Pocos días atrás, conversaba con un par de amigos y me preguntaron qué estaba leyendo. Saqué de mi bolso un libro menudo con una portada brillante: una Venus de Willendorf convertida en un luminoso de neón, propio de un club de carretera de esos con muchos camiones en el aparcamiento—en este caso, el club de carretera es el Club Madres—, debajo de un título sugerente: Madres y camioneros. A uno de ellos le gustó la portada y en el otro no logró despertar la curiosidad. Yo les conté que estaba leyendo a Ivana Dobrakovová, una autora y traductora eslovaca afincada en Italia, por primera vez.
Ivana Dobrakovová es reconocida por su labor de traducción (en especial, de la obra de Elena Ferrante) y ha publicado otros libros en los que habla mucho y bien de las “cosas de las mujeres”, que son esas cosas que nos pasan, que nos contamos, pero que no parecen despertar demasiado interés entre el sexo masculino. Yo me pregunté por qué un título que a mí me parecía tan sugerente no lo era para este amigo, y me contestó que tenía un tiempo muy limitado para la lectura y prefería profundizar en otros temas. Contraataqué. Le pregunté por qué no despertaba su interés lo que las mujeres tenían que contar. Me preguntó si había leído Anna Karenina. Le contesté que sí. Pero que Anna Karenina no lo había escrito una mujer.
Pensé en cómo habían sido mis hábitos de lectura, extrapolándolos a otras expresiones artísticas como los cuadros colgados en las paredes de un museo. Y es que yo leía sin pensar si lo que estaba escrito había salido de la pluma de un hombre o de una mujer. E iba a exposiciones de grandes artistas sin cuestionarme dónde estaban las mujeres. Y, habitualmente, se encontraban en los cuadros y desnudas. En muy muy pocas ocasiones como firmantes.
Pensé que, ahora, yo hago una discriminación positiva. Prefiero buscar las obras de las mujeres. En los museos y en los libros. Necesito leer, conocer, la versión del otro 50% de la población, en el que me incluyo. Necesito leernos, encontrarnos. Saber qué pensamos sobre las relaciones con nuestras madres. Con nuestras parejas. Con el mandato de la maternidad. Sobre el sexo. Deshacer nudos, ir hacia atrás para poder evolucionar. Y creo que libros como Madres y camioneros nos regalan esa posibilidad. A través de las voces de 5 mujeres, Ivana Dobrakovová desgrana relaciones tóxicas, ambientes machistas, pensamientos vagos y otros muy elaborados, intimidades y recuerdos, tomando como escenarios las calles de Bratislava y Turín. Este ejercicio de meterse en la cabeza y en las entrañas de varias mujeres para tejer interconexiones le ha valido a la autora eslovaca el Premio de Literatura de la Unión Europea en 2019 y, con él, la oportunidad de llevar esta red de hijas con madres inmensas en sus percepciones, como sombras que lo cubren todo, a multitud de idiomas y nuevos ojos que las descubran.
Ivana sabe de lo que habla y de lo que escribe, desde luego. Ella es hija y es madre de una niña, Bianca, que tiene 10 años. “Debido a mi situación familiar, me detuve en el primer hijo”, confiesa la autora. Hemos tenido la oportunidad de hablar con ella sobre su maternidad, su labor como traductora y las posibilidades de crecimiento que le ha ofrecido el resultar ganadora del Premio de Literatura de la Unión Europea.
¿Cómo era tu trabajo antes de ser madre? ¿Y después? ¿Sufrió cambios significativos tras tu maternidad?
En cuanto terminé mis estudios en la Universidad de Bratislava, me trasladé con mi futuro marido a Turín. Y enseguida me puse a traducir (ya escribía antes). Y a partir de ahí traduje más y más, nunca hice otra cosa. Cuando nació mi hija Bianca, dejé de hacerlo durante dos años. En Eslovaquia es normal interrumpir tu carrera, incluso durante tres años, para quedarse en casa con los hijos. Eso no existe en Italia. Pero me lo pude permitir, tuve suerte. Entonces comprendí que mi hija también necesitaba ver a otras personas y no sólo a mí, así que la envié a la guardería y acepté otra traducción.
Escribir me resultaba más difícil. Viví el embarazo muy mal, con mucha ansiedad. La maternidad ya fue mejor, pero de la experiencia del cuerpo, del embarazo, del parto y de todas las angustias nació mi tercer libro, Toxo. Después atravesé un periodo de “vacío” que duró 4 o 5 años. Escribía muy poco, pero no por falta de tiempo. En 2018 llegó Madres y Camioneros y ahora estoy preparando una nueva novela para septiembre. Escribo cuando mi hija está en el colegio o por las noches, si no me derrumbo de cansancio. De todos modos, paso mucho más tiempo traduciendo que escribiendo. Mi escritura es muy personal, no creo que pueda publicar más de un libro al año.
¿Que es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
La mejor es, simplemente, Bianca. Puede parecer una tontería decirlo, pero tengo una hija muy buena. No sé cómo me la he ganado. Amable, sociable, inteligente, muy dulce… Y es buena. Yo no me considero buena, pero ella sí lo es. Y tenemos una relación muy estrecha. Hablamos mucho. Sé que no durará mucho —ahora vendrá la adolescencia—, así que estoy disfrutando de este momento. Sé que todos los hijos son especiales para sus padres pero a menudo, cuando miro a otros niños, me digo que yo he tenido mucha suerte. A veces, parece incluso más razonable que yo. A veces, muestra mucha paciencia. Me ayuda. Intenta mediar. Con todos. Incluso entre otros niños, si se produce una discusión, ella intenta convencerlos para que se hagan las paces.
Lo peor de la maternidad…. el miedo a arruinarla. Con todas mis ansiedades, paranoias, miedos… de hacerla frágil.
¿Cuál es la huella de Bianca en tu trabajo?
Hay muchos escritores y escritoras que, en cuanto tienen hijos, se ponen a escribir libros infantiles. Cuentos de hadas. Mira, nunca seré uno de ellas. A veces Bianca dice: “Mamá, tengo una gran idea, escríbela”. Y yo le digo: “Bianca, escríbelo tú misma cuando seas mayor”. Pero la maternidad ha tenido un gran impacto en mi escritura. Han aparecido nuevos temas como la maldad entre las madres, la competencia, la maldad entre los hijos… también escribo sobre las relaciones entre hermanos, aunque no tenga más hijos. Y luego también el simple hecho de cómo vivir la maternidad. En Madres y Camioneros intenté profundizar en el carácter de la madre: omnipresente, a menudo controladora, que no deja vivir a sus hijos. No sé… hay tantos ángulos posibles que siento que aún podemos profundizar más en el tema de la maternidad.
Gran parte de tu obra se centra relaciones y en los personajes femeninos. ¿Qué parte de ti y de tu experiencia vital se refleja en estas historias?
Hay diferentes tipos de escritura, diferentes motivaciones de los autores a la hora de escribir. Yo pertenezco a quienes tienen que escribir, es decir, a los que necesitan comunicar algo, transmitir un mensaje, conmover —a través de su escritura— a otras personas. Esto significa que escribir es una necesidad para mí y que no escribo tanto para hacer un libro, sino sólo cuando hay algo que me inquieta, me obsesiona, me perturba y, en cierto modo, necesito deshacerme de ello. Dicho esto, resulta evidente que yo misma y mi experiencia vital estamos muy presentes en mis relatos. No escribo mis diarios ni mi autobiografía, pero todo lo que publico me toca profundamente. Después, hay cosas que he vivido, cosas que he visto, oído, leído, cosas que le han pasado a otra persona, cosas que me he inventado… después de unos años tampoco recuerdo cómo eran las cosas en realidad. Y me alegro. El libro se queda. Al menos, para mí. De alguna manera, lo que tenía que decir tomó forma y seguí adelante….
¿Cuál era tu objetivo o intención al escribir Madres y camioneros? ¿Cómo fue el proceso de creación del libro?
Madres y camioneros es un libro compuesto por cinco relatos cortos, historias, de cinco voces femeninas, a las que el lector puede seguir y escuchar el monólogo interior de estas mujeres. Hacen un balance de sus vidas, de sus relaciones: con los hombres, con sus familias (especialmente con sus madres), con sus cuerpos, su sexualidad, sus traumas y, sobre todo, con ellas mismas. Es un libro en el que por primera vez doy voz también a mujeres italianas (no sólo eslovacas) y las historias se entrelazan y complementan. Para mí, fue una experiencia muy interesante ponerme en la cabeza de diferentes personas, con diferentes historias familiares, con diferentes opiniones sobre muchas cosas, pero que están conectadas por su fragilidad, por una aguda percepción del mundo (violento) que les rodea.
Siendo una autora eslovaca que reside en Italia, ¿cuál es la importancia de los contextos geográficos en los que sitúas la acción en tus obras?
Cuando comienzo a escribir siempre tengo que tener una idea del espacio en el que se sitúan los personajes. El espacio no siempre está claro por el contexto para el lector, pero yo tengo que conocer mi camino. Al principio, solía escribir historias sobre mujeres eslovacas en Eslovaquia, incluso después de trasladarme a Italia. Escribía sobre la infancia, las situaciones familiares, la adolescencia y las primeras experiencias con los viajes, el mundo que se abría y luego, a menudo, sobre los problemas psicológicos. Entonces empecé a escribir sobre la situación de los extranjeros en Italia, cómo se enfrentan a lo diferente, a lo extraño, a lo ajeno, cómo encuentran —si lo consiguen— un espacio propio, cómo se instalan. Personalmente, empecé a sentirme en casa en Italia 13 años después de mi llegada. Ahora estoy bien en Turín, pero he aprendido a aceptar que, para los italianos, aunque mi casa esté allí, siempre seré un extranjero del Este. Pero en mi último libro intenté por primera vez escribir sobre mujeres italianas. Mujeres que han vivido en Turín toda su vida.
En 2019 recibiste el Premio de Literatura de la Unión Europea por Madres y camioneros. ¿Qué significado tiene este premio para ti y para tu trabajo?
Significa mucho para mí. Ya he recibido algunos premios con anterioridad, pero este es el más importante. Por una sencilla razón: sabía cómo funciona este premio y que aporta la posibilidad de que mi obra se pueda traducir a muchos idiomas. Y eso es lo que importa: poder verme traducida a otros idiomas y encontrar lectores en otros países. Yo no tengo agente literario, por desgracia no hay ninguno en Eslovaquia. Pero sé muy bien cómo funciona el mercado del libro ahora y cómo funcionan las ferias. Y las agencias literarias. Para un autor que no está representado por nadie es extremadamente difícil encontrar editores en el extranjero. Por ello, para estas pequeñas obras sólo hay traductores entusiastas que salvan un poco la situación. ¿Pero cuántos traductores de eslovaco hay en otros países? ¿Cuántos profesores de eslovaco hay? En comparación con las principales lenguas… Por eso estoy muy agradecida al Premio Europeo, que me ha dado cierta visibilidad.
Has trabajado como traductora de la obra de Elena Ferrante. ¿Qué es lo más significativo para ti de este trabajo? ¿Qué es lo que más te ha sorprendido acerca de su obra?
Me ha gustado mucho traducir a Elena Ferrante porque era una autora a la que adoraba incluso antes de La amiga estupenda. A decir verdad, fue una feliz coincidencia que conociera a mi editora justo en esa época y que ella también amara a Elena Ferrante. Empezamos a trabajar sin saber que llegaría a ser tan exitosa, sin saber siquiera cuántos volúmenes vendrían después. Era una de las obras más hermosas, La amiga estupenda. Lo maravilloso es que Elena Ferrante es capaz de escribir sobre los pensamientos ocultos, los más atroces, los que ni siquiera admitimos nosotros mismos; sabe ser muy cruda y muestra la feminidad y la maternidad sin hipocresía. Está tan bien escrito que, a pesar de que estuve cuatro años trabajando sólo en sus novelas —y ya sabes, el traductor al final conoce el texto mejor que el autor porque, cuando uno escribe, muchas cosas salen del inconsciente; pero el traductor debe detenerse ante todas las palabras, expresiones, frases, buscar conexiones, elegir entre una infinidad de posibilidades…—, muy a menudo, mientras leía lo que iba a traducir al día siguiente, con frecuencia me olvidaba de que tenía que leer sólo un trozo y leía, leía…