Estos días he estado leyendo la continuación natural de Apegos feroces —el imprescindible memoir de Vivian Gornick—; se llama La mujer singular y la ciudad y, continuando con la estela de paseos y reflexiones por Manhattan, esconde entre sus líneas bofetadas de esas que te ponen la cara morada… pero morada como feminista. Entre ellas, subrayé una que decía así: “Mientras Rhoda avanza inexorablemente hacia el momento en el que se traicionará a sí misma, se transforma en la viva encarnación de la brecha que existe entre la teoría y la práctica: ese espacio en el que tantas de nosotras nos hemos encontrado una y otra vez”. Me sentí plenamente identificada con esa frase e inmersa en ese espacio. Y he podido observar que en ese espacio estamos muchas de nosotras, más de las que pensamos. Algunas lo decimos, no presumiendo pero sí asumiéndolo. Algunas militamos por ponerlo en el escaparate de las que quieran comprar después de nosotras. Una de esas mujeres es la profesora de Filosofía y divulgadora argentina Florencia Sichel que, siendo madre por primera vez en los inicios de esta pandemia que ha cambiado nuestro mundo, comenzó a hacerse las preguntas que nos hacemos aquellas mujeres a las que nos prometieron todo cuando nos damos cuenta de que esas promesas terminan siendo agua de borrajas (para nuestras comadres argentinas: “agua de borrajas” es una expresión que se usa cuando una cosa o asunto tiene poca o ninguna importancia).
El bagaje académico de Florencia, su capacidad crítica y divulgadora y la experiencia de la maternidad junto a su hija Sofía se canalizaron en Harta(s), una newsletter semanal sobre filosofía y maternidad donde Flor se hace y nos hace todas esas preguntas que, inevitablemente, nos surgen cuando nos enfrentamos a la experiencia de la maternidad. Porque ser madre es algo de lo que se habla bien poco para lo trascendental que resulta. Porque no disponer de la información necesaria, no plantearse las dudas, no mirar hacia todos los lados —o hacerlo solo hacia nuestro ombligo— suele ser causa de frustración, de incomprensión y de desasosiego.
Y es que sí, estamos hartas. Hartas de sentirnos solas rodeadas de gente. Hartas de mandatos que no sabíamos que lo eran. Hartas de cargar con tantas piedras en la mochila, piedras cuya utilidad no nos planteamos mientras las cargamos. Hartas de no encontrar la respuesta y la compañía por parte de la sociedad, de los poderes políticos. Hartas no de ser madres, ni de nuestros hijos, sino de maternar sin apoyos, sin ayudas, sin garantías y sin valoración.
Charlamos con Flor en una mañana de café y mate, cada una con nuestra bebida, pero compartiendo las mismas inquietudes y haciéndonos las mismas preguntas. Estamos hartas juntas, pero también tenemos ganas de luchar por maternar de otra manera. Porque sabemos que se puede.
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