Con estos versos de Borges, escritos en un papel doblado y metido en el bolsillo de la chaqueta, los paramilitares acabaron con la vida del doctor Héctor Abad Gómez. Fue en la ciudad de Medellín. Fue en agosto de 1987. Se propuso el periodista y escritor colombiano Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) que nadie olvidase a su padre, el doctor y profesor asesinado. Para ello, 19 años después de su pérdida, en 2006, publicó El olvido que seremos, precioso y valiente libro que rinde merecido homenaje a su figura paterna, esencialmente un hombre bueno. Imposible olvidar a alguien cuando está tan presente. Cuando se le retrata en una novela. Cuando esa novela se convierte en un audiolibro que contiene 11 horas de grabación de un autor que reconoce quedarse afónico con facilidad. Cuando se graba un documental —Carta a una sombra, dirigido por Miguel Salazar y Daniela Abad, hija del escritor—. Cuando se le concibe en una película —El olvido que seremos, dirigida por Fernando Trueba, se emite en la actualidad en los cines—. Cuando una editora colombiana y residente en Barcelona, Carolina Mejías, nacida en el Medellín que vio caer al doctor Abad Gómez, propuso darle una nueva vida en formato de novela gráfica de la mano del ilustrador Tyto Alba. Y lo que vendrá.
“Vivo muy agradecido con cualquier persona que lea El olvido que seremos —comenta Héctor Abad Faciolince—. Cualquiera que la lea, habiendo un universo de libros tan extraordinario, tantas obras geniales nuevas, antiguas, clásicas… yo vivo muy agradecido”. Tyto Alba (Badalona, 1975), sin embargo, llegó virgen a la propuesta de Mejías para crear la novela gráfica: “Me sabía un poco mal no conocer el libro cuando supe que era una novela tan popular y tan leída. Cuando lo descubrí, me encantó. Me dio mucho miedo meterme ahí porque adaptar una novela es muy complicado. Hacía mucho tiempo que había adaptado un par de novelas, cuando empezaba, de Gabi Martínez —Sudd y Sólo para gigantes—. Recuerdo que todo fue bastante complicado. Había varios retos que me interesaban. Uno era, por ejemplo, era que casi siempre había hecho biografías de personajes —la última de Walt Whitman—, siempre me he ido a épocas muy del pasado. Esto me parecía una historia más contemporánea, aunque se habla de los años 60-70. Eran atmósferas que yo no había tocado. Sigue siendo una biografía, de hecho, es como si siguiera la misma línea. Todas estas cosas, el hecho de hablar también de un país que no conozco, que por un lado también te da un poco de vértigo porque no he estado nunca en Colombia, pero por otro lado me interesa aprender como una cosa personal”.


Tuvimos la suerte de compartir un encuentro con la editora, con el escritor y con el último invitado a esta fiesta de lo inolvidable: el ilustrador Tyto Alba. Porque esta novela gráfica es suya, con el permiso, el cariño y la complicidad de Héctor Abad Faciolince: “Me ha gustado mucho que Tyto casi siempre me dibuje con una pistola. En mi casa los juguetes bélicos estaban permitidos y mi mayor ídolo era el Llanero solitario. Me mantenía con una cartuchera y una pistola en el cinto porque me creía vaquero y me gusta que Tyto me haya dibujado siempre como un niño que se cree vaquero. De hecho, hay fotos en las que salgo de pistola”.
El olvido que seremos, tenga la vida que tenga en el formato que sea posible, será recordado largamente como uno de los más bellos homenajes de un hijo hacia la figura de su padre. No solo porque su figura pública fuera destacada por su lucha a favor de un mundo más justo y mejor, sino también porque supo dar amor a los suyos, establecer con ellos un vínculo fuerte y admirable, ser un ejemplo para ellos, y esa dimensión privada de su vida familiar es más que entrañable: es perceptible y valorable desde cualquier distancia, desde donde quiera que sea que uno se acerque a la familia Abad-Faciolince.
Confiesa el autor que su libro fue una creación coral: “Cuando escribí el libro, al final fue una creación colectiva de mis hermanas y mi mamá que, cuando vieron el primer borrador, me dijeron: “falta esto y falta esto”. Muchas de las cosas que aparecen como memoria mía en el libro son memorias ajenas, son las voces de mis hermanas pero también muchas eran mías y no sabía hasta qué punto había inventado, había mentido o había escrito una historia de ficción sin darme cuenta y sin quererlo porque escribí sin mirar documentos prácticamente, solo con la mala memoria. Cuando mi hija hizo el documental en compañía de otro director, naturalmente como la palabra misma lo dice, lo hizo con documentos de la época, con filmaciones, con vídeos, con entrevistas a otras personas, con recortes de periódico, con grabaciones de viejos cassettes, viejas cartas habladas, con grabaciones de radio… Ese otro soporte me permitió comprobar que había recordado relativamente bien, que no había idealizado, santificado, que no había hecho de mi padre una figura excesivamente buena y más allá de defectos, que los tuvo, sino que se parecía mucho lo documentado a lo recordado. La película es otra cosa, la película es muy rara, cuando la vi me apabulló porque somos nosotros y no somos, es nuestra casa y no es nuestra casa… en la biblioteca estaban los libros de mi papá porque yo los presté pero había muchos otros que no eran. Obviamente mi mamá no era así, pero la actriz es tan buena que tenía unos tics. La calva de Javier Cámara es más pronunciada que la de mi padre pero su calidez se parece mucho y él también es un gran actor y había estudiado hasta el último detalle de la manera de hablar de mi papá por programas de radio. Ese ser y no ser era muy raro”.
Sabemos que, como hijo, Héctor admiraba y quería a su padre sobre todas las cosas: su papá era su Dios. Y hemos querido saber, en la intersección entre la paternidad y la literatura, qué otros homenajes de este tipo le emocionaron especialmente: “Cuando uno es hijo tiene una relación con su padre, ¿no? Cuando uno es padre —yo también soy padre—, se da cuenta que no se daba cuenta como hijo. Leyendo Papá Goriot de Balzac me di cuenta de que los hijos pueden hacer con uno lo que les de la gana. Si mis hijos me lo pidieran todo a mí, yo todo se lo daría, porque los hijos podemos ser, como hijos, dictadores. Los hijos son, con relación al padre, dictadores. Ese poder del hijo lo reconozco, es decir, afortunadamente mis hijos no son así. Pero si a mis hijos les diera la gana de abusar de mí y de pedírmelo todo, todo lo tendrían y es lo que cuenta Papá Goriot de Balzac de una manera admirable. Esa relación desigual del hijo hacia el padre me parece una historia muy buena”.


La obra de Tyto ha sabido extraer la esencia de la familia Abad-Faciolince, ha sabido, con su maestría e intuición, otorgarle una nueva vida, dar brillo a esta brillante y dolorosa historia familiar. Quisimos saber qué otra historia le gustaría llevar a la novela gráfica: “Como novela sí que hay una que llevaba tiempo pensando del escritor Luis Sepúlveda, fallecido el pasado año por coronavirus. Tiene una novela corta, Un viejo que leía novelas de amor, que he tenido muchas veces en mente. Sería bonito hacerlo: contiene muchas cosas en muy pocas páginas y facilidad para adaptarla porque, en vez de resumir, puedes alargarlo, dejar más espacio, más tiempo y poner más de tu parte”.
Larga vida a las buenas historias, con o sin final feliz. En todos los formatos posibles, merecen ser contadas. Y que nunca, nunca, sean olvido.