Hace unos días que vengo pensando en la pérdida de identidad al entrar en la maternidad o paternidad. Es un discurso del que he oído y leído mucho. Es un discurso que ha salido por mi boca también. Le he dado muchas vueltas y creo que, como en muchos procesos, efectivamente hay una sensación de pérdida de identidad, pero estoy llegando a la conclusión bajo mi propia experiencia —cada persona es su propio mundo—, de que en lo que me hallo es en un proceso “sin llamar antes a la puerta”: es un cambio desconocido, brutal, desbordante y absolutamente necesario. Es un cambio sin decisión propia: tienes que adaptarte sí o sí.

En muchas ocasiones de mi vida me he encontrado pensando, diciendo y quejándome de que no tenía tiempo para hacer las cosas que realmente quería hacer. Ahora, siendo madre, soy consciente que tenía más tiempo de lo que creía. Es verdad que no tengo todo el tiempo que quisiera tener para hacer lo que quiero, pero manejo el tiempo mejor que nunca e incluso a veces, puedo sentarme a ver un capítulo de una serie durante veinte minutos antes de quedarme dormida exhausta y despertarme aturdida porque mi hija quiere teta.

Estoy ganando una doble identidad, o mi identidad más pura. Entiendo que si no hago magia con mis veinticuatro horas diarias, no podré hacer todo lo que deseo hacer y, de repente, algo se organiza dentro de mí que hace que priorice, refuerce mis “no, gracias, no puedo” —o no quiero— y hago que todo fluya a mi manera, pero fluye y se coloca dentro del caos, mi caos particular. Sé más que nunca quién soy, y eso que pensaba que era una pérdida de mi propio yo, está siendo una ganancia. Me estoy presentando a mí misma facetas que no conocía o que no habían hecho falta hasta entonces. También estoy conociendo nuevas inseguridades y nuevas dotes de loba. Aburrido no está siendo, desde luego. Mi gama de grises se ha ampliado; el gris representa mi capacidad de tolerar, de parar y de permitirme un respiro.

¿Estoy abrumada porque mi hija dependa de mí, de nosotros? ¡Obvio! Es arrollador. Querer ser la mejor madre que pueda ser para ella y compaginarlo con todo lo demás es opresivo. Personalmente, ha sido un año duro; tan bonito como duro. ¿Cómo se compagina tener el nido más bonito que nunca imaginé tener y, al mismo tiempo, sentirme abrumada de lo exhausta que estoy?  En ese momento de colapso, me siento miserable por no ser capaz de dejar a un lado el cansancio y disfrutar de lo que tengo enfrente. Y ahí, colocándome en mi gris y mirando a mi familia a los ojos, la pérdida se transforma en ganancia. Gano identidad.

Anaïs Yebra (@miscoloretes) está presentando, hasta finales de mayo, su exposición Lobas en Take a break (Rua fonte da aldeia 265, Carcavelos, Lisboa).

“Quiero explorar el momento vital en el que me hallo. No puedo obviar que ahora soy madre y pretender hablar de otra cosa que no sea el universo que llevo dentro”. Bajo esta premisa y con esta declaración de intenciones, que no es otra más que indagar en la reciente identidad adquirida de Anaïs Yebra como madre, nace Lobas, un conjunto de ilustraciones que escarban en la identidad que se pierde y que se gana cuando una mujer se convierte en madre.