NUTRIR
Amamantar y escribir.
Escribir y amamantar.
Ambas acciones son luz,
un encuentro insólito de vacío y vida,
de deshoje de árbol
de habitar el silencio.
Amamanto mientras escribo.
Escribo mientras amamanto
y mi caligrafía a veces
se ve rociada de leche,
de fervor,
de animal vulnerable.
No quiero dejar de escribir.
No quiero dejar de mirar a esta criatura.
Me imagino que la tinta impregna el pecho,
que este ser fantástico bebe mis versos.
Me imagino que mi savia es el nuevo tintero,
que escribo en blanco espeso,
que la bruma se disipa,
que construimos una huella invisible.
La muerte no tiene cabida
en este tiempo extraño.
Del poemario Donde planean los pájaros, Mara Carver.
Dice Rigoberta Bandini en una canción redonda que se llama Too many drugs que “al final todo reside en mirar”. Y ese verso es, quizá, uno de los que provocan mi más inmediata identificación con ese tema. Creo que lo más importante de nosotros son nuestros ojos: a través de ellos vemos los rostros de la gente a la que queremos, vemos las nubes, leemos, espiamos. También nos delatan. Otra ventaja de los ojos es que tienen párpados incluidos, por lo que puedes cerrarlos si mirar algo te duele mucho.
Tengo una amiga que siempre pone el gps en el coche, aunque haya hecho mil veces el mismo camino: no se lo aprende porque no se fija. Ella tiene la mirada puesta en otras cosas. A mí esto me choca mucho, pues yo siempre digo que tengo hiperactividad visual: no dejo de mirar casi nunca. En un barrido, en un lugar cualquiera, me hago una composición de lugar rapidísima y detecto hasta las miradas cómplices de quienes se complican la existencia —y qué bonito es, en muchas ocasiones, vivir en la complicación—.
Muchas veces busco la belleza. Otras, simplemente la encuentro. Y qué suerte tengo de que esto suceda.
Hace pocos días, descubrí una expresión múltiple de la belleza en forma de libro: el poemario de Mara Carver (alter ego poético de Carmen Berasategui), Donde planean los pájaros, un espacio donde cohabitan varias expresiones artísticas —la poesía, la fotografía, el collage—, completándose las unas a las otras y creciendo juntas exponencialmente. Este precioso libro está editado por la independiente Piezas Azules, una editorial que os animamos a conocer. Este poemario es un canto a la vida, es el resultado del trabajo de otra observadora tenaz, una mujer teñida de búsquedas, de viajes, de pérdidas y de ganancias de esas que no tienen nada que ver con el vil metal, sino con las experiencias, los sentimientos y los guiños. Este libro es una manera de mirar desde arriba, desde donde planean los que tienen alas, sean pájaros o seres que sueñan.
Carmen Berasategui es un montón de cosas y todas son bonitas. Entre ellas, gestora cultural, artista, editora y madre. Como diría otra artista y madre muy admirada por mí, Ester Pavón, Carmen es una persona con formación renacentista: dirige Nudo Festival —festival de poesía desatada—, escribe y también edita belleza escrita en Trampa Ediciones. Además, cria a Teo (7 años) y Frida (5 años), sus hijos, a los que define como “dos leones mágicos y brutos”.
Hemos hablado con Carmen para saber cómo se relacionan maternidad, creación y gestión. Todas las imágenes son de su autoría y las ha cedido para hacer todavía más bella esta entrevista. Igual que hizo con su poemario. Me atrevo a decir que igual que hace con la vida: devolver la belleza que es capaz de ver.
*Bonus track: Si quieres descubrir más poemas de Mara Carver, haz click aquí y echa a volar.
3 comentarios
Me parece una poeta vital, con los poros abiertos a la vida , al sentimiento, y a los pequeños/grandísimos
momentos que aquélla nos depara. Es una gozada compartir sus vivencias, y sobre todo esas reflexiones que pareciendo sencillas son de una hondura extraordinaria, pues sabe ver en cada pliego de nuestro libro vital un interés y una luz emocionantes y mágicas. Su poesía es un feliz descubrimiento, no tanto por el puro hecho de acercarnos a una voz próxima y solidaria, cuanto por la emoción estética que nos ofrece, y esa entrega de sí misma a versos llenos, con imágenes que van directas al corazón y a la experiencia vital de tantas personas que nos identificamos plenamente con sus trazos sinceros y humanisimos. Bien por Mara Carver, por su terraza, y por sus pájaros, que esperemos no sean vuelo de un sólo día, sino el prólogo de un aleteo incesante, profundo y entrañable.