Lo primero que pensé cuando supe que el Premio Tusquets de Novela de 2021 lo había ganado un libro que versaba sobre el embarazo de una mujer y la pérdida prematura de su hijo por nacer es que estábamos de enhorabuena: son cada vez más las voces de mujeres que tratan en sus libros temas antes difícilmente sacados a la luz. Inmediatamente, acudí a investigar quién había ganado el premio y me alegró todavía más que hubiera sido la escritora y editora Marta Barrio (New Haven, 1986), a la que venía siguiendo desde la lectura de su primer libro Los gatos salvajes de Kerguelen.
Me alegré tanto del fallo del jurado como si yo misma hubiera ganado el premio, como si Leña menuda hubiera salido de mis entrañas y escrito con mis dedos. Porque llevo dos años consumiendo compulsivamente relatos sobre la maternidad. Sobre lo que nos pasa a las mujeres cuando nos enfrentamos a algo tan cotidiano y, sin embargo, tan desconocido en muchos de los casos. Un hecho que sucede todo el rato, sin parar, sobre el que nos hemos creado un montón de expectativas que no coinciden con la realidad. Surgen dudas, me surgen dudas, ahora que estoy intentando llevar este proyecto al papel, sobre si esta necesidad de saber, de escribir y de leer sobre todas las caras de la maternidad me interesan solo a mí o a más gente. Y que libros como Leña menuda ganen premios me reafirma y me da confianza.
Hasta aquí la parte egoísta de mi relato, la que me toca de cerca. A partir de ahora, hablemos del relato de Marta. Hablemos de un libro que es un río con muchos afluentes. Un camino con múltiples desviaciones. Un árbol con numerosas ramas. Si miramos la foto desde arriba, vemos que todas se alimentan, que si falta una pieza, el puzzle no se completa. Esta historia parte de la ilusión de una mujer embarazada y su pareja. Sigue con un accidente, uno de esos accidentes tontos que se podrían haber evitado. Alcanza su punto álgido con la pérdida consciente de su bebé, que sufre una grave malformación. Quizá la parte más dura sea la narración del proceso en el que la protagonista tiene que parir a su hijo sin vida. Quizá sea esa la parte de la que, como decía Almudena Grandes, parte del jurado que concedió el premio a esta novela, “ningún lector puede salir indemne”. Después, la luz.
Hemos entrevistado a Marta Barrio, madre de una niña de casi cuatro años, sobre su maternidad, su trabajo y proceso de creación de su novela.
¿Cuál era tu trabajo antes de ser madre? ¿Y después? ¿Sufrió cambios significativos?
Mi trabajo antes de ser madre era ser responsable de redes de Alianza Editorial y editora, y después siguió siéndolo. No sufrió cambios significativos, o si acaso a mejor, pues me dieron más responsabilidades. Lo que sí cambió, y mucho, fue mi vida social, antes no paraba por casa y ahora paso mucho más tiempo en casa, y ese tiempo detenido al que te fuerza la maternidad, esa espera a la hora de preparar la cena, o el baño, o el mismo colecho, fue lo que dio paso a la escritura. O quizás me dio la serenidad y la fuerza necesarias para afrontar una labor de creación propia. También por eso trabajo en mis novelas mucho lo fragmentario, quizás por una imposición estructural, digamos, al escribir robándole horas al sueño mientras mi hija duerme por las noches, y tener que concebir la escritura necesariamente como una labor de a ratitos sueltos.
¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
Lo mejor de la maternidad es esa alegría tan pura y esa ilusión que solo tienen los niños. Lo peor es la dificultad de la conciliación y el cansancio y la carga mental.
¿Cuál es la huella de tu hija en tu trabajo?
Creo que desde que soy madre soy mucho mejor trabajadora porque he aprendido a distinguir lo esencial de lo accesorio, y no me detengo en lo irrelevante, sino que sé priorizar y soy mucho más eficiente. También por necesidad: no puedo permitirme perder el tiempo.
¿Cómo surgió Leña menuda? ¿Qué te impulsó a escribir esta historia?
Esta novela nace de la confidencia de una amiga una noche de Reyes, y de seis noticias de periódico que me impactaron mucho.
El jueves 10 de marzo de 2011, varios colectivos estudiantiles organizaron una protesta pacífica en la capilla de la Universidad Complutense, ubicada en Somosaguas, para manifestar su oposición a la existencia de lugares de culto en entornos educativos supuestamente laicos, sufragados con dinero del erario público.
El viernes 27 de noviembre de 2015, un hombre de 57 años llamado Robert Lewis Dear cometió un atentado contra un centro de planificación familiar en Colorado Springs, en Estados Unidos, matando a tres personas. Otras nueve fueron hospitalizadas con heridas de bala. Durante las cinco horas del asedio, no dejó de nevar.
El sábado 25 de agosto de 2018, la Coalición Argentina por un Estado Laico presentó cuatro mil solicitudes de apostasía a las autoridades eclesiásticas en distintas diócesis del país como respuesta a la campaña del clero contra la legalización del aborto. Este colectivo se fundó en 2009, e impulsó las primeras apostasías colectivas a raíz de la «guerra de Dios» que el actual papa Francisco, entonces arzobispo de Buenos Aires, convocó contra el proyecto de ley del matrimonio entre personas del mismo sexo.
El lunes 7 de octubre de 2019, nació un niño llamado Rodrigo en el Hospital de São Bernardo, en Setúbal, al sur de Lisboa. En ninguna de las ecografías se le comunicó a la madre que su hijo no tendría ojos ni nariz, o que le faltaba parte del cráneo, por lo que presentó una denuncia por negligencia contra Artur Carvalho, el obstetra de la clínica privada Edo Sado que había seguido su embarazo sin detectar dichas malformaciones. El caso del «bebé sin rostro» portugués tuvo mucha repercusión mediática y se descubrió entonces que el Colegio de Médicos luso llevaba ya doce reclamaciones contra ese doctor, sin que hubiera habido consecuencias para su carrera profesional.
El sábado 16 de noviembre de 2019, Elisa Pilarski fue atacada por una jauría en el bosque de Retz, en Francia. Tenía veintinueve años, y estaba embarazada de seis meses. Llamó a su marido pidiendo ayuda, pero cuando este llegó era demasiado tarde.
El jueves 23 de octubre de 2020, Polonia declaró inconstitucional el aborto por malformación fetal, que representaba el 97% de las interrupciones de embarazo llevadas a cabo el año anterior de manera legal en el país, desencadenando una oleada de protestas feministas. La ley polaca al respecto ya era una de las más restrictivas de Europa, debido a la fuerte impronta del catolicismo.
¿Cómo fue su proceso de escritura?
Una noche de Reyes de hace un par de años, una amiga del pueblo me contó un secreto que no le podía contar a nadie más. Yo entonces estaba escribiendo otra cosa —escribo en Navidades, Semana Santa, vacaciones y las siestas de mi hija— y lo aparqué para dar comienzo a la historia de ese secreto, que se convertiría en la semilla de esta novela, que es un árbol híbrido, con muchas ramas digresivas. Es una historia basada en hechos reales, pero es también una reflexión sobre el cuerpo y sobre los nombres que les damos a las cosas. En esta historia, he partido del testimonio de una persona cercana y he derivado hacia la metáfora, he caminado de la mímesis hacia la fábula, pues lo no visto o lo no nombrado, que no lo innombrable, a veces se manifiesta mejor de esta manera en literatura. Nunca imaginé que una novela tan disruptiva, que un árbol con tantas ramas, pudiera ganar un premio tan prestigioso. Quizás esta necesidad de viajar hacia la digresión y hacia la metáfora nazca de la dificultad de mostrar el paisaje interior de la narradora en su larga odisea hacia esa salida de emergencia que es el turismo abortivo. Muchas veces nos buscamos en otras novelas y en otros libros y en otras vidas pero no nos encontramos siempre en el canon. ¿Por qué representar lo doméstico, el cuerpo? Quizás para conquistar o resignificar la intimidad. Se trata, al fin y al cabo, de otro tipo de destape, consistente en explorar mundos tradicionalmente silenciados. La representación de ciertas realidades es subversiva, marginal. Y, por tanto, potencialmente transformadora. Este fue un proceso de escritura durante el cual fueron surgiendo más ramas de ese árbol de palabras que iba conformando, de mujeres cercanas que me confiaron sus experiencias, que me convencieron de que hay cosas no nombradas a las que ya va siendo hora de poner nombre, y del poder de literatura como proceso catártico, tanto de escritura como de lectura, para dolores propios y ajenos.
Es una fortuna que una novela que trata el aborto haya ganado un premio literario. ¿Están cambiando las cosas? ¿Existe ya ese entorno en el que poder hablar de lo que antes se escondía?
Siempre he tenido una especial sensibilidad con este tema, desde que vi una película china titulada Xiu Xiu. Desde entonces lo he visto representado muchas veces en cine y literatura, casi siempre con un final terrible. A los personajes femeninos que se desvían un poco del camino muchas veces les espera el convento, el manicomio, o el suicidio. Incontables heroínas mueren ahogadas tras un desliz, seducidas y abandonadas, o forzadas a la prostitución… Finales edificantes con moraleja: las mujeres caídas no se levantan. Cuando me contaron la historia real que está en la génesis de esta novela, me dije que quizás fuese hora de agarrar el timón y de redirigir el rumbo, en busca de un nuevo arquetipo, que quizás un aborto podía ser un final feliz cuando la protagonista así lo había decidido. Me inquieta el retroceso de mentalidades que se está dando en la cuestión de los derechos de la mujer, y en el aborto en particular, pienso en la nueva legislación al respecto de Texas y me entran escalofríos. Hemos vuelto a los tiempos de la delación, de los vecinos inquisidores que se pueden lucrar con el dolor ajeno. Realmente he hecho una apuesta por la literatura como agente de cambio social y de mentalidades, al estar convencida de que, en una sociedad que no escucha a los científicos ni a los juristas, quizás se pueda llegar por el corazón gracias a la capacidad de conmovernos que tiene la narrativa. Creo que la escritura puede servir, sin necesidad de caer en lo panfletario, para convencer y para conmover y con ello poder cambiar el mundo para que sea un lugar más amable, o al menos más habitable para las generaciones futuras.
¿Qué opinas sobre el consumo de literatura escrita por mujeres por parte de los hombres? ¿Les siguen asustando o no interesando las “cosas de las mujeres”?
Soy una ávida lectora desde niña, y no me había parado a pensar en la desigualdad de géneros y del canon hasta que leí Una habitación propia, de Virginia Woolf. Cuando se publicó mi primera novela me leyeron muchos amigos, y me dijeron que había sido para ellos reveladora la lectura porque habían descubierto, entre otras cosas, cómo escribe —o siente— una mujer una escena de sexo, y se habían puesto a echar las cuentas de los libros de autoras que tenían en sus estanterías, y eran escasos. En la última página de esta segunda novela hay un gran fuego, y el marido de la narradora salva in extremis la libreta de tapas amarillas en la que ella ha escrito su diario, que es un cuaderno de bitácora de una gestación malograda pero también un registro de la montaña rusa emocional que supone este tipo de duelos. Con este gesto, él permite que ese texto no desaparezca, y llegue, de algún modo, a los demás lectores. El primer lector imaginario o metaficcional del propio texto es ese hombre que ha vivido el duelo, y que ha acompañado a su mujer en el proceso de sanación hacia un final feliz, del mismo modo que mi primer lector es siempre mi marido a quien le voy leyendo en voz alta trocitos de mis textos según los voy escribiendo. Con ello pretendía también hacer un guiño a aquellos hombres que quisieran desvelar esa faceta de la vida de muchas mujeres, ese secreto a veces inconfesable, esa herida abierta que tanto cuesta cicatrizar. Algún periodista me ha dicho estos días que a priori le daba muchísima pereza el tema de la novela, pero que luego al leerla ha descubierto unas vivencias que le han abierto los ojos a otras realidades que desconocía por completo.