Marta Pérez Arellano (Tudela, 1981) estudió Trabajo Social para pagar las facturas y Antropología para enriquecer su mirada sobre la condición humana. Con ese bagaje en la mochila, se embarcó en la aventura de la maternidad. Esa aventura se llama Nahia, tiene tres años y su llegada ha inspirado múltiples reflexiones sobre las luces y las —demasiadas—sombras que encontramos en este camino (que tienen que ver, sobre todo, con la infravaloración del cuidado), con la intención de ser refugio y también de allanar el camino a quienes vienen detrás. Sus conversaciones con otras mujeres, con otras madres —supongo que, como hacemos todas, para intentar entender por qué narices estamos tan solas en esto—, inspiraron un artículo en un diario que creció hasta convertirse en un libro titulado La niña que llegó con un futuro bajo el brazo y otros relatos seudomaternales.
Este libro es un conjunto de experiencias, de pensamientos, de horas arrancadas al sueño entre toma y toma de pecho. Supongo que abrirse en canal literalmente para dar a luz a una criatura hace que muchas de nosotras, además, lo hagamos metafóricamente para intentar ordenar todo lo que está tan revuelto y oscuro dentro. Desde su propia experiencia, Marta relata los hitos del camino que comenzó a transitar con la llegada de Nahia. Huelga decir que el camino no es fácil y que hay muchas piedras que no esperábamos encontrarnos, a pesar de que en ellas han tropezado, antes, muchas otras mujeres. Marta habla de qué es ser madre y también de lo que es ser criatura. De la belleza de la maternidad y también de su cara B, tras la que se esconden prejuicios, cansancios y pequeñas decepciones. Sobre todas estas historias, a veces poemas, a veces reflexiones, a veces lecturas, subyace un tema que debería estar en el centro de todas las agendas políticas y conversaciones: el valor de los cuidados (mejor dicho, el poco valor que se les reconoce) y el papel de las cuidadoras.
Hablamos con Marta para conocer su experiencia y ahondar en una cuestión, la de la falta de valor de los cuidados, que nos interesa especialmente y por la cual luchamos y lucharemos: “Efectivamente, los cuidados son el motor de la existencia humana. Sin cuidados no estaríamos aquí, no habría vida, directamente. Nuestro sistema invisibiliza la importancia del cuidado porque es un trabajo históricamente hecho por mujeres, al que el capitalismo ha relegado al terreno de lo no-productivo. Sin embargo, paradójicamente, no existe nada más productivo que producir y mantener la propia vida.
Al despojar el cuidado de valor material y simbólico, y deslegitimar el corpus de conocimiento y aptitudes necesario para desempeñar esta labor, se naturaliza que las mujeres cuidemos gratis o, si es dentro de una relación laboral, que lo hagamos en condiciones de extrema precariedad.
Hay que subrayar que también hay una lectura de raza y clase en todo esto, no sólo de género. A lo largo de la historia, desde las esclavas, criadas o amas de cría, hasta las trabajadoras del servicio doméstico actuales, han sido mujeres pobres y racializadas las que han llevado a cabo la mayor parte del trabajo de cuidados. Hoy en día, debido a unas relaciones de poder vinculadas a nuestra herencia colonial, son mayoritariamente mujeres migrantes las que lo hacen. Así, no es casualidad que el empleo doméstico sea uno de los sectores laborales más precario y que cuenta con mayores tasas de irregularidad.
Por otra parte, hay que señalar que a las mujeres se nos empuja, desde que somos niñas, a ser madres y a ejercer de cuidadoras, haciéndonos cargo de nuestras parejas, familiares, amistades…, de un modo “maternal”, esto es, desde el “cariño”. El amor, en las mujeres, se traduce socialmente en la obligación de cuidar. Esto lo explica genialmente Mari Luz Esteban Galarza en su libro Crítica al pensamiento amoroso.
Por ejemplo, en una relación de pareja con un hombre, se da por hecho que vas a hacerte cargo de forma naturalizada y automática de un montón de cuestiones que tienen que ver con su bienestar, incluyendo la satisfacción de sus necesidades sexuales y emocionales. Así, “lo normal” se considera que le hagas su comida favorita o que te acuerdes de los cumpleaños de su familia. Y, si tienes un hijo/a, se entiende que “lo normal” es que siempre le atiendas con paciencia y amorosamente, que cubras sus necesidades de forma inmediata y pasando por encima de las tuyas, si es el caso. Si esto lo hace un hombre, deja de considerarse “lo normal” para convertirse en “un partidazo”, “una joya”, “un padrazo”… todas esas cosas.
Huelga decir que esta visión del amor y los cuidados nos aboca a las mujeres a sufrir problemas de todo tipo, desde sobrecarga hasta malos tratos, lo que supone un tremendo desgaste de nuestra calidad de vida.
Resumiendo, como ya he señalado, considero urgente superar la lógica productivista y encaminarnos hacia otro modelo basado en una lógica del cuidado. Forzosamente, ello pasa por concebir el cuidado como una responsabilidad social”.
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