Lo primero que pienso cuando se me viene a la cabeza Chavela Vargas (Costa Rica, 1919-México, 2012) es la palabra “libertad”. Siempre supuse que había conseguido hacer, con su vida, lo que le había venido en gana. Obviamente, detrás de esa Chavela ya impúdica y disfrutona había algo de infancia perdida, algo de búsqueda de lo que no se encuentra, mucho dolor y mucha música. Chavela fue una mujer que vivió sin limitarse, queriendo beberse hasta la última gota de vida disponible. El precio a pagar por una vida apasionada, todos los sabemos, es alto. De la pasión nadie sale indemne. Nadie.
Chavela siempre estará conmigo porque fue la banda sonora del último fin de semana que compartí con mi madre antes de su fallecimiento. Era el fin de semana del Pilar de 2020 y estábamos en el hospital probando el quinto tratamiento para su linfoma. Los cuatro anteriores no habían cumplido con las expectativas y había miedo. Pero ese miedo se transformó en esperanza… ¡Estaba funcionando! Ese fin de semana precioso, mano a mano entre ambas, tuvo banda sonora propia: y es que la escuchamos varias veces y varias veces cantamos eso de “y en el último trago, nos vamos”. Chavela se fue en el último trago, pero a mi madre todavía le faltaban muchas botellas de champán por descorchar. Chavela, otra vez, acompañando un desgarro.
Han sido la ilustradora Irene Mala (Sevilla, 1978) y el autor Salva F. Romero (Sevilla, 1974) quienes me han traído a Chavela de vuelta a través de su última colaboración juntos. Se llama Chavela, la Chamana (Temas de Hoy, 2022) y es un precioso álbum ilustrado que me ha descubierto a la niña María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano, nacida el 17 de abril de 1919 en San Joaquín de las Flores, Costa Rica, en el seno de, como ella decía, “un nido de soledades”. Su infancia estuvo marcada por el abandono familiar, el repudio social y la poliomielitis, entre otras condiciones. Francisco, el padre de Chavela, era un hombre violento y manirroto, que gastaba lo que tenía en otras mujeres que no eran la suya. Herminia, la madre de Chavela, terminó abandonando a su familia —Chavela tenía dos hermanos y una hermana— al enamorarse de otro hombre. La pequeña fue enviada a vivir con sus tíos, en una finca en la que trabajó desde los 9 años. También allí fue maltratada. Terminó escapando a San José, la capital, donde se reencontró con sus padres, pero no con la familia que necesitaba. Dejó Costa Rica con 15 años para nacer de nuevo en el México de sus amores.
América Latina es un sentimiento y Chavela le puso el corazón y la garganta. Los pesares, los desgarros, los sinsabores… todo lo engullía, todo lo masticaba, todo se lo tragaba y todo se lo bebía para sacarlo de nuevo por la garganta, esta vez en forma de canción. Este libro hace un repaso necesario por los países latinos que marcaron la trayectoria de Chavela, por las amistades y los amores, por las experiencias y por las pérdidas. “Ella misma, la música y las ganas de conocer otras geografías” fueron los motivos de inspiración de los autores a la hora de elegirla como protagonista. Irene y Salva, “los Pimpinela de Triana”, ya han hecho otros trabajos al alimón —ilustraron una biografía de Camarón de la Isla— pero, sin duda, este les ha traído varias sorpresas: “Es inquietante cómo desde sus humildes orígenes supo construir una personalidad tan fuerte. Por otro lado, su apertura hacia otros mundos, mágicos por así decir, es asombrosa. Nos ha llamado la atención la desatención familiar a la pequeña Isabel. Es verdad que apenas conocemos nada de la faceta familiar de Chavela”, contestan. Y es curioso, en verdad, este relato de la infancia de la niña Isabel porque, en muchas ocasiones, el desvalimiento es un arma de alto impacto en futuras carreras artísticas: “El impacto de su infancia en su carrera es fundamental. Ante ese desvalimiento, frente a esa soledad, uno sólo puede hacer lo que hizo Chavela o dejarse morir de alguna manera”.
Entre las páginas de este álbum desfilan amistades y amores de Chavela: no faltan Neruda, Frida Kahlo, Diego Rivera, Joaquín Sabina, José Alfredo… “Chavela conoció a tanta gente que es difícil escoger. Nos gusta mucho su amistad con Juan Rulfo, con el que compartía una visión de la realidad, por así decir, alucinada”, señalan los autores.