Hace pocos días cayó en mis manos un ejemplar de La doble jornada: familias trabajadoras y la revolución en el hogar, escrito por la socióloga Arlie R. Hochschild (Boston, 1940) y Anne Machung… en 1989. Este libro se reeditó en 2012 con algunas revisiones. Cuenta en el prólogo Hochschild que, a los 32 años, siendo profesora ayudante en la Universidad de California en Berkeley y madre de un bebé de 3 meses, decidió reincorporarse al trabajo llevando consigo a David, su bebé, para poder seguir amamantándolo: “La presencia del bebé era una especie de test de Rorchach para las personas que entraban en mi despacho. A los hombres mayores, las mujeres jóvenes y algunos hombres jóvenes parecía gustarles que estuviera allí (…) Mis colegas no parecían hablar nunca de niños (…) Al mismo tiempo, quería ser una madre tan tranquila para mi hijo como mi madre lo había sido para mí. Había unido literalmente familia y trabajo, pero con ello, en realidad, no había hecho más que poner aún de relieve las contradicciones entre las exigencias de la maternidad y las de mi carrera profesional“. Han pasado 32 años desde la publicación de este libro, que recoge la investigación en la que Hochschild y sus asociados observaron y entrevistaron a cincuenta parejas, ambos trabajadores, a lo largo de las décadas de los 70 y los 80, para demostrar algo que, todavía, a día de hoy, no hemos conseguido erradicar: la existencia de una doble jornada de trabajo para las mujeres, que no solo asumimos nuestras cargas laborales sino que también seguimos portando en nuestras mochilas las cargas asociadas a la crianza y a lo doméstico.
Me provoca muchísima tristeza ver que no hemos evolucionado tanto. Me provoca mucha tristeza que llevemos más de 30 años poniendo sobre la mesa el problema de la conciliación y que no hayamos encontrado complicidad ni solución a día de hoy.
Como el mensaje de Hochschild, hay otros mensajes, otros problemas, que siguen estando presentes, que siguen doliéndonos. Hablemos, por ejemplo, de las expectativas que nos genera la maternidad: nadie nos cuenta lo duro que será. Que puede haber problemas. Que no podremos dormir cuando nuestro bebé duerma, por mucho que nos lo aconsejen. Que nuestros trabajos se resentirán. Que nos sentiremos solas, aunque estemos rodeadas de gente. Que podemos arrepentirnos de la decisión tomada, de haber traído una criatura al mundo… y con la complicación añadida de formar una familia interracial. Sobre esto ya escribió Jane Lazarre en 1976, en su ensayo El nudo materno, cuyo mensaje sigue escandalosamente vigente a día de hoy: “Pero incluso en su mejor faceta, la madre es una persona normal con sus limitaciones y no la contenedora del vasto tesoro de potencial humano que origina y alimenta este mito cultural. Es fuerte y discreta, generosa y desinteresada, poco exigente, poco ambiciosa; es receptiva y tiene una inteligencia media y práctica; tiene un carácter tranquilo y sabe controlar perfectamente sus emociones. Ama a sus hijos completamente y sin fisuras. La mayoría de nosotras no somos como ella. Por mucho que lo intentamos, cuando nos acosan las dudas mientras estamos a solas con nuestros hijos, nuestros auténticos yos vuelven una y otra vez, nos acechan. Aun así, queremos tener hijos. Y los amamos desmedida e intensamente como esta «buena madre», si es que existe. Como nuestra experiencia no está descrita, tenemos que empezar desde el principio, y explicar en detalle cómo es en realidad”.
Una de las mejores cosas que nos ha traído el auge de las escritoras feministas es la recuperación y reedición de la obra literaria de bell hooks. En menos de un año, varias editoriales nos han acercado sus obras. Entre ellas, destacamos Acaso no soy yo una mujer y Todo sobre el amor, publicadas por primera, respectivamente, en 1981 y 2000. En Acaso no soy yo una mujer, bell destaca la complicación añadida para una mujer feminista que supone el problema racial, insistiendo en que raza, capitalismo y género eran trabas hace casi 40 años y siguen siéndolo a día de hoy. Todo sobre el amor rescata un mensaje claro, que une lo íntimo a lo político, en un libro lleno de frases para subrayar. Y es que quizá no tengamos claro el concepto de amor: “Podemos encontrar el amor que anhelamos, pero antes es preciso haber dejado de sufrir por el amor que perdimos hace tiempo, cuando éramos pequeños y no teníamos aún voz para expresar los deseos de nuestro corazón. Al mirar al pasado, me doy cuenta de que todos los años que viví pensando que buscaba el amor los dediqué a tratar de recuperar lo que había perdido, para volver al seno materno, a la dicha del primer amor. No estaba preparada para amar y ser amada en el presente. Todavía lloraba por el paraíso que había perdido, todavía me aferraba a los sueños rotos de mi infancia, a los lazos que se habían disuelto. Solo pude volver a amar cuando ese duelo terminó. Al despertar de ese estado de trance, me sorprendió descubrir que el mundo en el que vivía, el mundo del presente, ya no era un mundo abierto al amor. Todo lo que el entorno me comunicaba parecía confirmar que la ausencia de amor estaba a la orden del día. Tengo la impresión de que nuestro país le está dando la espalda al amor, y eso me provoca un sufrimiento tan intenso como el que me provocó la pérdida del amor en mi niñez. Al actuar de este modo nos arriesgamos a entrar en algo semejante a un desierto del espíritu, y puede que nunca encontremos el camino de vuelta. Escribo sobre el amor para llamar la atención sobre los riesgos de esta actitud, pero también para reivindicar un retorno al amor”.
Te invitamos, también, a participar en una tertulia de mujeres alrededor del samovar, el té y las pastas. Es la mesa que Marjane Satrapi dibuja en Bordados, una maravillosa novela gráfica publicada por primera vez en 2003 y que todavía hoy es considerada un clásico del feminismo. Bordados es una invitación a mirar por el agujero de la puerta, a entrar en la intimidad de estas mujeres que charlan, a espaldas de sus maridos, sobre sus relaciones sexuales, las amantes de sus parejas, sus propias aventuras, sus deseos y frustraciones, sin pelos en la lengua y con una franqueza que quizá no imaginábamos. Tampoco para ellas ha cambiado demasiado la cosa, pero ahora no tienen tanto miedo a expresar que desean tomar las riendas de su vida. Nada menos de lo que merecen. Satrapi dibuja en blanco y negro la vida llena de matices y colores lo que significa ser mujer en un país islámico.
Por último, no podemos dejar de recomendarte una obra de ficción con tintes autobiográficos: El grupo, de Mary McCarthy, que narra la incorporación a la vida adulta de ocho estudiantes recién licenciadas que se enfrentan a sus primeras experiencias laborales, al amor, al matrimonio, a la anticoncepción, a la maternidad o al aborto en el Estados Unidos de los años 30. Ellas fueron las representantes de las primeras generaciones de mujeres educadas para participar activamente en la sociedad y esta es la historia de los obstáculos y frustraciones a los que tuvieron que hacer frente. Este libro se publicó, por primera vez, en 1963… pero la realidad de las mujeres sobradamente preparadas, que no encuentran el trabajo para el que se prepararon ni la modernidad de la sociedad en la que deberían brillar sigue estando, desafortunadamente, de rabiosa actualidad: “A todos los maridos, por supuesto, «les iba estupendamente bien» en el mundo de los seguros, de la banca o la prensa; y sus compañeras de curso, salvo unas cuantas rebeldes, que no eran necesariamente las mismas que en la universidad, «ocupaban su lugar en la sociedad». Sin embargo, había noches en las que observándolas y escuchándolas, Polly sentía que ella debía ser la única de la promoción que era feliz. Le parecía claro como el agua que muchas de sus compañeras casadas estaban decepcionadas del matrimonio y de sus maridos y envidiaba a las chicas que, como Helena, no se habían casado”.