siete capas

SIETE CAPAS

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Una mujer rapada apoya dos manos anchas como praderas sobre mis muslos dormidos y mi sudor traspasa el fino camisón hasta humedecerle las palmas. Tiemblo un poco. Tiene los ojos de almendra clavados en mis ojos de aceituna. Suspira una vez antes de hablar. Quiero cerrar las orejas para que no entre su voz que dice vamos a cesárea. No sé cerrar las orejas así que me pongo a rezar, pero tampoco sé rezar así que pido protección a la mujer que parió a la mujer que parió a la mujer que parió por el coño a mi tatarabuela y sus fantasmas acuden veloces a besarme la piel tensa de la panza, se arremolinan después sobre el techo y cantan. Dentro, mi útero se retuerce como una toalla en septiembre. Fuera flota blanquísima la luna redonda.

Hace muchas lunas, yo también nací. No fue así, pero seguro que también dolió. Y sobrevivimos y pude beber la leche tibia de mi madre sostenida toda yo por sus brazos fuertes. Lloré el miedo en una cuna con barrotes, me raspé las rodillas aprendiendo a patinar. Intenté acompasar mi respiración al vaivén lento que hace subir y bajar y subir y bajar el pecho de papá.

En quirófano el tiempo es denso, me pesa en la frente. Gente que no conozco, que apenas veo, que habla demasiado alto de cosas que no son esta cosa, zarandea todo lo que soy de costillas para abajo y me rompe: a siete capas de profundidad, mi hija se acurruca por última vez dentro de mí.

Yo también nací y me quemé el culo en los toboganes del verano, las sopas del invierno me quemaron la lengua. Me froté contra la almohada hasta el incendio y apagué las llamas con vergüenza. Noté el dolor de los huesos estirándose, el del primer endometrio desprendiéndose. Besé en la boca a Jorge, no besé la boca de Carmen.

Hay un cuerpo tibio que empieza y termina en lo que dura mi pecho, su cabeza mojada de sangre huele a mar. La boca diminuta me reconoce y comienza a succionar con una sabiduría antigua que le pertenece. Tras la sábana verde, órganos desordenados y acero inoxidable haciendo clas, clas. Pienso que soy muy feliz y también que estoy a punto de morirme.

Sí que besé a Carmen. Se me llenó de mariposas el estómago y luego de culpa y después de galletas y de calimochos que aprendí a vomitar. Recuerdo que otros me tocaron sin permiso, les recuerdo y mis nudillos se afilan pidiendo carne. Recuerdo que follé sin placer y también que gocé hasta la taquicardia. Que el amor me inflamó el vientre y vine a este hospital aullando. Que quise bailar, pero el dolor me tumbó contra el suelo. Que quise empujar, pero mi hija solo encontró hueso.

Morirme es inaceptable ahora que ella está aquí, así que no me muero. Riegan el dolor con morfina, yo acerco la nariz a su frente y la huelo, una y otra vez la huelo, quiero reírme de amor, pero una no debe reírse mientras le cosen las tripas. Le doy las gracias a mis tripas, extiendo las gracias por todo mi cuerpo, me quiero más que nunca y me prometo, casi sin notarme la mentira, que no volveré a maltratarme.

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VICTORIA GABALDÓN

Madre de Julieta y Darío, periodista y escritora. Creadora de MaMagazine, orgullosamente apoyada por una tribu de comadres poetas, escritoras, fotógrafas, creativas, ilustradoras, psicólogas, docentes y periodistas especializadas en maternidad.
Irene Ferradas (Madrid, 1987) materna, escribe, gestiona e imparte proyectos formativos con perspectiva feminista y se enamora cada día un poco más de sus amigas. Está licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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