Escribo parte de estas palabras en la casa donde nacieron mi madre, mi tía, mi abuela y mi bisabuela. Escribo mientras mi madre entra y sale de la habitación ordenando telas de la que era su madre. Ella no sabe de qué va este texto que, en parte, se inspira en su propia historia que, de alguna manera, también es la mía y quizá un poco la de todas.
Prácticamente la mayoría conocemos algún relato de cómo nacimos. Desde muy pequeña yo sabía más o menos cómo había sido: nací enorme, con mucho pelo, salí con la cabeza apepinada por la ventosa, así que mi padre preguntó al médico si me iba a quedar así y se alivió al saber que no. También sabía que mi madre no había tenido un parto fácil. Y hasta ahí llega la información que tuve durante mucho tiempo.
Quizá porque la maternidad ha sido un tema que siempre me rondó la cabeza o simplemente por mi propia curiosidad, escuché la historia casi completa de mi nacimiento cuando era adolescente: Tendría en torno a los 15, estaba sentada en el suelo y mi madre en el sofá; ella me hablaba de lo que pasó, pero no hablaba de mí, sino que hablaba de ella, de su propia experiencia y de lo que sucedía a su alrededor. Recuerdo cómo me estremecía escuchar cada una de sus palabras, ella también se emocionaba. La lagrimilla se nos escapaba a las dos. Me contó la historia alguna vez más y siempre que lo hacía era a solas. Era algo íntimo, algo entre nosotras.
Cuando empecé a formarme en psicología perinatal descubrí un mundo totalmente desconocido para mí: así pude empezar a deconstruir lo que, hasta ese momento, había en mi imaginario sobre la maternidad. Mi madre, poco a poco, ha podido ir nombrando y compartiendo de manera más específica lo que le sucedió no solo en su parto, sino en su maternidad en general. Ha empezado a hablar de su vivencia de otra forma. Esto también me ha pasado con otras mujeres de mi familia o de mi entorno: no hablo de amigas, sino de sus madres o tías suyas compartiendo su relato o aspectos del mismo que hasta entonces parecía, decían o sentían que eran una tontería. En cuanto damos un espacio a las mujeres para que hablen de su experiencia y relación con la maternidad, la realidad es que lo hacen, lo aprovechan. Porque lo necesitamos, necesitamos narrar, compartir, tejer red y no vivirla solas.
En el día a día de mi trabajo como psicóloga es habitual que durante las sesiones pregunte cómo nacieron ellas, cómo fue el embarazo, parto y posparto de sus madres. La mayoría refiere pocos detalles, casi todos relacionados con el parto. Si fue vaginal o cesárea, si fue bien o mal —médicamente hablando— y si ellas como bebés estaban bien o necesitaron algún tipo de intervención o cuidado añadido. He observado que las mujeres que cuentan con más información normalmente ha sido porque algo a nivel médico no fue bien y ya lo conocían desde pequeñas, o porque han recibido dicha información durante su propia maternidad. Esto último es un reflejo claro de que la llegada de una criatura a la familia, y la maternidad en general, no deja indiferente a nadie, remueve las experiencias propias de cada uno de sus miembros.
Aprovechando que estoy escribiendo esto he preguntado a mi entorno cercano, a mis amigas principalmente, si ellas conocen cómo fueron el parto y el posparto de sus madres. La respuesta es similar: algunos detalles, sobre todo si hubo alguna complicación en el parto, o no tienen ni idea. Aunque podía imaginar lo que me dirían, he intentado ahondar más, especialmente en aquellas que tenían más detalle, y me he aventurado a preguntar si conocían el de sus abuelas. Aquí apaga y vámonos: la respuesta brilla por su ausencia. He de decir que algunas de mis amigas, a raíz de esta pregunta, han tenido la curiosidad de hablar con sus madres y escuchar su relato. A mí esto ya me parece una batalla ganada por dos cosas: por dejar de normalizar el silencio que ha habido respecto a las vivencias de maternidad, recuperando espacios, y por darnos la oportunidad de conocer una parte de la que quizá también es nuestra historia.
Dejemos de normalizar el silencio
“Tu bebé está bien, eso es lo importante”. “No pasa nada”. “Es normal”. “Ya se te pasará”. “Eres una exagerada”. “Cómo sois las primerizas”. Estas son frases que numerosas mujeres han escuchado y escuchan a lo largo de su maternidad. Frases de invalidación emocional, que nunca han invitado a compartir mucho más y, sobre todo, que silencian la experiencia de la mujer que lo está viviendo. Si volvemos a las generaciones de nuestras madres y de las generaciones anteriores a ellas, podemos decir que durante mucho tiempo la prioridad era la salud del bebé: si el bebé estaba sano, daba la impresión que no había más que decir. La vivencia emocional de la mujer buscando embarazo, embarazada o en posparto parece que era una información que sobraba en muchas ocasiones. No te estoy hablando con relación al entorno sanitario, aquí no voy a entrar, sino que era frecuente escucharlo en su núcleo cercano: familia, amigas/os, conocidas/os… Sorpresivamente a día de hoy, aunque cada vez menos, esto es un pensamiento más común de lo que nos gustaría.
Volviendo a ellas, parece que durante mucho tiempo las mujeres han tenido poco espacio —y permiso— para compartir su experiencia —física y emocional— respecto a la maternidad. La normalización que ha habido en la sociedad de que las mujeres no compartieran cómo estaban atravesando este periodo se ha extendido a no hacerlo siquiera con sus criaturas —ya adultas o con capacidad de comprender— o lo han hecho vagamente. Y ya sabemos que lo que no se nombra no existe, pero no desaparece ni aunque lo intentemos. Da la impresión que durante demasiado tiempo nos hemos habituado al silencio, como si estos relatos no fueran importantes o no tuvieran impacto ni en las propias mujeres ni en lo que les rodea. Quizá nosotras, como hijas y mujeres, hemos continuado la corriente de no preguntar sobre ello.
La que es madre —o está muy a tope con el tema— sabe que la maternidad ocurre dejando marca a quien la atraviesa y al que la vive cerca. No vuelves a ser la misma, te remueve toda y te transforma. Ni siquiera el cerebro vuelve a ser el mismo: es la maravillosa matrescencia de la que habla en sus investigaciones la neuropsicóloga y psicóloga clínica Susanna Carmona. Yo suelo decir que la maternidad es una experiencia tan majestuosa y cambiante como el mar, que tiene sus luces y sus sombras, un día está bravo y sientes que te arrastra y otros es una balsa en la que flotar. Y aun así, con esta majestuosidad, belleza e impacto en la vida, muchas mujeres desconocen —yo también durante mucho tiempo— gran parte de cómo vivieron este periodo su madre u otras mujeres de su vida. Si nos centramos únicamente en la historia perinatal de cada mujer, reflexiono sobre cuántas de ellas vivieron pérdidas perinatales o gestacionales sin ser validadas, cuántas de ellas pasaron una depresión posparto, tuvieron ansiedad durante la gestación, vivieron la soledad como algo continuo. Cuántas de estas experiencias fueron vividas y nunca compartidas, pero sí que generaron un impacto. Hoy en día, y gracias a numerosas investigaciones, sabemos que los problemas de salud mental materna, entre otros, pueden afectar a las criaturas en su desarrollo biopsicosocial. La salud mental de las madres importa y mucho.
Además, esto me hace pensar en que todo ese dolor que se metió debajo de la alfombra ha podido pesar hasta llegar a nosotras. En psicología utilizamos un concepto llamado “trauma transgeneracional” para referirnos a aquellos sucesos de alto impacto emocional, que han afectado a generaciones anteriores y pueden afectar a la persona en el momento actual aunque ella misma no lo haya vivido. Quizá entonces estos pueden convertirse en buenos motivos para interesarnos en conocer nuestra historia, la que viene de lejos. Quizá esto nos permita comprenderla, empatizar, prevenir, y transformarla.
Ceder espacios para hablar de la maternidad no puede quedarse únicamente relacionado con la mochila emocional que puede estar asociada a ello, desde mi opinión sería reduccionista limitarnos a esa parcela. Conocer las historias de las mujeres de nuestra vida —no digo de nuestra familia, sino de nuestra vida— puede ser algo verdaderamente rico para ellas y para nosotras. Las mujeres y la experiencia respecto a la maternidad han estado en un tercer plano durante mucho tiempo, o al menos así lo siento yo. Podemos admirar y reconocer todo aquello que hicieron las mujeres que estuvieron antes que nosotras, al mismo tiempo que nos paramos para mirar un poquito más allá, con interés, escucha y compasión sobre cómo lo vivieron. Si tienes la oportunidad y te apetece, quizá puedas hacerlo hoy. Por entender su historia, por entender así la tuya, por no ser cómplices del silencio y romper el ciclo. Ojalá hoy estuviera mi abuela con nosotras. Es inevitable escribir este texto sin pensar en ella y en lo mucho que me gustaría preguntarle cómo nació mi madre, cómo se sintió ella en el embarazo y cómo vivió el posparto. Para que pudiera contarme sabiendo que la iba a escuchar porque “ya han avanzado mucho las cosas y antes no se hablaba de esto”, como ella diría. Para preguntarle por ella y escucharla un día más.
Ángela Rodríguez Aguilera es psicóloga especializada en psicoterapia perinatal y atención a la primera infancia. Es miembro de la Asociación para la Salud Mental Infantil desde la Gestación ASMI-WAIMH.