Isabel Moreno Muñoz nació en Madrid en 1992 con la vista puesta en las estrellas, aunque poco después bajó la mirada para contemplar las nubes de nuestro planeta. Allí se quedó intentando entender el cielo y todo lo relacionado con el clima de la Tierra. Es graduada en Física y tiene un máster en Meteorología y Geofísica, ambas titulaciones por la Universidad Complutense de Madrid. Además, ha continuado su formación a lo largo de diversos cursos sobre educación ambiental, biodiversidad, comunicación. Isabel, también, es autora de Cambio climático para principiantes (Ediciones B, 2022), un libro que ayuda a comprender las bases del cambio climático.
Lleva desde 2016 colándose en las pantallas de nuestros televisores como meteoróloga y presentadora del tiempo en diferentes medios. En la actualidad, es uno de los rostros más querido del programa Aquí la Tierra, de TVE. Durante estos años, ha compaginado su actividad profesional con la divulgación sobre crisis climática en medios de comunicación, eventos, seminarios, conferencias y cursos, así como en sus redes sociales. Isabel, que es madre de una niña de un año y medio de edad, no puede evitar que se le cuele el activismo en su faceta profesional, pero también en la más personal. Por primera vez, Isabel cuenta su dolorosa experiencia —aunque con final feliz— con la lactancia, y lo hace de manera valiente y generosa porque, como ella dice: «no quiero que ninguna madre pase por lo que he pasado yo».
¿Cómo era tu trabajo antes y después de ser madre? ¿Sufrió cambios significativos?
Ha habido cambios en mis horarios. Trabajo en un programa que se emite por la noche en TVE, pero estoy contenta porque tengo la enorme suerte de ser capaz de conciliar mi trabajo y mi vida personal. Sí sufro estrés porque no dispongo de todo el tiempo que me gustaría para desarrollar mis inquietudes y crear nuevos proyectos. Me exijo mucho a mí misma y me angustia no llegar a todo. Si no trabajas mucho, te sientes mal y si no estás mucho tiempo con tu hija, también. Si no dedicas tiempo a tu vida social, también. Si a esto sumamos el cansancio que provoca tener un bebé que “no duerme bien” y que no puedes hacer todo con la calidad que te exiges, el resultado es la culpa. Ojalá en algún momento de la historia de la humanidad desaparezca esta culpa con la que siempre cargamos.
¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
Lo peor es que creo que esta sociedad no está preparada para que las mujeres se mantengan líderes en los sectores en los que lo son y, a la vez, lo compatibilicen con una maternidad real y sin culpas. Y lo mejor de mi maternidad es, sin duda, mi hija.
¿Cuál ha sido tu historia con la lactancia?
Tuve un buen parto, aunque inducido porque pasaba de la semana 41. Estoy muy contenta de haber dado a luz en el Hospital Público Infanta Leonor de Vallecas —estoy muy orgullosa del barrio al que pertenezco—. Soy una persona muy nerviosa, me dan pánico las agujas y tuvieron una paciencia inmensa conmigo. Me trataron con mucho cariño y así lo recuerdo.
Me gusta presumir de mi barrio: Vallecas. La red vecinal de un barrio como el mío es muy importante, es fundamental para hacer frente a la vida, para la maternidad y para la supervivencia. Por contar una anécdota sobre esto, en 1995 hubo una ola de calor impresionante en Chicago, con un montón de muertos. Los barrios que menos sufrieron ese impacto no solo fueron los barrios más ricos, con posibilidades, sino los barrios con redes vecinales muy definidas: los cuidados salvan vidas.
Específicamente hablando de mi lactancia, mi problema vino más adelante. Cuando la niña no se enganchaba bien, en el hospital, la matrona me ayudaba. Cuando fue pasando el tiempo y seguía sin engancharse bien, me empezaron a salir grietas, pero no le di demasiada importancia y tampoco quería molestar —por no querer molestar, no fui al médico ni consulté a la matrona—. Solo fui a Urgencias cuando comencé a encontrarme mal y tenía un pecho rojo. Me diagnosticaron mastitis, me dieron antibiótico y me dijeron que, si no mejoraba en unos días, que volviese. Pero como yo no sabía lo que era mejorar, no volví. Quizá sea, entre otras cosas, porque no suelo tener fiebre y en ese momento tampoco la tuve, es decir: no tenía un indicativo de mejora en ese aspecto. Entonces, comencé a notarme un bulto en el pecho que no bajaba, en la parte superior. Prácticamente, hacía acrobacias para conseguir una postura favorable en la lactancia, pero el bulto no bajaba de ninguna manera. En los grupos de lactancia que seguía conocí un curso de fisioterapia para lactantes y me apunté —eran fisioterapeutas y buscaban familias para sus prácticas—. Además del bulto, tenía una especie de círculo rojo en el pecho que nunca desaparecía. Las estudiantes, en ese momento, pensaron a simple vista que parecía un absceso. La coordinadora del curso, Lucía —de Aúpale, un centro de fisioterapia pediátrica—, me dijo que acudiese a Urgencias porque, en ese caso, tenían que quitármelo. Fui a un hospital y no lo detectaron, porque no me hicieron una ecografía, y me citaron para unos días más tarde. Acudí a otro hospital en donde sí me hicieron una ecografía y detectaron el absceso, que requería una operación.
Aun con fecha de operación y un absceso, la ginecóloga que me vio entre el diagnóstico y el día de la operación volvió a invitarme a que me pusiera a mi hija al pecho. El absceso terminó teniendo un tamaño descomunal. Ahí tuve mi primera operación. Por un descuido, me dieron Nolotil, medicamento que interfiere en la lactancia, lo que me obligó a introducir el biberón, algo que estaba intentando evitar. Esto sucedió dos meses después de dar a luz.
Decidí seguir adelante con mi lactancia. Pensé que ahí había terminado todo, pero a las pocas semanas comencé a notar repetida mi historia, esta vez en el otro pecho: un bulto que no bajaba, mi hija que no estaba cómoda comiendo de él… Cada vez que iba a consulta, pedía que estuvieran atentos a mi experiencia anterior, pero no le daban demasiada importancia. Así pasó alrededor de un mes y entonces me planté, dije que no me iría hasta que no me hicieran una ecografía y ahí estaba: otro absceso. Se me cayó el mundo encima, pero no contemplaba la opción de abandonar la lactancia. En tres meses había tomado seis clases de antibióticos distintos y tuve que pasar por otra operación. El tratamiento para este absceso fue más doloroso y problemático que el anterior, y tuve que volver a hacer acrobacias para que, durante la lactancia, mi hija no me diera en la herida.
Estaba muy triste porque pensaba que tendría que abandonar la lactancia, cuando mi asesora de lactancia, Ana, y Lucía, de Aúpale, me recomendaron hablar con Juan Miguel Rodríguez, de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid, que es una de las personas que más saben de mastitis de toda España. Él, que lleva años estudiando la microbiota humana, me explicó el porqué de mis mastitis recurrentes y me recomendó tomar lactobacillus salivarius: una bacteria iba a ser la que combatiese mi infección por estafilococo aureus y otras bacterias que tengo, que son dadas a generar abscesos. Al igual que cuando tienes un huerto y una plaga de pulgón, si metes mariquitas, eres capaz de equilibrar el número de pulgones sin destrozar tu huerto, esta bacteria pudo hacer que se equilibrasen el resto de colonias en mi cuerpo. El estafilococo aureus era resistente a los primeros antibióticos que me habían dado. Estos antibióticos, que se me habían dado sin hacerme un cultivo, se habían cargado a la competencia que tiene el estafilococo aureus y había crecido sin parar. Gracias a esta bacteria y después de esta segunda operación, no he vuelto a tener problemas.
El resumen de esta historia es que dejé que mi instinto mandase. Para tener una lactancia exitosa no tienes que pasar por tomar seis antibióticos o sufrir dos operaciones. En cualquier momento de este camino hubiera sido normal y entendible abandonar la lactancia, pero yo no lo hice. Conseguí seguir y, a día de hoy, sigo dando el pecho a mi hija, que es lo que quería hacer, y seguiré hasta que mi hija quiera. Es importante compartir nuestras experiencias, creo que no se cuenta lo suficiente. Y saber lo que nos sucede puede ayudar a sanar lactancias. Voy a defender siempre que cada madre elija cómo quiere alimentar a sus bebés, todas las opciones son respetables. Yo decidí que lo mejor era continuar, sentía que tenía que hacer esto. Y esto hice.