No poder ser madre plantea a las mujeres una crisis vital a muchos niveles y la necesidad de resignificar la propia vida. Podría transitarse de una manera más sana si no estuviera envuelto en tanto silencio y rodeado de tanto prejuicio, estigma e incomprensión. Es algo que se suele ocultar, que muchas mujeres viven con vergüenza y culpa. Incomoda. «Dicen que nada te prepara para ser madre. Pero todavía menos para no serlo», afirma Míriam Aguilar, autora de ¿Y ahora qué? Una reflexión sobre la no maternidad por circunstancias (Koan, 2024), que se propone acompañar a las mujeres que están viviendo este proceso en alguna de sus fases. Y lo primero que estas mujeres necesitan saber es que no están solas. Esta es la razón que ha impulsado a Míriam a visibilizar su historia en las redes sociales, a hablar abiertamente del tema y a escribir este valiente libro. La escritora Alaine Agirre expresa muy bien el valor e impacto que puede tener esto en el prólogo: hubiera agradecido que existiera un libro como este cuando le tocó hacer frente a su propia no maternidad.
Míriam anima a no creer todo lo que han dicho por ahí sobre cómo es no haber podido ser madre. Sí, se describe como algo terrible, como una muerte en vida, pero no tiene por qué ser así. Además de una mujer no madre, se pueden ser tantas cosas maravillosas. Hay otros finales felices. Pero no nos podemos saltar el proceso. Antes, es preciso poner presencia y atención a lo que estamos viviendo y sintiendo. Revisar nuestras creencias. La búsqueda de la maternidad a cualquier precio muchas veces impide a tantas mujeres escuchar las necesidades de sus cuerpos, lo que su salud mental y emocional les pide. Se romantiza la idea de ser madre, y no es cierto que serlo a cualquier precio valdrá la pena. Se puede elegir decir basta y dejar de intentarlo, y eso no significa no haber deseado lo suficiente ser madre y no merecerlo.
La autora tiene mucho que decir sobre cómo se nos amenaza con el arrepentimiento. Aceptar no ser madre no es fácil, pero es necesario para conectar con el dolor que trae esta certeza y que permite vivir el duelo de manera consciente, sin negarlo. En nuestra sociedad, el duelo de la no maternidad está no está legitimado, y esto complica las cosas. Es paradójico que se les diga a las mujeres, por un lado, que serán desgraciadas toda la vida si no consiguen ser madres, y por otro, que no se legitime este dolor. Para Míriam, lo que habilita poder moverse a la siguiente etapa es sentir, aceptar e integrar el dolor. Es lo que moviliza el cambio. Para la autora, la no maternidad no solo trae dolor a nuestras vidas, también puede ser un camino de aprendizaje.
En tus propias palabras, ¿qué es la no maternidad por circunstancias?
La no maternidad por circunstancias es esa maternidad que ha sido deseada, que se ha podido estar intentando durante años y que por diferentes circunstancias como son la infertilidad, la infertilidad social o enfermedades incompatibles con el embarazo, no ha podido ser materializada, realizada.
En el proceso previo al diagnóstico, cuando una pareja inicia la fase de intento de concepción de un hijo/a como tal, ¿qué creencias o fantasías construidas por la sociedad se desmitifican?
Cuando intentas tener un hijo y te encuentras con dificultades reproductivas, la creencia de que quedarse embarazada es muy fácil, o que, una vez te quedas embarazada, el resto ya es sencillo (obviando las pérdidas gestacionales y/o perinatales), son ejemplos de algunas de las creencias que se desmitifican.
En tu libro narras tu experiencia con la interrupción involuntaria del embarazo. ¿Culpamos al propio cuerpo de ello?, ¿cómo fue el proceso de duelo o reconciliación con tu cuerpo y contigo misma?
Tener abortos involuntarios (pérdidas gestacionales) implica perder la confianza en tu cuerpo. Sentir que no eres capaz de hacer aquello que se supone que todas las mujeres pueden hacer. Enfadarte con tu cuerpo, culparlo. Aceptar que, por la razón que sea, no estaba pudiendo quedarme embarazada y/o gestar un bebé y dejar de intentar controlar algo que dependía de tantas circunstancias, teniendo en cuenta que ni los propios médicos pudieron darme un diagnóstico, me ayudó a dejar de culparme. Y por supuesto, permitirme y dejarme sentir todas las emociones que surgieron en ese proceso en lugar de intentar bloquearlas.
Hablar de ello en círculos de confianza, darle el lugar que para mí tuvieron mis pérdidas gestacionales. Incluso hacer un ritual de despedida, fueron algunas de las cosas que me ayudaron a sanar.
Cuando recibes el diagnóstico de infertilidad por causa desconocida, ¿piensas en algún momento en abandonar?
El diagnóstico en sí no lo recibí hasta que decidí dejar de intentarlo de forma natural, tras mis 4 embarazos que acabaron en aborto. Luego, al hacer más pruebas antes del único tratamiento de reproducción asistida que hice, se confirmó ese diagnóstico. No creo que fuese el diagnóstico en sí lo que hizo que tomara la decisión de dejar de intentar tener hijos, sino todo el proceso vivido y haber logrado aceptar que quizás no sería madre y, por consiguiente, darme el permiso de decidir hasta cuándo iba a intentarlo, a pesar de la presión por seguir hasta conseguirlo.
¿Qué consecuencias tiene en la pareja todo este proceso? ¿Con qué sensaciones se encuentran tu cuerpo y tu mente en cuanto a la sexualidad se refiere?
Durante mucho tiempo, nuestra sexualidad quedó afectada. Fueron muchos años intentando tener hijos de forma natural y nuestras relaciones se centraban en lograr ese embarazo. Tener relaciones «cuando toca» mata el deseo. Además, existía el miedo a volver a pasar por un nuevo aborto; tanto para mí, que lo vivía en mi cuerpo, como para mi pareja, que sentía que podía hacerme daño. Todo eso se quedó en mi cuerpo. Estaba bloqueada, dejé de sentir deseo durante un tiempo y ambos hemos necesitado hacer un trabajo de sanación para poder retomar nuestra sexualidad. Son esenciales la comunicación, la ternura, sobre todo la no exigencia y escuchar a nuestros cuerpos.
Después de esta vivencia, ¿destacarías la importancia de elegir a un compañero/a de vida que sea capaz de apoyar cualquiera de tus proyectos a largo y corto plazo se lleven a cabo, o no?
Destacaría la importancia de elegirse como pareja: Nosotros nos elegimos siempre. Eso quiere decir que nos pusimos por delante de todo lo demás. Los dos queríamos tener un hijo, pero por encima de todo, queríamos estar bien nosotros. Y eso fue lo que nos ayudó a ir tomando decisiones, hasta llegar a la decisión de dejar de intentarlo y aceptar que seríamos una familia sin hijos.
¿Qué destacarías del proceso de reproducción asistida?
Lo que nos llevó a decidir hacer el tratamiento (ovodonación) fue la tasa de éxito tan alta que se suponía que tenía. Luego supimos que esa tasa no era real. No necesitamos hacer ningún tratamiento más para darnos cuenta de que eso no era lo que queríamos para nosotros. Destaco la forma en que invalidaron mis emociones, mis miedos, mis dudas. También que dentro del «gran presupuesto» que ofrecía el centro, quedaban fuera varias pruebas, todas ellas de pago extra. Y por encima de todo, resalto la poca empatía del médico que llevó nuestro proceso. Este nos informó del último resultado negativo y, automáticamente, nos propuso otros tratamientos en lugar de dejarnos asimilar que los cuatro embriones que obtuvimos no se habían implantado.
La infantilización que el gremio médico de obstetricia utiliza a la hora de dirigirse a sus pacientes, haciéndote sentir que ellos saben mejor que tú lo que necesitas, considero que es un tema ético a revisar.
¿De qué hablamos cuando hablamos de infertilidad social?
Hablamos de infertilidad social para referirnos a las causas socioeconómicas que llevan a una persona a no tener hijos: falta de una pareja en los años fértiles, imposibilidad económica, etc. Son personas que han deseado tenerlos, pero no han podido o han sentido que era mejor no hacerlo en sus circunstancias. Pienso que el egoísmo no tiene que ver con tener o no tener hijos. No conozco a nadie que haya querido tener hijos por motivos altruistas. Todas las personas que conozco que tienen hijos, los han tenido porque deseaban hacerlo. La afirmación de que elegir (o encontrarte con la circunstancia de tener que elegir) no tener hijos es egoísta, responde a una creencia estereotipada y poco real. Lo mismo que tenerlos sea algo altruista y generoso.
¿Qué mensaje buscas transmitir a tus lectoras?
Por un lado, quiero que socialmente se conozca y reconozca esta circunstancia, el hecho de que existen mujeres que han deseado y querido tener hijos y no los han tenido. Y que eso conlleva un duelo que socialmente no está permitido. Por otro lado, quiero brindar apoyo y contención a todas esas mujeres que están intentando tener hijos mientras se enfrentan con dificultades reproductivas y, en primer lugar, a las mujeres que están, o han estado, en duelo por sus no maternidades. Quiero transmitirle a esas mujeres que no han sido o no serán madres, que no están solas, que el duelo es necesario para sanar y que después de integrar esta experiencia se puede seguir con una vida bonita y significativa.
Nada te prepara para ser madre, pero todavía menos para no serlo. Este libro es una conmovedora y potente reflexión sobre la no maternidad por circunstancias. Una guía que brinda acompañamiento y contención.
En la vida de las mujeres que han sentido el deseo de ser madres y no lo han conseguido, por el motivo que sea, hay un punto de inflexión cuando se enfrentan con la que quizá es la más temida de las preguntas: «¿Y ahora qué?». Míriam Aguilar comparte su profunda y personal travesía por el doloroso camino de la no maternidad. Se había prometido que un día hablaría abiertamente sobre su lucha para convertirse en madre, y ahora despliega su historia, no como la madre que esperaba ser, sino como la mujer que ha encontrado fuerza y paz en la aceptación de una vida sin hijos.
Con una narrativa directa y franca, la autora aborda los tabúes y los juicios sociales, la presión de los mandatos de género, las creencias y las expectativas que sufren las mujeres cuando la maternidad no se concreta. De la vulnerabilidad al empoderamiento, del duelo a la aceptación, nos invita a liberarnos de la vergüenza y el estigma, y a abrazar una existencia plena y satisfactoria.