Una sola cosa no está condicionada en nosotros: el deseo.
Simone Weil
El sistema es una voz susurrante que influye en todas nuestras decisiones, en el ocio y el placer, en el trabajo, en el consumo, en las relaciones y en el tiempo. Es él el que pauta los ritmos que marcan nuestras vidas; en esta sociedad capitalista y patriarcal hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para el ocio, para el placer, para trabajar, para consumir, para enfermar, para envejecer y, por supuesto, un tiempo para el embarazo, parto y postparto muy concreto y preciso, que debemos seguir a pies juntillas si no queremos perder el paso en la coreografía de la crianza.
Aún recuerdo el día que se cumplió el plazo de mi baja de maternidad. Como tantas otras noches, apenas había dormido. Mi hijo seguía mamando como si no hubiera un mañana, lucía unas hermosas ojeras, una tripa blanda y aún inflamada, unos pechos goteantes y, si estornudaba, saltaba o aguantaba más de la cuenta, me resultaba una tarea hercúlea aguantar el pis. Era todo cuerpo, toda piel, toda emoción, mucho más cerca de una loba que de aquellas mujeres en traje de chaqueta que atravesaban la calle a toda prisa, persiguiendo algo que quizás ni ellas mismas recuerdan. Por supuesto, no estaba preparada para reincorporarme a la vida laboral, como no lo estaba para mantener relaciones sexuales con penetración, que es lo que el patriarcado entiende como sexo, después de una tremenda episiotomía, cuando la matrona nos dijo a mi chico y a mí, a los cuarenta día de dar a luz, que ya podíamos volver a la normalidad (¿qué normalidad?).
Mi hijo aún lactante tiene diecisiete meses y, mientras paseo con él por el Retiro un lunes a las doce del mediodía, me siento una auténtica disidente, como si nos desplazáramos en un mundo paralelo lejos de la producción. He vuelto a escribir, a ensayar con mi grupo y a actuar en varias ocasiones, pero mi ritmo es otro, el ritmo de la piel. Mi chico y yo decidimos que lo que le regalaríamos a nuestro hijo sería tiempo en lugar de juguetes, viajes o una habitación para él solo con mobiliario infantil. Trabajamos la mitad y ganamos mucho menos dinero, lo justo para cubrir los gastos básicos. Y aun así sé que soy una privilegiada. Si tuviera más hij@s, fuera madre soltera o nuestros trabajos no nos permitieran reducir esa jornada, por muy alto que gritara mi instinto, sería imposible acompañar a mi hijo en sus primeros años. Por eso, apenas hay plazas en las guarderías públicas y por eso son los abuel@s y cuidadoras quienes juegan a ser papá y mamá con l@s niñ@s en el parque.
Tomemos la decisión que tomemos, en este sistema estamos condenadas a equivocarnos. Si nos incorporamos demasiado pronto seremos unas malas madres que abandonamos a nuestras criaturas y si lo hacemos tarde, definitivamente perderemos el tren.
Todo el mundo entiende que si te vas un año a la India vuelvas distinta, más madura, preferiblemente más delgada y con otra visión del mundo y la realidad, así como si muere un ser cercano, haces un ayuno prolongado o sobrevives a una enfermedad aparentemente incurable. Pero de la maternidad debemos volver como vinimos, listas para todo, como si nada hubiera ocurrido: una buena faja, una sonrisa, discos de algodón para los pechos supurantes, mucho café, ibuprofeno y lubricante vaginal.
Aunque cada mujer es un mundo —no todas necesitamos pasar el mismo tiempo en el trabajo o con nuestras criaturas—, si la sociedad no apretara tan fuerte y nos permitiera el espacio para conectar con nuestro instinto, reconociendo en la crianza su intrínseco valor y colocando los cuidados en el centro mediante un verdadero sostén económico y social, los ritmos sin duda serían distintos, porque una no piensa igual, ni respira igual, ni se mueve igual, después de llevar nueve meses en su vientre a un ser humano, parirlo, sostenerlo y de dejarse atravesar por el placer, el dolor, el miedo y la enorme responsabilidad que eso supone.
Así que no me preguntéis cuando voy a volver a mi cuerpo de antes, ni a mi trabajo de antes, ni a mi personalidad de antes, porque gracias a las diosas eso no volverá y bendito sea el cambio. Ni el el postparto son cuarenta días, ni la mayoría de mujeres estamos listas para separarnos de nuestras crías a los cuatro meses de parir. Los tiempos del sistema están pautados por hombres, ninguna cabemos en ese corsé.
En efecto, somos disidentes y aunque tengamos todo en contra, debemos dejarnos el espacio para redescubrirnos en esta nueva etapa, no hay ninguna cima que escalar, ningún tren que perder. Hace falta un tiempo para reconocerse, hacer los cambios necesarios para ajustar la vida a lo de ahora. Es evidente la falta de apoyo, la falta de red, aún queda mucho por pelear; bajas laborales más amplias, más flexibilidad laboral y un seguimiento físico y psicológico tras el parto ahora inexistente. Pero no dejemos que nos quiten el espacio, el tiempo para respirarlo y transitar este nuevo camino. Porque queridas amigas madres, ya nada es como antes.
2 respuestas
Y, además, qué lecciones se pierde la sociedad al no escucharnos, al lo querer oír sobre el pilar básico de la existencia y, por tanto, de la sociedad. Después de ser madre, ya nadie te puede convencer de nada si tú no lo sientes así, porque para qué escuchar a quien no quiere escuchar sobre lo más importante de todo? Cualquier conclusión, cualquier aprendizaje parece innecesario en una sociedad que, sencillamente, ha sistematizado el embarazo y la crianza.