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MÍRIAM TIRADO: “HAY QUE ACABAR CON LA CREENCIA OBSOLETA DE QUE DEBEMOS IR MARCANDO CHECKS EN NUESTRAS VIDAS”

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Míriam Tirado (Manresa, 1976) lleva buena parte de su vida ayudando a madres y padres a conectar con sus hijos. Sus estudios de Ciencias de la Comunicación, su experiencia en medios y su propia historia personal han hecho de ella una de las escritoras, consultoras de crianza consciente y periodistas especializadas en maternidad, paternidad y crianza más respetadas del panorama. Con varios libros publicados para adultos y varias colecciones de cuentos para el público infantil —suyos son los ya clásicos El hilo invisible o la colección de Kai y Emma—, se acerca por primera vez al público preadolescente y adolescente con la intención de acompañarles en este camino plagado de crecimientos, altibajos emocionales y nuevas aventuras, y lo hace a través de Goa, una adolescente que acaba de cumplir 12 años y ve cómo su vida da un giro inesperado de la noche a la mañana: sus padres se han separado, ahora tiene dos casas y toda su vida repartida entre ellas. Además, su padre va a tener un hijo con su nueva pareja, demasiadas cosas que asumir con solo 12 años. Hablar con Míriam, que tiene dos hijas de nueve y trece años, es como un bálsamo para quienes nos encontramos en ese momento en el que, quizá, nos cueste dejar de tomarnos como algo personal lo que no entendemos de nuestras adolescentes. Aunque quizá también, lo que necesitemos es echar la vista atrás y recordar cómo nos sentimos nosotras cuando transitamos por el complejo e intenso periodo de la adolescencia.

¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?

Lo mejor son ellas, poder conocerlas y acompañarlas. Lo peor, que al final tampoco es lo peor, porque he aprendido mucho, es la sombra, encontrarte con tus miserias y esas cosas que te habías que no repetirías o que no harías. Lo peor es darte cuenta de que no puedes ser la madre que querías ser. Pero de ahí viene todo el aprendizaje, la transformación más grande de la maternidad: te convierte en una persona mejor.

¿Cómo era tu trabajo antes y después de ser madre?

¡Súper significativos! Con mis dos maternidades dejé de trabajar: estuve dos años de parón porque era lo que yo quería. Mi madre ya trabajaba con madres y yo estaba muy acostumbrada a ver a otras madres llegar a la consulta con mi madre llorando porque tenían que volver al trabajo con sus bebés de cuatro o cinco meses. Esto lo veía siendo adolescente y ya, en ese momento, pensé que yo no quería pasar por ese sufrimiento. Entonces, decidí tomarme estos dos años para estar con ellas. La maternidad, en ambos casos, significo un parón total. Me chocó mucho durante mi primer parón: venía de trabajar en una radio pública y parar fue complejo. Mis colegas, al principio, me llamaban, pero cuando vieron que no volvía, siguieron con su vida. Yo estaba con mi bebé y tenía la sensación de que había desaparecido del mapa. Por suerte, tenía un grupo de apoyo compuesto por las mujeres que fuimos juntas a nuestra preparación al parto. Esto me ayudó durante ese tiempo en el que no estaba acostumbrada a solamente maternar. Pude disfrutarlo. La primera maternidad es la que te da el guantazo: mi segundo parón no me supuso tanto shock.

La profesión de tu madre fue definitiva en tu desarrollo profesional.

En mi adolescencia yo pensaba que jamás haría nada así al lado de mi madre, pero a los 24 ella me propuso hacer un libro juntas. Empecé a leer los libros que ella tenía en casa, me convertí en madre… fue un proceso muy orgánico. Lo que he vivido en casa, con ella y con mi padrastro, que es psicólogo, ha sido una semilla que ha ido germinando. Mi madre ha trabajado mucho en su consulta y yo me he dedicado al trabajo de divulgación.

Una de las culpas que abordas en el libro es la de la separación: los padres y madres se sienten culpables, pero también las criaturas. Es un pensamiento generalizado. ¿Es inevitable el trauma de los hijos de padres separados? ¿Podemos liberarnos de esa culpa?

Como todo, al final no es lo que te sucede sino cómo te sucede o cómo transitas por lo que estás viviendo. No es que tus padres se hayan separado, sino cómo lo han hecho. Cuantas más herramientas tenga una familia para acompañar a su hijo, menos traumático será. Al final, todo lo que vivimos es causa-efecto. Vamos viviendo un sinfín de causas-efectos que nos conducen a ser quienes somos hoy. Yo, como hija de padres separados en una época en la que yo era la única del pueblo con padres separados —algo que ahora es normal, pero antes no lo era—, te puedo decir que, por todo eso que he vivido, hoy puedo acompañar, comprender y ayudar a las familias. Gracias a que se separaron mis padres, hoy tengo tres hermanos maravillosos, un padrastro y una madrastra con los que tengo una fantástica relación. He aprendido de todos ellos y el amor se ha multiplicado.

No es tanto lo que nos ocurre, sino cómo encajamos eso que nos ocurre. Obviamente yo, en ese momento, no agradecí a mis padres que se separasen. No lo valoraba, puesto que no sabía que podía haber otra cosa, pero la verdad es que siempre se tuvieron respeto y amor. Eso, a día de hoy, cuando soy adulta, tengo pareja y puedo comprender por qué hay parejas que no se llevan bien, lo valoro mucho. Tenemos en la mente la creencia de que una familia “como Dios manda” es una familia de padre, madre y dos hijos, a poder ser, niño y niña. Tenemos que dar carpetazo a esta concepción de familia y de ideal. Esta espada de Damocles es siempre lo mismo: lo que creíamos que tendríamos con lo que tenemos. Es como que en la vida tienes que ir marcando “checks”: he estudiado, tengo trabajo estable, tengo pareja, tengo un hijo, tengo dos… Es una creencia muy tradicional y obsoleta a día de hoy. Si podemos superar eso, la culpa se minimiza. Hay que poner a nuestros hijos en el centro del bienestar.

Observo en las relaciones que tengo cercanas entre adolescentes que apenas se comunican cara a cara, sino a través de sus pantallas, de sus tablets y móviles. Estudian con tablets en sus centros educativos, se relacionan socialmente a través de ellas… 

Las pantallas tienen un hándicap y es que son muy adictivas. De la misma forma que no les dejamos tomar alcohol a ciertas edades, les dejamos usar un dispositivo ultra adictivo. Creo que el hecho de que las pantallas sean adictivas y que nosotros no hemos sido criados con pantallas, porque no existían, crea una brecha generacional muy grande. Cuando yo era adolescente, nació uno de mis hermanos y veo que su mirada hacia las pantallas es muy distinta de la mía, puesto que él ya creció con ordenador en casa. Él lo ve de otra manera más laxa o menos grave de lo que yo lo veo. Lo que nos dicen los expertos en la materia es que las pantallas están provocando adicciones brutales en preadolescentes y adolescentes. Mi recomendación siempre a los padres es que tarden el máximo en enseñar pantallas a sus hijos. De cero a seis años, no tendrían que ver nada. A partir de seis años, deberían tener un uso controlado de las pantallas y, el móvil, cuanto más tarde, mejor.

Prácticamente, a los 13 años todo el mundo tiene móvil. Es difícil para los padres de hoy situarse en esta nueva tendencia de comunicación, puesto que nosotros no nos hemos comunicado así. A mucha gente asusta, pero los adolescentes están socializando con su móvil, mirando el móvil de cada uno, compartiendo, riéndose…

Están construyendo sus identidades a través de las pantallas y de un nuevo lenguaje audiovisual.

Lo que podemos hacer madres y padres es intentar no juzgar y poner límites claros en cuanto a convivencia. También hay que limitar el tiempo: no puede ser que una persona adolescente no tenga límite de uso y esté usando su pantalla hasta las 3, teniendo que levantarse a las 7 para ir al instituto a las 8. Hay obligaciones de alimentación, descanso, con sus estudios y de convivencia en su casa. Para garantizar que esto se haga, debemos ser conscientes de que todavía no son maduros ni adultos. Debemos poner límites desde un lugar de coherencia. Por eso es bueno que los padres firmen un contrato de uso de móvil con sus hijos, que deje claro que el móvil es de los padres y no suyo y, por lo tanto, los padres pueden retirarlo si consideran conveniente.

Sabiendo que nosotras hemos pasado por la adolescencia, sabiendo que hay un punto en el que es casi inevitable la confrontación de la persona adolescente con su madre o padre, ¿cómo podemos hacer para no tomárnoslo como algo personal?

Lo primero que debemos saber es que esta es una etapa de autoafirmación de su propia identidad. La persona adolescente debe separarse de sus referentes y esto es algo bueno. A los que trabajamos con infancia, nos indica que todo va bien. Empiezan a marcar su espacio, su intimidad. Necesitan sus tiempos, a sus amigos, marcar la diferencia entre espacio familiar y espacio propio de socialización. Carles Capdevila siempre decía que “la adolescencia es esa etapa en la que tu hijo no va con nadie a ninguna parte a no hacer nada”. Dar poca información es normal, es decir a los padres que están creciendo, que ya no son niños pequeños y esto es bueno. Pero los padres y madres debemos resituarnos y esto lleva un tiempo: siempre vamos al rebufo, nunca llegamos a tiempo. Debemos entender que la mayoría de cosas que hacen a esta edad forman parte de su desarrollo y, cuanto más sepamos de esta etapa, mejor la llevaremos. Si no tienes información de cada etapa de la infancia crees que lo que hace tu hijo no es normal o que tiene un problema. La información es básica para poder comprender al otro, sea quien sea.

También debemos contar con nuestras propias heridas cuando se nos dispara ese “me ataca y lo vivo como algo personal” es porque se me ha activado algo mío que no tiene que ver con mi hijo, sino con lo que esa actitud ha despertado en mí. A veces, lo que resuena en nosotros tienen que ver con nuestra propia adolescencia y nos conecta, también, con el miedo que tenemos a que nuestra reacción empeore. Cuando tenemos miedo, no podemos conectar. Cuando eso suceda, animo a padres y madres a retirarse, a respirar, a volver a su centro. A poder comprenderse y a poder reconectar con su hijo. Cuando tenemos miedo, controlamos. A más control, más confrontación. A más confrontación, más conflictividad. Es un círculo vicioso.

 

míriam tirado

Goa es una adolescente que acaba de cumplir 12 años y ve cómo su vida da un giro inesperado de la noche a la mañana: sus padres se han separado, ahora tiene dos casas y toda su vida repartida entre ellas. Además, su padre va a tener un hijo con su nueva pareja, o sea que… ¡tendrá un hermanito! Cuántas cosas para tener solo 12 años. Goa solo quiere estar tranquila y que le dejen un ratito con la tablet para expresar todo lo que le pasa por la cabeza en un diario que graba en vídeo para sí misma. ¡Porque crecer no es nada fácil!

 

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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