La escritora Alaine Agirre (Bermeo en 1990) es poseedora de una de las voces más personales de la literatura vasca. Ha escrito cuatro novelas, todas premiadas, y es autora de literatura infantil y juvenil y de poesía. Ha sido traducida a lenguas comunes como el español, el catalán, el gallego y el inglés y a lenguas más lejanas como el danés o el coreano.
Mi primer encuentro con la escritura de Alaine llegó con X ha muerto, una novela en la que una mujer fantasea con la muerte de su pareja. Corría 2021 y tuve el placer de entrevistarla por primera vez. Le dije que admiraba la valentía de alguien que escribe desde lo más profundo, desde el agujero negro del alma, y le pregunté si no pensaba que todas, en alguna ocasión, hemos fantaseado con la desaparición del ser amado —sobre todo, en el campo romántico—, pero que pocas nos atrevíamos a confesarlo. Ella: «Claro. Eso y otras mil cosas. Y las tapamos todas. Creo que, sin querer, mi literatura va a levantar alfombras. No es algo que haga intencionadamente, pero me doy cuenta de que mi cámara enfoca hacia ahí. A lo oscuro, a lo callado, a lo tapado. Me interesa entrar en esos sótanos y abrir las puertas, sacar lo que hay adentro, dejar que entre la luz y se vea».
En ese momento, yo no sabía que lo que venía después era Karena (en español, Placenta), novela con la que ganó el Premio de Novela Kutxa Ciudad de Irún y publicada en 2023 por Tres Hermanas. Placenta es un relato implacable e impecable sobre el deseo de ser madre, los tratamientos de fertilidad y las pérdidas. Deseo y duelo se funden con maestría entre las olas de esta historia. La escritura de Alaine es rotunda y valiente, envolvente y generosa. Es brutal y es brava como un océano, como el océano de la portada de Placenta.
Placenta arranca con un capítulo que se llama “Sacádmelo ya”. Pero antes de eso, eliges varias citas de otras escritoras; entre ellas, una cita de Adrienne Rich en la que se pone de relieve “el acontecimiento”. ¿Cómo has elegido a estas cómplices en tus citas?
Elegí a aquellas que me ayudaron a nombrar lo que no se pronuncia. Con el deseo de que, reuniendo sus palabras con las mías, pudiésemos abrir nuevas definiciones y reformular algunas existentes en los diccionarios.
¿Cuál es el germen de Placenta?
La pérdida de mi hija no nacida. No me permití llorarla, seguí el protocolo que se ha trazado socialmente para los casos de pérdidas gestacionales o perinatales: no sentir, no expresar y seguir adelante. Es decir, seguir funcionando. Es decir, dejar de ser, para poder hacer.
¿Cuánto de ti hay en este libro?
El tema me perseguía, sabía que tendría que escribirlo, ya que mi manera de vivir (o sobrevivir) es querer sublimar mis vivencias, dolores y preguntas a un lenguaje que busca un sentido y alude a la belleza. Me rondaban frases y escenas, maneras de narrar, y la necesidad de reconvertirlo en literatura finalmente me atrapó. No tuve otro remedio que mirar a ese dolor que había silenciado durante más de un año. Lo que empezó siendo el relato de una pérdida gestacional fue tomando más y más cuerpo, y no pude evitar adentrarme en otros temas acallados dentro de la maternidad.
Placenta cuenta la historia de una mujer que sufre varias pérdidas en el contexto de varios tratamientos de fertilidad. Hay una crónica de los procesos, incluso un capítulo con todo el léxico asociado a estos procesos. Desde ahí, se abre un abanico de temáticas relacionadas con este suceso: violencia obstétrica, pérdidas, infertilidad, duelo… ¿Te has dejado algo en el tintero?
Siempre siento que me dejo mucho en el tintero. Me ha costado mucho poner el punto final y despedirme de mis novelas; siempre, con cada una de ellas. Pero creo que con Placenta aún más. Están tan infrarrepresentadas y colonizadas las (no) maternidades y sus procesos, que sentía la necesidad de seguir indagando en aquellas maternidades que no son consideradas como tal, o que se consideran menos o se deslegitiman. Como decíamos, el embrión de esta novela fue el dolor de la pérdida de una hija querida y no nacida, pero ese embrión fue creciendo, y quise explorar también aquellas vivencias desconocidas para mí, pero que me llamaban la atención. Por razones literarias, no pude dar todo el espacio que deseaba a esa curiosidad-árbol que cada vez tenía más ramas, pero quise por lo menos dar unas pocas pinceladas de esas múltiples ramas.
Por otra parte, y en lo referente a lo personal, también tuve que aceptar que aunque mi viaje de la (no) maternidad continuaba, adaptándose y transformándose, en constante deconstrucción y reconstrucción, la novela ya había llegado a su fin. Que no contaba todo mi proceso, si no parte de él; que tampoco hablaba solo de mí, sino de muchas de nosotras.
Me costó poner fin a la escritura de la novela, y tuve incluso que dejar en el tintero varios capítulos terminados y otras cuantas ideas germinadas. Soltar la obra de arte es, en mi opinión, el acto de mayor humildad que ha de hacer la artista o la artesana: implica aceptar que estás a merced de esa creación, y no al revés. Es verte como canal de algo más importante que tú misma. Es aceptar que, por mucho que ha nacido de lo más hondo de ti, lo más bello y mágico que puede pasarle a la obra es que llegue a otros cuerpos, lugares, lenguas, incluso épocas, aunque eso requiera inevitablemente que otras personas se apropien de la obra, incluso que la resignifiquen.
¿Cuántos “esto no me lo dijeron” has descubierto en este proceso de deseo de ser madre?
Muchísimos. Se dice que se habla poco de las verdades de la maternidad, y las sombras se hacen más oscuras al arrinconarlas en la penumbra. Pero sobre las contradicciones o dudas en el deseo, sobre las dificultades en la búsqueda, sobre las pérdidas no decididas o la renuncia no elegida, apenas había oído ni leído nada.
Hablas del silencio en el duelo. ¿Por qué crees que no toleramos escuchar sobre la pérdida de un bebé?
Llevo años preguntándome lo mismo. Está claro que no le damos espacio a este duelo a nivel social; y, por consiguiente, lo tapamos, lo callamos, no lo atendemos. No queremos escucharlo cuando viene de una amiga, pero tampoco podemos ponerle palabras cuando nos pasa a nosotras mismas. Pero, ¿cuáles son las razones de ese silencio acordado? No estoy segura.
La muerte es un tabú, y más aún cuando coexiste con el nacimiento y la infancia, tan sacralizados los dos. Nos duele más la muerte temprana, porque no la podemos justificar ni entender. Y pensamos que si no miramos a lo que tememos, estamos seguras, como cuando de niñas nos metíamos bajo las sábanas creyendo que así estabamos a salvo de los monstruos. En la adultez seguimos huyendo de lo que tememos y nos duele. El sistema, por su parte, también hace todo lo posible para anestesiarnos de la vida, para convertirnos en robots con un único fin: el de seguir produciendo y reproduciendo el statu quo.
Hablar de lo que nos duele puede ser revolucionario. Y más aún si nos escuchamos las unas a las otras.
¿Qué es lo que provoca el deseo de ser madre? ¿Existe una respuesta?
Esa misma pregunta aparece tanto explícita como implícitamente en la novela. Se la hace la protagonista a sí misma, siendo consciente de que ese deseo (al igual que otros: el sexual hacia ciertos cuerpos y no otros, hacia ciertas conductas, substancias, alimentos, objetos materiales, maneras de ocio…) está construido mediante las interacciones con un contexto social concreto, durante toda una vida. ¿Se pueden separar lo social y lo personal? La protagonista se hace esas preguntas, al mismo tiempo que habita las contradicciones que tiene entre lo que piensa y lo que siente, lo que decidió en el pasado y lo que decide ahora… entendiendo que toda decisión implica una pérdida.
El Dolor, en ocasiones en tu libro, tiene un tratamiento mayúsculo: ¿Es otro protagonista con nombre propio?
Sí que lo es. El Dolor es un animal que cabalga por el cuerpo de la protagonista y que hasta atraviesa su piel, ocupando la habitación del paritorio, habitando la vida de Sara, la protagonista. Así lo escribía: «No le temas al dolor. Te contará más sobre ti que tu amante, tu terapeuta, tu propia madre. Tu dolor sabe de ti más de lo que sabes tú misma» (Placenta, pág. 201).
El diálogo con el Dolor es una constante en mi obra. Después de haber terminado de escribir cada una de mis novelas, he sentido que he podido cerrar un capítulo de mi vida. En cierta manera, construir un relato narrativo basándome en parte en lo experimentado, hace que mi propia vida recobre sentido. La narrativa literaria resignifica lo vivido. Y lo hace de una manera que es liberadora y —aunque me chirría la palabra por lo usada que está últimamente— empoderante, al ser yo misma la que narra lo (no) acontecido, siendo yo misma la que elige qué contar y cómo contarlo, a qué darle importancia y a qué quitarle poder, dónde poner la mirada, subir el volumen de los susurros y mirar a los cuerpos, a los Dolores, a las vivencias que no tienen lugar en esta sociedad.
¿Crees que hay un acompañamiento del Estado en estos casos?
No la adecuada y suficiente.
Placenta pone sobre la palestra diversos aspectos ocultos de la (no) maternidad: el deseo insatisfecho de ser madre, los meandros de las Técnicas de Reproducción Asistida, con sus costos y sus daños colaterales, las grietas que provoca en una pareja, las dificultades de ser madre sola, los sinsabores del parto no respetuoso y la violencia obstétrica, el duelo gestacional del aborto no deseado, un duelo no legitimado socialmente.
Alaine Agirre escribe con intensidad sorprendente y emoción desbordante este viaje a través del cuerpo de la mujer, un territorio conocido y al mismo tiempo silenciado. Una sinfonía compuesta por breves piezas, cada una de una tonalidad distinta pero todas ellas rebosantes de ritmo y lirismo, de tal forma que la belleza de la expresión y la fuerza del contenido se funden en una única sensación.