La lectura de Amor libre, la última novela de Tessa Hadley (Bristol, 1956), me trajo a la memoria el poema de Gabriela Mistral titulado Besos, cuyos primeros versos dicen así:
Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.
Y es que fue un beso, un ósculo, que dirían algunos clásicos, un simple beso, el que movió, como un terremoto, los cimientos de la realidad y el hogar de Phyllis Fischer. Phyllis era, hasta entonces, una perfecta ama de casa, acomodada esposa y madre de dos hijos. Corrían los últimos años de la década de 1960 para todos. Para Phyllis, corrían a las afueras de Londres, entre rutinas y convenciones sociales. Hasta ese beso, el que le dio un joven Nicholas Knight, el hijo de una vieja amiga de la familia, en una cena en su casa, auspiciado por la oscuridad. Amor libre no es solo una historia de deseo y revolución: es una forma de despertar. Ajena, la del personaje y también propia, si pensamos en cómo nos han educado para esconder el deseo en el fondo de nuestros armarios emocionales. Porque la historia del deseo es como el río Guadiana: va apareciendo y desapareciendo. Se deja ver a ratos o, mejor dicho, te dejan mostrarlo en contadas ocasiones. Es esta, también, una historia que hace que los convencionalismos sociales se quiebren, que barre debajo de la alfombra, pero cuyo estallido no deja indemne a nadie.
Hace pocas semanas su autora, Tessa Hadley, estuvo de visita en Barcelona presentando el libro. Tessa es una autora realmente interesante porque su surgimiento ha desafiado, también, los convencionalismos de las figuras literarias: comenzó a publicar a los 46 años y pronto se convirtió en uno de los secretos mejor guardados de la literatura inglesa. Desde aquel momento, 3 libros de relatos y 8 novelas son sus credenciales. Tessa, que trabaja como profesora de Literatura y Escritura Creativa en la Universidad de Bath Spa es, también, madre, madrastra y abuela. En esta entrevista conocemos algo más sobre la familia de Tessa, sus inicios en la escritura y algunas reflexiones sobre el despertar al amor libre.
¿Cuántos hijos tiene y de qué edades?
Tengo tres hijos, ya mayores, y dos nietos de diez y seis años. Mi marido estuvo casado antes, así que también tengo tres hijastros; no los he criado, pero siempre han pasado mucho tiempo con nosotros y me siento muy unida a ellos. Y también estoy cerca de sus parejas e hijos. Somos una familia enorme cuando nos reunimos todos —como recientemente, para el 90 cumpleaños de mi madre—. Y sí, ¡con muchos hombres! Pero, al menos, tres de mis seis hijastros son mujeres.
¿Cómo era su trabajo antes de ser madre y después, y si sufrió cambios significativos?
Fui maestra de escuela durante un año, a los veinte años, y no me encantaba. Así que me alegré mucho cuando me quedé embarazada. Incluso cuando mi bebé lloraba por la noche, me reafirmaba en que era mejor que dar clases. Cuando mis hijos empezaron a ir al colegio, intentaba escribir durante el día mientras ellos no estaban, pero pasaron muchos años de lucha antes de escribir algo que valiera la pena publicar.
¿Cuál es el impacto de la maternidad en su obra?
La verdad es que, como tuve mi primer bebé bastante pronto —tenía veinticuatro años—, no sé realmente qué tipo de adulta sería si no hubiera tenido hijos, ni qué tipo de escritora habría sido. La maternidad está muy arraigada en mi identidad y no me imagino a mí misma fácilmente sin ella. Sin embargo, a veces me gusta escribir mujeres sin hijos en mis novelas. El hecho de que yo misma sea madre no me impide imaginar una vida diferente, todo tipo de vidas diferentes, todo tipo de felicidad y plenitud distintas.
¿Qué considera lo mejor y lo peor de la maternidad?
Ahora estoy en el tramo fácil, en el que simplemente quiero a mis hijos mayores y me siento privilegiada por tenerlos como amigos. Recuerdo lo enigmático y emocionante que era cada vez que estaba embarazada: ser consciente del misterio, de que estabas trayendo al mundo un nuevo individuo, único y aún desconocido. Te preguntas: ¿quién será? ¿Quién vendrá?
Creo que lo más difícil de cuidar a niños muy pequeños es que te quita todo el tiempo y a ti misma. Si eres una lectora y una soñadora, como yo, a veces puede parecer que no queda nada de tiempo para ti al final del día. Pero este periodo de trabajo duro pasa, por supuesto. Hay muchas tensiones en la crianza de los hijos, puede desgastarte como ninguna otra cosa. Pero ahora que el tiempo de tener a mis hijos en casa ya ha pasado —mi hijo menor tiene 31 años—, pienso en su infancia como una época muy rica, fascinante y formativa, tanto para mí como para ellos.
No publicó su primera novela hasta los 46 años. ¿Cuándo se sintió escritora? ¿Cómo fueron sus comienzos?
Durante mucho tiempo luché por encontrar el material adecuado para la ficción, e intenté escribir historias sobre otras personas, los libros que yo creía que debía escribir. Luego, con el tiempo, comprendí que tenía que escribir sobre lo que tenía cerca, los universos que conocía. No se trata de una escritura autobiografía, sino de ficciones hechas a partir del tipo de vidas que mejor conocía: las que estaban cerca de mí. Algunas de las primeras frases buenas que escribí, en un primer relato corto, eran sobre una chica que empujaba a su bebé en un cochecito por una carretera muy transitada, cuando comenzaba a nevar. Esa chica no era yo, pero sabía cómo se sentía.
En varios de sus libros aparecen mujeres o amas de casa cuyo mundo da un vuelco después de conocer a un hombre. ¿Es la pasión el sentimiento más costoso de nuestras vidas?
Para crear una historia para una novela, hay que poner las cosas patas arriba, de una manera u otra. Las ficciones crecen en torno a las grietas y fracturas de nuestras vidas, las insatisfacciones y las ansias insatisfechas. Y, de todos modos, creo que quizás nuestras experiencias más intensas nos cuestan algo, incluida la maternidad. Nada de lo que merece la pena viene fácil o sin provocar ciertas fricciones.
¿Por qué decidió ambientar su novela en los años 60? ¿Qué es lo que más le atrae de esa época?
No había ambientado ninguna novela en los años sesenta. Pero, de repente, quise escribir sobre ella: mirando hacia atrás desde donde estamos ahora en el Reino Unido y en Europa occidental, se siente como si la década de 1960 fuera un lugar de origen para nuestra cultura contemporánea. Nos formamos a partir de ese momento de confrontación entre una vieja forma de hacer las cosas —jerárquica y convencional— y un nuevo radicalismo que cuestiona todas las reglas. En mi novela no tomo partido en esta confrontación. Me limito a observar a estos individuos arrastrados entre dos formas de concebir la vida.
¿Qué libertades se disfrutaban en los años 60… que ahora nos cuesta disfrutar?
En muchos sentidos, ese desafío radical era tan ingenuo, tan poco contrastado… —muchos jóvenes creyeron realmente, al inicio de la revolución, que se podía disfrutar de un amor libre sin costes y de una nueva política radical sin dificultades—. Tal vez sea posible envidiar ahora esa frescura, esa ingenuidad. La música de aquellos tiempos tiene una exuberancia maravillosa, tan prometedora… Me encantó escribir la escena en la que mi heroína Phyllis baila sola en su habitación al ritmo de Sad-Eyed Lady of the Lowlands, de Bob Dylan.
En un momento de la novela, usted reflexiona sobre cómo Nicky hace el amor con la señora Fischer: “el amor conyugal era demasiado amable, pensó; se quedó en el umbral de este conocimiento y nunca entró… porque la vida que compartía con su marido era adulta y reflexiva”. ¿Acaba el amor —el sexo— tal y como lo conocemos después de formar una familia?
¡Esa es probablemente una pregunta para un terapeuta familiar más que para un novelista! Pero, ciertamente, la experiencia de Phyllis es que la propia honestidad de su vida matrimonial, el respeto mutuo, han silenciado la excitación de su vida sexual con su marido. Con Nicky, su joven amante, es capaz de ser pueril y codiciosa, desinhibida. Pero tal vez eso no pueda durar…