxitocina obró en mí. Alteración de percepción y conciencia por la bomba hormonal que estaba viviendo. Mi familia, mi mejor droga, la más límite, la más adictiva. Alumbré la placenta en mi cama, con el amor rodeándome, con Cora sobre mí, con la mirada de asombro de Ciro. El cordón lo cortó Luis cuando dejó de latir. Todo un proceso femenino y orgánico que se ha ensombrecido por el miedo, las precauciones, la prevención, la falta de criterio, pero sobre todo por la falta de conexión con la intimidad. El ser de los humanos se ha desvinculado del vivir, muchos tan solo existen y las experiencias se operan en sus cuerpos. Recuperemos el parto: el parto es nuestro. Por este y otros relatos es nuestro. Ahora, cualquier menudencia que se me plantea y puede traer un poco de ansiedad o estrés a mi día a día me retrae a mi parto, me digo he parido en casa, con la anestesia del amor, los cuidados y el cariño. La vida tiene otro tinte, otra envoltura, las conversaciones, los vínculos, el tiempo que dedico a lo que me rodea.
He terminado este texto cuando mi hija cuenta 22 meses de vida. Da igual, puedo volver a vivir su nacimiento cada día al ducharme o al bañarlos. Este texto es un alegato a la reconexión de las mujeres con sus instintos, con su capacidad de entrega, de decisión y de indagación. Es una celebración vital para contagiar más vida y menos pesadumbre. Es una historia anónima de una mujer determinada a cumplir su voluntad, una voluntad alimentada por el deseo innato de vivir y legar vida. Una experiencia mistética de alguien que mima la vida con intensidad ensimismada. Creo que parir es un acto vital heroico y que su reconocimiento es silenciado incluso por las propias parturientas. Es un acto que te seca y te revive, te merma a la vez que te engrandece. Es una gesta sin par esa entrega de persona a persona. Si reviso lo que era antes de parir, nótese, que no aludo a ser madre, estaba hecha de otra pasta. Me he consagrado a la alegría de vivir. Ha habido muchas renuncias, pero ha habido muchas conquistas. Sobre todo, la del espacio sagrado del hogar. Nunca fui tan feliz en mi casa como lo soy ahora. Es una adicción que tras los duros meses del puerperio, el postparto, la lactancia, se ha hecho más latente. Soy adicta a ver crecer a mis hijos en el hogar. Y mientras, ahora que mis hijos hacen pandilla entre ellos, vuelvo a retomar mi carrera profesional y mi carrera espiritual. Con este alegato deseo animar a la escucha interna de las mujeres que algún día darán a luz. Sois heroínas: eso empieza con el embarazo y se sublima en el parto, te lo tienes que decir siempre, todos los días, especialmente en las horas en las que el cansancio supera la alegría de vivir. Un acto tan sagrado es sublime y sobrecogedor. Tener miedo es inherente al parto. Es preciso conocer su origen; transformarlo en fuerza de cambio. Permite entonces que la intuición, el instinto y el amor guíen. La heroína del parto, la llevamos dentro, somos todas las mujeres susceptibles de parir. Es preciso recordar a la sociedad que se debe respetar a una parturienta y sus deseos de parto, es un derecho innato.
3 respuestas
Brutal. Enhorabuena. ¡El parto es nuestro!
Hola Cristina,
No he parado de emocionarme en toda la lectura. Qué vivencial. Has conseguido transmitirme lo que sentiste i sientes.
Hace mucho entendí que la sociedad acelerada i consumista que nos consume i en la que nos vemos sumidas, sino cuidamos el ser, la presència i la consciència, nos atropella. I en los prenatales, parto i crianza siento que se nos a desvinculado de nuestro instinto de lobas.
Un placer sumergirme en tu viaje.
Gracias por compartirte.
Un saludo
Marina.
Gracias amiga por compartir tan generosamente el momento sagrado de parír.
Eres una mujer auténtica, valiente, inteligente y coherente con lo que sientes y predicas.
Hay que tener mucha fe en la capacidad de uno mismo y en la vida para decidir descartar lo convencional y recomendado y vivir la experiencia a pecho descubierto siguiendo sabiamente tu instinto.
Me has emocionado
Gracias