© Sofía Crespo Madrid

AIDA GONZÁLEZ ROSSI: “El mundo virtual es tan de verdad como el físico: en ambos se dan diálogos reales”

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La primera vez que supe de Aida González Rossi (Tenerife, 1995) fue en la presentación de la era Sabina Urraca como editora de Caballo de Troya. Recuerdo haber pensado en canario: “Chos, qué juventud y qué destreza tiene esta mujer. Y qué curiosidad me causa que su novela, Leche condensada, se defina como una partida de Pokémon”. Y es que, entre otras muchas cosas más, Leche condensada es, ciertamente, una partida de Pokémon. Cada capítulo hace alusión a un ataque o habilidad del videojuego, y así lo explica. Es curioso: pocos días antes de entrevistar a Aida, estuve en la presentación del poemario de Carmen Berasategui, Cosas asombrosas ocurrirán hoy (Olifante, 2022) en la que el crítico literario Juan Marqués definió este libro de Carmen, comparándolo con su poemario predecesor, como “la evolución de un Pokémon”. Nunca en mi vida había relacionado a los Pokémon con la literatura y, en cosa de tres días, me lo pusieron delante dos veces.

Comienzo a leer la historia de Aída —con tilde—, una chica de 12 años que vive con su madre en el sur de Tenerife. Aída tiene una madre —y tiene un padre, pero no convive con él—, tiene una tía, tiene alguna amiga y tiene un primo, Moco, que nació el mismo día que ella y al que está muy unida. Demasiado. Aída tiene una abuela que los crio a ella y a Moco y que les mete leche condensada en la boca. Y ellos se aguantan la leche dentro y, a veces, se la pasan de boca en boca. Hay mil cosas de las que hablar sobre Leche condensada, mil temas que hacen intersección en la propuesta de Aida, pero, como la cabra siempre tira para el monte, me interesó mucho la relación de Aída y su madre, una mujer separada que acaba de mudarse con su hija y por ahí comenzamos a dialogar Aida —sin tilde— y yo: “Me interesaba abordar la figura de la madre que, a veces, se pasa por alto. El poeta Adrián Fauro habló de los adultos en Leche condensada con una imagen de los dibujos animados Vaca y pollo en la que, cuando salen los adultos, solo se les ven las piernas, nunca el cuerpo entero.  Se asume que la madre está ahí para cuidarla, pero, precisamente porque Aida también está a lo suyo, viviendo su adolescencia, no la ve. Es tenerse delante y no mirarse. Quería hablar de la depresión que sufre la madre desde ese asumir como normal todo lo que le pasa. Aída o puede mirar a su madre como una persona vulnerable, que esté pasando por ciertos procesos porque, al final, los cuidados la convierten en un telón de fondo. No se le puede achacar a Aída, tampoco, que no la vea, pues ella está viviendo, a la vez, su propia hecatombe. Intenté jugar con la figura de los NPC, los personajes no jugables en los videojuegos que, simplemente están ahí. Por ejemplo, en Pokémon, cuando empiezas la partida en tu pueblo, sales solo por el mundo a vivir tu aventura. La madre siempre está en la casa a la que puedes volver: te cura a los Pokémon y siempre está sentada ahí, en el mismo sitio, sin moverse. Aunque Aída y su madre no se miran mutuamente, hay como un juego de espejos en ese sentido”.

 

Uno de los grandes viajes del libro es cómo se buscan y se encuentran madre e hija a lo largo de sus páginas: “Hay momentos de la relación de Aída con su madre que son muy tiernos cuando consiguen verse. Cuando Aída se queda en casa jugando porque está destrozada, cuando se fija en su madre, cuando habla con ella, cuando le pregunta cosas… ahí sí consigue verla como sujeto. Quizá parezca que la relación con la abuela es más intensa, pero tiene más que ver con que la abuela no es la persona que le cuida, sino la persona que le hace las fiestas”.

Todas las relaciones de Aída dan la espalda a los abusos que sufre a manos de personas con distintos grados de cercanía con ella. Los más flagrantes, los que sufre en el ámbito familiar: “Ahí la figura de la abuela es clave porque, si Aída se aferra a su primo para no crecer, también se aferra la abuela, que es la que establece esa mitología de la unión entre Aída y su primo. De alguna forma, la abuela se decanta por el primo y alienta sus comportamientos de rey del mundo. Es capaz de ver la defensa de Aída, pero no el abuso de Moco. Quizá ese sea uno de los momentos más duros del libro”.

Círculo: explorar los objetos de la mesa de la cocina. Un llavero ferrujiento. Un ejemplar de El día. Un tazón de Hércules. Un paquete de cereales de los de leche del Mercadona. Llenas el tazón, tampoco te dan la opción de no hacerlo, lo rebosas de cereales y tocas las esquinas con la yema del dedo, tu madre te alcanza la leche y tú, medio dormida, la echas como si regaras una planta: dentro de ti crecerá todo lo que te comas con furia. Y con furia te lo comes, haciendo ruido, no quieres ir a clase, piensas que podrías no ir a clase, dices mami, me duele la garganta. Un poco. Al tragar.

 

Cuántas cosas nos comemos con furia, cuánto tragamos. Aída no deja de tragarse lo que luego le provocará grandes indigestiones. Tiene que ir hacia algún lado, quiere ser libre, forjar sus relaciones y su identidad. Y lo que encuentra es mucha violencia a su alrededor: “Durante la edición del libro, trabajé bastante con Sabina esa figura geométrica de las violencias dentro de la familia. El padre de Moco es violento tanto con él como con su madre. La madre de Moco es violenta con su hermana, la madre de Aída. A su vez, la abuela lo es con Aída en términos de gordofobia… la violencia familiar está muy asumida. Precisamente, cuando eres parte de la figura, nunca te genera un sobresalto porque asumes esas relaciones como parte de tu árbol genealógico. Entiendes las jerarquías como normales, también”.

Escrita en un lenguaje salvaje, Leche condensada se traduce en una lectura rápida y vertiginosa, llena de imágenes muy potentes y momentos muy poéticos. Por ejemplo, este:

Puedes elegir entre mirar. No mirar. No ver. Cantar por dentro. Concentrarte en el color. Decirle sí. Decirle quita. Decirle espera. Puedes elegir entre apretar o quedarte floja, entre sentir vergüenza o no sentir nada, entre bañarte o no bañarte para que se joda porque va a tener que olerte si quiere llegar ahí. Entre agacharte. Entre no moverte. Entre retrasarlo. Puedes elegir, tienes cuatro botones, habitas una muñeca, por las noches tu muñeca se queda mirando el techo y busca formas en el gotelé y solo se ve a sí misma. No viéndose. Cuatro botones, círculo, equis, cuadrado, triángulo, a veces R1, a veces L2, el mando vibra parar que puedas imaginar que estás ahí, que contraes las rodillas hasta que laten, que te pica el pelo y no puedes apartar las manos para rascártelo.

 

Cuenta Aida que intentó establecer una analogía entre el margen de decisión que se tiene dentro de una situación de abuso y los videojuegos: “en este caso abuso sexual, pero en realidad en cualquier tipo. Si hay ciertas decisiones que puedes tomar, como en los videojuegos, piensas que esas decisiones van a tener importancia, pero te estás moviendo en un marco que está cerrado. No es que no puedas elegir: es que no hay más opciones que las que se te plantean”. En las relaciones abusivas y de violencia hay un tópico y un lugar común terrible que es que, si estás en una relación violenta, es porque quieres. “En el mando de la videoconsola no está el botón de salida para esto. Intenté indagar en la complejidad del abuso, por eso me interesaba hablar de un abusador que no fuera un abusador al uso: no es una persona adulta, sino un niño. Además, intenté jugar con que fuera muy cruel y, a la vez, muy niño en ciertas cosas. Muy patético, en realidad. Precisamente la complejidad, ahí, está en que Aída no puede ser consciente de lo que está sufriendo porque no tiene las herramientas para saberlo y porque lo que le pasa no responde al arquetipo del abuso”.

Un tema que también atraviesa el libro es cómo las y los preadolescentes y adolescentes construyen sus relaciones en la era de las redes sociales. La virtualidad marca la diferencia en la manera en la que se construyen ahora. En mi generación, esta construcción se forjaba en los bares. Pienso en mi hija, que tiene 12 años, como Aída en Leche condensada. La observo construir sus relaciones a través de sus pantallas. “A los adolescentes, aunque no les guste abiertamente escribir, les es más fácil, en ocasiones, expresarse por escrito. Muchas personas adolescentes están desarrollando sus amistades en la virtualidad y no en lo corporal. Incluso la forma de dialogar en persona es distinta a cómo dialogas por internet. Con mis amigas hablaba de una forma en clase, cuando nos veíamos y luego, las conversaciones más íntimas, las manteníamos virtualmente. Hay una disociación extraña en la que quise indagar y que, a día de hoy, sigue manteniéndose. Es conocerse en dos planos, que es lo que le pasa a Aída con su amiga Yaiza y a lo que se engancha. Es capaz de ser más valiente si está hablando por escrito. Siente que puede desarrollar su personalidad mejor en el espacio virtual, donde no tiene cuerpo. Puede ignorar esas cosas que le parecen barreras cuando, realmente, son parte de ellas que también hay que mostrar. Se nos crea una doble personalidad que confluye en una y tenemos que aprender a no distanciarla. Eso intento hacer con la escritura: por eso mezclo lo virtual con lo físico; la intimidad física extrema con la intimidad del discurso en la que no hay cuerpo. Yo también he hecho el esfuerzo de unirme a mí misma en esas dos personas. Es un enlace que tenemos bastante claro, precisamente porque hemos crecido viviendo esto rodeadas de personas adultas que no entendían este tipo de comunicación. El mundo virtual es tan de verdad como el físico: en ambos se dan diálogos reales. Me gustó mucho leer en Cómo no hacer nada, de Jenny Odell, que es muy importante no perder la perspectiva de que, aunque estemos hablando con personas a través de la interfaz, hay un cuerpo detrás. En ese cuerpo todo está reverberando. Crear empatía en la virtualidad también es eso: entender el cuerpo que está detrás”.

Es curioso observar la diferencia que marca una tilde: Aida autora escribe a Aída personaje. Aida autora contesta: “La primera idea de llamar Aída al personaje solo tiene que ver con una broma. Me fastidia mucha que me llamen Aída en vez de Aida. Hay muchas cosas en el libro que están ahí porque, simplemente, me hacen gracia. No es algo gratuito: dentro de la arquitectura del libro, las cosas que son graciosas tienen su espacio. Es verdad que, dándole más vueltas, llegué a entender ese gesto de incluir la tilde y crear otro nombre tiene que ver con la diferencia entre realidad y ficción, que puede estar simplemente en una tilde. Colocar una tilde nos hace entrar en el terreno de la ficción. Es un pequeño corte de mangas a esa gente que se interesa muchísimo por los libros escritos por autoras, pensando que todo lo que escriben le sucedió a la autora. ¿Qué más da, si estamos elaborando una ficción? Cuando escribes ficción también tiras de memoria. Nadie pregunta a los señores si lo que escriben les ha pasado, ¿por qué a nosotras sí? Es algo que deriva del morbo. En un libro como el mío, incluso más. Cuando lees algo no importa si es ficción o no lo es. Si este libro estuviera escrito por un hombre desde la perspectiva del abusador, no se le preguntaría si es autobiográfico. Se entendería como un ejercicio literario. Si lo escribes desde la perspectiva de quien sufre el abuso, se asume que es autoficción. ¡Qué heavy!”.

 

 

Leche condensada es una partida de Pokémon en la game boy. Aída tiene doce años y vive en el sur de Tenerife con su madre. Aída debe crecer. O contenerse para no crecer. O mantener con ella a Moco, su primo idéntico, su otro yo. O protegerse de él. O proteger, en cambio, a Yaiza, su mejor amiga. O engañarla usando un messenger falso. O beber hasta que las cosas dejen de ser lo que son. O hablar y hablar sobre las cosas y sobre cómo son. O callar.

Leche condensada trata sobre el fin de la infancia, sobre relaciones simbióticas y sobre querer ser expansiva y encontrarse con la contención del abuso. También sobre internet como refugio, sobre todo cuando vives en un pueblo y eres queer. Aida González Rossi nos arrastra por su primera novela con una prosa poética salvaje, sucia, rebozada en la oralidad y en la narrativa del videojuego, absolutamente única.

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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