Hace pocas semanas vi la mini serie Jeffrey Epstein. Asquerosamente Rico. No fue un placer verla, la verdad. Pero creo que es necesario. Esta docuserie se apoya en testimonios de víctimas para analizar cómo el agresor sexual convicto Jeffrey Epstein utilizó su fortuna y poder para llevar a cabo sus abusos. Epstein, conocido financiero neoyorquino con gran influencia social y política en la ciudad hasta su acusación y condena por solicitar prostitución e incitar a la prostitución a menores, se ahorcó en su celda del Centro Correccional Metropolitano en Manhattan en agosto del 2019, en circunstancias todavía no aclaradas.
Vi el documental y, como mujer y como adolescente, me posicioné naturalmente al lado de las víctimas. Porque yo a los 14 años también pensaba que lo sabía todo y que era soberana para tomar mis propias decisiones. Pero descubrí que no y, sobre todas las reflexiones, me centré en la necesidad de la edad del consentimiento sexual.
Poco después vi la serie Normal People. La historia de amor de Marianne y Connell, que saltó a las pantallas desde las páginas del libro de Sally Rooney, significó para mí, sobre todos los demás matices de la historia, la demostración de que el consentimiento existe, es real y es natural cuando las relaciones se basan en el respeto mutuo y en el amor verdadero, no en los celos, la posesión o la mirada de los otros, tan punzante en ocasiones como un cuchillo bien afilado.
El último impacto, para mí, fue descubrir la novela de Vanessa Springora, El consentimiento. En esta obra, la editora narra su ¿historia de amor? con el escritor Gabriel Matzneff, cuando ella contaba con 14 años y él con 50. El revuelo ha sido tal que Matzneff ha pasado de ser tolerado y aplaudido por sus colegas literarios a ser defenestrado y acusado de pedófilo. No solo por el relato de Vanessa, sino porque en varias de sus obras el propio Matzneff ha presumido de sus relaciones con prepúberes y adolescentes sin ningún tipo de censura.
A raíz de estos tres impactos y buscando la opinión de quien sabe más sobre sexualidades y educación, entrevistamos a Rebeca López, Licenciada en Psicología por la UCM, en la especialidad de educación, Máster en Sexología por la UAH y el Instituto de Sexología de Madrid. Rebeca trabaja hace más de diez años en la intervención sexológica, colaborando con entidades tanto públicas como privadas, con todas las edades y en múltiples contextos mediante el asesoramiento, la educación, la formación y la terapia.
La edad de consentimiento sexual en España está fijada en 16 años. En otros países de Europa, fluctúa entre los 14 y los 18. ¿Es una edad adecuada?
Pues realmente no hay una edad adecuada para todo el mundo, por eso la ley también es flexible y hace más hincapié en la diferencia de edades entre las personas que tienen ese encuentro erótico. Entiendo que en algún sitio hay que poner el límite si se quiere legislar pero yo no me muevo desde las leyes, sino desde la educación, o sea desde el trabajo en positivo.
¿Por qué es necesario fijar una edad mínima de consentimiento? En el caso de Vanessa Springora, ella tenía 14 años cuando inició su relación con el escritor Gabriel Matzneff, de 50. Se confesó enamorada, pensaba que era lo suficientemente madura para mantener una relación de este tipo. ¿Realmente es libre el adolescente al consentir?
Quizá deberíamos plantearnos también si las personas adultas somos realmente libres al tomar este tipo de decisiones. Cada sujeto tenemos nuestro peculiar modo de estar en este mundo, con nuestros gustos, modos de expresarnos, modos de vivirnos… no hay un único modo de ser mujer y hombre, ni de ser chico y chica y por supuesto este peculiar modo que cada ser sexuado tiene se construye en gerundio, pues yo no soy la misma mujer con 16, que con 29, que con 50. Tampoco la edad nos da siempre el grado de madurez necesario para percibir el peligro ni siendo personas adultas estamos libres de ello. Lo cierto es que a mí no me gusta trabajar para evitar peligros o consecuencias no deseadas, sino para conocernos, aceptarnos, disfrutarnos, compartirnos y en definitiva, vivirnos de manera positiva; éstos son los grandes objetivos de la educación sexual, la de los sexos, no de eso que se hace en nombre de la educación sexual y que se ciñe solo a genitales y prácticas. Si trabajamos en ese camino, conseguiremos que las personas, a cualquier edad tomen decisiones en base a sus deseos, con información y con los recursos necesarios para ello. ¿Por qué es necesario fijar una edad mínima de consentimiento? pues supongo que para estar algo más seguros de que ambas personas “juegan” a lo mismo y que no hay un abuso de poder por una gran diferencia de edad.
¿Cómo definirías, como sexóloga, el consentimiento?
A mí, personal y profesionalmente, no me gusta el uso que se hace de esta palabra en cuanto a relaciones se refiere. Consentir significa aceptar o permitir y esto nos lleva a dos sujetos, uno activo y otro pasivo, uno que propone y actúa y otro que acepta y permite. Al final tendemos a una imagen de pareja heteronormativa en la que el hombre demanda y la mujer acepta. ¿Y aquí dónde están los deseos? No digo que esté mal aceptar o permitir porque cada modo de estar en un encuentro es válido, pero hablar de consentimiento en una relación es quedarnos en la superficie.
El consentimiento puede darse por muchos motivos pero eso no significa que el encuentro o los modos de ese encuentro sean deseados. ¿Por qué no usamos términos como “deseo” y seguimos usando “consentimientos”¿ Cuando trabajo en las aulas de secundaria y hablamos de los motivos para tener un primer encuentro con penetración o una primera vez para cualquier otra práctica siempre hablan de “porque queremos”, pero luego nos damos cuenta de que hay muchos más motivos: “que los demás ya lo han hecho”, “que es lo que ya toca”, “que si no puede que me deje”, “que así demuestro que vamos en serio”…
¿Cuándo debe comenzar la educación sexual para ayudar a que los niños y adolescentes sepan detectar estas situaciones de vulnerabilidad? ¿Cuáles son las claves para una correcta educación sexual para nuestros jóvenes? Hacemos educación sexual siempre y en todo momento, con nuestras palabras pero también con nuestros silencios. Familias, amistades, profesorado… todo el mundo constantemente hace educación sexual. Si hablamos de educación sexual de calidad, es aquella que coeduca, que educa para la convivencia de los sexos y que se enfoca en entender la diversidad, las diferencias y semejanzas, no sólo en prevenir riesgos, sino en promover valores. Educar es promover lo bueno, no prevenir miserias.
Una educación sexual de calidad además es aquella que empieza desde los primeros cursos y que genera un espacio donde las niñas y niños, chicas y chicos se desarrollen como las niñas y niños, chicas y chicos, que quieran ser y como consecuencia, detectarán situaciones de vulnerabilidad y peligro, evitaremos embarazos no deseados e infecciones… y todas esas cosas que nos venden como objetivos principales de la educación sexual pero que no son sino consecuencias del gran objetivo: ser felices siendo quien quieren ser.
¿Cómo podemos identificar la violencia sexual? ¿Cómo evitar, además, que toda la responsabilidad caiga habitualmente sobre las mujeres? Somos nosotras las que vestimos para provocar, las que debemos saber decir no… ¿cómo acabar con ese discurso? Con educación sexual (la de los sexos, no la coital o genital) integral y de calidad, no hay otra porque es la única que educa para la convivencia, lo que pasa que generalmente se educa para la coexistencia y desde un único modo de ser hombre y un único modo de ser mujer.
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