(c) Noelia Olbés

LANA BASTAŠIC: “NO SABÍA QUE LAS MUJERES PODÍAN ESCRIBIR LIBROS QUE NO ESTUVIERAN DEDICADOS AL PÚBLICO INFANTIL”

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Una de las cosas que más pánico —¿o quizá debería decir asco?— es ir caminando y encontrar, en el suelo, un pájaro muerto. Esto sucede bastante a menudo y puede fastidiarme el día. Observar la muerte me da escalofríos. Supongo que no es nada raro. El caso es que, hace pocas semanas, recibí Dientes de leche (Sexto Piso, 2022), el segundo libro de la escritora Lana Bastašic (Zagreb, Croacia, 1986). En la portada, un dibujo: la pureza de las piernas de una niña de vestido blanco, de calcetines blancos, de osito de peluche colgando de su mano. A sus pies, una paloma blanca, muerta. Belleza y muerte. Tremenda combinación.

Al ver el título de este conjunto de relatos, Dientes de leche, pensé que justo durante esa época, en la que convivimos con nuestros dientes de leche, es esa etapa en la vida en la que todo debería ser cuidado y atención hacia las criaturas. Es una época en la que se forjan la seguridad, el autoestima. Debes, como niña, suponer que el mundo es un lugar en el que merece la pena vivir. Podrán pasar cosas y podrás cambiar de opinión, pero mientras seamos niñas, no merecemos otra cosa que cuidados y amor. La lectura de este libro abre un abanico de posibilidades y reflexiones: sobre las violencias que se ejercen sobre nosotras; sobre las violencias nosotras que ejercemos, muchas veces sin intención, sobre nuestros hijos. A lo largo de los cuentos que conforman este libro nos descubren a niños que deben estar a la altura de los adultos, cuando estos no son capaces de estarlo. Son historias, a veces, extremas —el primer relato, El bosque, comienza con un «Me costó mucho estrangular a papá»—. Historias, casi siempre, sórdidas. Pero todas buscan una reflexión muy necesaria.

Lana, de padres serbios, se mudó de Croacia a Bosnia tras la desintegración de Yugoslavia, y posteriormente vivió durante años en Barcelona. Su primera novela, Atrapa la liebre, traducida a una veintena de lenguas, recibió el Premio de Literatura de la Unión Europea en 2020 y fue nominada al Premio NIN y al Dublin Literary Award en 2022. Es coeditora de la revista Carn de Cap y cofundadora de la Escuela Bloom en Barcelona. Quedamos en la cafetería del Círculo de Bellas Artes de Madrid para conversar sobre su libro, sobre la niñez, sobre lo sórdido y lo humano.

Me ha costado leer este libro porque no queremos leer algunas cosas, porque no queremos ver algunas cosas. Pero tampoco podemos obviarlas: la dureza a la que están sometidos niños y niñas en su relación con el crecimiento y, por otro lado, el sentimiento de la niñez, un sentimiento puro, poco condicionado, honesto. Cuando comienzas a escribir estos cuentos, ¿qué sucede en tu interior?

No fue nada fácil. Nunca entendí, que se hablara de escritura como terapia: para mí, escribir es hacerme preguntas muy difíciles, que igual no quiero preguntarme. Lo bueno es que, cuando tengo una idea o una pregunta que hacerme, lo que estoy pensando es desde qué punto de vista lo puedo retratar, desde qué personaje, en qué tiempo verbal o persona… pensando en las herramientas de las que dispongo, puedo distanciarme un poco y no sufrir tanto. El único relato autobiográfico, Pan, me costó muchísimo: volví a un trauma que había vivido. Durante muchos años busqué, pero no encontré la voz, de qué manera escribirlo. No quería solo contar la historia: eso no es escritura. Quería saber de qué manera usar el lenguaje para que los lectores sientan esa angustia de la adolescencia, sientan cómo una niña camina por la calle y se convierte en un cuerpo traumatizado. No ha sido nada fácil. Espero que los lectores, al menos, se hagan estas preguntas y piensen en cómo no cometer los mismos errores.

¿Cuál fue tu intención al escribir Dientes de leche? ¿Qué efecto buscabas?

Todo empezó con un libro de un escritor búlgaro, Gueorgui Gospodínov, que escribió Física de la tristeza, un libro precioso que habla de su familia. De alguna manera, hace una relectura del mito del Minotauro: no lo ve como un monstruo, sino como un niño abandonado. El minotauro, en realidad, fue abandonado por su madre en un laberinto. En ese momento, creí que me gustaría hacer esta pregunta: ¿Cuándo empiezan los monstruos? ¿Cómo crecen? ¿En qué momento tu vida puede ir por un lado o por otro? Quería escribir sobre estos seres humanos pequeños, no como los vemos nosotros, los adultos, sino como ciudadanos pequeños sin autoridad, sin lenguaje complejo que les permita entender el mundo, con una autoridad en casa que no se cuestiona. Como nosotros, los niños tienen emociones, esperanzas, sufrimientos, ideas miedos. Pero nosotros, como adultos, tendemos a ver estas emociones como secundarias o menos importantes. Me preguntaba cómo es ser humano en un mundo donde nadie te pregunta nada, en el que no tienes el mismo valor que los adultos.

¿Has visto o has imaginado estas infancias que describes?

He visto muchas cosas, claro. No son relatos que hayan sucedido palabra por palabra, pero viviendo en Bosnia y en Belgrado ves cosas en la calle, padres gritando a sus hijos, ves que nadie hace nada. Una cuestión es la responsabilidad del padre o la madre, pero otra cuestión es la responsabilidad de la sociedad, que mira hacia otro lado. Quizá no puedas cambiar nada, pero el niño verá que alguien está preocupándose. Eso se queda. Siempre hablo del momento en el que nos damos cuenta de que nuestros padres no lo saben todo. Es muy importante ver que hay algo fuera de esta autoridad.

¿Cómo crees que debe ser una infancia respetada y feliz? 

Todos hemos sufrido en algún momento de nuestra infancia: una frase, violencia, una guerra… hay que entenderlo y hay que buscar el lenguaje emocional y personal, ordenarlo y saber dónde empieza la responsabilidad de cada uno. Los padres de estos cuentos, seguramente, sufrieron. La madre alcohólica cuenta que su madre le pegaba. Pero también existe la posibilidad de corregir, de no volver a cometer los mismos errores. En la última escena del último cuento, cuando la niña está mirando el pie de su padre y dice «no, no somos iguales», es el momento de decir que es posible marcar la diferencia. Aprendemos del modelo y es más fácil hacer las cosas como hemos visto que se hacen mil veces, pero existe la posibilidad de hacer las cosas de otra manera. Ese es el trabajo más duro.

¿Cuál de estas historias te ha costado más escribir?

Me costó mucho escribir Pan, porque fue como revivir una experiencia traumática y volver a tener catorce años. Cada relato, en el momento en el que escribía, me produjo mucha empatía con mis personajes. Al mismo tiempo, debía tener mucho cuidado para no romantizarlos.

Como curiosidad, todos en mi familia son dentistas, menos yo. Pero es un chiste familiar haber escrito un libro cuyo título sea Dientes de leche.

¿Cómo fue tu infancia en un contexto de guerra?

Mi infancia fue un poco rara. Cuando tenía cuatro años nos mudamos de Croacia a Bosnia durante la limpieza étnica. Llegamos al pueblo de mis abuelos cuando empezó la guerra. Nunca vi el conflicto en primera línea, pero sí todas sus consecuencias a la larga. No fue una infancia normal, pero es la única que conozco. Sí puedo contarte que me impactó esa estructura patriarcal, que se volvió mucho más rígida después de la guerra. Antes, existía un frente antifascista de mujeres. Después, todo involucionó.  Crecí en un mundo en el que lo que me decían que tenía que hacer era ponerme guapa, encontrar un marido y tener hijos (mejor hijos que hijas). Fue muy difícil para mí.

Tuve mucha suerte con mis abuelas, especialmente con mi abuela de Bosnia, que era comunista, bosnia en un entorno serbio, con un nombre musulmán que tuvo que cambiar y que fue la matriarca de la familia. Otra cara de la moneda de este sistema patriarcal. Me costó mucho entender que podía ser escritora porque en los libros del colegio no aparecían escritoras. No sabía que las mujeres también podían escribir y, si lo hacían, eran libros dedicados al público infantil. Yo tenía veintipico años cuando pensé que yo también podía ser una escritora. La apertura de internet fue de gran ayuda para descubrir que hay otras opciones.

¿Qué viene después de este libro?

Estoy traduciendo a Mariana Enríquez al bosnio y estoy disfrutando mucho. Me gusta traducir porque me evita ese terror ante una página en blanco. Al año que viene disfrutaré de una residencia en Berlín para escribir mi próximo libro.

 

Lana Bastašic

 

Un conjunto de relatos deliciosos y despiadados sobre el siempre traumático proceso de hacerse mayor

No es fácil ser pequeño en un mundo de adultos. Hacerse mayor es siempre un proceso arduo y, en ocasiones, terriblemente doloroso. Los niños que desfilan por este libro de relatos se ven obligados una y otra vez a tomar decisiones trascendentales porque los adultos que los rodean sencillamente no están a la altura, empujándolos a llevar a cabo acciones terminantes e implacables que dan lugar a experiencias traumáticas o, muy al contrario, a momentos de autoafirmación. Un niño que teletransporta a su padre maltratador a la Luna, una niña que abre una ventana para expulsar a Dios de la habitación, hermanos que aguardan pacientemente la muerte de una tía abuela rica o una empollona que encuentra la ocasión perfecta de vengarse definitivamente del profesor de Educación Física que le tiene ojeriza son solo algunos de los personajes que habitan el poderoso e inquietante imaginario de Lana Bastašic.

La infancia que retrata Dientes de leche, muy lejos de la edulcorada idealización a la que tantas veces la sometemos, nunca es tierna, sentimental o inocente. En estos relatos deliciosos y despiadados, que hacen pie en el siempre conflictivo universo de la vida familiar, los niños y los adolescentes se enfrentan a lo oscuro y a lo espeluznante, porque en el cruel mundo que habitamos esa es la única manera en que es posible crecer.

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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