amor en tiempos de coronavirus

AMOR EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS

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Se dice estos días que las parejas mal avenidas lo van a tener complicado. Pasar tanto tiempo juntos sine die y sin posibilidad de escapar es, sin duda, una prueba difícil para cualquier pareja o composición familiar. En China han aumentado los divorcios después del encierro y aquí ocurre lo mismo cuando volvemos de las vacaciones de verano. A pesar de que es el momento más esperado del año, durante ese mes se pone a prueba nuestra capacidad para templar gaitas, tener buen humor, ser generoso, flexible, paciente, lúcido, humilde, cordial, empático, fiel, comprometido… la lista de adjetivos podría ser casi infinita porque son muchísimas las habilidades que la vida de pareja pone a prueba.

La semana pasada leía sobre cómo funciona el yo, esa entelequia que los psicólogos llamamos también ego o self y que se refiere a la individualidad de cada uno, nuestra conciencia o nuestra subjetividad. Y es curioso porque hay una estrecha relación entre cómo funciona el yo y la felicidad que alcanzamos. Y entre cómo funciona el yo y cómo son las relaciones de pareja. Las personas que viven en pareja dicen ser más felices que las que viven solas. En principio, se supone que compartir la vida con otros es fuente de felicidad. Se supone. Por otra parte, parece que los yoes menos centrados en sí mismos obtienen mayor felicidad y también una felicidad más estable. Qué fácil, ¿no? Todo encaja. La vida de pareja te hace más feliz y un yo menos centrado en sí mismo y en sus necesidades también, así que, lógicamente, cuando te enamoras te entregas al otro, te olvidas de tus necesidades y la vida de pareja te hace feliz. ¿Dónde está el problema? ¿Por qué la convivencia del mes de verano resulta tan insoportable?

Creo que hay dos cosas que podrían explicar dónde están las dificultades. La primera es que la mayor parte de las personas funcionamos con un yo centrado en nuestras necesidades. Aquí ya empiezan los problemas porque nuestras necesidades no suelen coincidir con las de los demás. La segunda es que en muchas situaciones nos relacionamos con los demás como si fueran objetos, como cosas útiles que, justamente, satisfacen nuestra necesidad, pero estas relaciones son muy poco satisfactorias. Voy a poner algunos ejemplos. Quizás el que me queda más cerca tiene que ver con la docencia. En muchas ocasiones los profesores no tratamos a los alumnos pensando en sus necesidades. Más bien los tratamos como cosas. Y que nos molestan, así que ya tenemos el lío montado. Si trato a mis alumnos como una cosa que me sirve para una necesidad mía –dar mi clase, terminar el temario, cobrar a fin de mes– es difícil que me relacione de forma satisfactoria y que esta actividad me produzca felicidad. Más bien me harta, me aburre, me cansa y quiero huir. Lo mismo pasa a veces con los niños. Nos relacionamos con ellos sin tener en cuenta sus necesidades porque nuestra perspectiva de adulto se pone siempre por encima. Yo ordeno, yo mando y tú haces lo que yo diga. Aquí también es un trato de cosa que me sirve para algo, aunque solo sea para tener alguien a quien mandar. Y, como no, lo mismo pasa en muchas relaciones de pareja. Nos relacionamos desde nuestras necesidades y tratamos al otro como un objeto para conseguir lo que nos viene bien. Muchas veces es conseguir no estar solo. Otras es tener un rato tranquilo en casa y que los niños me dejen leer. Otras es irme de fin de semana con mis amigas. Otras es dormir la siesta. Otras es ver la película que a mí me apetece. O tener sexo. O ir a mis clases de yoga. O pasar las vacaciones con mis padres. O comer lo que a mí me gusta, aunque sea picante y mis hijos tengan dos años.

Cuando solo vemos a través de nuestras necesidades y las anteponemos ante quién sea y cómo sea las relaciones fracasan y terminan produciendo lo mismo que los alumnos –perdonadme, queridos alumnos, pero sois un ejemplo perfecto. Me harta, me aburre, me cansa y quiero huir. Pero la solución no es huir porque en la próxima relación volverá a pasar lo mismo. La solución pasa por  cambiar el funcionamiento del yo y procurar encontrarse con los demás en espacios que no tengan que ver con la satisfacción de las necesidades propias. Así, lo primero es cambiar el funcionamiento del yo. Esto significa pasar de estar centrado en mí y mis necesidades, de percibirme como lo más importante del mundo, a posicionarme en una categoría más humana, más comparable con el resto de los mortales. Ser uno más, entenderme como uno más. Dejar de creerse tan importante y tan estupendo es difícil, pero es la clave para poder modificar el yo. En el momento en el que uno se baja del pedestal las necesidades de los demás aparecen de otra manera. Son, al menos, tan importantes como las nuestras y podemos, incluso, dedicarles tiempo y esfuerzo. Es un gran cambio. Ya hemos avanzado mucho. El segundo paso es cambiar el tipo de intercambio y promover un encuentro que no satisfaga mis necesidades. Este encuentro puede buscar un disfrute mutuo, un conocimiento mutuo, un esfuerzo mutuo, pero ya no servirá a mis intereses. La magia de este cambio es que, cuando se produce, no hace falta que me preocupe por mis necesidades porque, en gran medida, se cubren solas dentro de la relación. Es el otro quien adopta ese papel de forma natural.    

Estos cambios son difíciles, requieren de mucha honestidad con uno mismo, de mucha capacidad de análisis, de mucha exigencia con la calidad de vida que uno quiere tener. Sin embargo, son la clave para que ni las vacaciones de verano ni el coronavirus ni nuestra vida cotidiana en pareja se vuelvan una pesadilla. Feliz encierro.     

 

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MARTA GIMÉNEZ-DASÍ

Es madre de dos niños y profesora de Psicología del Desarrollo en la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. La maternidad y la universidad conjugan su principal interés vital: entender y promover el desarrollo sano en los primeros años de vida. Desde 2009 dirige un equipo de investigación centrado en el estudio del desarrollo emocional infantil. Como resultado de sus trabajos ha publicado los programas Pensando las emociones con atención plena y varios libros sobre desarrollo infantil en la editorial Pirámide.

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6 respuestas

  1. Espectacular querida Marta!!!!
    Me encanta poder seguir tus escritos… Espero ya impaciente el próximo…
    Es difícil comentar algo en lo que estoy totalmente de acuerdo y además me siento tan identificada… En todos los ejemplos que has puesto, ya sea el de madre, profesora y por desgracia para mí, malograda pareja ya que todo lo que describes fué tal cuál lo que ocurrió….
    Muy bonito y esperanzador ya que si todos fuéramos más como eres tú el mundo sería infinitamente mejor.
    Un gran abrazo…. De los desde el fondo del corazón.

  2. Gracias María Ángeles! Espero que nos sirva a todos y nos recuerde lo que me parece clave en las relaciones humanas. A veces es difícil de conseguir, pero puede servir tener un recordatorio que nos vuelva a centrar en momentos de olvido. Gracias por tus comentarios. Me hacen ver la posible utilidad y me animan a seguir escribiendo.
    Un gran abrazo, también desde el fondo del corazón,
    Marta.

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Es madre de dos niños y profesora de Psicología del Desarrollo en la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. La maternidad y la universidad conjugan su principal interés vital: entender y promover el desarrollo sano en los primeros años de vida. Desde 2009 dirige un equipo de investigación centrado en el estudio del desarrollo emocional infantil. Como resultado de sus trabajos ha publicado los programas Pensando las emociones con atención plena y varios libros sobre desarrollo infantil en la editorial Pirámide.

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