Suena una música ligera en La buena vida, una librería del centro de Madrid donde la selección literaria y el café son maravillosos. Espero paciente mi turno para entrevistar a Raquel Delgado (Valladolid, 1988), una vitoriana residente en A Coruña que acaba de publicar su primer libro: Ser de fuera (Sexto Piso, 2024). Licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual y máster en Comunicación Política y Corporativa, madre reciente también, debuta con un conjunto de relatos que dan buena cuenta sobre lo que significa habitar lugares que, a priori, parecen comunes, pero no lo son tanto.
Ser de fuera está compuesto a base de relatos sencillos, muy bien construidos, con más capas de las que a priori puedan imaginarse. Los deseos, la amistad, los cuidados, las relaciones. Los lugares de origen, la adolescencia, el paso a la madurez —¿qué es la madurez?— o lo que debemos desaprender para continuar son los ingredientes con los que Raquel compone este conjunto de cuentos que parecen entrelazarse y meterse, también, en nuestras experiencias.
¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
Lo mejor es el asombro constante a medida que mi hija va creciendo. Mi hija, de un año, no tiene apenas nada que ver con el bebé que era. Es una suerte observar cómo crece un ser humano desde que sale de tu cuerpo, cómo se forma su personalidad y cómo la expresa. Es un privilegio poder ver esto de cerca. Lo peor es la falta de tiempo para hacer cosas más personales o que requieren más tiempo, como leer, ver películas o series. Mi tiempo es muy escaso y mi cansancio es mayor.
El proyecto de mi libro es bastante anterior a mi proyecto de maternidad. He pasado más tiempo dedicada a la escritura que lo que ha durado la gestación de mi hija. Conseguir terminar un libro es un parto en toda regla. Una vez que está en la calle tu libro, pierdes el control y no sabes cómo va a ser recibido. Igual que tu hijo, que es un extraño cuando sale de ti y tú te vas adaptando a persona en la que se va convirtiendo.
Da la impresión leyendo estos relatos de que los protagonistas podrían aparecer en varios de ellos, aunque sean relatos independientes.
Eso no es premeditado: ni la manera en los que los fui escribiendo ni el orden son los mismos. Sí hay un retrato de etapas vitales, aunque no se correspondan con el orden que tienen en el libro: relación romántica, matrimonio, maternidad, relación madre-abuela… Hay un tránsito desde los primeros veinte hasta la incorporación a la vida adulta.
El primer relato habla del pan, que era algo que nunca podía faltar en una mesa. Quizá ahora el pan como elemento sagrado en comidas o cenas esté ahora desacralizado. El pan como metáfora de la familia, como elemento de orden.
Sí: un elemento que da sentido a la liturgia de la comida. Yo tampoco concibo la comida sin pan, pero sí es cierto que lo hemos ido apartando.
¿Qué significa ser de fuera?
El libro va de ser de fuera en el sentido literal. Va de gente que, en algún momento, salió de su lugar de origen para no volver. En el momento en que echas una mínima raíz en un sitio distinto al que es el tuyo, ya empiezas a ser de ese otro sitio, empiezas a tener dos personalidades o dos mundos que solo existen dentro de ti. Para tu entorno del nuevo sitio hay muchas cosas que no se comprenden o no se tratan, que no están presentes en el día a día y lo mismo al revés, cuando vuelves al sitio del que procedes. Lo que estás haciendo en el nuevo lugar, en esos nuevos tiempos, no son válidos en el sitio de origen. Esto es un poco irreconciliable, es estar con un pie en cada sitio y etapa vital. Una vez que se sale fuera, esa dualidad para siempre.
Cuando te vas fuera, sobre todo cuando sales de un núcleo más pequeño para ir a un lugar más grande —imagino salir de un pueblo para estudiar a la ciudad, por ejemplo—, se percibe como un triunfo del que se va. Curiosamente, la gente en las grandes ciudades considera un privilegio, en estos días, poder trasladar su vida un entorno rural, máxime cuando la vida en la ciudad se está poniendo tan complicada.
En el libro he tratado de no transmitir una misión romántica del pueblo, sino una más parecida a lo que los pueblos han sido tradicionalmente: un foco más de emigración que de inmigración. El pueblo es totalmente distinto para quien ha nacido y vivido en él, para quien ha desarrollado trabajos como la agricultura y la ganadería, típicos del pueblo y muy duros. Eso no tiene que ver con ese pueblo que tú eliges voluntariamente en alguna etapa concreta de tu vida, buscando la tranquilidad.
He tratado de no caer en la definición de los pueblos como sitios de paz, relajación y comunidad, porque son tan imperfectos como cualquier otro sitio.
Hay cosas que suceden en los pueblos que son comunes a todos. Por ejemplo: los quintos —cuadrillas que se organizan por su año de nacimiento—.
Si tú has nacido en X año, lo que hayan nacido también en ese año están marcados para ser tus amigos y que eso se mantenga para siempre. En mi pueblo, a medida que se va creciendo, eso va siendo menos estanco. Los grupos de amigos del colegio en la ciudad, por ejemplo, son igual de monolíticos que los de los pueblos.
En varios de los relatos abordas lo materno como tema. No solo como una madre hacia su hija, sino como una hija hacia su madre.
Quería, a lo largo del libro, tratar relaciones esenciales: quizá la relación entre madre e hija es una de las que más marca a lo largo de la vida. Para mí es el temazo, he leído muchísimo sobre madres e hijas en los últimos años. Creo que estamos, además, en un buen momento literario para explorarlo. Es un tema que siempre me ha interesado, que tiene muchas capas. Existen tantas relaciones distintas entre madres e hijas…
¿Qué lecturas te han acompañado sobre este tema?
Desde Vivian Gornick y sus Apegos feroces hasta Natalia Ginzburg, por ejemplo. En Léxico familiar, un libro que me fascina, el padre está muy presente, casi más retratado que la madre, pero ella tiene una sutileza a la hora de narrar la relación familiar increíble. En sus libros habla de un momento en el que no podía cuidar de sus hijos porque «tenía asco en el corazón», justo después de perder a su marido en la Segunda Guerra Mundial. La manera en que narra ese “parón” en su maternidad me conmueve. Pienso en la escritura de Eider Rodríguez. Y también en Pequeñas labores de Rivka Galchen, que conecta mucho con lo que hablaba antes sobre el asombro.
También abordas la infertilidad en uno de tus relatos.
El relato en el que hablo de infertilidad partió de tratar la relación tía sobrina, que me parece interesante porque es un vínculo sobre el que no está claro si es o no muy importante. Hay muchos tipos de tíos y sobrinos: muy cercanos, muy distantes… es una relación sin, a priori, tantas obligaciones como la paterna o la materna.
La narradora de ese relato quiere ser madre y el vínculo con su sobrina le recuerda constantemente este hecho. Es como una relación de segunda clase comparada con la que ella querría tener con un niño. Es un poco también el reflejo de ese concepto de ser de fuera: convivir con otros niños cuando tú quieres tener los tuyos propios.
Ser madre porque lo necesito. Necesito ser madre.
Es algo que está también presente en otro relato, Dímelo a mí. No sé si alguien es capaz de racionalizar por qué quiere ser madre: creo que es más fácil y más objetivo racionalizar por qué no serlo, hay muchas más razones objetivas. Sabes que quieres ser madre, pero realmente si te pones a hacer una lista, es posible que ganen los inconvenientes. En ese relato trato de reflejar esa desesperación y, al mismo tiempo, la alternancia con el pensamiento de que quizá no sea tan importante, que ser madre no define una vida, pero en el momento en que ese deseo está insatisfecho es troncal a la vida, en este caso, de la narradora.
No sé si existe algo tan fuerte como ese deseo, quizá suceda con las vocaciones artísticas. El deseo de ser madre es algo muy irracional, apremiante, y lo cubre todo.
Carmen no puede dejar de pensar que la vida no tiene sentido desde que se metió esa idea en la cabeza una tarde de Navidad, mientras veía la televisión con sus padres. Aurora y su madre se ven obligadas a compartir coche y horas en compañía cuando viajan al pueblo para asistir a una ceremonia en memoria del abuelo. La despedida de soltera de Alicia con sus amigas de infancia saca a la luz algunas de las heridas que han marcado su relación… Las protagonistas de los relatos de Ser de fuera son mujeres que se sienten desplazadas, fuera de lugar, distanciadas de las que un día fueron sus coordenadas de partida, ya sea el entorno en el que nacieron, las personas junto a las que crecieron o el sistema de valores que heredaron. Hace tiempo que entendieron que no son el centro del universo, pero aún les resta averiguar qué lugar han de ocupar en el mundo.
En su primer libro, Raquel Delgado indaga en nuestros vínculos más esenciales —la familia, el amor romántico, la maternidad, el empleo, la amistad— y los sitúa en el centro de unos relatos sin trampa ni cartón: historias cotidianas y aparentemente sencillas que, descubrirá el lector, están llenas de verdad. Con un estilo pulcro y delicado y una mirada implacable que, sin embargo, no renuncia a la compasión, Ser de fuera reflexiona sobre aquellas cosas que dejamos atrás y cambian hasta volverse irreconocibles y, a fin de cuentas, sobre lo extrañamente común que resulta sentirse un intruso en la vida propia.