Juana Millán fue una mujer que no quiso dejarse llevar por la corriente que la aprisionaba. No aceptó eso de que los hombres eran los que traían el pan a casa. Se remangó el vestido y decidió ser esa mujer incómoda para los hombres en los negocios. Y tuvo el valor de firmar con su nombre y convertirse en la primera mujer responsable de la impresión de un libro en una imprenta que ella misma dirigió. La obra se llama Hortulus passionis y en el pie de imprenta se puede leer «In oficina que dicitur de Iuana Milliana», lo que quiere decir que ella era la dueña de la imprenta, la primera mujer propietaria de un negocio que esparcía pensamientos. Corría el siglo XVI, no había internet y estar detrás de una imprenta representaba, desde luego, un lugar de poder. Este fue uno de esos gestos extraordinarios que cambiaron el mundo.
Pero el camino de Juana hacia el emprendimiento no fue sencillo. La imprenta originalmente perteneció a su marido y, cuando este murió, Juana dio un paso gigante al frente y decidió hacerse cargo del negocio. Y su viaje no estuvo exento de obstáculos: Fue cuestionada por sus semejantes impresores, se la ridiculizó por querer hacer prosperar dos negocios ―al poco tiempo también llevó una librería― y en más de una ocasión estuvo tentada a dejar las riendas a su hermano Agustín, quien le ayudaba en algunas labores, puesto que nuestra Juana no sabía escribir. Y no sabía escribir porque en ese tiempo se consideraba una pérdida de tiempo que las mujeres fueran a la escuela. Ya sabéis… Para qué. Si nuestro sitio era el cortejo y en ese salón cuanto más tontas seamos, siempre mejor. Siempre obligadas a reforzar la idea de príncipe azul, de salvador… y claro, leer y ordenar nuestros pensamientos por escrito van justo en la dirección opuesta a esto. Pero Juana no se acobardó. Decidió que iba a ser ella la que estuviera al frente de aquella imprenta de Zaragoza y con este gesto inspiró a muchas que vendrían después.
La Escuela de Emprendedoras Juana Millán
En homenaje a su fuerza y valentía en la dirección de estos negocios se creó en el año 2021 la Escuela de Emprendedoras Juana Millán. Se trata de un espacio online que ofrece programas de formación, asesoramiento y acompañamiento a mujeres que quieren emprender o que ya son emprendedoras. Y lo que me parece más interesante: un lugar en el que critican la cultura capitalista y patriarcal que tan injustamente baila a sus anchas en las reuniones de emprendedores.
Porque emprender, como escribir o como leer, no ha sido a lo largo de la historia un territorio apto para las mujeres. En un acertadísimo libro que se titula Cómo acabar con la escritura de las mujeres, Johana Russ va enumerando las razones que han llevado al mundo a invisibilizar la escritura de las mujeres a lo largo de la historia. Si está ahí es porque es la pareja de, habla de temas femeninos que no interesan a nadie… Lo cierto es que esta actitud de desprestigiar las ideas femeninas se puede extender perfectamente al mundo del emprendimiento. Se puede y se hace diariamente.
En la Escuela Juana Millán son muy conscientes de esto. Y no es un tema baladí: hablamos de una escuela feminista que quiere resignificar la cultura del emprendimiento de un modo más acorde a cómo lo vivimos las mujeres. Es decir, frente a la idea de escuela de negocio como lugar competitivo en el que tener que diferenciarte y ser mejor que el codo de al lado, en este espacio se asume nuestra vulnerabilidad como personas y como especie y se promueve el apoyo mutuo, el emprendimiento en colectivo, sostenible y capaz de transformar el modelo económico. O, como mejor explican ellas, «la escuela está comprometida con la creación de empresas e ideas de negocio rentables con una triple perspectiva: económica, ecológica y social». En este sentido, desde la Escuela apuestan por un modelo económico que ponga a las personas y al planeta en el centro y que impulse nuevas relaciones económicas lideradas por mujeres. Proyectos que sostengan una vida digna para todos en sectores estratégicos como las energías renovables, la rehabilitación de edificios, la economía circular, la cultura o los cuidados.
Ser rentables sin sufrir
Para ello, y bajo el lema de aprender a ser rentables sin sufrir, esta escuela de emprendimiento ofrece cuatro itinerarios de empoderamiento económico: Juntas Descubrimos (Curso de introducción al emprendimiento a tu ritmo con posibilidad de acompañamiento), Juntas Comenzamos (curso por videoconferencia en grupo y con acompañamiento), Juntas Avanzamos (curso monográfico por videoconferencia en grupo y con acompañamiento) y Juntas llegamos lejos (plan a tu medida con acompañamiento para la consolidación de tu negocio). Todo ello desde una plataforma virtual propia, con tutorías individuales y colectivas, con una amplia red de colaboradoras, una convocatoria anual de premios y una escuela itinerante que permite realizar actividades presenciales en diferentes territorios del Estado.
Y aquí encontramos un quiebre grande con la filosofía tradicional del emprendedor: En esta escuela abordan como algo fundamental el cuidado colectivo en estos procesos, tan duros a veces, de autoempleo y de momentos valle en los que las fuerzas flaquean. En este sentido, un pilar fundamental es la creación de comunidades de emprendedoras, donde la dimensión emocional tiene un lugar protagonista. Todas las facilitadoras son mujeres que se encuentran con las emprendedoras en un espacio exclusivo de mujeres; una habitación propia donde se comparten recursos, informaciones y también vulnerabilidades.
Brecha de género, también en el emprendimiento
El informe GEM de 2020 —un proyecto de investigación que responde a las siglas Global Enterpreneurship Monitor y que compara en un estudio anual la actividad emprendedora en 115 países— apunta diferencias notables en los emprendimientos entre hombres y mujeres. Seguimos apuntando a negocios que necesiten de menos capital inicial. En concreto, necesitamos un 11 por ciento menos que los de ellos y eso quiere decir que en la mayoría de los casos los negocios los financiamos con nuestros propios ahorros apoyados por familiares y amigos. Es decir: somos menos ambiciosas o tenemos menos acceso a los créditos. Nos fijamos además en proyectos relacionados con el comercio y los servicios frente a ellos que abanderan el sector industrial. Y, como motivación principal, los hombres desean rentas altas y nosotras nos inclinamos por marcar una diferencia en el mundo. Todo esto que tendría muchas lecturas tiene una preocupante: una vez más, encontramos una brecha de género, ya que el porcentaje de mujeres con negocios consolidados —de más de tres años y medio de vida—, asciende al 5,8 por ciento frente al 7,6 por ciento de los hombres. Es decir, nuestros emprendimientos son más pequeños, tienen menos posibilidades de ser rentables en el tiempo y presentan una menor generación de empleo.
Debemos cambiar este círculo vicioso. Acabar con la culpa y el síndrome de la impostora que esta sociedad nos ha transmitido a las emprendedoras. Poder conciliar. Que la maternidad no nos relegue a trabajadoras de segunda. Producir si queremos y a nuestro tiempo. Tener reuniones en horario escolar. Y, sobre todo, seguir regalándonos imaginarios comunes en los que, como ya hizo Juana Millán en el siglo XVI, las mujeres puedan desarrollar con éxito sus negocios. Y ojalá que, en un futuro cercano, sin tan siquiera cruzarnos con migajas de patriarcado en el camino.