Una de las cosas que llevó a Elizabeth Horan a interesarse por la obra de Gabriela Mistral fue, precisamente, un escrito suyo sobre la maternidad que le resultó ciertamente contradictorio: «Ella tiene una antología, Lecturas para mujeres —destinadas a la enseñanza del lenguaje—, que publicó en México en 1923. Y lo hizo para que sirviera de texto de aprendizaje para una escuela fundada hacía poco, para mujeres, en el México posrevolucionario, y que llevaría su nombre. En la introducción, dice «Y sea profesionista, obrera, campesina o simple dama, su única razón de ser sobre el mundo es la maternidad, la material y la espiritual juntas, o la última en las mujeres que no tenemos hijos». Me pareció una cosa muy extraña, pues no estaba en consonancia con la poesía que había leído de ella, con las Locas mujeres, ni con su forma de vivir. Quería entender sus contradicciones. En México, aquel tiempo era muy difícil para las mujeres: estaban avanzando y, a la vez, sufriendo una gran ola de conservadurismo. Había más mujeres que hombres durante la revolución en la universidad y, cuando terminó la revolución, decidieron que tenían que volver a la casa. Fue la época de “las pelonas”». “Las pelonas” eran aquellas mujeres que manifestaban un nuevo estilo de vida que desafiaba lo que era socialmente aceptable en su sexo en aquel entonces: se cortaban el cabello por encima de los hombros, usaban ropas holgadas, se maquillaban, trabajaban, bailaban, fumaban, bebían… Esta actitud disgustaba mucho a ciertos hombres que, a modo de sanción popular, rapaban vandálicamente el cabello a estas mujeres cuando salían de las peluquerías con un corte de pelo por encima de los hombros.
«Gabriela sabía cómo vivir entre los conservadores y los liberales al mismo tiempo. Ella hacía chistes sobre eso en algunas de sus cartas dirigidas a sus amistades: para que los beatos pensasen que era piadosa y para que los radicales pensasen que era una Belén de Sárraga —intelectual y activista española que predicaba el amor libre—. Decía que sus rodillas eran demasiado débiles para estar siempre rogando», relata Elizabeth. Este es el inicio de nuestra conversación, que más que entrevista, es una auténtica masterclass. Es fascinante poder sentarte a conversar con una mujer como Elizabeth Horan, profesora, escritora, editora y traductora. Durante más de cuarenta años ha estado dedicada a la investigación de archivos biográficos y correspondencias literarias, sobre todo, de la poeta Gabriela Mistral. Académica en la Universidad Estatal de Arizona, apasionada de la literatura en español, ha visitado Madrid para presentar la primera entrega de una completísima biografía dividida en tres volúmenes. El primero es Mistral. Una vida. Solo me halla quien me ama, y acaba de ser publicado por Lumen.
Nacida como Lucila Godoy Alcayaga en 1889 en el Valle de Elqui (Chile), comenzó a firmar como Gabriela Mistral algunos de sus poemas, una vez convertida en maestra rural. Este seudónimo hace honor a un hombre de la tiera y del pueblo, Frédéric Mistral —Premio Nobel de Literatura en 1904— y a Gabriele D’Annunzio, poeta y dramaturgo italiano. Expulsada del colegio de enseñanza primaria superior a los once años, su maestra —que también era su madrina— llegó a decir a su madre que no se podía sacar nada de ella como estudiante. Este primer tomo aborda los lugares que habitó y las relaciones que tejió desde su nacimiento en 1889 hasta 1922, haciendo especial hincapié en la figura de acompañamiento de la artista chilena Laura Rodig, que vertebra este primer volumen de la biografía de Mistral.
¿Cuál fue el germen de tu interés por Gabriela Mistral?
No era mi intención llegar tan lejos —risas—. Cuando comencé a leerla, fue buscando tema para mi tesis doctoral sobre Literatura Comparada. Sabía que iba a hacer algo en inglés, porque nadie iba a darme trabajo para hacerlo en español. Sin embargo, quise seguir en ese tema y lo que encontré en Mistral era una manera para continuar trabajando sobre la literatura en español y en América Latina en el siglo XX. Ella tenía la tendencia de asomar por lugares que, o estaban en conflicto, o iban a estallar. Conoció a tanta gente que, cuando entendí que ella había intercambiado cartas —me fascinan las cartas—, me atrajo muchísimo. También me atrajo tremendamente su poesía: no podía creer no haber escuchado sobre ella en los años en los que estudié español en la universidad y en el colegio. Su poesía me impresionó, me pareció muy actual, original y moderna. Casualmente, hice el Bachillerato en el mismo colegio —parte de la Columbia University— que Doris Dana. Le escribí una carta interesándome en traducir la poesía de Gabriela Mistral, y ella me telefoneó invitándome a visitarla cuando pasase por Nueva York. Conocí a Doris —yo tenía 26 o 27 años— sin saber muy bien cómo entrevistarla. Decidí que iba a preguntarle qué debía decir cuando los estadounidenses me preguntasen si Mistral era lesbiana, y ella contestó: «¿Por qué ponerla en una caja tan pequeña?», un poco evasiva. Coincidí con ella, de nuevo, de paso por Miami en uno de mis viajes a Chile. Me invitó a una comida muy elegante, con su pareja. Todo tenía un gusto tan excelente que no tuve el coraje para preguntarle de nuevo la misma pregunta que no me contestó con anterioridad.
Impresiona la cantidad de archivo disponible de la figura de Gabriela Mistral: cartas, cuadernos, grabaciones caseras, fotografías… Debe ser el paraíso para una biógrafa. Da la impresión de que Mistral vivía la vida para escribirla, para dejarla documentada.
Creo que ella no pensaba en que alguien escribiese su biografía, sino que, siendo diplomática, sabía del valor y la importancia de tener archivos. Los diplomáticos tienen que disponer de archivo, es parte esencial de su trabajo. Ella siempre tuvo secretarias que le ayudaban en esa misión, era muy exigente a la vez que amorosa. Decidí que una manera de entenderla mejor sería hacerlo a través de sus secretarias. Al principio, pensaba que el título de la biografía iba a ser Gabriela y la secretaria, pero cuando vi que tenía material suficiente para tratar el periodo chileno, decidí que cada volumen se centraría en cada secretaria: Laura Rodig para la primera parte, Palma Guillén para la segunda —con un poco de Connie Saleva— y Doris Dana para la tercera.
El investigador Diego del Pozo dijo que «no es que se haya encontrado a una nueva Mistral, sino que hay un Chile que está más preparado para leerla». ¿Cuál es la relación entre la vida y la obra de Gabriela Mistral y el territorio?
Si algo hay en lo que no tengo tanta objetividad es en el tema de Chile: es un país maravilloso, pintoresco, el país donde realmente aprendí a hablar español —aunque lo había estudiado con anterioridad—. Sin embargo, es un país muy complejo en su historia, como todos los países. Chile ha tenido, cuando cayó Allende, una guerra civil, una revolución de la derecha. Recuerdo a los mexicanos que me decían que el problema con Chile es que no había sufrido una revolución: ¡pero claro que la tuvo, en otro lado! Chile es un lugar especial por tener, un poco, carácter de isla: por un lado, tenemos el desierto más seco del mundo, por otro, la cordillera de Los Andes y, por otro, el Pacífico y el sotavento. Una persona no va a Chile cuando está en ruta hacia otros lugares, como sí sucede en España: quien llega a Chile es porque quiere estar en Chile. Es un país insólito para mí, estadounidense: todo el mundo se conoce, es algo muy extraño.
Cuando comienzas a investigar sobre la vida de Gabriela Mistral, es sorprendente cómo una mujer sin recursos llegó hasta donde llegó utilizando la palabra escrita para hacerlo. Fue expulsada del colegio, autodidacta, tejió importantísimas relaciones sociales a base de cartas… Hasta su profesora dijo de ella que no tenía ningún talento intelectual. Y llegó a ser Premio Nobel.
Esa es la pregunta central de mi libro: ¿cómo esta mujer llegó a la cumbre internacional de cuatro profesiones distintas? Consiguió el éxito como diplomática, como poeta, como docente y como periodista.
Cuando comparo a Mistral con Pablo Neruda o Alfonso Reyes —ambos amigos suyos—, pienso que ellos tuvieron un grupo de personas alrededor preocupado de editar sus cartas, sus poesías… Existen fundaciones que hacen este trabajo. En el caso de Mistral, ella no tuvo descendientes que pudieran ocuparse de esta labor, ni el mismo soporte de Reyes, que fue embajador, que perteneció a una familia muy conocida. Neruda, por otro lado, tenía el soporte del Partido Comunista. Ella decía que era una mujer sin partido.
Mistral desarrolló una interesante relación de amistad con Victoria Ocampo.
Eran tan distintas y parecidas a la vez… Ocampo creció en un entorno realmente privilegiado, recibió una educación exquisita, lo contrario a Mistral. Ambas eran muy altas y macizas (como la cordillera) en una sociedad que prefería a la mujer menuda y femenina. Eran también muy tercas y mandonas. Incluso cumplían años el mismo día, con un año de diferencia. Cada año se escribieron para felicitarse sus cumpleaños.
Mistral estuvo acompañada siempre de mujeres realmente talentosas. ¿Qué es para ti lo más relevante de la artista Laura Rodig, esta primera secretaria suya?
Estas mujeres trabajaron con Mistral sabiendo que existían ciertas ventajas al estar al lado de una persona como ella. Ser la persona que rodea a alguien así, ser parte de su entorno, es una situación de mucho provecho. Laura Rodig sabía que podía avanzar en su arte entrando en contacto con otros artistas y también viajando con ella. De lo que no fue consciente es que también tenía que ser sirviente. Rodig tenía un patrón en su vida: se relacionaba con mujeres poderosas y mayores que ella, con poder para hacer avanzar su arte y promocionarla. Se vio, también, falta de libertad, iba y venía. Mistral no quería nada de eso.
«La poeta percibe su trabajo de entonces como un refugio. Será hija de sus obras», escribes.
Esa frase la saqué de Cervantes, de cuando estudié a Don Quijote de la Mancha y me enamoré de esta novela. Esta frase aparece en el capítulo 8. Ella es hija de sus obras.
Mistral. Una vida es la biografía más completa hasta la fecha de una poeta esencial de la literatura moderna. Elizabeth Horan, reconocida especialista en la premio Nobel, reconstruye sus pasos a partir de la lúcida revisión del archivo personal de la autora, cuya impresionante correspondencia le permite indagar en sus errancias, dolores y pasiones, pero sobre todo en su carácter incomparable. Su infancia en Elqui, sus afectos y alianzas clave, sus años como profesora en distintas ciudades de Chile, sus vínculos con Argentina, su relación íntima con Laura Rodig, su temprano contacto con Neruda y otros destacados escritores y políticos chilenos son expuestos con detalle en este proyecto colosal.
Una investigación minuciosa de largo aliento que muestra aspectos poco conocidos de la biografía de Mistral y repasa sus vicisitudes, así como el trato con su círculo más cercano. Un título imprescindible para redescubrir a esta gran autora chilena que se revela ante todo como una férrea voluntad, como alguien que supo moverse con astucia y firmeza en un mundo adverso para llegar a ser quien se propuso.