Hace pocos días, en una charla con una amiga compositora y música, que vive de su profesión, ella me lanzó una pregunta:
—¿Cuántas buenas guitarristas mujeres conoces?
El primer nombre que se me vino a la cabeza fue el de Susan Santos, genial guitarrista más conocida, quizá, fuera de nuestras fronteras que dentro. Pensé en Zahara. Pensé en Aurora Beltrán. Pensé en muchas mujeres que tocan la guitarra, pero nadie se fija en que tocan la guitarra. Pensé en la bajista Gail Ann Dorsey, que acompañó a David Bowie en su banda y como música de sesión desde el año 1995 hasta 2016. Pensé en Furious Monkey House. Incluso en Taylor Swift.
—¿Y por qué crees que pasa eso? —me preguntó.
—Básicamente, por falta de referentes. El mundo de la música sigue siendo machista: lo ha sido desde sus inicios. Podemos hablar sobre Clara Schumann, una de las más reputadas pianistas y concertistas europeas del siglo XIX… más conocida por su marido, Robert Schumann. Podemos hablar de lo que pasa en los locales de ensayo, que ha sido territorio masculino durante muchos años. Podemos hablar de las mujeres que triunfan en la música: no solo necesitan cantar bien, necesitan estar buenas, llevar vestidos sugerentes, potentes maquillajes y un grupo de mujeres detrás como cuerpo de baile. El espectáculo se come sus voces, sus composiciones.
Hombres y mujeres no tenemos diferencias genéticas que haga que ellos sean mejores productores, músicos, artistas, compositores. Lo que tenemos son cargas extras (lo doméstico, lo maternal) no repartidas y, lo peor de todo, no valoradas. Las mujeres carecemos de referentes. A nosotras se nos hace elegir qué queremos hacer. A ellos, no.
El mundo de la música no ha evolucionado mucho. Ni por dentro, ni por fuera. Ni delante del escenario, ni detrás. La industria sigue siendo machista y misógina aunque presuma de moderna, escudándose tras el sexo, drogas y rocanrol. Lo sé porque lo he vivido. He estado en el lateral de los escenarios, en las mesas de sonido, en los estudios de grabación, en las promociones de discos y en las fiestas. He vivido cosas que mucha gente pagaría por vivir. Pero he pagado, también, el precio. Y es alto, muy alto.
Cuando llegó a mis manos el interesantísimo libro Hotel California, escrito por el cofundador y director editorial de Rock’s Backpages Barney Hoskyns, me pregunté: ¿dónde estaban (y dónde están) las mujeres del rock? Comencé a leer y me dolió ver que las cantantes, intérpretes y compositoras estaban, pero que eran muy pocas. Y muy buenas, también. Me di cuenta, también, que hay muchas mujeres que hablan en este libro: las mujeres que han sostenido los cimientos de los grandes artistas, las que los han cuidado, las que les han planchado las camisas y los han besado al final de cada bolo.
Este libro narra un episodio realmente sugerente de la historia del rock: cómo un gran número de músicos se mudaron, a mediados de los años 60, a Laurel Canyon, un barrio de Hollywood Hills donde vivir rodeados de naturaleza, en el que componer juntos, beber juntos, drogarse juntos, acostarse juntos y formar parte de una generación de artistas etiquetados como creadores de folk rock. Hablamos de Neil Young, Joni Mitchell, David Crosby, Stephen Stills, Linda Ronstadt, Graham Nash, The Byrds, The Eagles, Brian Wilson, James Taylor, The Mamas and The Papas, Jackson Browne, Randy Newman, Frank Zappa, Jim Morrison, Peter Fonda o Tom Waits, entre otros.
A ese barrio de Hollywood Hills, en Los Ángeles, se mudaron a partir de 1965 docenas de jóvenes músicos, hoy mitos. Todos ellos encontraron un lugar donde quitarse los corsés de la Costa Este, encontrar un nuevo sonido y un lugar plácido en el que vivir. Crearon una comunidad envidiable desde fuera, en crecimiento, en desarrollo: el nuevo “place to be”. La primera mitad del libro es como subirte en una montaña rusa y empezar a elevarte, a elevarte, a elevarte… habla de cómo el folk tiñó el sonido de la Costa Oeste, de los míticos locales de música en directo, una reunión idílica de talento y juventud que no dejó de dar frutos… hasta que los acólitos de Charles Manson perpetraron la matanza de Cielo Drive en 1969 (entre las víctimas, una embarazadísima Sharon Tate), cambiando, para siempre, la escena musical de Los Ángeles. A partir de ahí, es la historia de un declive anunciado, la burbuja pinchada, el final de una fiesta de la que nadie quiere recoger los desperdicios.
Entonces, ¿dónde estaban las mujeres? Las compositoras y músicas que aparecen en este libro son de grandísima importancia para la escena folk rock de los 60-70 y lo siguen siendo hoy en día: hablamos de Mama Cass Elliot y Michelle Phillips, de Joni Mitchell, de Linda Ronstadt, de Buffy Sainte-Marie, de Carole King, de Laura Nyro, de Judy Collins. Pero no son las únicas mujeres: también aparecen la fotógrafa Nurit Wilde, retratista y musa, Pamela Des Barres, Marianne Faithfull o Anita Pallenberg.
“En aquel momento no me planteaba lo que significaba ser mujer, pero viéndolo desde la distancia era muy duro”, observa Linda Ronstadt. “Aún no había surgido todo el tema del acoso sexual, pero se daban muchos comportamientos vergonzosos e inaceptables; por parte de todos”. En el mundillo del cañón se seguía percibiendo a las chicas principalmente como trofeos sexuales. “Muchas de ellas trabajaban de secretarias en las discográficas”, dice Denny Bruce, “y eran lo suficientemente groupies como para querer formar parte de cualquier tipo de situación que tuviera que ver con el rock”.
“Solía ir a Laurel Canyon a limpiarles la casa a aquellos tíos”, reconoce Pamela Des Barres. “Estábamos más que dispuestas a que se aprovecharan de nosotras. Me refiero a que de lo que se trataba era de estar ahí, con el sol entrando por las ventanas y los chicos tocando la guitarra en la habitación de al lado”.
Hotel California, Barney Hoskyns
Preguntamos a Barney Hoskins qué lugar ocupaban las mujeres en la escena de Laurel Canyon, cuál era su importancia dentro del grupo: “Su importancia era enorme. Puede que supusieran una amenaza para las estrellas masculinas de la escena, pero desafiaron sus privilegios y les ayudaron a entrar en contacto con su lado sensible, introspectivo y “femenino”. Joni Mitchell inspiraba tanto respeto a David Crosby, Neil Young, Jackson Browne y otros como ellos mismos a otros hombres, a pesar de que la Rolling Stone la menospreció cuando la nombró “Vieja Dama del Año”.
¿Cómo consiguieron triunfar, teniendo en cuenta el ambiente misógino y machista en el que se movían? ¿Qué las distinguió del resto de las mujeres?
Triunfaron por no aguantar la mierda de los hombres, aunque fueran castigadas por ello. Joni Mitchell y Linda Ronstadt eran más fuertes y más inteligentes que casi todos los hombres de la escena, y ninguna de ellas sintió la necesidad de disculparse por jugar en el campo romántico de Los Ángeles. Joni era claramente un genio musical y lírico, y Linda era una gran cantante, seleccionadora de canciones y jefa musical en general.
¿Qué pasa con las otras mujeres, que no eran músicas ni cantantes-escritoras? Me refiero a las mujeres que eran las parejas de los músicos masculinos, muchas de ellas protagonistas de tu historia. ¿Qué papel desempeñaron en aquella época?
Muchas asumieron papeles de los que probablemente se arrepintieron más tarde. En otras palabras, los hombres hablaban bien de la igualdad de género, pero seguían esperando que sus novias cocinaran y lavaran los platos. Es posible que las mujeres se sintieran halagadas, más que condescendientes, por la atención masculina, y que más tarde se dieran cuenta de que ser “musas” (y/o “descalzas y embarazadas”) no era más que una forma más retorcida de objetivación y misoginia.
Y es que entonces, como ahora, por mucho espíritu femenino, melenas al viento, paz y amor… los hombres eran incapaces de desprenderse del arraigado machismo que les atravesaba. Se sentían, como muchos siguen sintiéndose hoy en día, amenazados por un talento femenino y rebelde. Lo cierto es que ellas, como casi todos los que se acercan a la luz cegadora del show business, pagaron un precio muy alto para estar donde estaban. A ellas se les cobró más cara la entrada. Barney recoge en su libro las palabras de Linda Ronstadt cuando explicó, en un libro titulado Rock’n’roll Woman, que todavía seguía lidiando, en 1974, “con el problema de que la gente piense que soy un trozo de queso”.
Joni Mitchell llegó a Laurel Canyon dejando atrás a una hija a la que dio en adopción a los seis meses de su nacimiento, en 1965. Joni contaba con 21 años. En ese momento, nadie, ni siquiera sus padres, supo de la existencia de esta maternidad: el escándalo que suponía ser madre soltera en Canadá, en aquel entonces, podría haberla hundido para siempre. Treinta años más tarde, se reencontró con su hija. Si bien su maternidad fue un secreto, Mitchell hizo alusiones en temas como “Little Green“ y en su disco Both Sides Now (2000) se puede leer: “Este álbum está dedicado a mi hija Kilauren”.
La bajada de la montaña (rusa) fue frenética y aterradora. Otra de las mujeres de Laurel Canyon, Michelle Phillips, llegó a afirmar que “antes de 1969, mis recuerdos no son más que diversión, excitación, llegar a lo más alto de las listas de éxitos y amar cada minuto de ello. Los asesinatos de Manson arruinaron la escena musical de Los Ángeles. Ese fue el clavo en el ataúd de la libertad. Se acabó eso de ‘vamos a drogarnos, todos sois bienvenidos, pasad, sentaos’. Todos estaban aterrorizados. Yo llevaba una pistola en mi bolso y nunca más invité a nadie a mi casa”.
La vida nunca deja de cobrarte el precio de lo que vives. Y si eres mujer, por desgracia, sigues pagándolo más caro.
¿Por qué te recomendamos este libro?
Porque no escatima en detalles, testimonios, conversaciones, curiosidades, morbo, sexo, locales de música en directo, montañas y canciones de una de las épocas más atractivas del folk rock y de la música en general: ¿es que acaso las décadas de los 60 y los 70 no fueron definitivas y definitorias de la cultura y la sociedad a nivel mundial? Este libro es una auténtica delicia.
Porque retrata fielmente la locura, la emoción, el caos, la utopía, los sueños y las pesadillas de los grandes nombres del folk rock y nuevo country.
Porque no deja de lado el machismo y la misoginia de la época. Puede parecer un libro machista, pero no lo es en absoluto: machista eran muchos de sus protagonistas, machista era la época. Este libro es un retrato. Pero pone de relieve también que, aunque pocas en número, las mujeres consiguieron su lugar. Y muchas de ellas siguen manteniéndolo a día de hoy.
Porque las mujeres del rock no fueron solo las compositoras: las denostadas groupies se encargaron de cuidar a esos brillantes faros que, guitarra en mano, pensaban que no debían ser seres humanos funcionales, sino simplemente grandes hombres consagrados al arte. Nada de eso hubieran podido hacer si no fuera por los cuidados de una mujer que, frecuentemente, sostenían la vida alrededor.
Y si quieres saber más… aquí te dejamos una playlist con algunas de nuestras canciones favoritas de las chicas del Laurel Canyon.
Un comentario
Historia de la música
Angloparlante* (o norteamericana)
La historia de la música abarca otros países a los que se les ningunea también.
Solo un apunte (: que en la música se nos olvida que existen más que lo inglés y lo americano.
Gracias por escribir!