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UNA CONVERSACIÓN CON LETICIA SALA

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En un mundo hiperetiquetado, quise conocer qué significaba ser una escritora millenial. Esas dos palabras fueron las primeras anexas a Leticia Sala (Barcelona, 1989) cuando, por primera vez, supe de ella. Tengo un amigo baby boomer que siempre me arroja entre risas que soy una millenial, aunque yo no termine de entender qué significa, porque una vez utilicé la palabra random. El caso es que me puse a investigar y sí, soy una millenial. Como Leticia. Pero yo soy una millenial temprana y ella lo tardía. Cuando supe que venía de promoción a Madrid, no pude resistir la tentación de solicitar una entrevista con ella. No había tenido tiempo de leer su libro, pero me había estudiado el dossier de prensa. Leticia estaba promocionando su último libro, Los cisnes de Macy’s (Reservoir Books, 2023), un libro que contiene 31 relatos que fluyen entre lo biográfico y lo ficcionado, entre los likes y el dolor por un aborto. Se compara el estilo literario de Leticia con la forma de escribirse que tienen autoras como Joan Didion, Lucia Berlin o Annie Ernaux, pero Leticia tiene una voz propia que no necesita comparaciones ni madrinas.

Llegué a la entrevista confesándole que no había tenido tiempo de hacer los deberes. Ella lo sabía y me estaba esperando con un libro en la mesa. Yo llevaba, para ella, un ejemplar de “Va de nosotras”, el cuarto número de MaMagazine en papel. Un par de días después de nuestro encuentro, en un viaje a Fuerteventura, devoré Los cines de Macy’s. Y lo entendí todo: entendí cuando ella me hablaba de la formación de la identidad a través de las redes sociales. Entendí que, como ella me contaba, la frivolidad y la profundidad están separadas por un hilo muy fino, como lo están el odio y el amor. Es increíble la cantidad de capas que encuentras en sus historias en cuanto comienzas a rascar.

Los cisnes de Macy’s es infidelidad y es las Kardashian y es un aborto y es enfermedad y es manicura. Es Miami y es Nueva York. Es herencia y es futuro. Y, entre todas las historias, es filosofía y es, también, creer en Dios. Es sorprendente y exige liberarse de prejuicios. Es pasar de «Cada vez que Divine Nails aumentaba de diez mil seguidores, abría una botella de champán con mi marido, pero llegó un punto en el que perdimos la cuenta. Conseguí el check azul muy rápidamente, eso me daba una especie de inmunidad diplomática en las redes» a «Me aterran las enfermedades porque son el absoluto opuesto a la creación, a los flores y a los ríos. Me aterran porque una enfermedad destruye, inhabilita, es pulsión de muerte, y eso es mucho más aterrador y mucho más poderoso que la propia muerte». Frivolidad o profundidad, que cada quien elija. Lo indiscutible es que son verdades como puños.

Entendí lo que significa construir una identidad a través de las redes porque yo, como millenial temprana, he vivido eso de apagar el móvil para dormir por las noches. Entonces me cuesta entender a mi hija y a sus amigas cuando vienen a comer los martes a casa. Las miro y alucino, porque su sobremesa consiste en comunicarse a través de sus móviles estando las cuatro juntas sentadas en el mismo sofá. Pero leo a Leticia y es ella, la millenial tardía, la que me da la clave en otro pasaje de su libro, cuando un grupo de amigas está discutiendo:

—Eso es —exclama Poppy—. No somos unos de tus setenta mil seguidores en Instagram.

—Setenta y cuatro mil… —susurra Gia, estirándose los pelos de las cejas.

Pum. Esto era. Da igual lo que yo crea, porque aquí hay una nueva religión y yo, aunque no soy creyente, soy practicante.

Habla Leticia de lo poco que se habla de lo invisible —el título de uno de sus relatos— y se te encoge el corazon: «Me acordé de mi juego secreto de mirar humanos y pensar en sus embarazos satisfactorios y sus DNI: esa imagen que antes calmaba mi mente no era en realidad prueba de nada, ya que todos los embarazos fallidos son invisibles. Y sin embargo, están sucediendo todos los días, en barrigas de mujeres vivas y sanas».

Habla, también, de lo que significó para ella ingresar a su hija recién nacida en la UCIN: «Los recién nacidos reconocen a sus madres por el olor, ya que todavía no tienen desarrollada la vista. Así que como no podemos estar juntas las veinticuatro horas, he dejado de ponerme desodorante aunque sea agosto y por las hormonas del posparto no pare de sudar. No sé lo que es ser madre pero no vas a tener ninguna duda de quién es la tuya».

Su maternidad es el punto de partida de nuestra conversación. No nos conocemos, pero a priori es lo que nos une para iniciar esta conversación. Esto y el amor por las letras. Confiesa que le ha emocionado mucho la portada de la revista, ese  Por una vez, esto va de nosotras, y reflexiona sobre ello: “Me da la impresión de que una vez llega tu hijo al mundo, tú ya no existes. Y nosotras, ¿qué? La verdad, yo tengo un recuerdo muy crudo de mis primeros meses como madre. Mi hija nació en agosto de 2021. Mi parto fue horroroso. Por motivos ajenos al parto, pasó varios días en la UCIN. Fue el momento más duro de mi vida: yo no sabía lo que era ser madre y, de pronto, encontrarte que algo tan esperado, tan proyectado acaba en una UCIN… Mi parto acabó en una cesárea de urgencia y mi postparto inmediato fue muy duro. Recuerdo ir a un restaurante a comer con mi marido, en una pausa de dos a tres en la UCIN, y estar con la cicatriz, el pecho inflamado, mi cabeza en otro lugar… me costaba hasta tomar asiento. Fui consciente de que había perdido lo mágico, el cuidado de la gente mientras estaba embarazada. Y pensé que, en ese momento, tras dar a luz y con mi hija en la UCIN, era cuando más lo necesitaba”.

No nos conocemos, pero siento que nos unen muchas cosas…

Sí, hablar de estas cosas es como una sesión de terapia. Soy consciente de que la sociedad no está preparada y no asume que el gran momento para cuidar a una madre es el postparto. Tuve un aborto anterior a mi embarazo a término, que fue una maravilla, no viví un embarazo duro. No quiero decir que no haya que respetar a una mujer embarazada: quiero decir que la misma mujer sigue necesitando ayuda y apoyo cuando ya ha dado a luz.

Te encuentras sola, aunque estés rodeada de gente. ¿Por qué se corta el relato cuando damos a luz?

Exacto, es como si estuviéramos escribiendo y, a partir del momento del parto, se cortase la historia. Recuerdo empezar a dar el pecho, que es otro aprendizaje, y encontrar gente a mi alrededor haciendo fotos al bebé, gritando… No encontraba respeto. Solo a base de ser muy insistentes, vamos a conseguir que se entienda la madre es el todo. Hay un camino que es el de la madre más el niño, no caminamos por separado madres e hijos. El bebé es una rama de la madre.

Debemos luchar y seguir trabajando por dar valor a la maternidad. Hay tanto que decir sobre esta experiencia…

Antes de ser madre, la gente me preguntaba por mi trabajo, por mi opinión sobre una u otra cosa. Después, noté la ausencia de preguntas. ¡Pero si es el momento en el que mi cabeza está más a tope, con preguntas, con confusión, con dolor! Es ahora cuando necesitamos hablar de esto y no antes, cuando estás brillando y te encuentras más bonita y ligera…

Mi hija recibió en alta en Neonatos y, a los cinco días tuvimos que encontrar un pediatra para la revisión del mes, en pleno agosto, con el miedo que nos invadía. Conseguimos una pediatra al lado de casa. En el momento en el que nos estaba dando las típicas instrucciones tipo “el bebé tiene que comer cada dos horas”, me dijo “bueno, ahora te habrás dado cuenta de que tu bebé es lo más importante y tú quedas en un segundo lugar”. ¡Era una mujer la que me lo dijo! ¿Cómo puedes decir esto a una mujer que acaba de parir, que acaba de sacar a su hija de Neonatos? Yo ya era consciente de que mi sueño daba igual, de que mi dolor daba igual. Ya me había dado cuenta: lo estaba pasando fatal. Eché de menos algún comentario de ánimo, alguna instrucción sobre lo que era el postparto. Obviamente, cambié de pediatra.

¿Y cómo estás ahora?

Gracias por preguntar: ¡ahora estoy muy bien! Es muy fuerte cómo nos entendemos las madres entre nosotras, cómo conectamos. Por eso somos tan poderosas, en realidad. Nos acabamos de sentar a charlar y no nos hemos tenido que explicar muchas cosas para saber que nos entendemos. Mi primera pérdida, anterior a mi hija Cleo, fue un momento muy amargo. Con Cleo fue distinto: le pedía que se quedase, le decía que aquí estaría bien… Sentí, entonces, que Cleo decidió quedarse conmigo.

En mi primer embarazo yo también tenía miedo a sufrir una pérdida. Mi madre había sufrido un aborto en un estado de gestación bastante avanzado y yo tenía miedo a que me sucediese lo mismo. Y todos los días, en ese primer trimestre en el que tienes tanto miedo a una pérdida espontánea —algo más común de lo que imaginamos—, siempre me decía: “cada día que pasa es un día más de vida”.

El trauma generacional es algo que heredamos de nuestras madres. Es muy interesante saber esto. Creo que haber perdido a mi primer bebé en mi primer embarazo hizo que viviese mi segundo embarazo de manera muy consciente, con muchísimo amor. Empecé muy mal este camino de la maternidad. Fue como recibir un jarro de agua fría constante. Me culpé mucho por sentir que no estaba sacando las fuerzas necesarias. Siento que estuve bastante tiempo en el abismo de una depresión, rocé la oscuridad de cerca, pero de alguna forma, como le había pedido tanto a Cleo que se quedase, sentí que no se merecía esto. Tuve que armarme de valor para sacar fuerzas y salir de esta situación.

En mi relato Lo invisible acabo diciendo: “Tú no quisiste nacer. Al menos no conmigo. Y esto es lo último que puedo escribirte”. Acepté y asumí esto, que mi primer hijo no quiso nacer —siempre pensé que era un niño— y ya está. Es una herida fuerte que, evidentemente, al revivirla, me emociona. No está cerrada ni me da igual, pero puedo vivir mucho mejor con ella, a través de ella. Me he reconciliado con todo esto y, de hecho, el punto de inflexión en el que vi que había algo sanado fue cuando me preguntaban esas típicas preguntas que nadie debería hacer, del tipo “¿vas a tener más hijos?” O “¿para cuándo el siguiente?”, dos meses después de dar a luz. Cuando esas preguntas vinieron a posteriori, pude responder con más naturalidad y menos dolor. Mi canal de madre está abierto, pero estuvo muy cerrado. Yo le decía a mi marido que no veía el momento de atreverme a volver a pasar por esto, y lo decía con mucha pena. Porque significa que tu fertilidad, en el sentido más etéreo de la palabra, está mal, que hay algo que está dañado. Y ya no hablo de que eso tenga que revertir en tener una criatura, sino de algo mucho más expansivo de la vida, de cuando te sientes como una flor en crecimiento. Estuve fatal durante muchos meses. A partir del año, comencé a sentir que algo estaba mejor por dentro. Perdono, asumo y acepto.

Es que perdonar es un súper poder. En el momento en el que decides y puedes perdonar, el poder es tuyo.

Absolutamente. Es perdonarte a ti, porque muchas veces no nos perdonamos a nosotras mismas, y perdonar a la gente a tu alrededor, sabiendo que todos lo hicimos lo mejor que pudimos, que ahora estamos donde estamos y vamos para adelante.

Cuando hablamos de la maternidad hablamos de nuestras hijas, pero también de la relación con nuestras madres.

En general, he tenido siempre una buena relación con mi madre. Mi madre tuvo una mala relación con su madre y, si por algo ha venido al mundo, o así lo siente ella, fue para corregir eso. Hizo tanto esfuerzo con sus cuatro hijos para que eso fuera distinto que, en mi caso, lo ha conseguido. Evidentemente, hemos tenido nuestras cosas, pero existe un canal muy sano entre mi madre y yo. Mi madre, quizá precisamente por esa voluntad de no hacer lo que le hicieron a ella, es una madre muy protectora. De alguna forma, para mí ha sido también un trabajo hacerle entender que ya no solo soy hija, sino que también soy madre. Agradeceré que siempre me vea como hija, porque siempre necesitamos seguir siendo esas niñas y sentirnos hijas.

Lo más doloroso, cuando perdí a mi madre, quizá no fue perder su presencia física, sino el amor incondicional que me brindaba y que me daba tanta seguridad.

¿Has intentado buscar ese amor en otras partes?

La busco en los libros. A veces, inconscientemente pienso que creé esta revista para poder decir la palabra “mamá” todo el rato, a todas horas. También porque me faltaban relatos, porque no me sentía identificada con la imagen de lo materno que tenía alrededor. Las madres de las revistas estaban todas estupendas. ¿Es que nadie había sufrido un aborto, arrepentimiento, tristeza o dolor? ¿Todas cocinamos genial y tenemos caldo en la nevera?

Claro: aprendemos a ser madres al momento, no tenemos ningún duelo con la mujer que acabamos de dejar y que nunca va a volver, porque para eso hemos nacido… (risas)

Conversando con María Negroni, sobre su libro El corazón del daño, ella me preguntó por qué había leído su libro. Y le contesté eso: que leí su libro para buscar a mi madre.

Como hija, siento que este vínculo madre-hija, que es el todo, va dejando ver distintas capas. En mi caso, una de las capas que vio la luz es esta necesidad de que me cuide mucho y también de que me de el espacio para ser la madre que yo quiero ser. Saber que la madre de Cleo soy yo y no hay nadie más aquí. Yo estuve muy débil y necesité mucho a mi madre. Le agradeceré toda la vida que estuviera allí, porque estoy convencida de que, sin ella, hubiera tenido una depresión postparto de caballo. Realmente no sé lo que tuve, porque no se habla mucho de estas cosas. A la mínima que no estás bien, se piensa que has tenido una depresión postparto. Esta situación es una condición clínica, muy potente. Pero luego hay grises: también hay tristeza, duelo, ansiedad, estrés postraumático… nada nos hace más libres que tener información, que saber cómo definirnos. Me da pena porque, a veces, cuando me preguntan si sufrí una depresión, contesto que no lo sé. Y ese “no lo sé” te convierte en alguien con menos poder en tu propio relato. Conforme fui cogiendo fuerzas, necesité menos a mi madre y tomar el papel relevante como madre yo. Yo no fui nunca una persona mandona o líder, sino más bien complaciente, sin ánimos de molestar. Tendía a eso, pero la maternidad me ha cambiado. Las cosas pasan por mí, yo hago lo que tengo que hacer.

Porque tienes tu certeza.

Cleo me ha dado la certeza, exacto. Me ha dado, también, la capacidad de estar aquí haciendo entrevistas y verme menos afectada por las cosas. Sobre mi literatura, he pasado por muchos conflictos y he hecho avanzar a mis personajes en los conflictos que planteo. Mis experiencias y mi maternidad me han permitido explorar las zonas oscuras. Creo que la literatura es la luz y es igual de importante que la oscuridad. En mis obras anteriores siempre iba hacia la luz, hacia el final feliz. Quería explorar esas zonas oscuras. Tenemos luz y tenemos oscuridad y hay que abrazar eso. La maternidad te lo pone delante con mucha claridad.

Me llama mucho la atención y, quizá, sea lo más frívolo que te voy a preguntar, pero ¿qué significa que te definan como escritora millenial?

Es que la frivolidad está muy cerca de la profundidad. Lo millenial se define con la llegada de las redes. Me parece muy interesante el impacto de las redes en nuestro sentido de la identidad, en las amistades líquidas… Yo he ido creciendo y esos temas se me han hecho pequeños. Me interesa hablar de la relación con mi madre, de la relación con mi hija, pero esos temas están reflejados también. Somos escritores que introducimos en nuestra literatura temas más actuales o generacionales, como podría ser la impronta de internet en nuestras vidas.

leticia sala

Una perra ciega le abre los ojos a su dueña sobre las vidas pasadas de su pareja. Dos amigas de la infancia a las que el destino ha separado mantienen una conversación al borde de un precipicio en el Gran Cañón. Un meteorito llamado Madre cae en Malibú. Una exitosa artista de uñas de Miami visita a una bruja para tratar de poner fin a sus demonios. Una madre en medio de incubadoras no sabe cuál de todos los bebés es su hija.

Leticia Sala sabe que el dolor reside en chats en los que ya nadie escribe, que la primera amistad cala mucho más profundo que el primer amor, que vida no es lo único que contiene el vientre de una embarazada, y que nuestras pantallas deberían leerse como el más íntimo de los diarios. En estos relatos situados entre la ficción y la memoria, la autora se confirma como una gran retratista de su generación, conjugando lo profundo con lo pop y lo poético con lo tangible para hablar de los deseos y los temores que pueden cruzar toda una existencia.

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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