© Catalina Bartolomé

PAULA VÁZQUEZ: “HAY UN COMPROMISO DEL CUERPO EN LA ESCRITURA”

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Supongo que somos muchas las personas que amamos la lectura y que hemos fantaseado con estar al frente de una de ellas. Es un deseo recurrente que comparto con muchas de mis compañeras lectoras y escritoras. Luego está Paula Vázquez (Provincia de Buenos Aires, 1984), escritora y gestora cultural que lo hizo realidad. Ella, junto a su socio Ezequiel, es la fundadora de Lata Peinada, una librería en Barcelona exclusivamente dedicada a literatura latinoamericana —acaba de cerrar su sucursal en Madrid—, que no es solo una tienda de libros: también actúa como espacio de encuentros, presentaciones y festivales.

Paula vivió desde siempre una vida entre libros, pero la pérdida de su madre la sumió en una transformación vital que abrió paso a nuevos deseos —el deseo, «un músculo abierto al medio con un cuchillo muy afilado»—, entre ellos, el de ser madre, un deseo con el que no nació. El deseo de abrir una librería llegó también en mitad del duelo. Con su socio Ezequiel que, como ella, había vivido con anterioridad en Barcelona, pensaron en esta ciudad para alojarla. Buscaron locales y encontraron uno que habían frecuentado en sus anteriores estancias, aunque Paula no fuera consciente en el momento de hacerse con él. Todo comenzó a tener sentido. El 18 de abril de 2019 abrió sus puertas Lata Peinada.

Ahora, en La librería y la diosa (Lumen, 2023), Paula relata el proceso de creación de su librería y lo trenza sabiamente con el que inició para convertirse en madre, además de su experiencia lectora —son muchas las referencias a sus autoras cómplices— y su iniciación en un taller de cerámica, decisión que ayudó a colocar muchas cosas en su lugar y a reflexionar sobre el poder transformador de la creación. En su escritura, delicada y con una cadencia que recuerda a las olas que llegan suaves, pero constantes, a una orilla que, por fin, tras el duelo y la transformación, se convierte en el refugio que Paula deseaba habitar.

¿Cómo era tu trabajo antes de ser madre? ¿Y después? ¿Sufrió cambios significativos?

Trabajaba de abogada y militaba en política. No es que la maternidad transformase mi relación con el trabajo o mi trabajo en sí, sino que hubo una transformación más integral de mi vida que dio espacio a que apareciera la búsqueda de la maternidad. El primer momento de quiebre que tuve fue la muerte de mi mamá —que es algo que también tiene que ver con la maternidad, pues es un modo de repensar mi vínculo con ella, de repensarme a mí como hija—; a partir de eso, siempre digo y escribo que ese hecho fue una tumba que se abre, un espacio, una tumba que se cierra y, del otro lado, ya hay algo distinto: no puede haber una continuidad después de que la tierra se abra para alojar el cuerpo del que venimos. Fue un sacudón muy brutal y ahí comencé un proceso de transformación muy intenso —escribí una novela, Las estrellas, que explora el vínculo o el duelo, entre otras cosas—.

Lata Peinada, mi librería, nació a partir de ahí, muy rápido tras la muerte de mi mamá. Fue como si ese momento de duelo, esa especie de pausa o de tiempo medio fragmentario, medio loco, me provocase un estado de conciencia medio alterado. En ese tiempo tan extraño, con cierta pausa y cierta distancia frente a lo que había sido mi vida hasta ese momento, empecé a hacer lugar a cosas que siempre habían estado presentes en mi vida, pero al margen, entre ellas, la literatura desde mi escritura. Gané un premio por un libro de cuentos, que fue un llamado que señalaba que ahí había algo. Abrimos mi socio Ezequiel y yo esta librería, movidos por el amor a los libros y a las librerías como espacios donde éramos felices. Las librerías en Buenos Aires suelen ser espacios de acogida, presentaciones, talleres… suele haber mucha actividad en ellas. Tenía ganas de hacer algo en contacto con los libros, pero venido de lo que hacen los libros por nosotros, de la necesidad de multiplicar eso que los libros hacen por nosotros.

A partir de ese giro hacia otros modos de construcción y vida, también empezó la exploración de la maternidad. Conocí a mi marido y, muy rápidamente, se dio la idea de empezar a hablar sobre la idea de tener hijos, algo que no había sucedido en ninguna de mis relaciones anteriores. Y eso no había pasado por mí, porque yo no nací con el deseo de ser madre, no era algo que estuviera en mi horizonte ni mediano ni largo. Fue una transformación más larga que modificó mi relación con el trabajo: cerré mi estudio jurídico y me dediqué a la literatura tanto en las librerías como en la escritura.

 

Un poema de Laura Wittner que lleva por título «Por qué las mujeres nos quemamos con el horno» dice que todas tenemos la marquita roja, la quemadura de horno, sobre la mano. En su caso es la mano con la que escribe. Es una marca de distracción y de culpa, propia de las mujeres que no estamos dedicadas al horno, que no le prestamos toda nuestra atención, que no entregamos nuestra vida a a ese núcleo del hogar. La marca en la mano con la que se escribe: nuestra señal, el símbolo de pertenencia a la cofradía de las culpables, el costo que tenemos que pagar por negarnos a ser lo que debemos ser: devotas.

 

Has trenzado varias cosas en el libro que van superponiéndose, uniéndose y, a veces, bifurcándose. En un momento dado, el deseo de ser madre se convierte en realidad, pero no funciona. Pasas por varios abortos de repetición hasta que consigues ser madre.

Normalmente, hasta que no tienes tres pérdidas de embarazo no deciden estudiarte. El protocolo médico es así. Como mi hermana es doctora, pude hacerme todas las pruebas necesarias tras mi segunda pérdida.

No solo escribes, sino que también haces cerámica. Cuando hablas de tus experiencias con las pérdidas de embarazo en tu taller de cerámica, ninguna de tus compañeras te juzga: deciden acompañarte. ¿Hablamos del silencio que existe alrededor de lo que tiene que ver con la maternidad y, más en concreto, con que no se produzca un embarazo o se sufra una pérdida?

Hay una especie de silenciamiento en torno a la infertilidad y a los abortos, en primer lugar, desde las propias mujeres. A mí me sale contar todo, voy así por la vida. Cuando empecé a contar que había perdido un embarazo, que había perdido otro, recién ahí me enteré de que amigas cercanas, o mi suegra, o mi tía habían perdido también embarazos. A partir de que yo comencé a hablar empezaron a llegarme relatos de mujeres a las que también les había pasado. Se silencia esto como si se tratara de una marca de vergüenza, de no ser aptas o arrastrar una falla. Hay algo en torno a eso que impide el relato de estas historias que, en definitiva, son duelos.

Este libro se fue escribiendo en una especie de tiempo presente continuo: empezó siendo un diario del proceso de la búsqueda. Mientras lo escribía no sabía en qué iba a terminar este proceso —felizmente, tengo un hijo—. Me interesaba destacar que viví ese proceso desde la alegría del deseo, desde tomar el deseo en sí mismo y vivirlo como un bien en sí mismo, independientemente de cuál fuera el resultado. Quería celebrar ese deseo como algo gozoso, en contra de la percepción del deseo como falta. No quería sentir que mi deseo me hacía estar incompleta, sino todo lo contrario: que era una potencia en mi vida.

 

El hijo nunca es lo que se espera.

Una madre desea al hijo sano, una madre desea al bebé sobre el pecho. Pero el hijo sano terminará por apartarse de nosotras para ver el mundo. Algunas madres enloquecen porque el mundo que las hace sentir inútiles es el mundo del que se enamoran sus hijos. Pero el hijo siempre viene al mundo con una trascendencia imposible de medir, de anticipar, de controlar…

 

Defiendes en tu libro de que escribir no es una actividad intelectual. Pensamos que sí o les, pero también es una actividad visual, que pasa antes por el pensamiento y de ahí, a las manos y el cuerpo.

Tiene que ver con lo que hacés con las manos, con lo artesanal. Jamás fui buena ni me dediqué a nada práctico, por lo que cuando me apunté al taller de cerámica fue una primera vez. Mi psicóloga, Alicia, la que me salvó la vida, en una de las primeras sesiones ella me dijo que, si me tuviese que dibujar, me dibujaría con una cabeza muy grande con un cuerpo muy flaquito. Todo lo que tenía que ver con la percepción del cuerpo, con los sentidos y con el desarrollo de la intuición estaba apagado en pos del desarrollo de todo lo intelectual, que siempre fue mi punto fuerte en la vida. Eso fue lo que, con el tiempo, tuve que ir cambiando, incluso para dar espacio a la maternidad.

Cuando estaba en el proceso de las pérdidas, estaba escribiendo sobre esto y me agarró una especie de duda respecto a si no estaba convirtiendo ese proceso, que tenía que ser del cuerpo, en un proceso intelectual. No sabía si estaba volviendo a caer en esa trampa de mi historia. En un momento, pensé que me dolía el cuerpo, que me costaba mirar… escribir no es solo una actividad intelectual: hay un compromiso del cuerpo en la escritura. Y la escritura no es solamente el proceso de sentarse y escribir. Yo escribo muy rápido, pero hay todo un periodo anterior a la escritura en la que no estoy escribiendo, estoy leyendo, veo una obra de teatro, camino, anoto algo. Una vez tengo todo en la cabeza, soy muy rápida en la escritura. El complemento de la cerámica fue indispensable para todo este proceso.

Escribes también que «la maternidad es un modo radical de la esperanza».

Hay tantas cosas que pueden salir terriblemente mal —las posibilidades, los riesgos, los embarazos que se pierden…—, el riesgo y la incertidumbre son partes absolutamente esenciales de la vida, pero mientras eso está volcado sobre uno mismo es más llevadero. El miedo en torno a un hijo es una experiencia muy difícil de atemperar. El modo radical de la esperanza es porque así tiene que ser, debe creer que todo va a salir bien porque, si no, enloquecés. Ser madre, también, es que no te puedes morir, ese es un cambio muy tremendo en nuestra estructura psíquica.

¿Cuándo te sentiste escritora y cuándo te sentiste librera por primera vez?

Librera comencé a sentirme en 2019, al poco de abrir la librería. Este es un proyecto muy personal, distinto a cualquier otra librería, nosotros hemos armado un proceso artesanal de distribución, ¡es un lío tremendo! Yo tenía una intuición sobre este proyecto, sabía que iba a ir bien, que existía un nicho que no estaba ocupado y que había interés sobre eso. Bueno, ahora vamos a cerrar Lata Peinada en Madrid, porque todo no se puede. Cuando abrimos Madrid, la idea era que yo estuviese detrás de Madrid, yendo y viniendo de Buenos Aires. Estuve seis meses viviendo aquí al inicio. Pasó la vida, tengo un hijo, trabajo en Cancillería y, aunque viajo un montón, a la distancia no es sencillo gestionar esto. Es un trabajo de curaduría absolutamente personal mío que ahora puedo hacer mucho menos. Seguimos con Barcelona y está la idea de abrir en Buenos Aires.

Es más difícil saber cuándo me sentí escritora, porque tiene que ver con la definición de escritora. No estoy tan de acuerdo en pensar que la escritura es un trabajo. Ahora hay un gran camino de reivindicación de las escritoras y escritores como trabajadores, movimientos de asociación que, en Argentina, por ejemplo, demandan al Estado tener una jubilación asegurada. Tengo mis dudas, quizá por cómo es mi experiencia biográfica en relación con la escritura. Creo que jamás podría dedicarme exclusivamente a escribir, pues mi escritura se nutre de otras experiencias en mi vida. Me apasiona la política: la militancia, la construcción colectiva de algo que esperamos sea un futuro mejor. Entonces, sentirme escritora sí: puedo decir que soy escritora. No lo pongo en el formulario de ingreso, pero sí puedo decirlo y así lo digo en mi bio. Ahora ya me definiría, al margen de otras cosas, como escritora y librera.

 

 

paula vázquez

Educada en una familia en la que los libros son «peligrosos para la salud», Paula sueña con tener su propia biblioteca. Este amor por la literatura la lleva a buscar una vida lejos del hogar de origen. Al otro lado del océano, primero en Barcelona y luego en Madrid, funda una librería habitada por las obras de sus autores más queridos.

Para su sorpresa, tras la muerte de su madre esta vocación abre espacio a nuevos anhelos, que a ratos parecen imposibles: tener un hijo y pertenecer por fin a un lugar de forma permanente. Dividida entre labores y países, Paula encuentra en la cerámica una nueva revelación. En el jardín de Mishal, su profesora, descubre el poder de la observación paciente y el trabajo artesanal, y acaba forjando la figura de la diosa de Laussel, que coloca en el centro de su casa. Guiada por ella, por charlas con amigas y por la lectura de sus escritores admirados, desde T. S. Eliot hasta Roberto Bolaño, Natalia Ginzburg, Agota Kristof o Marta Sanz, la autora argentina y fundadora de la librería Lata Peinada nos brinda un conmovedor memoir sobre el poder transformador de la literatura, el singular oficio de librera y las distintas formas de crear y reinventar la vida.

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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