A mi hija le gustan mucho los dinosaurios porque a su padre le apasionan. Se los presentó cuando ella era una bebé y ahora la Robin de tres años tararea la banda sonora de Jurassic Park.
A mi hija le gusta mucho pintar piedras, romper papeles y ensuciarse las manos porque es lo que a mí me gusta.
Mi hija nunca ha probado la carne porque nosotros no comemos carne. Algunas veces escuchamos telepáticamente el juicio de nuestra decisión: «Pobre, estáis decidiendo por ella», a lo que nosotros contestamos: «Igual que nuestros padres decidieron que sí la comiéramos». Al final, todo se basa en que se supone que hacemos lo que creemos mejor para nuestros cachorros y cachorras. Mi hija suspira, porque yo suspiro. A veces coge las pelotas con la boca porque sus hermanos perros lo hacen. Dice mucho «thank you»: algo bien estamos haciendo. Vivimos en Irlanda, de ahí su «gracias». Su padre, al darle las buenas noches, le dice: «¿Por qué nos caemos Robin?», y ella contesta: «Para aprender a levantarnos». Los fans de Batman lo entenderán, y sí, nuestra hija se llama Robin. Mi hija disfruta mucho de las caminatas entre los árboles o tirar piedras al agua. Elige la naturaleza a una actividad en un lugar cerrado. Nosotros también. Mi hija le dice a nuestro perro: «pesado». Claro, nosotros también. Una vez, cogió una servilleta para limpiar una mesa de un restaurante y antes de pasarla, escupió en ella. Eso, nosotros nunca lo hemos hecho.
Ahora pienso en toda la influencia que tuve al crecer en mi casa y después, cuando la razón y la propia vivencia y convivencia, con lo que me quedé y más tarde descarté. Yo era muy roja porque mis padres lo eran. Hoy no tengo color, no me sirve ninguno, a ellos tampoco. Una casa, una sociedad, un colegio, un pueblo, una ciudad, una religión, una cultura… todo lo que nos rodea es una influencia superficial o profunda en nuestra construcción.
¿En qué momento empezamos a ser nosotros mismos si alguna vez llegamos a ser nosotros mismos? En mi experiencia, solo después de mi maternidad comencé a sentir que me estaba construyendo a mí misma. Soy como una casa sobre plano. El plano ya estaba cuando nací y es solo ahora que se empiezan a asentar los cimientos. Algunas veces quiero paredes y otras veces quiero tirarlas todas para fluir libremente. Se supone que desde un piso más alto se va a ver mejor, pero ¿dónde queda el contacto con la tierra? Es ahora, con mi maternidad, cuando la fuerza me acompaña para decidir ser quién quiero ser. Me siento en un proceso de absoluta transformación donde siento que mi sangre se renueva para darme el oxígeno que tanto necesito.
Nunca es tarde para respetarte y creer en lo que has venido a hacer a este mundo. No es fácil romper con una estructura social y económica que te dice cómo tienes que vivir tu vida. Hay que estar preparado y preparada para oír muchas veces que vives en los mundos de Yupi. ¡Bendita sea esa Yupi! Explícame cómo es mejor pertenecer a este mundo que se nos ofrece. Hasta entonces, son muchas veces las que había llegado hasta este punto de inflexión donde caía por no entender de la manera tan contradictoria en la que estaba viviendo; tocaba suelo, lloraba, escupía mi discurso de deseo de cambio, soltaba mi carga, dormía, volvía a coger fuerza y al día siguiente volvía al mismo punto.
Hace semanas que estoy en otro punto y ya no hay vuelta atrás. Antes lo podía dejar pasar, ahora ya no. ¿Cómo después de criar a mi hija, olerla, verla respirar en su pequeño pecho y asombrarme continuamente, voy a volver al mismo punto de ayer? Es imposible. ¿Cómo después de la pura belleza voy a volver a la oficina o a algo inerte? Todo lo demás fue mi tempestad, ahora siento que empieza mi calma porque ya no hay vuelta atrás. Priorizo a mi hija, mi maternidad y lo bello de la vida que solo es una. ¡Solo es una! Mi tiempo es mi tesoro y mi corazón mi libertad. Es doloroso, es complicado, es ir a contracorriente en un río lleno de peces muy juzgones, pero honestamente me importa un carajo. Soy la más afortunada por tener la familia que tengo, ¿cómo voy a osar no disfrutarla? Mi alma no me lo permite. Quiero mi conciliación, nadie más que yo me la va a dar. Me lo permito.
Y así respondo a mi propia pregunta. Es ahora, a mis 38 años, cuando empiezo a ser yo misma porque estoy apartando telarañas implantadas, dejando asomar la cabeza a mi nuevo mundo, ese que funciona para mí. Nunca podré decir si hubiera llegado a este momento sin haber sido madre, pero me atrevería a decir que no. Es una fuerza llena de células compartidas que me empuja sin censura ni juicio. Es una caída a lo lleno y no al vacío. Hoy empiezo mi propia anagnórisis. Necesito lo bello, el arte, observar, crear, descubrir y el amor por encima de todo. Necesito seguir rodeándome de mujeres extraordinarias que me sostienen, me alivian y me acompañan. Quizá algún día a Robin no le gusten los dinosaurios, ni pintar o quizá comerá carne, pero estará bien: empezará a ser ella misma sin nuestra influencia. Ojalá se quede con lo que le sirve y sepa de qué despojarse sin culpa ni perdón.