La periodista Marta González Novo acaba de publicar Una bañera de hojas secas (Plaza & Janés, 2023), una historia coral que, aunque nacida de la ficción y la investigación, no solo se enlaza con la historia familiar de Marta —la protagonista, Rebeca Agustí, tiene mucho de su abuela Concha—, sino que construye un relato en el que Rebeca somos, potencialmente, todas las mujeres. Un excelente trabajo de documentación sobre procedimientos judiciales y acompañamiento psicológico se trenza en esta novela para hacer que esta historia sea muchas cosas: un homenaje, una denuncia, una forma de activismo, un altavoz y una herramienta para derribar mitos y lugares comunes sobre la violencia de género.
Marta es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Lleva trabajando veinticinco años en la SER y dirige Hoy por hoy Madrid desde hace más de una década. Entre otros galardones, ha sido reconocida con dos Antenas de Plata y el Premio del Parlamento de Andalucía, por su contribución a la difusión de la cultura andaluza al presentar el primer programa de radio emitido en directo desde la casa de Federico García Lorca, en Valderrubio. Además, Marta tiene dos hijas mellizas de diez años.
Dueña de una de las voces más reconocidas y potentes de nuestras ondas, precisamente su trabajo en la radio, expuesta tanto a testimonios como a la actualidad tenebrosa de nuestro día a día en torno a la violencia de género, nutre el testimonio de Rebeca Agustí, la protagonista de Una bañera de hojas secas. Mujer triunfadora, criada en el seno de una familia cariñosa y bien acompañada, conoce a un hombre que la conquista y con el que, aunque despierte ciertos recelos entre su círculo más cercano, termina casándose y formando una familia. A la vez que su relación crece, Rebeca se ve sometida a ese maltrato sibilino y silencioso que es el maltrato psicológico, viendo cómo su autoestima se va minando y cómo su personalidad se anula irremediablemente. Por fortuna, Rebeca es una superviviente: un entorno que no se calla la ayudará a salir de la espiral de la violencia y el miedo.
Sobre esta primera novela, la actualidad dolorosa de las víctimas de violencia de género que no dejan de crecer semana tras semana y sobre la esperanza de poder hacer entender que la violencia de género es un problema estructural que necesita luz y altavoces, hablamos con Marta en esta entrevista.
¿Cómo era tu trabajo antes de ser madre? ¿Y después? ¿Sufrió cambios significativos?
¡Mucho! Antes vivía en la Cadena SER, me encantaba. He pasado muchos años sustituyendo a Gemma Nierga, he hecho información política, he dirigido los informativos de fin de semana de Madrid… Toda mi vida ha pivotado en torno a la radio. Cuando llegaron las niñas, de repente, mi mesa comenzó a tener otras partas —las importantes—. La SER es mi casa, llevo ahí 25 años, pero ahora paso allí menos tiempo físico. Mis hijas han recibido mi pasión por la radio, para ellas es una fantasía, no es un trabajo al uso. Desayunar en la cafetería de la radio, para ellas, es algo épico. Sigo teniendo la misma pasión, pero ya no puedo “vivir” en la SER, es inviable.
¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?
Tuve la suerte de que mis padres y mi familia me regalasen una gran infancia. Y siempre dije que quería ser madre para regalar una infancia como la que yo tuve: con amor, con cariño, divertida, con arte, con poesía, con libros, con flamenco, con baile… Lo peor, ¡que estoy extenuada! Cuando llevo a mis hijas a un teatro —amo el teatro— y veo sus caras de perplejidad viendo espectáculos, me encanta que una parte de ellas, sin despegarse de la realidad, viva en el mundo de los sueños. Fui una niña muy soñadora y ahí me encuentro. Las herramientas que tiene la protagonista de mi libro, Rebeca Agustí, para sobrevivir al depredador de la novela, tienen mucho que ver con la reconexión con la niña que fue, con tantos momentos de amor, de cultura, de familia y de cultura.
¿Por qué elegiste la violencia sobre la mujer para tu primera novela?
A lo largo de la última década, por mi programa han pasado muchas mujeres víctimas de violencia de género. Algunas de ellas vinieron de la mano de una ONG. Siempre digo que quien ha tenido la suerte de no tener que sentarse en un banquillo se ha ahorrado mucho sufrimiento. Sentarse en un banquillo no es nada amigable por la parafernalia que tiene. No es un sitio fácil encontrarte con jueces que te escrutan, con abogados, fiscales, procuradores… Esta ONG les hizo pódcast y talleres de radio para enseñarles a hablar en público. En un momento en el que estás poniendo en manos de otro, que te puede entender o no, decisiones muy personales de tu vida —cómo es el tiempo que comparte con tus hijos y tus hijas, por ejemplo—, es importante saber expresarte.
El día de la presentación de mi libro en el Círculo de Bellas Artes en Madrid vino una mujer de la ONG que trajo al programa a estas mujeres para que le firmase el libro, que parte de esas mujeres y de la importancia de la palabra, de saber hablar. Imagina una mujer a la que le cuesta contar lo que está sufriendo. Primero deben identificarse como víctimas de violencia de género, esa es la primera duda que les asalta. Muchas mujeres llegan primero a los recursos sociales porque no saben si son víctimas de violencia de género. Cuando se lo confirman, comienzan a asumir su condición. No me gusta hablar de víctimas, sino de supervivientes, y por eso son importantes esta historia y el personaje de Rebeca Agustí: una superviviente que cuenta su historia para ayudar a otras supervivientes.
¿Quién es Rebeca en relación con las mujeres de tu familia? ¿Qué hay de ti y de las mujeres que te precedieron en Rebeca?
Todo. Para empezar, de alguna forma, Rebeca es mi alter ego. Rebeca es el nombre que siempre me quiso poner mi madre, pero al final se impuso el criterio de mi abuela paterna —que también aparece en la novela—, que quiso que me llamase Marta. Siempre he fantaseado con el nombre de Rebeca. Agustí es por mi abuela Concha Agustí. Nunca se ha hablado claramente, pero siempre se ha dejado una puerta abierta a pensar que mi abuela fue víctima de violencia de género por parte de su marido. Sospecho que era un depredador que no estuvo a la altura ni como padre ni como marido. Mi abuela no tuvo la salud y los medios para denunciarlo, por lo que este libro es un homenaje a mi abuela.
Por otro lado, quise poner al personaje de Rebeca en una situación de vulnerabilidad máxima: ¿Cómo sobrevive una superviviente víctima de violencia de género, con tres niños y huérfana? Hace ocho años me quedé huérfana: mi padre murió hace veinte años, mi madre hace ocho, y pensaba en cómo podría sobrevivir una mujer perseguida por un tipo que sufre un trastorno obsesivo y que, además, es un depredador —en la novela lo llamo Quídam, que es lo más sutil que se me ocurre, para que cada mujer ponga su propio nombre a lo innombrable—. De alguna manera, este libro también forma parte del duelo por la pérdida mis padres. La muerte es un tema que sigue siendo tabú, le tenemos pánico. La lectura de determinados libros como los de Brian Weiss —voy contando esas lecturas a lo largo de la novela— me ha ayudado a hacer estos duelos. Escribir esta novela, para mí, era terapéutico: contar qué me salvó en los duelos y entender la muerte para ayudar a otras personas cuando estén afrontando esta situación. En mi última reunión con la editorial les dije que mis padres vivirían para siempre en una novela. Este era, también, un homenaje a mis muertos. El hermano de la protagonista de la novela, Tono, ha sido una de las personas más importantes de mi vida, amigo íntimo desde hacía 30 años, que falleció después de un cáncer hace poco más de dos años. No tenía ni 50 años. Todos mis muertos transitan en esta novela: ha sido mi forma de encontrar la paz.
El libro, para mí, tiene muchas cosas importantes: ayuda a hacer duelos, a entender la muerte, a identificar la tríada oscura de la personalidad —qué es un narcisista, qué es un psicópata, qué es un sádico— y también es una denuncia a un sistema que no termina de funcionar en casos de maltrato psicológico y muchas veces, también, en casos de maltrato físico. El papel de la Policía es muy importante y lo está haciendo muy bien. Las administraciones públicas, con el título habilitante de víctima de violencia de género, lo están haciendo muy bien, y quienes están pinchando en este tema es la Justicia. Hay mujeres que tienen este título habilitante, llegan a los tribunales y la Justicia archiva su caso, dejando a la mujer en tierra de nadie, sin saber si es víctima o no. Así dan alas a los maltratadores que siguen en la calle, que seguirán persiguiendo a esas mujeres y encontrando nuevas víctimas. Aquí hay un maltrato más sibilino, perturbador y dañino en el tiempo: el maltrato psicológico. La Justicia no está lo suficientemente bien preparada para juzgar esto, esta es la realidad que he visto en los juzgados.
En estos momentos de dolorosa y rabiosa actualidad, con mujeres perdiendo la vida a manos de sus maltratadores (a día de hoy, 55 mujeres han sido asesinadas en este 2023 por sus parejas o exparejas), ¿cuál crees que es la responsabilidad de los medios de comunicación con este tema?
Toda. El otro día di una charla a mujeres víctimas de violencia de género y entendí cómo al final, cada uno, cuando lo trabaja desde la espiritualidad —algo que me salvó en los duelos— viene con un don. Afortunadamente, yo tengo el don de la palabra, es algo que sé desde niña. Debo ser voz de estas mujeres y denunciar injusticias como hace un año, por ejemplo, cuando una fiscala de violencia de género en Madrid, que sigue ejerciendo y contra la que se presentó un informe, preguntó a una policía en la sala de vistas que cómo iba a ser víctima de violencia de género siendo policía. ¡Pero si la violencia de género es transversal! Rebeca Agustí no es una señora que esté pelando patatas en su pueblo y ojo, que ahí también hay violencia de género. Pero a los jueces les cuesta encajar perfiles como el de Rebeca: universitaria, independiente económicamente, una mujer de éxito y que, aun así, sufre la violencia de género. Hay mujeres abogadas, ingenieras, con cualquier tipo de formación, que son víctimas. A lo mejor no les pegan, pero hay un maltrato mucho más perverso, que es el psicológico. Hay un 25% de mujeres con ideas suicidas, que ven la muerte como una opción liberadora en estos casos: así, por lo menos, dejan de sufrir.
Has nombrado al depredador como Quídam: un ente, un concepto que refleja lo estructural de la violencia. No hace falta poner un nombre propio: que cada una ponga el suyo o los suyos. ¿Cómo encontraste esta palabra?
Mi suegro, que es especialista cervantino, me dio este término. Me lo dijo sin mayores pretensiones, porque él sabía que yo estaba escribiendo la novela. Sentí que a este tipo debía ponerle este nombre, porque no quería que tuviese un nombre propio. Pensé que era una forma muy poética de nombrarlo. Las mujeres suelen llamar a sus maltratadores “el innombrable” entre otros insultos más gruesos. Quídam es un término que te quita rabia. Si insultas, tú mismo te enervas por dentro, pero quídam es un “no eres nada”.
Es notorio que no solamente has hablado con mujeres víctimas, sino que has trabajado con una importante base de documentación sobre el sistema judicial y sobre las acompañantes en terapia: psicólogas, psiquiatras especializadas en violencia de género. Son tres patas importante para armar este banco, esta ficción tristemente tan verídica.
Una de las cosas que me dijo el psicólogo y ensayista Iñaki Piñuel es que, en un momento dado, las hijas y los hijos comienzan a darse cuenta de que estas violencias se suceden y lo que necesitan es que la víctima se convierta en superviviente, porque es la roca a la que se van a poder agarrar. Quiero criticar duramente, también, los silencios cómplices. Con los silencios, quienes se quedan a mirar se convierten en cómplices. Es muy importante que los entornos no se callen. Es muy fácil que una mujer calle por miedo y es muy importante que los entornos no aúpen el silencio.
Rebeca es una mujer soltera de casi cuarenta años, con un trabajo de éxito y una situación económica desahogada. En un recital de danza, en París, conoce a un hombre con el que inicia una relación amorosa rápida e intensa. Cuando, un tiempo después, se casa con él y se queda embarazada, comienza un calvario en el que el marido intachable se transforma en un abusador que pasa a vejarla y minarle la seguridad en sí misma. Rebeca deberá enfrentarse no solo a su marido, sino también a un sistema institucional imperfecto y a su propia autoestima destrozada.
En su primera e impactante novela, la periodista de la SER Marta González Novo rompe tabúes para denunciar el machismo y dar un mensaje de esperanza a todas las víctimas de maltrato. Una historia sanadora y luminosa sobre la lucha de la mujer contra la violencia de género.