Hay una manera muy distinta de ser madre o padre a todas las demás y es la que yo elegí; de hecho, lo tenía clarísimo desde pequeña sin saber que esta forma de ser mamá existía: Ser madre de acogida. Soy madre de acogida. Antes de hablar de mi experiencia, me gustaría explicar que las vías para formar una familia son múltiples, pero muy pocas familias se plantean el acogimiento familiar como una opción, quizás porque tanto en la familia biológica como en la adopción no hay posibilidad de retorno y en el acogimiento familiar sí existe esa posibilidad. No obstante, también es cierto que es la gran desconocida y no debería, pues es necesario que haya más familias de acogida y muchas familias tratando de tener hijos. El proceso es complejo: conlleva mucha energía, trabas burocráticas y, a menudo, “desnudarte”ante extraños que te van a evaluar, algo que no sucede con la maternidad biológica.
Cuando decides ser familia de acogida, la gestación comienza contactando con la organización dedicada a ello en cada provincia para dar paso a un “embarazo” lleno de jornadas de formación, testimonios de familias y, por último, una serie de entrevistas que evaluarán en profundidad nuestra aptitud para convertirnos en acogedores y que también nos servirán para orientar nuestros deseos. Y es que convertirse en familia de acogida es algo que hay que tener muy claro porque todo el tiempo estamos hablando de criaturas en situación de vulnerabilidad. A menudo, pasa más de un año desde que comienzas hasta que te declaran familia idónea para acoger. Hecho todo esto comienza el periodo de espera, una espera que se hace eterna aunque sean pocos los meses que tarden en llamarte para que vayas a conocer a un o una peque que en unas semanas estará en tu casa.
Nunca olvidaré aquel primer día en que llevamos una tortuga de peluche a una personita que no dejaba de mirarnos con curiosidad, pero también con recelo, en aquel parque bajo el frío del invierno. Tampoco puedo olvidar el primer día que entramos en casa, en la habitación que le habíamos preparado y colocamos su pequeña maleta en el armario, con sus ojos escudriñando todo alrededor. No lo olvidaré, igual que tampoco olvidaré muchos llantos, juegos, risas mezcladas con miedos y reacciones desproporcionadas de aquellos primeros días… que duran hasta hoy.
A partir de la llegada del menor tu vida se convierte en una noria; a veces estás arriba y a tope, pero en otras muchas ocasiones bajas y bajas muy abajo, tocas fondo para volver a subir. Esto es lo que hace del acogimiento una forma diferente de ser madre o padre, porque tienes que estar dispuesta a ser evaluada, a que tu hija te compare y te ponga permanentemente aprueba, a compartir su tiempo con la familia biológica, a no juzgar lo que sucede en las visitas o lo que haya sucedido con anterioridad en su vida. Tienes que ganarte su confianza, ser humilde, saber ponerte en el lugar adecuado para entender que no eres su madre, pero a la vez ejercer de madre o padre y sentirte como tal con todo lo que ello conlleva. Poner límites, educar, acompañar y escuchar, escuchar mucho, escuchar con respeto y NUNCA juzgar, son el día a día de cualquier madre o padre, pero en este caso, a menudo, tienes que estar dispuesta a satisfacer una alta demanda de atención, mayor sensibilidad, a someterte a ti misma a una autoevaluación y a seguir un aprendizaje continuo.
La experiencia del acogimiento te pone delante un espejo en el que salen tus miedos, traumas e inseguridades, pero también te obliga a poner en marcha una enorme responsabilidad y tu capacidad de empatía y autoanálisis para aprender a gestionar las emociones, las tuyas y las de les peques. Vas a tener entre tus manos a niños y niñas con una especial sensibilidad, a menudo con mayores necesidades, que han pasado miedo, han sufrido abandono y dolor y que vienen con traumas que hay que gestionar. Por mi parte sería irresponsable decir que todo es maravilloso en esta experiencia. No lo es: es intenso, duro y agotador, pero tampoco es perfecta la maternidad biológica. Después de casi seis años como mamá de acogida, he aprendido mucho de lo que no hacer; encontrar, como acertar, es más complejo. Tiene momentos complicados, te sientes desbordada, te verás en situación de renunciar a cosas, muchas, muchas cosas y en ocasiones vas a necesitar ayuda. Esta ayuda a veces no llega, no hay muchas respuestas a determinadas situaciones y problemas que se te plantean, te vas a sentir cuestionada por el entorno y las instituciones.
Solo hay un antídoto a toda esta parte agotadora y es cuando miras atrás y ves cómo habéis evolucionado como familia, cómo fueron desapareciendo las pesadillas, cómo vas dejando de tener que portear en brazos; mi peque ha sido un koala hasta los cinco años de edad. Ves cómo van desapareciendo algunos miedos y comienza a ser más independiente. Cuando notas que mejoran su autoestima, su psicomotricidad y otras cuestiones relacionadas con su desarrollo. Cuando confía en ti y te cuenta cosas dolorosas o cuando notas que se está viniendo arriba y ya no se deja pegar o dominar por sus iguales, es el momento en que eres consciente de que lo estás haciendo bien, de que el amor puede y consigue curar o, al menos, ayuda a colocar las emociones.
Es necesario entender que crecer en un centro de acogida no es lo más recomendable: necesitan los brazos, los mimos y los límites que sı́ les da una familia y, si no hay familias de acogida, el estar institucionalizados no les permite sentir el arraigo y el amor que puedes dar. El amor es lo debes tener presente cada día, algo que se olvida porque cuando te ponen a prueba no es más que para comprobar que, pese a todo, pese a sus imperfecciones, hagan lo que hagan, tú quieres a tu peque de manera incondicional. Pase lo que pase, necesita saber que siempre vas a estar a su lado y nunca, nunca le vas a abandonar y esto, por mucho que sea de sentido común, por mucho que todas lo sepamos, a veces no se lleva bien, no conjuga con el estrés y el trabajo en esta vida desquiciada que llevamos.
El acogimiento no es una experiencia para ser solidaria: ese ego hay que llenarlo haciendo donaciones porque es una mala motivación para acoger. Llegar a ello con esa visión es del todo erróneo y puede traer consigo una devolución del menor, con todo lo que eso conlleva. Tienes que estar dispuesta a ser generosa: para ser solidaria, mejor una colabora con una ONG o hazte activista. Para acoger tiene que existir el deseo de compartir toda tu vida con menores en riesgo y con daño emocional y estar dispuesta a un compromiso de por vida. El acogimiento es más una forma de vida que cambia a toda la familia, por lo que exige responsabilidad y cero egoísmo.
Es una experiencia en la que tu hija nunca será tu propiedad, como no deberían serlo, tampoco, los peques biológicos. Son personas suyas, propias y este, quizás, es uno de los aprendizajes más difíciles de la experiencia: tendrás que compartir el papel más fundamental de tu vida y el más importante para tu peque: el de madre. Tu ego va a tener que lidiar con quedarse fuera, pasar a un segundo plano y tus prioridades y las de la familia cambiarán e irán evolucionando al ritmo que lo hace la propia evolución del peque en acogida. El tiempo que esta personita esté en la familia también es una incógnita: cualquier acogimiento comienza siendo temporal pese a que muchos se conviertan en permanentes y para sobrellevarlo hay que vivir al día, estar en el presente, en el hoy y, una vez más, ser generosa, no sentir propiedad sobre esa personita porque si hay retorno, el daño emocional será enorme.
Muchas familias de acogida viven con angustia el paso del tiempo y es habitual escuchar a gente alrededor que te dice: “Y si te lo quitan, ¿qué pasa?”. Repito: hay que tener claro que no son nuestros. De hecho me parece marciano tener que explicar esto, que no nos quitan nada porque no podemos ser propietarios de personas. Es una visión errónea de nuestro papel como madres y padres. El tiempo que dure es una experiencia de calma para el peque en acogida, pero también un aprendizaje de humildad y solidaridad para la familia y, si el enfoque es de propiedad, si lo que quieres es tener un hijo que sea “tuyo”, el acogimiento será un error. Es curioso que, si preguntas a las familias acogedoras si repetirían la experiencia, algunas te dicen que no y otras tienen muy claro que sí lo harían. Yo misma en ocasiones, diría que no. Rotundamente, no repetiría, pues me ha costado renunciar a parte de mi carrera durante más de cinco años, pero hay algo en lo que coincidimos la inmensa mayoría de las familias y es que no nos arrepentimos de haberlo hecho. Te cambia la vida, claro. La llegada de cualquier persona te cambia la vida, pero esta experiencia, además, te hace amar de forma incondicional, sentir y vivir cada cosa de una manera muy especial y muy intensa. Sientes el paso del tiempo como si se duplicase o triplicase por la intensidad de todo. Vives muy al día porque nunca se sabe lo que puede ocurrir, pero es un fiel reflejo de lo que es la propia vida. A veces, las instituciones te ponen trabas que no esperas, demasiada burocratización y, a veces, se escapan muchas cosas de las manos. Te hará ser madre o padre de una forma diferente, pero madre y padre y por encima de todo y tendrás un hijo o hija que te necesita quizás más que nada en el mundo, aunque nunca llegue a ser muy consciente de ello.
Un comentario