Adicción tecnológica
La tecnología, tal y como está diseñada, es adictiva. Ya no me cabe la menor duda después del ladrillo de casi 400 páginas que he leído sobre el tema publicado por el psiquiatra y neurólogo alemán Manfred Spitzer en 2019. Sus 400 páginas están plagadas de resultados de estudios que ponen los pelos de punta, no solo referidos a niños y adolescentes, sino también a jóvenes, estudiantes universitarios y adultos. Después de leer tanto, me queda claro que lo que ocurre con el uso de la tecnología es similar a lo que ocurrió con el uso del tabaco. Y hoy ya casi no se puede fumar en ningún sitio.
Me genera mucha disonancia conocer los problemas que causa la tecnología y que han sido demostrados de forma abrumadora por miles de estudios publicados en todas las Science, Nature, JAMA y The Lancet de turno y ver cómo las instituciones educativas siguen insistiendo en su uso masivo.
Muchos centros educativos han introducido la tecnología en las aulas y han sustituido los libros de texto por recursos virtuales. Sin embargo, no hay ni un solo estudio que muestre una mejora en el rendimiento académico. La mayor parte encuentran que el rendimiento de los alumnos no solo no mejora, sino que empeora. Otros trabajos han encontrado que los manuales que contienen vídeos y enlaces distraen y dificultan la adquisición de conocimiento de los alumnos. Un estudio publicado en Science concluía que cuanto más se explotan los recursos de los manuales menos aprende el alumno. A mejores manuales digitales, peor aprendizaje. También hay estudios muy contundentes que muestran que escribir con un teclado y leer en una pantalla impide asimilar el conocimiento y más cuanto más jóvenes son los escritores y lectores.
Otro de los argumentos de los defensores de la tecnología en el aula es la mejora de las competencias digitales. Hay que enseñarles a usar la tecnología para que no se queden fuera del mundo. Sin embargo, la investigación tampoco muestra que los alumnos “digitales” sean más competentes. Todos los niños se manejan igual de bien, los que siguen utilizando libros y cuadernos también. Lo que sí muestran es que el uso de la tecnología en clase afecta más a los alumnos con dificultades, que ven seriamente perjudicado su rendimiento académico. El argumento de que la digitalización escolar sirve para disminuir las desigualdades y la brecha social tampoco se ve apoyado por la ciencia.
Podemos pensar que esto ocurre mientras los niños son pequeños y que después ya sí que la tecnología en el aula produce resultados positivos. Vayamos a la universidad. Una gran parte de los alumnos universitarios utiliza en clase ordenadores conectados a internet, diría que entre la mitad y las tres cuartas partes. Los estudios muestran que, de ellos, solo el 5% está escuchando y tomando apuntes. El resto alternan entre mirar un momento el correo, echar un vistazo a Facebook, enviar un mensaje por Whatsapp, mirar una página web y escuchar al profesor. Esta alternancia tiene como resultado una enorme desconcentración y unos resultados académicos mediocres, mucho peores que los de ese 5% que consigue milagrosamente prestar atención. Algunos estudios muestran que los alumnos universitarios que alternan entre estas actividades no pueden concentrarse más de seis minutos de cada quince ni de focalizar la atención de forma sostenida en un trabajo. Es muy revelador que estas conductas se realizan más cuanto más jóvenes son los alumnos y que no tienen ninguna conciencia del impacto de estos hábitos en su concentración.
El coronavirus ha aumentado una barbaridad el tiempo delante de las pantallas. También ha obligado a los profesores a dar clase online y es muy posible que el curso que viene sigamos así. Los estudios que se han hecho con alumnos universitarios que siguen docencia online muestran que los niveles de distracción, la tasa de abandono y los resultados mediocres son mucho mayores que cuando la docencia es presencial. Si vamos al modelo online los profesores de todos los ciclos educativos tendrán que estar mucho más atentos al progreso de los alumnos o los futuros datos de fracaso escolar podrían ser muy altos.
Ya fuera de las aulas y referido a la población adulta, la investigación muestra que la capacidad de reflexión y la calidad del pensamiento disminuyen de forma significativa a medida que aumenta el tiempo en las redes sociales y las búsquedas en Google u otros motores. El pensamiento se vuelve demasiado intuitivo y se utilizan más heurísticos –atajos que utiliza el sistema cognitivo para dar respuestas rápidas, cómodas, simples y automáticas a los problemas. La conclusión de un grupo de expertos después de haber realizado varios estudios es que la utilización muy frecuente de Google afecta de forma significativa a la capacidad de los individuos para tratar la información, o sea, para pensar.
Además de todos estos problemas relacionados con la educación, el uso intenso de la tecnología produce mayores tasas de depresión, insomnio, estrés, angustia y aislamiento social. También provoca una disminución de la empatía, la gran ausente de nuestra sociedad. Es posible que todo esto suene a retahíla manida, pero de verdad que cuando uno lee la evidencia es impactante. Con todo esto en la cabeza, ayer propuse a mis hijos un día de desconexión total y el menor, que tiene 12 años, me miró a los ojos y me dijo muy serio “¡Y una mierda!”. Mañana empiezo el programa de desintoxicación.
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MARTA GIMÉNEZ-DASÍ
Es madre de dos niños y profesora de Psicología del Desarrollo en la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. La maternidad y la universidad conjugan su principal interés vital: entender y promover el desarrollo sano en los primeros años de vida. Desde 2009 dirige un equipo de investigación centrado en el estudio del desarrollo emocional infantil. Como resultado de sus trabajos ha publicado los programas Pensando las emociones con atención plena y varios libros sobre desarrollo infantil en la editorial Pirámide.
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