Se abre el telón y encontramos en escena una aldea de los Pirineos franceses. Sus habitantes revolotean, nerviosos, ante la llegada de la policía. El ritmo tranquilo de la localidad se quiebra ante los interrogatorios por un hecho extraño: una niña ha aparecido cerca de la gruta de las Hadas. Al parecer, está al cuidado del Oso, un joven corpulento y en apariencia simplón, de habilidades comunicativas poco ortodoxas, pero un don innato para cuidar y curar a los animales. El Oso vive con su madre, Mariette, en una borda a espaldas de la vida social del pueblo. Las incursiones de Mariette en la aldea son contadas y se limitan a lo básico: conseguir alimentos y seguir trabajando.
Se abre el telón de este texto que no es una obra teatral, sino un librito que esconde el relato coral de quienes, interrogados, contaron al equipo de policía sus pareceres sobre la aparición de esta niña salvaje, sus impresiones sobre quienes parecen estar implicados en esta historia y sus, en ocasiones, poco meditados juicios sobre sus protagonistas. Sonando entre testimonio y testimonio, se lee y se escucha la leyenda de las hadas, que poca gente cree, pero que todo lo impregna y, aunque cantinela, es pieza imprescindible para completar este puzzle.
«No sé hasta dónde era capaz de comprender. No tengo ni idea. Nunca llegué a saberlo. No creo que sirviera de mucho dejarlo solo, sentado al final de la clase. Yo tenía la sensación de que estábamos abandonándolo. En un centro especializado habrían podido ayudarlo. Atenderlo mejor. En fin, eso creo».
La escritora Violaine Bérot (Francia, 1967) partió de una experiencia propia para dar forma a esta fábula, en un proceso de escritura dilatado en el tiempo por tres años: “La historia tiene su origen en una experiencia personal: durante varios años crie cabras y caballos, y acogí a niños del hospital psiquiátrico. Quería hablar de la relación especial que puede originarse entre las personas que consideramos «anormales» y los animales, de una comunicación clara entre ellos, de la que las personas «normales» ya no somos capaces de establecer. Entonces, viví en una «cueva de hadas» Los ancianos del pueblo decían que las hadas escondían niños en su cueva… Partí de ahí para inventar la leyenda de los bebés robados”. Bérot nació en las montañas, pero las abandonó para completar sus estudios de Filosofía y comenzar a trabajar como informática. A sus treinta años fue consciente de que su bienestar dependía, en gran medida, de esas montañas. Entonces, dejó su trabajo y su vida en la ciudad: “ganaba mucho dinero, pero solo pensaba en el fin de semana y en lo rápido que podría volver a pasear por las montañas. No era feliz. Decidí inventarme un trabajo en el lugar de mis sueños. Me instalé en las montañas con cabras y caballos. Ganaba mucho menos, pero aprendí a vivir con poco y enseguida comprendí que mi verdadera vida estaba allí”.
«En mi opinión, habrá que esperar a ver qué dice la madre —Mariette, se llama—, habrá que esperar a ver qué dice para conocer el final de la historia. Estoy casi convencida de que ella tiene la explicación».
Violaine hizo su debut literario a mediados de los noventa con la novela Jehanne. Tras ella ha escrito una decena de libros que le han valido ser considerada por sus lectores y lectoras como uno de los secretos mejor guardados de las letras francesas. Magda Angès y Francisco Llorca, editores de Las afueras, acercan la obra de Bérot por primera vez a nuestro país: “A nosotros nos cautivó inmediatamente por sus tintes de fábula, un mundo rural en vías de desaparición, la polifonía de voces que construyen una comunidad y cómo retrata el valor de lo diferente, del que no encaja, mujeres, madres y niños. Todo en una prosa depurada que te atrapa y te lleva a un mundo mágico, que resuena con Canto yo y la montaña habla”. Bérot llevaba escribiendo desde la adolescencia: “Mi primera novela se publicó cuando tenía 27 años. Paralelamente trabajaba en informática y escribía mucho. Cuando empecé con la cría y mi vida rústica dejé de escribir, ya no tenía espacio, mi vida diaria estaba demasiado llena. Tuve que dejar de criar después de 12 años porque estaba muy enferma —Bérot contrajo la enfermedad de Lyme—. Fue entonces cuando empecé a escribir de nuevo. Para mí, escribir es como ser agricultora en la montaña: es apasionante. Y no puedo tener dos pasiones al mismo tiempo”.
«Ah, no, a mi mujer y a mí no nos molesta en absoluto. Que cada cual haga lo que quiera, mientras no moleste a nadie».
Los testimonios de la maestra del pueblo, de uno de los antiguos compañeros de clase del Oso, agricultores, mercaderes, ganaderos, excursionistas, vecinos de poblaciones cercanas Bérot, a partir de la polifonía, rescata a los protagonistas de la escena rural, tan denostada en la sociedad como en la literatura.
«¿Que qué es lo que yo pienso? ¿Quiere usted saber realmente lo que pienso? En fin, lo que yo pienso es que es un auténtico disparate. Que habría que dejar en paz a la gente así, discreta, que no hace daño a nadie. No entiendo por qué los han detenido. Por qué no los dejan tranquilos hasta que se aclare todo. ¿Ha visto el revuelo que se ha montado? ¿El follón que ha provocado en este rincón del mundo al que normalmente no viene casi nadie? Y todo porque habrían encontrado a una niña salvaje. ¡Si los niños salvajes no existen! Un niño es un niño, y punto».
¿Cuánto dicen las leyendas de la vida real? Es magistral la manera en la que la autora entrelaza la fantasía con la realidad. Nadie ha visto a las hadas, pero todo el mundo cree en ellas. ¿Cómo se hilan la ignorancia y la superstición? Cada palabra cuenta, y esto es algo extrapolable al clima de tensión y fricción política que llevamos sufriendo como ciudadanas desde hace ya demasiados años. ¿Una mentira, a fuerza de ser repetida, se convierte en verdad? ¿La leyenda de las hadas que roban niños es la cara B de la leyenda de las hadas que recogen y cuidan a los niños que encuentran a las puertas de su gruta? Entonces, ¿roban o cuidan? Una canción, a fuerza de ser cantada, ¿se convierte en mantra y en fe de vida? ¿Se convierte, quizá, en conveniente excusa?
«Siempre se ha contado que las hadas vivían en la gruta porque resulta inaccesible. Y que robaban a los bebés de los pueblos para llevárselos allí arriba. Que no podían resistirse a robar niños porque eran mujeres, pero incapaces de tener hijos. No, realmente no creemos en la leyenda, claro que no. Pero no deja de ser algo que se transmite de padres a hijos, la gruta de las hadas es la gruta de los bebés robados».
Volvamos a lo poco que tomamos como hecho verídico en esta historia: que ha aparecido una niña cerca de la gruta de las hadas. Que juega con el Oso y también con un burro. Que puede, en ocasiones, no estar vestida convenientemente, pero está sana y feliz. Está cuidada. ¿Y cuál es la dimensión del cuidado? Y el cuidador, ¿en qué momento se torna verdugo? Otro hecho real: las fuerzas de seguridad se han dado prisa y han encerrado al Oso —un joven con fobia social y que no sabe hablar— en un calabozo. Dos hechos verídicos: ha aparecido una niña y ha encerrado a quien se hacía cargo de ella. Tantas interpretaciones como vecinas y vecinos son cuestionados por la policía. Como banda sonora, una leyenda, la de las Hadas. Como trasfondo, el trato al diferente, la ineptitud de la sociedad para acoger y apoyar al extraviado. Cuenta Bérot que, durante tres años, dio vueltas a lo que finalmente se convirtió en Como bestias: “Quería hablar de demasiadas cosas, no cabían en un solo libro. Decidí dividirlo en varias novelas. Para el lector no hay un vínculo visible entre estos textos, pero para mí sí. La siguiente novela se publicó en Francia hace unos meses, C’est plus beau là-bas, y habla de nuestras dificultades para hacer coincidir nuestras bellas ideas con la realidad de nuestras vidas. Ahora estoy trabajando en el siguiente, que tratará de nuestra relación con la vejez y la muerte”. Quizá la violencia sea uno de los temas que atraviesa esta historia: la violencia del silencio, la del juicio no meditado, la de la historia única, la del interés propio, incluso la obstétrica.
“Él ayuda a parir a los animales. ¿Y quiere que le diga algo que lo va a descolocar más todavía? Pues bien, yo lo que creo es que si realmente una mujer ha dado a luz con él, ha tenido mucha suerte. Porque traer al mundo a un bebé con la ayuda del Gran Mudito tiene que ser muy distinto a parir rodeada de batas blancas y del olor y las máquinas de un hospital. Porque él no la habrá tumbado encima de una mesa con las patas abiertas (…). Él no la habrá obligado a acostarse de espaldas, porque una posición así para parir es un disparate. Él le habrá dado un masaje y la habrá tranquilizado, y eso ha tenido que ser una forma de nacer muy bonita”.
La madre es la última interrogada, al menos en el orden de paginación del libro. Ni siquiera ella tiene la visibilidad completa sobre los hechos que se juzgan, pero sí la clarividencia de la sangre: “Lo único que puedo afirmar una y otra vez es que mi hijo estaba obnubilado por la leyenda de la gruta de las hadas. La gente de la zona dice que las hadas roban bebés. Pero mi hijo me hizo entender que no, que las hadas no roban bebés, sino que los protegen. Él reescribió la leyenda”.
Él reescribió la leyenda.
Un pueblo aislado en las montañas; un joven de fuerza sobrehumana con un don para sanar a los animales; una niña que aparece de la nada y que desata todos los rumores en un valle en el que todavía resuenan antiguas leyendas y misterios. Pocos elementos le bastan a Violaine Bérot para trenzar esta inolvidable historia a medio camino entre la novela negra y la fábula.
Intercalando los interrogatorios policiales a los habitantes del pueblo y las canciones de un misterioso coro, como en una tragedia griega o un moderno cuento de hadas, este libro hechizará y conmoverá a quien se adentre entre sus páginas.
Como bestias es un texto magnético, contundente y polifónico que, bajo su apariencia, encierra una cruda reflexión sobre la diferencia, sobre un mundo rural a punto de desaparecer, sobre la vulnerabilidad de las mujeres y todos aquellos que deciden vivir al margen de la norma.