EVA MARTÍN Y EL COLEGIO REGGIO: EDUCAR DESDE LA PASIÓN

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Pocas cosas hay tan enriquecedoras en la vida como conocer a alguien que ha conseguido hacer realidad su sueño. Una de estas personas es Eva Martín, la fundadora de la Escuela Reggio y del Colegio Reggio de Madrid. Maestra, psicomotricista y música, lleva años luchando por construir un espacio educativo que responda a sus ideales. Eva no solo ha conseguido levantar un ambicioso proyecto educativo de la nada, sino que además ha construido un espacio en el que niños y niñas adquieran conocimientos y destrezas en un entorno enriquecedor y que alienta su autonomía. Madre de dos niñas, Manuela y Sofía, inició su carrera viajando por España haciendo formación del profesorado. Del inicio de ese viaje hasta la creación de uno de los proyectos educativos más disruptivos del momento hablamos con ella en las instalaciones del recién inaugurado Colegio Reggio.

 

@ José Hevia

El abuelo de Eva fundó un colegio en Villaverde, muy pequeño y familiar, de gente obrera emigrada de pueblos. Fue el primer colegio de la zona que admitió población gitana. Al aparecer la LOGSE ese colegio se cerró, pues lo que tenían de patio era el parque de enfrente y dejó de cumplir los requisitos necesarios. Mi madre se fue a dar clases a otro colegio, se hizo liberada sindical y también empresaria. Era maestra y, cuando terminaba de dar clases, se iba a sus tiendas a trabajar. «Ella era la presidenta del AMPA del colegio, de la Asociación de Padres del Conservatorio… estaba siempre liada. De hecho, acaba de dimitir como Presidenta de su Comunidad de Vecinos —risas—. A sus 71 años, viene al cole a dar refuerzo, es imparable. Ese referente de una mujer que no para de hacer cosas ha sido clave para mí. También mi abuela y mi tía fueron emprendedoras. Al tener a mujeres así alrededor, he incorporado a mi vida el emprendimiento. Por eso es importante que los referentes estén cerca. He mezclado el compromiso social con la ambición personal, en el mejor sentido de crear cosas. A mi madre le hubiera gustado poner un cole, me confesó hace poco». La madre de Eva fue una de las personas que más la alentó en su deseo de abrir una escuela infantil. No fue la única mujer que le dio su aliento: también fue crucial el apoyo de Catalina de la Obra, otra gran emprendedora que me ayudó a entender el mundo de la empresa. «Estoy rodeada de mujeres que me han inspirado; mi mundo, en este sentido, es de mujeres», cuenta Eva.

Eva comenzó su carrera alfabetizando a mujeres de la etnia gitana en Aluche. Al año siguiente, comenzó a coordinar equipos, a detectar las necesidades de los maestros. «No me interesaba, en aquella época, la educación formal: me parecía que estaba desconectada de las necesidades de la infancia, pero me gustó mucho la parte de gestión y organización. También comencé a meterme en temas de organización juvenil y a ostentar cargos de responsabilidad, por ejemplo, en el Consejo de la Juventud de España. A través de un proyecto llamado “Mi escuela y el mundo” empecé a entrar en los colegios. Era un proyecto de resolución de conflictos en las aulas. Fue mi oportunidad para ver qué pasaba dentro de los coles. Ese fue el acicate para decidirme a hacer algo por la educación».

Buscó un sitio en el que fundar su primera escuela: «Busqué un local en una zona donde hubiese niños y lo encontré en Las Tablas, en Madrid. Esa parte del emprendimiento es muy emocionante: empecé a construir un espacio de cero y fue un proceso mágico. La Escuela Reggio está activa desde 2010, con un equipo maravilloso de profesionales que, por un lado, tienen mucha conciencia de la educación y, por otro, gente joven con muchas ganas, aunque sin experiencia. Introdujimos dentro del equipo a gente que no viniera del mundo de la educación —músicos, arquitectos, artistas— que hiciera pensar al maestro desde otro punto. En ese cuestionamiento es donde el maestro crece». El éxito de la escuela hizo a Eva pensar en crear un centro que no se limitase a la primera infancia, sino que cubriese la educación a partir de los tres años. Y este fue el germen del Colegio Reggio. Durante un par de años, seis mujeres de la escuela trabajaron en su tiempo libre para diseñar un proyecto educativo que aplicar en el futuro colegio.

 

Una de las aulas
@ José Hevia

No fue un camino de rosas, pero Eva hizo de la dificultad virtud para superar las dificultades: «Conseguimos un edificio para comenzar con el colegio, pero tenía un vicio oculto que desconocíamos: no estaba autorizado como centro educativo. Yo había prometido a las 110 familias que confiaron en nuestro proyecto que encontraría una solución. Cuando la Administración me dijo que no podía utilizar el edificio, pedí tiempo para encontrar un lugar en el que poder instalarnos. Han pasado cuatro años de negociación, búsqueda de licencias y construcción». Para esta labor, Eva contó con el trabajo de arquitecto Andrés Jaque, director de Office for Political Innovation.

«Mis años visitando colegios me dieron la oportunidad de conocer y hacerme preguntas. Pude evaluar las dificultades y buscar respuestas. Fui llegando a mis propias conclusiones —algo que coincidió con una etapa psicoanalítica mía—, comencé a leer y llegué a las mismas conclusiones que Loris Malaguzzi proyectó en las escuelas Reggio: En la propuesta de Reggio, el tercer educador es el espacio y lo fundamental es cómo se construye el vínculo, poniendo en el centro la relación del maestro con el alumno. Reggio habla del camino, no de los resultados. Me gusta la mirada que tiene hacia la infancia, cómo entiende al ser humano en sus inicios. El punto de partida marca la dirección, para mí eso es crucial. Otro de los aspectos cruciales abarca todo lo que tiene que ver con la expresión artística, con la estética que se relaciona con la ética, el cuidado. Para mí, eso es elevar al ser humano», cuenta Eva.

 

Invernadero
@ José Hevia

 

El edificio del Colegio Reggio está pensado y construido para acompañar la infinita tarea que supone aprender y enseñar. Una arquitectura que propone instalaciones vistas, un ágora central que a la vez es gimnasio, salón de actos y teatro, un espacio abierto y transparente, que enseña lo que nunca se ve, invitando a pequeños y adultos a hacerse preguntas, el primer paso para querer saber. «Cada niño o niña va a hacer un recorrido de aprendizaje único. Todos aprenderán a sumar, pero el camino que cada uno va a tomar va a ser el suyo. Deben ir construyendo su lógica propia. Reggio hace esas provocaciones que no son al azar, que están muy pensadas. Los materiales, cómo se colocan los espacios crean espacios sugerentes que sorprenden. No hay un adulto que dice qué tienen que hacer y cómo. El adulto es una figura de autoridad, es quien sujeta el intangible —las emociones, el respeto, el cuidado—. Una vez que el niño o niña empiezan a trabajar, se convierte en un observador más. El maestro sigue construyendo con el alumno. El adulto no se coloca en un lugar de dirección, sino de acompañamiento y aprendizaje», cuenta Eva. Un espacio que provoca diálogos con la naturaleza en lugares únicos como un bosque interior en secundaria y jardineras llenas de vida en cada planta, que son clases de biología en directo. Una biblioteca abierta a los sentidos, abierta al patio, abierta a los balcones, a la luz, con un mobiliario que invita a leer de muchas maneras, en un ambiente cálido, cuidado y amable. Una escalera grande que conduce de la biblioteca hacia el jardín, para dar continuidad en el exterior a la lectura, invitando a la vez a entrar en el interior. Los pasillos del colegio se abren en grandes plazas que invitan a relacionarse. Las aulas están dispuestas en diferentes niveles, en una suerte de pequeño pueblo, hasta llegar al bosque interior cubierto por un cerramiento transparente que se abre al cielo, de forma que los alumnos, al crecer, van conquistando poco a poco el espacio y desean llegar arriba, hacerse mayores.

Charlo con Eva sobre proyectos educativos y también sobre su visión de la adolescencia en estos tiempos en los que asusta la cantidad de problemas de salud mental que arrastran: «Nuestros adolescentes tienen un exceso de mirada y los adultos no están en su sitio. Muchos siguen siendo adolescentes. Hay una infantilización de la sociedad y una fragilización de la adolescencia y la juventud que es brutal. En el momento en que un niño sufre, la familia se hace frágil: cuesta mucho sostener en la dificultad. En la falta de consistencia, el niño siente que el mundo se convierte en arenas movedizas, siente que no pisa suelo firme. Los conflictos son grandes oportunidades de trabajo y aprendizajes. Tengo la sensación de que los adultos no saben sostener la vida. El adulto, hoy en día, es un adulto infantilizado y esa es la verdadera tragedia que están viviendo las personas adolescentes».

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.

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